El escritor y profesor Miguel Ángel Hernández, en el festival 'Capítulo 1'

El escritor y profesor Miguel Ángel Hernández, en el festival 'Capítulo 1'

Letras

Miguel Ángel Hernández y César Aira en 'Capítulo 1'

El nuevo festival literario madrileño quiere reivindicar que desde siempre, y más que nunca, "la literatura es nuestra verdadera inteligencia colectiva"

17 octubre, 2021 00:00

En la primera jornada de Capítulo 1, el nuevo festival internacional de Literatura de Matadero Madrid, Aira repitió una de sus citas favoritas, una frase del escritor Fontenelle (Bernard Le Bouvier de Fontenelle, 1657-1757: vivió 99 años), según la cual “no hay pena que resista a una hora de lectura”. Es una sentencia que siempre me ha parecido por lo menos discutible, y que quizá sólo podía sostenerla alguien que no ha sufrido penas realmente turbadoras, realmente profundas. Pero Aira enmarca el sentido de la frase, enmarca esa consideración de la lectura como poder consolador o incluso curativo, en una práctica previa: leer es un aprendizaje, una especie de larga disciplina. O sea, que no se trata simplemente de que ante el dolor de muelas o la muerte de un ser querido baste con abrir un libro. “Hay que haber aprendido antes a leer bien”, dijo Aira.

A Fontenelle, que era un cortesano perfecto, le preguntaron una vez cómo era posible que a lo largo de su vida hubiera hecho tantos amigos y ni un solo enemigo, y respondió: “Por estos dos axiomas: todo es posible y todo el mundo tiene razón”. Sentencia que tiene tanto de relativista como de desengañada. Era Fontenelle un hombre de ingenio y de tolerancia. Como Aira. Que también, para explicar su extraordinaria fecundidad literaria, citó una frase de Leibniz (aunque después de una temporada leyendo seriamente filosofía dejó de hacerlo porque, en su opinión, “llegué a la conclusión de que todos los filósofos son unos charlatanes”): “Dios nos dio la atención, y la atención lo puede todo” (o algo parecido), sentencia que puso en relación con otra de Krishnamurti sobre estar en el mundo con “atención total”. Atención a 360 grados.

Fue una charla, conducida por Basilio Baltasar, interesante y emotiva, y cerrada con una larga ovación de un público devoto del novelista argentino. Éste venía de recibir en Sevilla el premio Formentor, de lo que se sentía muy honrado, pero avisó de que era el segundo y último premio que aceptaba, piensa rechazar los que puedan sobrevenirle en adelante, ya que aunque dan muchas satisfacciones también se pagan en molestias de mil clases y, además, ya es un hombre mayor y cree que los premios deben darse a escritores más jóvenes; Cioran también rechazó un premio importante con este argumento. En cambio, como es sabido, sobre todo por su estupendo relato “Mis premios”, Bernhard los aceptaba todos, si estaban bien dotados económicamente, y empleaba ese dinero en restaurar las casas que iba comprando y arreglando, tenía esa afición inmobiliaria de comprar casas, allí, en Austria, y restaurarlas. Afición un poco melancólica, ya que vivía solo, ¿para qué necesita nadie tantas casas vacías, con los suelos bien encerados y las maderas bruñidas? Lo pregunto sin ningún ánimo de reprobación, por supuesto, pues subscribo los axiomas de Fontenelle: “Todo es posible y todo el mundo tiene razón”.

Lo más gracioso de la charla de Aira era que se mantiene fiel a las sentencias ajenas pero no a las propias. Basilio le citaba algunas frases suyas de mucho calado, de ambición abstracta, y él se encogía de hombros y decía: “Bueno, parece que ahí otra vez intenté dármelas de muy inteligente…”, o “No, ya no creo en eso, además me suena pretencioso…”, etcétera. Era curioso; yo no lo entendí como un signo de modestia, o no sólo como tal, sino también como señal de una absoluta confianza en sí mismo y en su excelencia narrativa, que le permite criticar sus derivaciones filosóficas y considerarlas derrapajes.

'Capítulo 1', el nuevo festival internacional de Literatura de Matadero Madrid

'Capítulo 1', el nuevo festival internacional de Literatura de Matadero Madrid

En fin, esta fue la intervención de Aira, el viernes, en Capítulo 1. Me gusta la declaración de principios de este festival literario organizado por mis admiradas Rosa Ferré y Patricia Escalona, me gusta tanto que la voy a copiar ahora mismo: “En un momento en que se habla de la tecnología digital como la herramienta indispensable para la transmisión de conocimiento y experiencias, Capítulo 1 quiere reivindicar que desde siempre, y más que nunca, la literatura es nuestra verdadera inteligencia colectiva”. El programa variado e interdisciplinar de esta primera edición, que termina el domingo por la noche con el preestreno de la última película de Wes Anderson, La crónica francesa, ilustra la veracidad de esta sentencia. Creo que el final de esta frase es estimulante: su proposición de considerar la literatura no sólo al modo usual, es decir, el trabajo de un autor solitario que va dirigido a la mente y el corazón de un lector, o sea una herramienta de comunicación entre dos individuos, sino las dimensiones que la convierten en un asunto de todos, y que la ponen ocupando un lugar –la inteligencia colectiva— que se le suele atribuir a otras disciplinas y a otros factores formativos.

Pensaré más sobre este tema y hablaré de ello en otra ocasión. Ahora quiero todavía mencionar otras conversaciones a las que asistí el viernes: entre la periodista Anna Guitart y Dominique Barbéris, la autora de Un domingo en Ville-d’Avray. Entre la escritora haitiana Edwige Danticat y Paul Holdengräber, a quien conocí cuando dirigía el formidable programa público de la biblioteca de Nueva York, y ahora, trasladado a Los Ángeles, dirige la Onassis Foundation.

Y entre el artista Patrick Hamilton y Miguel Ángel Hernández, escritor y profesor murciano siempre interesado en el cruce entre las artes y las letras y hombre inteligente en todo lo que escribe. Hablaban, entre otras cosas, de su libro del año 2018, El dolor de los demás, una novela a medio camino entre el género policial y la confesión autobiográfica, a partir de la locura del mejor amigo de Hernández, que en la Nochebuena de 1995 asesinó a su propia hermana y a renglón seguido se quitó la vida. Miguel Ángel Hernández también participa en Capítulo 1 a través del Buzón de los secretos, una invitación a los participantes, público o autores invitados, a un espacio donde pueden dejar escritos de forma anónima los secretos inconfesables: a “contar” de forma anónima “lo que no se puede contar”. Luego Miguel Ángel Hernández supongo que algo literario hará con esos mensajes anónimos.

Vi entrar ya en el espacio del secreto a algunas personas. No sé qué “confesiones” dejarían allí. Era intrigante, desde luego. Le pregunté a Hernández qué espera encontrar, qué espera sacar de ese “buzón” de lo inconfesado. Me dijo: “No sé. Sé que va a estar en el filo de la obscenidad, no en el sentido libidinoso de la palabra sino de las cosas que están tan cercanas a uno, cosas tan privadas e íntimas que no se cuentan a nadie, ni se comentan en las redes sociales. No sé lo que va a pasar, y eso fascina. Es lo bonito de los proyectos: la incertidumbre, lo inesperado”.