El escritor zaragozano Sergio del Molino / ALFAGUARA

El escritor zaragozano Sergio del Molino / ALFAGUARA

Letras

Sergio del Molino: "En 'Lolita', de Nabokov, no hay nada que sea reprochable"

El escritor zaragozano reúne en ‘La piel’ una colección de historias que explican cómo las enfermedades y las dolencias influyen en el carácter y condicionan la identidad

14 septiembre, 2020 00:10

Sergio del Molino lleva años escribiendo como periodista, novelista y ensayista. Para el escritor zaragozano, la literatura es un campo amplio que no puede parcelarse. Dice de sí mismo no ser un purista y su trayectoria le da la razón. Tras el éxito de La España vacía (Turner) y de obras narrativas con un fuerte componente autobiográfico, como La hora violeta y Lo que a nadie le importa, ambas publicadas por Random House, Del Molino publica La Piel (Alfaguara). Un libro de difícil clasificación en torno a la psoriasis, dolencia que sufre el escritor, compuesto por historias protagonizadas por personajes reales, desde Stalin a Nabokov, de Hemingway a Pablo Escobar, que han padecido esa enfermedad. La piel es una indagación sobre cómo el cuerpo y sus dolencias afectan a nuestra manera de ser. Una reflexión sobre el concepto de monstruo, la enfermedad y un libro sobre el legado que un padre deja a su hijo. 

–“Todo estaría de maravilla de no ser por la maldita piel”, escribía en una carta Nabokov. ¿Hay mejor resumen para su libro?

Por esto utilicé esta frase para el epígrafe de la novela. Es muy reveladora y, al mismo tiempo, me conmueve. Está sacada de una carta que Nabokov le envió a Vera en 1937 cuando intenta ganarse la vida como puede. En realidad, toda la carta es mentira. Nabokov miente a Vera, le hace creer que todo va bien cuando no es así. En lo único en lo que no puede mentir es en lo referente a su piel: su dolencia escapa de su control y necesita contarla. Omite todas las otras cosas que le desesperan, no cuenta cómo lo está pasando realmente, pero su psoriasis no la puede esconder. Se puede fingir o intentar fingir que tenemos bajo control otros aspectos de la vida por muy desastrosos que sean, pero la piel se ve. No se puede ocultar. 

–Usted salió en defensa de Nabokov durante la polémica en torno a Lolita.

–Esa polémica reproduce los mismos términos de la que tuvo lugar cuando se publicó Lolita. La única diferencia es que entonces era una derecha puritana y religiosa la que condenaba la novela y hoy la condena una tendencia ideológica que teóricamente se encuentra en las antípodas. Sin embargo, la condena es la misma, así como los reproches y la ceguera con la que se juzga el libro. Nabokov hizo de la construcción del monstruo algo sublime. Todo esto me parece un poco mezquino. Existe una confusión moral con este libro que no termino de entender y solo puedo achacar al hecho de que quienes lo condenan no lo han leído. Si te fijas, la mayoría de los reproches no se basan en una crítica textual: se critica el libro sin citar párrafos porque en Lolita no hay nada que sea reprochable. 

El escritor zaragozano Sergio del Molino / ALFAGUARA

–¿La piel es aquello que nos convierte en monstruos ante los demás?

–Se trata de un juego entre cómo te ven los demás, cómo te ves tú y cómo crees que te ven los otros. Es una relación constante de equívocos que tienen a la piel como punto de referencia y que hacen no solo los otros vean un monstruo en esa piel, sino que uno mismo termine por considerarse tal cosa. En la construcción del monstruo hay un gran poso de paranoia, engaño y autoengaño. Todo esto termina por distorsionar la mirada, que al final es lo que construye al monstruo, que se define por el asco que él mismo siente hacia sí mismo y el rechazo que suscita a los demás. Se trata de una construcción conjunta a través de un cruce de miradas. Es casi imposible adivinar cuáles son los límites de esa monstruosidad o, mejor dicho, cuáles son los mecanismos que están detrás de la configuración del monstruo. El mejor cine de terror tiene por norma no mostrar al monstruo. Piensa en Alien: Ridley Scott decía que nunca debe mostrarse del todo, sino tangencialmente, como una amenaza constante. No sabemos qué forma tiene o cuán grande es. Al no mostrarlo, el monstruo acaba teniendo más irrealidad; dudamos si realmente existe, si no es acaso una invención o una sugestión.

–¿Una enfermedad de la piel puede provocar ostracismo social?

–Es el grado cero de la discriminación. Lo que se ve y lo que está marcado en la piel es aquello que permite moldear unos prejuicios que tienen como consecuencia el señalamiento social, el agrupamiento y el aislamiento o, incluso, la aniquilación de una parte de la población. Como digo en el libro hablando del racismo, en el momento en el que clasificamos las pieles por sus diferencias cada ser humano podría ser encerrado en su jaula correspondiente porque no hay ninguna piel exactamente igual a otra. Hablar o prestar atención a la tonalidad de la piel, convirtiéndola en una especie de estigma, ya es una manera de marcar el destino de un individuo. No es casual que en la tradición cristiana los estigmas tengan importancia: las llagas sangrantes de Jesucristo aluden a la figura del apestado, a la exclusión y al repudio. Que el Mesías sufra ese escarnio, que es el más bajo y terrible que se pueda sufrir, y que algunos santos también padezcan de estas mismas llagas, tiene mucho que ver con esa maldición que tiene la piel, maldición que, dicho sea de paso, está relacionada con el miedo al contagio. Piensa en la lepra, que fue una enfermedad contagiosa y que se manifiesta en la piel de quienes la sufren. 

–El miedo al contagio se ha convertido en una constante en estos tiempos. 

–Las consideraciones de este libro no son históricas, sino presentes. Cuando reflexiono sobre la enfermedad lo hago desde ahora, aunque el libro fue escrito antes de esta pandemia. En estos meses la enfermedad se ha hecho dolorosamente visible y nos ha marcado la vida a todos de una forma inesperada. Sin embargo, creo que la pandemia no ha cambiado la visión que teníamos sobre la enfermedad y la muerte. En todo caso, ha exacerbado una sensibilidad ya existente. La vigencia del libro se debe a que rastrea algo que ya estaba aquí, solo que, quizás, no prestábamos atención. 

La piel, Sergio del Molino

–La pregunta que usted se plantea es cómo escribir sobre la enfermedad.

–Lo interesante es la resistencia del escritor a caer en las metáforas. A veces se fracasa y resulta imposible resistirse. Susan Sontag fracasó, como fracaso yo y fracasan tantos otros. Hay un tipo de metáforas que son particularmente nocivas y dañinas para hablar y comprender la enfermedad y la propia vida de los enfermos. El escritor debe ser consciente de esto y resistirse, aunque fracase. Por lo que se refiere a mi caso, hay un elemento frustrante: rechazo la metáfora bélica, pero no siempre me es posible huir de ella. El rechazo se debe a mi condición de enfermo autoinmune: mi enfermedad se expresa como un campo de batalla bélico, como un cuerpo que se ataca a sí mismo. Ante esta situación, la pregunta es cómo puedo huir de la metáfora bélica cuando mi enfermedad actúa y se expresa justo en estos términos. Y es precisamente esta paradoja la que me parece atractiva desde el punto de vista literario. Quizás no lo sea desde lo filosófico, en cuanto el filósofo está obligado a desengranar contradicciones e ir más allá, pero los escritores jugamos con paradojas, lo que tratamos de hacer es poner en evidencia los callejones sin salida y presentar al mundo la dificultad o la imposibilidad de salir de ellos. Desde una perspectiva wittgensteiniana, los escritores nos enfrentamos a la dificultad de nombrar sin contradecirnos. 

–¿Una estrategia para no caer en la contradicción es venciendo el pudor? 

–Sí, solo que vencer el pudor es un requisito, no una estrategia. Hablar a partir de mí es un axioma, implica decirle al lector de dónde nace el texto, desde dónde está narrado y cuál es mi posición tanto estética como moral, que ambas van de la mano.

–¿Qué le han enseñado los personajes históricos que padecieron su enfermedad?

–Es difícil ponerse en la piel de según quién, pero en tanto que creadores de personajes tenemos que ser capaces de entender vidas y puntos de vista distintos a los nuestros. En esta novela hay un doble juego: un intento de entender personajes que nada tienen que ver conmigo, pero en los cuales yo me proyecto a lo largo del libro. Es el juego de miradas del que hablaba: todos esos personajes son, en parte, yo, en cuanto me veo en ellos.

Sergio del Molino6

–Usted crea personajes a partir de individuos reales. Se mueve entre la ficción y la no ficción. 

–Es imposible encasillar el libro en una sola etiqueta, escapa de la división tradicional entre ficción y no ficción. Es algo intencionado: busco escapar de cualquier forma de encasillamiento genérico. Me pienso como un contador de historias. La tradición oral está muy presente en este libro hecho de distintas historias, todas tienen algo en común, pero son diferentes, y yo voy de una a otra de la misma manera que hacemos cuando hablamos, que no seguimos un orden establecido. La novela cervantina ya era así:  Cervantes es un autor libérrimo difícil de encasillar. En El Quijote encontramos lo que podríamos llamar autoficción y distintas historias, unas contenidas dentro de otras.

–¿De qué manera las enfermedades afectan a nuestras vidas?

–Padecer psoriasis determina a las personas. La religión e incluso el misticismo han favorecido que tradicionalmente se creyera en una separación entre el cuerpo y el alma, entre el cuerpo y la mente. Incluso, desde un punto de vista posmoderno se puede hablar de esos sueños que aspiran, en nombre de una vida eterna, a prescindir del cuerpo y conservar nuestra conciencia en un ordenador. Algo así nunca será un ser humano, porque somos cuerpos. El cuerpo no es una vasija vacía, no es algo de lo que podemos prescindir. Nos determina, aunque esto lo olvidemos habitualmente, porque estamos condicionados por el pensamiento dual que separa alma y cuerpo y creemos que nuestra personalidad puede cultivarse independientemente de cómo sea nuestro cuerpo. No es verdad, no es posible. Tú eres en gran medida dependiendo de cómo sea tu cuerpo, de cómo te duele, de cómo de cruje. El cuerpo determina tu manera de ver y de estar en el mundo, así como tu manera de sentir y de relacionarte. Y esto es lo que intento ilustrar con cada una de las historias que contiene La piel

El escritor zaragozano Sergio del Molino / ALFAGUARA

–¿Su libro es una especie de carta al hijo?

–Es un conjunto de cuentos dirigidos a mi hijo, narraciones que no le puedo contar y que le dejo para el futuro. Todos escribimos con un destinatario en mente. A mí me cuesta pensar que un narrador pueda enfrentarse a la escritura y a los textos no teniendo en el horizonte a nadie en concreto. Escribimos pensando en quién nos va a leer. En el caso de mis otros libros pensaba en mi hijo y en cómo a través de todo lo que he escrito me entenderá y podrá adentrarse en temas sobre los que nunca llegaremos a hablar. En el caso de La piel las historias pueden entenderse como una ventana al mundo del padre. Si tuviera que elegir una imagen para definir este libro diría que es como esos baúles en los que se encuentran aquellos secretos que te permiten descubrir aspectos de la vida de quien ha fallecido y sobre los cuales nunca se había hablado.

–En Lo que a nadie le importa usted era el nieto y el hijo. Ahora es el padre. En ambos libros esa idea sobre el legado es uno de los temas esenciales. 

–No diré que es un tema eterno, pues sería algo osado, pero sí que el legado es un asunto recurrente en mi obra. La psoriasis forma parte de él porque se trata de una enfermedad genética. El tema de la herencia también está en La España vacía, donde reflexiono sobre qué hacen las generaciones más jóvenes con el legado de quienes les precedieron y cómo despreciamos y nos desentendemos de aquello que se nos ha dejado. Un legado puede ser algo positivo, pero también una maldición porque te obliga a posicionarte. No puedes dejarlo estar, tienes que aceptarlo o rechazarlo. En esta transmisión entre vivos y muertos se conjuga una idea sobre la identidad que trasciende la propia vida. Si no tuviera una dimensión colectiva, un legado no sería más que una colección de recortes familiares.

La España vacía, Sergio del Molino

–¿Se esperaba el éxito de La España vacía

–¿Cómo vas a esperar algo así? No. No estoy peleado con quienes usan o hacen propio el concepto, aunque a veces tengo la impresión de que el debate en torno a la España vacía va por derroteros que son ajenos al libro que escribí. Es inevitable. Yo intento mantenerme en mi posición de escritor. No ha sido fácil, porque ha habido, y las sigue habiendo, tentaciones de convertirme en otra cosa distinta. No sé, desde un político hasta un gurú o un predicador. Y para mí es un motivo de orgullo haber escapado de esto, no haberme convertido en portavoz de nada y seguir siendo quien quiero ser.  El éxito tiene una cara hermosa, muchísimos colegas firmarían por la trascendencia que tuve yo con La España vacía, pero también es perverso en cuanto te puede convertir en lo que no deseas ser.

–Ahora colabora en la radio, es columnista y ha aparecido en televisión. ¿Es difícil eso de ser escritor y estar tan presente en los medios?

–Yo no sufro, al contrario. Una de las ventajas que tiene tener un éxito como el que tuve es que puedes elegir mucho más y hacer lo que te dé la gana. Después de La España vacía se me abrieron muchas puertas, pudiendo rechazar ofertas y aceptar solo aquellas que me interesaban. Voy a la radio a pasármelo bien, a hacer el gamberro. Mi faceta radiofónica la cultivo porque me ha enriquecido mucho, tiene algo de esas tertulias de café de principios del siglo XX. Y el columnismo, en cuanto género literario, lo vivo como una faceta más dentro del oficio de ser escritor. Estoy encantado con todo lo que me ha llegado. Es impresionante la cantidad de gente que escucha la radio. Muchos de los nuevos lectores me los ha dado ella: oyentes que se han acercado a mí y a mis libros.