Así se rodó 'Freaks' (tal vez)
'La parada de los freaks' es un cómic de dos autores franceses que aborda cómo pudo ser el rodaje de la película de Tod Browning, y que muestra el Hollywood de los años 30
17 marzo, 2021 00:00La película de Tod Browning Freaks (La parada de los monstruos, cuando se estrenó en España) sigue siendo a día de hoy una de las mayores rarezas de la historia del cine. Cuesta entender que en 1932 una major de Hollywood diese luz verde a una extravagancia protagonizada por enanos y fenómenos de feria ante la que el público más convencional podría salir corriendo antes de retratarse en taquilla. Supongo que el éxito de su anterior largometraje, Drácula (1931), fue fundamental para que Browning se saliera con la suya y convirtiera en una película de poco más de una hora de duración (64 minutos, para ser exactos) el cuento de Tod Robbins Espuelas, que le había pasado un amigo enano, Harry Earles, con la intención de protagonizar la posible adaptación cinematográfica (cosa que acabó consiguiendo).
Entre el personal reclutado para Freaks y la ingesta desmesurada de alcohol a la que se entregaba el señor Browning, uno siempre ha supuesto que el rodaje debió ser una pesadilla. Seguro que hay algún libro sobre ese rodaje, pero, de momento, me permito recomendar al querido lector un comic al respecto: La parada de los freaks (Freak Parade), obra de dos autores franceses, el guionista Fabrice Collin y la dibujante Joëlle Jolivet, que ha publicado entre nosotros la joven editorial Aloha!
El Hollywood de los años 30
No sé si el rodaje de Freaks fue como nos lo cuentan Collin y Jolivet, pero su versión resulta tan verosímil como estimulante. Explicada desde el punto de vista de un intruso --Harry Monroe, un chaval de pueblo que llega a Hollywood a buscarse la vida en el cine y que acaba de cuarto ayudante de dirección de Tod Browning durante la fabricación de la película--, La parada de los freaks nos muestra los entresijos de una industria cruel dirigida por gente sin muchos escrúpulos y un Hollywood de pesadilla en el que todo el mundo es un freak, puede que no en un sentido literal, como los protagonistas del film de Browning, pero sí en el fondo de su putrefacta alma.
Maltratado de niño por su madre --que le quemó una mano con una plancha, convirtiéndolo en una especie de freak a su pesar--, Harry se planta en la meca del cine para vender un guion (que va a parar directamente a la basura) y tiene que conformarse con ejercer de correveidile entre los actores, fenómenos de feria y personal en general del rodaje, metiéndose de paso en algunos berenjenales surgidos de la mente calenturienta del señor Colin y del dibujo expresionista de la señora Jolivet.
Homenaje a la película de Browning y fantasía alternativa sobre su rodaje, La parada de los freaks constituye una muy interesante aproximación al Hollywood de los años 30 y a una de sus extravagancias más notables. Su protagonista, el infeliz de Harry, es un excelente narrador y un hallazgo del guionista, que, gracias a él, aleja un tanto el foco de los personajes reales de la historia, que no salen especialmente bien parados, ni sus principales actores (Harry Earles como el rico enano Hans y Olga Baclanova como la trapecista Cleopatra, una genuina urraca) ni su director (Tod Browning, que sale bebiendo en todas sus viñetas). Rareza de la historieta sobre una rareza del cine, La parada de los freaks es una sugerente entelequia que recuerda a una célebre expresión italiana: si non e vero, e ben trovato.