El secreto de los antiguos griegos
En los últimos años se ha venido matizando la idea de esta civilización como la aventura autónoma de un pueblo dotado de un misterioso genio
11 octubre, 2020 00:00El legado de la Grecia antigua, cuna de la democracia, está en la base del mito de Europa. Creemos venir de allí. Creemos que aquella es nuestra patria original y verdadera. Es por consiguiente lógico que cuando nos domina el desconcierto y la confusión sobre nuestra “identidad” (¡qué palabra tan triste, como “termómetro” o “ascensor”!) en busca de algo sólido volvamos la vista atrás, hacia aquella civilización fundamental, como se viene haciendo repetidamente a lo largo de los siglos, sea en el Renacimiento o en la Ilustración. Y como en su momento hizo Holderlin, cuya celebración de Grecia y del triunfo salvador de los griegos en la batalla de Salamina concluye con el deseo de precipitarse en el Egeo, o en el Jónico, en fin, entre las islas sagradas al sur del Peloponeso: “Y si la maldad de los hombres y la locura del mundo perturba demasiado violentamente mi alma mortal, ¡déjame recordar el silencio en tus profundidades!”. Cito de memoria pero el sentido es ese. (Recuerdo también el principio: “¿Ya vuelven las grullas hacia ti? Dime, ¿es ya tiempo?”)
La fabulosa mitología. Los poemas épicos de Homero. Las primeras explicaciones del universo en Jonia a partir de la observación de los fenómenos físicos, y no de las actividades caprichosas de los dioses: el paso de la creencia en que el universo nació en un bostezo del Caos a la propuesta de que el primer principio cósmico es el agua (Tales). El esplendor de Atenas y los avances filosóficos y políticos en el siglo V a. C. Las tragedias de Esquilo y Sófocles. Las victorias sobre ejércitos y armadas persas abrumadoramente superiores en número. Hasta la conquista del imperio de Darío, de Egipto, la invasión de la India por Alejandro Magno y, tras la prematura muerte del macedonio, el reparto entre sus herederos. El Egipto de Ptolomeo y la biblioteca de Alejandría. Solo mencionar estas cosas hace olvidar casi todos los males.
Ese legado prodigioso, ese modelo, ha hecho soñar durante siglos con la idea de un pueblo excepcional entre bárbaros. Luego el progreso de la historia, del relativismo y de la mentalidad laica y democrática, son reacios a aceptar ideas de excepcionalidad y de genio, sobre todo cuando se aplican a los pueblos o a sus gobernantes. Los últimos años se ha venido matizando la idea de la civilización griega antigua como la aventura autónoma de un pueblo dotado de un misterioso genio y se ha procurado explicarla racionalmente como la feliz consecuencia dialéctica de sus relaciones con otros pueblos y civilizaciones, hititas, fenicias, egipcias.
De Edith Hall, una prestigiosa clasicista británica que enseña en el King’s College de Londres, se ha publicado hace poco Los griegos antiguos (ed. Anagrama), estudio que más allá del habitual arco temporal de los siglos VIII a III a. C. Abarca hasta, por un extremo, los comienzos de la civilización de Micenas y, por el otro, el triunfo del cristianismo, que Hall considera como un producto religioso griego, al menos en buena parte, y aunque la cruz acabase con todos los templos de los dioses antiguos. Hall escribe con el conocimiento que se le supone, y además con mucha amenidad, con una admirable capacidad de síntesis, con una habilidad extraordinaria para ilustrar cada concepto con una historia apasionante. El único y menor defecto que le he encontrado es que para “acercarnos” más la materia o el personaje del que está hablando saque a cuento a alguien o algún fenómeno de la actualidad. Así menciona la “Medea” de Pasolini o “Ágora” de Amenábar. Es como un pelo en la sopa. La verdad es que solo lo hace unas pocas veces. También lo hacía, y de forma más conspicua e irritante, Indro Montanelli en su Historia de los griegos, que fue el manual divulgativo sobre la materia más ameno y exitoso en su momento, y en su Historia de Roma un best-seller internacional.
Por un motivo parecido Hall subtitula su compendio “Las diez maneras en que modelaron el mundo moderno”: una propuesta de tesis de cuáles son las características –atributos de carácter, hábitos y costumbres, particularidades geográficas-- que en un periodo de tiempo muy breve permitieron que los griegos hicieran una serie de descubrimientos intelectuales que llevaron al mundo mediterráneo a un nuevo nivel de civilización. O sea: la fórmula del talento griego.
De estas diez características, alrededor de las cuales estructura el relato, las cuatro más importantes son: “afición a los viajes por mar; desconfianza hacia la autoridad; individualismo; curiosidad”. Las otras seis: disposición a recibir ideas nuevas; agudeza intelectual; competitividad; admiración de la excelencia de las personas con talento; dominio de la expresión, facilitado por un idioma especialmente dúctil y maleable, comparado con los de otros pueblos mediterráneos; y adicción al placer, vitalidad, tendencia a la alegría.
En realidad las diez están relacionadas entre sí; la fundamental es el mar, a cuya orilla o no lejos de ella se instalaban siempre las comunidades griegas; los viajes constantes –comerciales, bélicos o para fundar nuevas comunidades-- les ponían en contacto con otras mentalidades, costumbres e idiomas; la novedad a la fuerza estimula la atención y la curiosidad, y éstas, la creatividad. Hall usa cada una de estas diez características para vertebrar un capítulo y una etapa de la historia que cuenta, ilustrada además con multitud de detalles particulares y significativos –desde la ingeniería de las máquinas de guerra del ejército macedonio hasta las normas que se daban los que se embarcaban para ir a fundar una colonia nueva en la costa de Sicilia o de Asia Menor, pasando por la revolución técnica que supuso pasar de una a dos y a tres hileras de remeros, los motivos de la especial querencia de los griegos por los delfines o las implicaciones psicológicas del chiste escrito en cierta crátera… detalles llenos de luminosa significación y de una plasticidad encantadora.