“Aquella investigación que estaban llevando a cabo les había permitido comprobar algo que sospechaban: desde el punto de vista de la memoria histórica (sic) el robo más miserable del franquismo había sido el del Holocausto. No era un asunto simpático, sin duda. Pero el asunto realmente vitriólico era que treinta años de democracia tampoco habían reparado el olvido”. Xavier Pericay resume así una de las principales meditaciones a las que ha conducido la impresionante quest histórica, moral y literaria que él y un grupo de amigos emprendieron hace más de quince años en torno a la figura casi anónima de Aly Herscovitz, una joven judía alemana, amante de Josep Pla en el Berlín de entreguerras. Conviene decirlo pronto y en alta voz, Aly Herscovitz. Cenizas en la vida europea de Josep Pla (Athenaica) es uno de los mejores libros que se han publicado en España en las últimas décadas.
Algún día habrá que historiar el trabajo que un grupo de forajidos de la cultura catalana –entre los que se cuentan el propio Pericay, Arcadi Espada, Ferran Toutain o Valentí Puig– vienen haciendo sobre la obra y la biografía de Pla en las afueras de una oficialidad hostil e incompetente. Gracias a ellos, su figura ha conservado la tensión y la complejidad que las rutinas del nacionalismo le han hurtado, convirtiéndose su labor, al mismo tiempo, en un ejercicio de restitución política e intelectual de primer orden.
Espada ya publicó hace tiempo un excelente ensayo biográfico, Josep Pla. Notas para una biografía. (Omega, 2005), en el que, desentrañando unos diarios de la década de 1960, reconstruía la relación erótica del escritor con Aurora Perea. Fue también una mención sucinta de Pla en sus Notes disperses (1969) de una tal Aly Herscovitz lo que motivó el inicio de la investigación de Pericay, Arcadi Espada y otros tres escritores residentes en distintas ciudades europeas –Sergio Campos en Berlín, Eugenia Codina en Róterdam y Marcel Gascón en Bucarest– sobre aquella joven con la que Pla insinuaba haber tenido una relación íntima y de cuyo trágico destino en Auschwitz aseguraba haberse enterado en algún momento.
La curiosidad por conocer los detalles de esa liaison en la vida de un escritor tan reticente con respecto a la expresión de su intimidad terminó por desbordar el alcance meramente biográfico del proyecto hasta convertirlo en una indagación con implicaciones en varios niveles. Al principio, la investigación se volcó en un blog, todavía en aquella época de entusiasta adanismo virtual, del que muchos ni siquiera tuvimos noticia. Afortunadamente ahora Xavier Pericay ha tenido la paciencia y la pericia de ensamblar todo el material y vertebrarlo con magistral pulso narrativo, estilo vigoroso y astucia periodística.
El primer logro de este libro consiste en haber devuelto a Aly Herscovitz la dignidad de su vida, desde el nacimiento hasta la muerte. La Shoah fue, antes que nada, un proyecto de olvido. Los campos de exterminio estaban destinados a ejecutar una anulación total del individuo. Como ha dicho Giorgio Agamben, en Auschwitz no se moría sino que se producían “cadáveres sin muerte” cuyo fallecimiento se envilecía en la producción en serie. De la misma manera que en el memorial de Peter Eisenman en Berlín cada tumba tiene su altura específica, contra el totalitarismo de la aniquilación masiva e indistinta, el libro coral de Pericay consigue recuperar la singularidad preciosa de Aly Herscovitz y salvarla del magma del lager.
La investigación parte de un análisis, prolongado a lo largo de todo el libro, de la página que Pla quiso dedicarle a su antigua amante, una de las pocas y parcas concesiones de orden íntimo que se permitió. La detallada y obsesiva interpretación a la que se somete el texto acaba siendo un fascinante ejercicio de crítica e incluso de ecdótica que lleva a los amigos a reconstruir el original a partir de la consulta de los manuscritos, contra la desidia y la incuria de la Fundación Pla y de los editores y biógrafos oficiales del escritor.
Arcadi Espada sospechaba que el último párrafo, donde Pla contaba que Aly había terminado en los hornos crematorios, era apócrifo, por una especie de falso tono impostado. Es imposible resumir la pesquisa, pero baste decir que el hilo del que tiran y que les lleva a conjeturar la posibilidad de que ese final hubiera sido escrito en realidad por Josep Vergés –el editor de Pla en Destino– o a preguntarse, sin que a la postre se resuelva el misterio, cómo se enteró el escritor de la suerte de la joven judía, termina por hilvanar una vibrante reflexión en torno a uno de los puntos ciegos de la obra del memorialista.
Gabriel Ferrater dijo en varias ocasiones –ya Espada había puesto la observación como epígrafe en su trabajo biográfico– que Josep Pla no llegó a ser un gran escritor europeo por la reticencia a ocuparse de la intimidad. Ferrater habló incluso de “cobardía” en el orden de la expresión moral personal, una falta que atribuía a casi toda la literatura catalana moderna. La constatación de esa carencia hace que el apunte de Pla sobre Aly Herscovitz adquiera en el libro de Pericay la categoría de documento a la vez íntimo y colectivo, prueba de que el fracaso a la hora de explorar la intimidad terminó siendo una derrota pública, política en un sentido profundo. Pla pudo haber asistido al juicio de Adolf Eichmann en Jerusalén, enviado por Destino, pero no quiso hacerlo y prefirió viajar a Bélgica. En su vasta obra apenas hay dos referencias vagas y más bien tópicas al Holocausto. Esa limitación lleva a Pericay y sus amigos a exponer un problema de mayor alcance y que afecta a toda la sociedad española.
Es verdad que la Shoah es algo que parece archisabido y divulgado, también en nuestro país, pero la minuciosa recomposición de la vida de Aly Herscovitz, desde su nacimiento y su entorno familiar, su matrimonio y su periplo por Berlín y París hasta su detención en la redada del Vel d’Hiv –el Velódromo de Invierno– y su deportación a Auschwitz, despierta una conciencia inédita acerca de lo que de verdad supuso la destrucción de los judíos europeos, por decirlo con el título de Raul Hilberg citado a menudo en el libro. Nuestra relación con la cuestión judía siempre ha sido distante, filtrada por la experiencia de otros países. No ha habido tradicionalmente una vinculación española moderna con la problemática hebrea, como explica muy bien, por cierto, Paloma Díaz-Mas en su reciente Breve historia de los judíos en España (Catarata). Más o menos hacia la mitad de la investigación, Pericay se percata de la evidencia:
“Pero en el conjunto de la historia del Holocausto existía algo más, importantísimo. Historias como las de Aly las había a miles, por desgracia, aunque en realidad toda historia era una. Ahora bien, ¿qué pasaba con la conciencia del Holocausto que teníamos los españoles? Era nula. Nula. Ninguno de los miembros de aquel grupo había oído hablar (¡ni hablar!) del Vel d’Hiv. Sí, naturalmente de los collabos franceses y de Vichy. Pero en términos muy generales. La rafle había cambiado drásticamente su percepción de algunos asuntos franceses. Para mal de Francia, para mal de sus mitos y para bien de la verdad”.
La redada en la que cayó Aly en París, en julio de 1942, es uno de los episodios más vergonzosos de la historia de Francia, un país que no asumió su responsabilidad en ello hasta que el presidente Jacques Chirac pronunció un discurso en 1995 reconociendo que el Estado francés y una parte importante de su sociedad secundaron la barbarie nazi. El país que había sido la cuna de los derechos humanos y de la emancipación republicana había perseguido y deportado a miles de judíos. Y la cultura española, durante tanto tiempo consulado in partibus infidelium de la francesa, tampoco había tomado conciencia de ello.
El asunto lleva a Pericay a formular una reflexión extraordinariamente pertinente y vinculante acerca de los judíos y Europa:
“Julien Benda terminó de escribir su Discours à la nation européene a finales de 1932, justo antes de la llegada de Hitler al poder. En el libro Benda sostenía que la nación europea solo podría construirse a partir de presupuestos morales. Que el problema europeo no era un problema económico, sino moral. Que Europa se haría como se habían hecho las naciones, es decir, a partir de un determinado sistema de valores. Que desde este punto de vista, en fin, la moral europea debería ser también nacionalista. Lo cual a Xavier le llevaba a pensar –y no era casualidad que semejante pensamiento lo hubiera originado la obra de un judío– que los únicos capaces de construir ese sistema moral eran los judíos. Precisamente por su carácter transnacional. Así, el Holocausto sería la negación de la idea de Europa, la destrucción de su moral. Y lo que el grupo andaba persiguiendo con su trabajo, un intento de reparación a escala española. Un intento moral, desde luego”.
Ahí está resumida la trascendencia que termina por adquirir el libro, la restauración moral en la que desemboca una quest inicialmente biográfica, instigada por la curiosidad. El filósofo Max Horkheimer, ya muy avanzada la postguerra y a propósito de la amenaza de olvido de la Shoah, observó que en medio de la indiferencia general solo la conciencia humana puede constituirse en lugar donde la injusticia sufrida sea superada. Es la salvación que solo el pensamiento puede ofrecer y cuyo eclipse perpetúa el exterminio.
En sus inagotables Tesis sobre filosofía de la historia, el libro en el que trabajaba cuando se suicidó en Portbou, Walter Benjamin nos dejó muchas ideas poderosas, algunas de las cuales se podrían aplicar a esta obra. Dice Benjamin que la tarea del historiador consiste en avivar una débil chispa de esperanza en el pasado, sin olvidar que los muertos, esos mismos muertos, están otra vez en peligro. La devolución de su Geburtigkeit, de su condición de nacida, a la “señorita Aly Herscovitz”, como la llamó Josep Pla, consigue en esta investigación tanto avivar la llama de la esperanza en el pasado como hacer temblar su pábilo con el aliento del peligro.
Y al mismo tiempo nos permite a los españoles tomar conciencia de una tragedia que nos afecta en un sentido político exacto. Pericay trae a colación en algún momento una reflexión de Reyes Mate –especialista en Benjamin y autor de un excelente comentario sobre las Tesis– que hoy vuelve a resonar con especial incumbencia:
“Los judíos ya no están en Polonia, como no lo están en España, su Sepharad, ni en Alemania, ni en ningún otro país europeo. Este pueblo, que durante milenios quiso vivir junto a otros pueblos como una minoría específica, ha sido expulsado de todos. Cuando hoy juzgamos tan severamente la violencia del gobierno israelí no deberíamos olvidar la responsabilidad que tenemos los europeos con el origen de la cuestión palestina”.
El memorial de Eisenman en Berlín, ese mar de tumbas desiguales que parecen resurgir de la tierra, reverso de la “fosa en las nubes”, obliga al paseante a concentrarse tanto en la propia individualidad como en la de cada uno de los exterminados, cuya masa al mismo tiempo le oprime. Uno sale de la lectura de este libro conmovido por la misma experiencia de alienación y pertenencia.