Tarragona y la luz del Mediterráneo / FARRUQO

Tarragona y la luz del Mediterráneo / FARRUQO

Letras

Tarraco, la luz del cabo Sunion

Un viaje a Tarragona, con guías como el emperador Adriano y creadores como D’Ors, Bladé, Casals, Rovira i Virgili o Perucho, donde cada amanecer nace la luz del Egeo

18 agosto, 2021 00:10

Cuentan las musas que Escipión el Africano cruzó a nado el Helesponto. Historia o leyenda, fue mucho antes de su llegada a Tarraco como vicecónsul de Roma, desde la otra punta de mar. En el estrecho turco-griego, Escipión no trataba de imitar a Leandro, poeta seguidor de Orfeo, ahogado por amor mientras hacía la travesía en busca de su amada, Hero; tampoco buscaba una marca deportivo-romántica al estilo de lord Byron, admirador de Leandro y émulo de su belleza. Escipión cayó al mar desde la cubierta de su trirreme, en plena batalla naval

Aquel enorme militar fue el origen de la piedra guardada hoy en el Museo Arqueológico de la Tarragona actual; allí nos esperan secretos como un busto de Marco Aurelio y los mosaicos de Medusa y de Perseo liberando a Andrómeda, presa de un monstruo marino. El edificio está en la plaza del Rey donde se levanta la Torre del Pretrorio, donde se alojaron Augusto y Diocleciano y centro del poder romano. En la torre, el visitante recibe un golpe de mar entre columnas de base romana, vuelo medieval, puertas ciclópeas y baluartes de la Guerra de Sucesión. Pero por encima de todo, la Tarraco imperial recata hoy su joya, el anfiteatro romano, debajo del enorme balcón que culmina la Rambla Nova.

Torre de Petronio

Torre de Petronio

A esta ciudad eterna la cantaron poetas barrocos y renacentistas, con una intensidad parecida a la que gastaron ante las ruinas de Itálica y en Híspalis (Sevilla), urbes de la Bética, donde nació el emperador Trajano y pasó su infancia Adriano. Trajano fue nombrado por el Senado optimos princeps, como modelo de las antiguas virtudes de la nobleza y mentorizó el ascenso a las élites de Adriano. Este último mantuvo una estrecha relación con Tarraco a la que se ofreció para apaciguar las turbulencias políticas del noreste de Hispania. Dejó desperdigada su biografía, recuperada en parte por Marguerite Yourcenar, en sus celebradas Memorias de Adriano, donde glosa el panhelenismo del emperador sabio y su entrega a los sagrados misterios de Eleusis

En los últimos años, el redescubrimiento de Tarragona ha tenido mucho que ver con el mapa de la letra explorado por buscadores de antiguos tesoros. De uno de ellos, del profesor de secundaria Jordi Tiñena –barcelonés de cuna, tarragonés de vocación, fallecido en 2018–, recordamos sus adaptaciones de textos literarios del cuatrocientos, el Siglo de Oro de la literatura catalana:  El llibre de les dones de Francesc Eiximenis, un clásico de nuestra misoginia, el anónimo Curial e Güelfa y el Tirant lo Blanc, la gran novela caballeresca de Joanot Martorell, historia infinita de los amores de Tirant y la princesa griega Carmesina, cuyos andares pululan desde entonces por el mundo de los deseos perdidos, dispuestos a suplir las carencias de la fría realidad.

'Tirante el Blanco', de Joanot Martorell

Tiñena, que realizaba las adaptaciones para sus alumnos del Instituto Campclar, también se ocupó de Lo somni de Bernat Metge, una historia de autoficción, como se dice ahora, en la que el mismo autor, acusado de conspiración y regicidio, sueña con el rey Juan de Aragón, recién desaparecido. Metge, encarcelado, trata de demostrar su inocencia por la muerte del monarca y su obsesión, llevada al sueño, señala a un culpable dinástico; todo un anticipo del fantasma del Rey padre ante la guardia del castillo de Elsinor, en Dinamarca, cuya verdad desvelará para siempre a su hijo, el príncipe Hamlet. 

Entre los narradores de hoy, cabe destacar a Carme Martí por su labor incansable en la recuperación de la memoria y su fecunda colaboración con Neus Català, reflejada en 2019 en La paloma de Ravenscbrück (Rocabolsillo); o el caso de Marcos Nieto Pallarés y su Asesino endeble (Ediciones B), notable y reciente éxito de la crítica. Después de sus recopilaciones académicas, Tiñena quiso romper el molde de la ficción con la novela Un día en la vida d'Ishak Butmic (Senecalibros), sobre el asedio de Sarajevo y con historias ambientadas en Tarragona, como Els vespres de don Magí Castellarnau (La Magrana), la ficción histórica, Dies a la ciutat, para entrar después en el género criminal: El somriure del Viking o Joc d’Identitats. En todas aparecen los vestigios remotos de la ciudad que amó. Algunos de sus personajes se pierden por calles entrecruzadas, donde huele a tierra calcinada y a ciprés solitario.

Tarraco Anfiteatro

Antiguo anfiteatro de Tarraco con el mar de fondo

En el casco antiguo de Tarraco, las ruinas evocan lo más respetable; la piedra ha sido ennoblecida por el tiempo; hay una confluencia, casi imposible de ver en otros lugares, entre lo antiguo y lo nuevo; un combate ciego entre la época de los mitos y sus siglos venideros. Tarraco es blanca y rosácea; Tarragona es anaranjada y gris. Su catedral se levanta sobre un templo romano y una mezquita. En su interior, un enorme retablo narra la vida de Santa Tecla, un impacto heroico que solo puede olvidarse retrocediendo siglos, ante la necrópolis paleocristiana, destino de anacoretas como Simeón el Estilita a las puertas de Antioquía, un anticipo de lo que en Tarraco fueron Fructuoso y sus diáconos, quemados en el Anfiteatro por orden de Roma. A pesar de las persecuciones y las catacumbas, el rudo monoteísmo cristiano no fue menos lascivo que el politeísmo romano en el arte de la ejecución. 

Las salidas desde el centro de la ciudad romana bordean el acueducto de Trajano que abasteció el casco urbano con las aguas del Francolí y el Deià, en busca del camino viejo de Reus, ciudad competidora. Le memoria viva, no fingida por la metáfora literaria, conduce a la calle reusense del Marqués de Cubas, frente a la placa de bronce en recuerdo de Juan Prim i Prats, el general progresista de la Septembrina, asesinado a trabucazos en el Madrid intrigante de 1870, pinzado entre la burla del duque de Montpensier y la inminente llegada de Amadeo de Saboya, inicio de la Restauración. El magnicidio de Prim tuvo lugar en una noche de “gas azul y copos blancos en la Calle del Turco”, escribió Agustín de Foxá, cronista de mitra y puntilla. 

Maqueta con una simulación de cómo debió ser la primitiva ciudad romana de Tarraco / WORLD HERITAGE

Maqueta con una simulación de cómo debió ser la primitiva ciudad romana de Tarraco / WORLD HERITAGE

Reus superó en el XVIII a Tarragona, antes de la explosión del modernismo, un dato que se hace muy visible en el emblemático salón de la Casa Bofarull, propiedad de la familia ennoblecida por Carlos III. El neoclasicismo francés fue la auténtica puerta catalana del rey Borbón, muy bien recibido por una sociedad que celebró su éxito en el motín de Esquilache. Pero la mansión Bofarull tuvo que competir muy pronto con edificios inolvidables, como la Casa Navas de Domènech i Montaner, reflejo del esplendor textil, una vez recuperado el comercio internacional tras el Decreto de Nueva Planta, promulgado por el monarca reformista, afrancesado y modernizador absoluto. 

El arquitecto de la Sagrada Familia, Antoni Gaudí, hijo de Reus, no dejó su huella en el Sur de Cataluña, a diferencia de su alumno aventajado, Josep Maria Jujol, autor del Santuario de Montferri, una iluminación de la ballesta y del claustro, baldón de la Cataluña cristiana, a pocos kilómetros de Tarragona. El nacimiento de Gaudí en la capital del Baix Camp resulta tan anecdótico como el del pintor Mariano Fortuny, entregado al modelo wagneriano del arte puro o el del soberbio Gabriel Ferrater, autor de tres poemarios: Da nuces pueris, Menja’t una cama y Teoria dels cossos, compilados en Les dones i els dies, (Edicions 62), una cumbre de la poesía catalana.

'Homenot' Gaudí y Güell, arte, negocios, mecenazgo / FARRUQO

'Homenot' Gaudí y Güell, arte, negocios, mecenazgo / FARRUQO

En Tarraco, las bellas letras son hojas de otoño que resbalan por la superficie de la piedra. Su luz prístina funciona como los bálsamos de amor: proyecta sombras rectilíneas y cristaliza los perfiles aqueos de los antiguos poetas, coronados de laurel. Sus piedras romanas reciben la misma brisa fresca que atraviesa dehesas y remontes en la ruta del Císter, donde se enclavan los monasterios de Vallbona, Santes Creus y Poblet, mausoleo de reyes. Así lo atestiguan algunas páginas del extenso dietario de Artur Bladé i Desumvila en Viure a Tarragona (Sugrañes). 

El cronista nacido Benissanet (Ribera de Ebre), aprendió leyendo a Rovira i Virgili y aportó muestras de sus espléndidas prosas en L’edat d’or o en su singular biografía, Francesc Pujols per ell mateix. El curso del Ebro escinde Tarragona río abajo, donde Jesús Montcada situó lo mejor de Camí de sirga y se ensancha frente a la catedral gótica de Tortosa y el castillo de Abderramán III. Pero antes pasa por la histórica Miravet, piedra de Templarios, junto a Pratdip, donde Joan Perucho inspiró su exquisita pieza del realismo mágico peninsular: Historias naturales (Ediciones Marte)

Eugeni d'Ors: el hombre de las mil caras

Eugeni d'Ors: el hombre de las mil caras

Resulta sobresaliente la herencia intelectual de dos hijos de la misma tierra, nacidos en las estribaciones de la Tarraco romana: Eugeni d’Ors, oriundo de Vilanova i la Geltrú, fallecido en la ermita de San Cristóbal, y Pau Casals, el gran violonchelista que refugió sus mejores años en su atalaya marina de Sant Salvador (El Vendrell). D’Ors secretario general del Institut d'Estudis Catalans (1911), elaboró un programa sobre la renovación de los estudios universitarios, publicó su conocida novela La Ben Plantada y el Almanaque de los noucentistas, donde definió las concepciones de la nueva corriente estética. Desde la tribuna de su Glosario se manifestó neutral durante la Gran Guerra y europeísta convencido, impulsando el manifiesto de los Amigos de la Unidad Moral de Europa. Prat de la Riba le nombró director de Instrucción Pública de la Mancomunitat de Catalunya (1917). D’Ors fue la sal de la cultura aunque la síntesis que se hace hoy de su segunda etapa le castiga inmerecidamente: fue jefe nacional de Bellas Artes del gobierno de Burgos, en 1938, desde donde organizó el retorno a Madrid de los cuadros del Museo del Prado depositados en Ginebra.   

Era todavía muy joven cuando Publio Cornelio Escipión, hijo del Publio, caído en Hispania, fue elegido como caudillo de las fuerzas romanas en la península Ibérica. Con su desembarco en Empurias, en otoño del 210 a.C., las batallas en el marco de las Guerras Púnicas entrarían en su última fase. Camino de Tarraco se mantiene en pie todavía hoy el Arco de Barà, atravesado en su tiempo por columnas de hombres armados sobre los adoquines de lo que fue la Vía Augusta. Al anochecer, los soldados encendían piras en honor de sus legendarios generales, en el mismo lugar en el que levanta la torre funeraria de los Escipiones

Muralla de Tarraco

Muralla de Tarraco

Y es que, en aquellas tierras, uno lleva a Roma pegada en las sandalias. Los que ofrendan en el altar de la crónica histórica encontrarán los vestigios de aquel tiempo luminoso en libros como: Historia de Roma. Desde los orígenes hasta la caída del Imperio, de Camobell B. (Crítica) y en La caída de Cartago. Las Guerras Púnicas, de Goldsworthy (Ariel). El Africano entró en Tarraco con 5.000 legionarios expertos en el arte de la guerra; y allí reunió un ejército cinco veces mayor con la frase atribuida a Catón grabada en la frente: Delenda est Cartago.

Poco después, hicieron acto de presencia la estética, la escultura, los panteones dulces al estilo de Pompeya arrasada por el Vesubio y la declamación de los senadores y poetas que no quisieron perderse el destino del Imperio, al Oeste del Tirreno, su mar. En las glosas de Plinio el Joven se señala que Julio César otorgó a la población la categoría de Colonia Iulia Urbs Tarraco. Y el año 27 a.C., Augusto la convirtió en capital de la Hispania Citerior. Tarraco nunca fue menor; su arcilla admirada por Adriano provoca una mezcla de grandeza y melancolía; una sensación parecida a la villa del emperador en Tívoli, cerca de Roma, un lugar de guía secreta con dos mil años a cuestas soportando vientos y rehabilitaciones. La Imperial se baña cada amanecer con la luz del Egeo; sobre sus piedras, caen los rayos que acarician a Poseidón en el lejano Cabo Sunion