Walter Besant, Henry James y Robert Louis Stevenson, maestros del arte de la ficción / DANIEL ROSELL

Walter Besant, Henry James y Robert Louis Stevenson, maestros del arte de la ficción / DANIEL ROSELL

Letras

Preceptiva y disidencia del arte en la ficción

La editorial Firmamento reúne en una elegante 'suite' epistolar las piezas sobre el sentido de hacer novelas que enfrentó en una controversia a Walter Besant, Henry James y Robert Louis Stevenson

11 noviembre, 2022 21:00

Es probable que existan muchos más escritos sobre la naturaleza del arte de hacer novelas que novelas mismas, lo cual no deja de resultar un hecho paradójico. El método se asemeja, y por supuesto forma parte sustancial de la cosa, pero nunca es el objeto mismo. Hay novelas que engrandecen el arte de la ficción, pero el sortilegio de la invención habita en otros receptáculos verbales, desde los cuentos a los libros de historia, sin olvidar la filosofía o el periodismo, una forma narrativa, en general descriptiva, pero que también puede adoptar la vía argumentativa y usar herramientas literarias para enunciar hechos, historias y personas.

La primera impresión que causa esta abundancia de teorías es que nadie parece capaz de definir –de una vez y para siempre– la ficción. Se discute sobre algo cuando no está muy clara su identidad o, por así decirlo, cuando no se ha alcanzado una mínima fórmula de consenso. En esta clase de controversias acostumbran a manifestarse dos posiciones. Por un lado, la del escritor que confunde la teoría y la práctica de la novela –dos cosas distintas– con su poética narrativa particular. Por otro, quienes pontifican sobre este género literario, cuyo rasgo esencial es no atenerse necesariamente a ninguna fórmula por completo, sin haber intentado escribir una. Como dejó dicho Lope de Vega del amor, sólo quien lo probó, lo sabe.

Mujer joven leyendo (1769) / JUAN HONORÉ FRAGONARD 

Mujer joven leyendo (1769) / JUAN HONORÉ FRAGONARD 

Es muy posible que cuando se termine este mundo –tal y como lo hemos conocido– e incluso antes, en este mismo momento en el que todos los críticos culturales hablan de transmedia para, igual que algunos académicos, ponerle un nombre diferente a lo que existe desde hace tiempo, haya alguien reivindicando un determinado modo de narrativa y, por consiguiente, negando todos los demás. Justo antes del Armagedón, algún adversario le desmentirá, proclamando que no pueden existir reglas para una literatura que consiste en abolirlas.

Se trata de una discusión antigua, secular y, en cierto sentido, entrañable. Es cierto que en algunos lances –las justas literarias que a veces libran entre sí los autores– la dialéctica sobre la ficción se torna algo bizantina, pero en general todas las disciplinas artísticas sólo avanzan cuando se interrogan con insistencia por su objeto, su función o su naturaleza cambiante. Como corresponde a cualquier espíritu socrático, que es aquel que sabe que no sabe nada, lo pertinente es echar la vista atrás y repasar los grandes trances sobre este particular, extrayendo de ellos alguna pauta para no descubrir el Mediterráneo a destiempo.

Walter Besant (1880) / BARRAUD

Walter Besant (1880) / BARRAUD

La discusión sobre la verdadera naturaleza novela, que esencialmente es el arte que inventara Cervantes, antecedentes en lengua romance al margen, es un fenómeno netamente moderno. Como tal, ha sido objeto de una larga sucesión de proclamas, manifiestos y enmiendas, como corresponde a lo que Octavio Paz denomina la tradición de la ruptura. Determinados momentos históricos, no obstante, son más fecundos que otros. Y en el caso de la novela  ninguna época más luminosa, en arte y ensayo, que el siglo XIX, que es cuando el género, nacido en España a partir de conatos italianos, se sitúa como epítome mismo de la literatura.

La editorial Firmamento, uno de los nuevos sellos independientes que destaca por su criterio de selección y elegancia, acaba de enviar a las librerías una suite sobre El arte de la ficción que da buena muestra de que, en este tiempo donde nada parece importar demasiado, los debates acerca del trasfondo de la creación son más necesarios que la escritura, pues no habrá buena literatura si los autores no saben ni a dónde van ni cómo ir. El libro, que es una joya en miniatura, espléndidamente traducido por Juan Jose Utrilla y presentado por Álvaro Uribe, escritor mexicano, reúne la correspondencia epistolar –falsas cartas abiertas con la forma de una conferencia y dos artículos de una revista– entre Walter Besant, Henry James y Robert Louis Stevenson. Todos son creadores en lengua inglesa y, justamente por eso, capaces de discutir y contradecirse con una inusitada cordialidad, no exenta ni de argumentos sólidos ni, especialmente en el caso de Stevenson, carentes de gloriosa impertinencia.

El arte de la ficción

Esta suma de piezas literarias no concluye nada, aunque cada uno de los duelistas levante acta precisa de cuál es su noción de la novela, pero tiene la gran virtud de delimitar la discusión, formulando preguntas que, a pesar de haber sido hechas hace más de un siglo, siguen siendo tan vigentes como el presente en el que habitamos. Besant abre fuego con una conferencia, pronunciada en la Royal Institution de Londres, en 1884. Su disertación sobre la naturaleza artística de la novela, condición que en ese instante no era ni inequívoca ni expresa, adquiere notoriedad después de ser publicada en prensa, provocando unos meses más tarde –con las cosas serias conviene no tener prisa– la réplica de Henry James y la acotación (ingeniosa) de Robert Louis Stevenson, autor de La isla del tesoro.

A Besant, que entonces gozaba como novelista de un predicamento superior a sus rivales, le corresponde postular que la narrativa es una práctica artística, pero elige hacerlo enunciando una preceptiva que, si bien es discutible, gracias a su extremada simpleza conserva gran parte de su vigencia. No es poco mérito para ser una reflexión sobre un género que no ha dejado de mutar desde entonces. A juicio del historiador británico, el relato es la única esencia de lo ficticio. No hay novela sin aventura, aunque ésta ya no sea fiel a los arquetipos clásicos de la epopeya –héroes, reyes, dioses– y ahora habite en el prosaísmo de los personajes corrientes, incluso vulgares. Su octálogo para principiantes establece el marco general de la discusión:

Ejemplar de la 'Longman´s Magazine' (1884)

Ejemplar de la 'Longman´s Magazine' (1884)

1. Describe nada más que realidades que conozcas por experiencia propia.

2. Observa al mundo y a la gente con máxima atención.

3. Selecciona los detalles imprescindibles para tu asunto y elimina los demás.

4. Presenta dramáticamente los hechos.

5. Traza los personajes con claridad y firmeza.

6. Ten fe en la historia que cuentas.

7. Persigue un propósito moral consciente, aunque sin caer en la prédica.

8. Por encima de cualquier otra cosa, busca la belleza del estilo.

Henry James / JOHN SINGER SARGENT

Henry James / JOHN SINGER SARGENT

Si aplicásemos estas preguntas a bastantes de las (supuestas) novelas que se publican en nuestros días veríamos que el punto siete –el más discutible– predomina, pero en su formulación doctrinal, que es contra la que prevenía Besant. En su opinión, el objeto de la ficción es la condición humana con todas sus variantes y formas. El acto artístico del novelista consistiría en tornarla dramática mediante un proceso –el artificio– de selección, énfasis y elipsis. “Un novelista puede escribir con verdad y fidelidad simplemente y ser comprendido en un sentido mucho más profundo y noble del que concibió en su propio espíritu (…) Después de todo, el más grande psicólogo quizás no sea el metafísico, sino el novelista”.

La ficción para Besant es un trozo de vida, una porción de realidad, elegida por la mirada del novelista, que al contemplar la existencia es como si mirase a través de un caleidoscopio, que jamás reproduce la misma imagen debido a la diferente combinación de los mismos elementos. El norteamericano Henry James, uno de los maestros del género, responde a Besant con un artículo en Longman´s Magazine en el que, aceptada la condición artística del novelista, define la ficción como una representación. El término es trascendente. Donde Besant postula reproducción (selectiva), el novelista norteamericano prescribe figuración. Y, en coherencia, abjura de cualquier clase de normas para defender la libertad del autor.

Retrato del escritor Robert Louis Stevenson (1887) /SARGENT.

Retrato del escritor Robert Louis Stevenson (1887) /SARGENT.

La postura de James tiene sentido: al hacer una réplica de la realidad, el papel del escritor se limita a ejercer la técnica de la emulación. La representación implica un juicio y, por tanto, una interpretación “personal y directa”. No se trata de fotografiar la realidad, sino de producirla con independencia –aquí pone en tela de juicio la función moral de la novela– de si resulta políticamente correcta o reprobable para la sociedad. Una opinión que, sin duda, condenaría en nuestro tiempo a James a ser cancelado, puesto que para la doctrina woke lo capital de un libro es su posición moral, no su fidelidad a la verdad. “El artista de ficción” –escribe James– “debe ser sincero, no edificante. Debe captar el color de la vida misma, no colorearla con miras a la buena educación del prójimo. Su propósito menos peligroso es el de hacer una obra perfecta”. No piensa aquí James ni en los biempensantes ni en los posibles inquisidores. Se refiere a las evidencias. Piensa pues en la verdad de lo narrado.

Stevenson tercia en la discusión –también por escrito– con un artículo, extraordinario, en el Longman´s Magazine. En él, con la ironía, discute a sus rivales su estrecha percepción de lo ficticio, que encuentra en géneros distintos a la novela, como la historia o la poesía. Besant propone un realismo ingenuo; James un idealismo subjetivo. Stevenson, el más joven de los tres, opta por el nominalismo provocador: la literatura no imita a la vida, sino al habla. El lenguaje es su instrumento y su único universo. No es ninguna réplica ni tampoco una interpretación de la vida, sino una desviación (artística) de ella que, de forma “planeada y significativa”, acomete el autor, cuyo éxito depende de su capacidad de condensación. De ese extraño arte que busca crear la intensidad máxima con lo mínimo. De configurar una epifanía a través de la capacidad de sugerencia. De afinar su instrumento y tocar. “La vida del hombre es el inagotable depósito del que hay que seleccionar los temas. Y, con cada tema nuevo, el verdadero artista variará su método y cambiará su punto de ataque”. Es exactamente lo que treinta años después haría Marcel Proust. Y el resto es alta literatura.