Marta Sanz: "La literatura no es música ambiental, debe ocuparse de los conflictos"
La autora madrileña, que acaba de publicar una novela donde vincula la Guerra Civil con la violencia contra la mujer, reflexiona sobre el poder transformador de la escritura
31 agosto, 2020 00:10Marta Sanz nunca decepciona. Es una mujer brillante que, en sus reflexiones, va siempre más allá, no se queda en la superficie; indaga y escarba en el lenguaje para sacar a la luz lo que se esconde tras palabras cosificadas e ideas que, de tan repetidas, se asumen sin sentido crítico. Con pequeñas mujeres rojas (Anagrama) concluye la trilogía que comenzó con Black, black, black y siguió con Un buen detective no se casa jamás. En esta ocasión el protagonista no es el detective Zarco, sino Paula Quiñones, que va hasta el pueblo de Azafrán para localizar fosas de la Guerra Civil. Este es el punto de partida de una narración en la que Sanz pone en cuestión el relato, envuelto en sentimentalismo y grandilocuencia, que se ha construido en torno al conflicto bélico de 1936 y a sus víctimas. Como en otras novelas, la escritora presta atención a la violencia física y simbólica presente en las relaciones humanas, estableciendo así un paralelismo entre los cuerpos de las mujeres y las víctimas de la Guerra Civil.
–¿Por que ha elegido escribir el título de su novela con minúsculas? ¿Es una declaración de intenciones?
–El uso de las minúsculas responde al intento de devolver la literatura a ese territorio de experimentación y jugueteo gamberro. Se suele pensar que la literatura debe ser sujeto, verbo y predicado, asimilando de esta manera todos los estilos hasta el punto de que, de la misma manera que existe una gentrificación de las ciudades, hay también una gentrificación de los estilos, que hace que todos los libros sean el mismo libro. Forma y contenido son indisolubles y, por tanto, considero que el estilo también es lo que se cuenta. Con la pequeña travesura de utilizar solo minúsculas hago una llamada de atención para recordar que la literatura es un espacio para experimentar, es el lugar de los caligramas, donde la sintaxis puede ser un ejercicio de violencia, donde hay que romper los tópicos lingüísticos. El título, efectivamente, es una declaración de principios en torno a mi idea sobre la literatura.
–¿Las minúsculas ponen en contraste la pequeñez de las mujeres rojas [adjetivo con el que define su ideología] con su fortaleza y arrojo?
–Sí, esa p minúscula es significativa. Está subrayando la pequeñez de esas mujeres, entre las que me incluyo y, seguramente, nos incluimos muchas, que vivimos internamente una terrible contradicción: somos responsables, fuertes y trabajadoras pero de repente, en el espacio de las relaciones sentimentales, nos convertimos en frágiles y vulnerables por lo que hemos aprendido e interiorizado. Las lectoras de este libro somos pequeñas mujeres rojas que nos tenemos que rebelar contra ese aniñamiento al que nos conducen las relaciones. En este sentido, cuando nos enamoramos todas somos un poco Alicia en el país de las maravillas después de haberse comido la galleta reductora.
–Así son las dos protagonistas de la novela.
–Sí, los principales personajes de la novela, Paula Quiñones y Julita Melgar, comparten esa condición de pequeñas mujeres rojas. Paula es fuerte, comprometida, tiene iniciativa, pero en su relación con Zarco es pequeña. Julita representa a esa mujer fantasiosa que, por su creatividad, su excentricidad y su contacto con personas peligrosas desde el punto de vista ideológico durante una determinada época es arrumbada en el saco de las locas. Lo que le pasa a Julita le pasó a muchísimas mujeres, como cuenta Kate Millet en Viaje al manicomio (Seix Barral), que por su excentricidad, su feminismo y su ideología está considerada más loca de la cuenta.
–El manicomio fue una institución que durante el franquismo, y también en los países llamados democráticos, sirvió para reeducar a jóvenes fuera de la norma.
–Absolutamente. Como te decía, lo que une a Julita y a Paula es la fragilidad en relación con la vivencia del amor. Julita es protegida por Jesús Beato de una manera opresiva, le pone una losa encima, la mata en vida.
–En Lección de anatomía, pero también en otras obras suyas, ha reflexionado sobre cómo las relaciones amorosas son relaciones de dominación y acerca del hecho de que las mujeres creemos que el amor es ceder, estar por debajo del hombre.
–Sí, hemos asumido que el amor implica estar por debajo, tener el deseo terrible de ser violentadas, tal y como hemos aprendido del imaginario popular. No hay más que ver las representaciones de Susana y los viejos, El Rapto de las Sabinas o la adaptación de esta leyenda en 7 novias para 7 hermanos. Nosotras, nuestras madres y nuestras abuelas, nos hemos criado en una sociedad en la que se daba por hecho que ser amada y ser deseada implicaba ser fiscalizada, poseía o ser retirada del espacio público. De esta manera, el concepto de deseo de las mujeres implicaba vivir encadenada y controlada constantemente. Se definía a partir de esas expectativas masculinas que habían cristalizado en representaciones culturales que dejaban claro quién era la voz dominante.
Esta idea del deseo y su representación en pequeñas mujeres rojas se hace evidente en la entrevista que se recoge entre Marguerite Duras y Francis Bacon, quien reconoce que en el arte hay determinados temas que le aburren y que a él lo que le interesa es plasmar el sistema nervioso de los artistas a través del estilo y de los temas que ellos eligen. ¿Por qué te cito esta frase? Porque en pequeñas mujeres rojas para mí era fundamental representar la violencia contra el cuerpo de las mujeres de tal manera que el lector no la pudiera interpretar de forma complaciente ni encontrara en dicha representación morbo, placer estético o sexual. No quería ofrecer una representación que, por decirlo de alguna manera, se pudiera colgar en el dormitorio.
–Dicho de otra manera, no quería hacer bonitas estas escenas.
–Por eso insisto: lo que convierte un texto en político, además del tema, es el modo de representación del tema. Yo quiero sacar la violencia contra el cuerpo de las mujeres de esa normalización a la que las someten determinados modos de representación.
–En Clavícula presentas el cuerpo de la mujer de tal manera que resulta incómodo, casi violento. Aquí además reflexionas sobre cómo las mujeres hemos asumido un lenguaje que nos ha desposeído de nuestro propio cuerpo.
–En las escenas más duras de pequeñas mujeres rojas era prioritario representar el cuerpo femenino no en su momento de esplendor o más fotogénico, sino en ese instante en el que todo duele, cuando las magulladuras se hacen más grandes y todo molesta más. Para mí fue importante simbolizar esa violencia contra el cuerpo femenino a través de los artefactos que nos hieren y que pueden ser de distinto tipo. Unos son concretos y materiales, pero también pueden ser de carácter ideológico o estético, aquellos que te encorsetan y vulneran su dignidad con exigencias redobladas que hacen que para ti sea todo más difícil y doloroso. Además, esta especie de construcción del dolor a través de los artefactos que pinchan, cortan y maltratan el cuerpo está ligada a la idea de animalización: los seres humanos son ahorcados como vacas estabuladas.
–Los cuerpos violentados de estas víctimas están relacionados con los cuerpos abandonados en las fosas comunes de la Guerra Civil.
–He querido tender hilos delicados entre estos dos ámbitos. El olvido, el silencio, la fragilidad… Esto es lo que une a todos estos cuerpos, a los de los vencidos, enterrados y olvidados de la Guerra Civil, y a los de las mujeres víctimas de la violencia machista. Esta novela es política porque habla de temas sobre los que la sociedad no tiene ganas de pensar. España es el segundo país del mundo con más desaparecidos, sin embargo, nos olvidamos o, lo que es peor, lo ignoramos. El pasado se nos aparece como algo exótico que no repercute en el presente, cuando no es así. Uno de los grandes fallos de esta democracia de baja calidad es la falta de recuperación de la memoria histórica. No se trata de venganza, sino de un acto de memoria y reparación. La historia sirve para entender lo que está pasando ahora.
–¿Esta novela surge al observar el auge de la extrema derecha en España?
–Yo me di cuenta de que esta novela era oportuna porque se enfrenta a los dos grandes monstruos de la ultraderecha renacida: la memoria histórica y la ideología de género, es decir, el feminismo, al que consideran un ariete capaz de acabar con otros tipos de desigualdades vinculadas con la clase, con la raza y con asuntos que para la ultraderecha son como urticarias. Diría que esta novela es política también porque aborda todos los temas que hemos mencionado, habla de la desfachatez de la ultraderecha y es una novela profundamente literaria, poética. Pide a las lectoras y a los lectores que se enfrenten a las palabras del texto con una mirada espeleológica: no se puede pasar por encima y quedarse en la corteza del texto, no se puede pasar página con rapidez. El texto reclama ser leído despacio. Metafóricamente hablando hay que ir desde abajo a arriba para tener una visión cenital y aérea de la historia. Hay que mirar desde lo alto lo que nos atañe colectivamente y observar cómo la historia se proyecta en la intimidad de cada casa. Esta manera de leer, de arriba abajo, de dentro hacia afuera, es política en estos días marcados por las prisas, los bulos, la confusión y el exceso de opinión.
–¿Te opones a la literatura entendida como consumo o como ocio?
–De lo que se trata en literatura es de resignificar las palabras. La dificultad y la dureza deberían ser pasadas por el tamiz de lo que puede ser bello y, a la vez, de lo que pone en juego nuestras capacidades intelectivas y desarrolla el espíritu crítico. Todo esto está unido a un concepto de entretenimiento distinto al habitual y que podemos definir como integral. El entretenimiento es aquello que no solo te traslada a otros lugares y te hace vivir fantasías, sino lo que te hace reflexionar sobre las zonas oscuras o poner en tela de juicios tus prejuicios. El problema es que hemos asumido que la lectura entretenida es aquella que podemos hacer con desatención, aquella que se convierte en música ambiental o en un subrayado de las máximas de una ideología dominante. La literatura, al menos desde mi punto de vista, debe ocuparse de los conflictos.
–En su libro se muestra, a través de la figura de un delator, cómo las palabras son resignificadas por el poder, que impone sus significados.
–A la hora de reflexionar sobre la figura del delator recordé las palabras de Lewis Carroll: lo importante no es saber lo que significan las palabras, es saber quién es el que manda. La misma acción, dependiendo del contexto histórico y de la forma mediante la cual el poder se proyecta sobre los ciudadanos, puede ser estigmatizada o alabada. La delación puede ser leída como un acto cívico o ser tachada de traición. Depende de quién está en el poder. Cuando se habla de la Guerra Civil se utiliza muy a menudo el término equidistancia. Para mí es peligroso. La equidistancia es una estrategia eufemística usada por los vencedores para blanquear la manera en que ellos dosificaron de forma cruel y represiva su victoria. El problema no es la guerra en sí, sino la represión que vino después. Hablar de equidistancia para buscar la pacificación en nuestro país ha sido un grave error.
–Su novela difiere de las habituales novelas sobre la Guerra Civil porque hay un componente reflexivo, ensayístico, más que sobre los hechos. ¿Le interesan las preguntas que se derivan de ellos?
–Efectivamente. Siempre se habla de la literatura como de un lugar donde damos respuesta a preguntas y a inquietudes universales. Y, en gran medida, es así. Hay un hilo conductor que hace de la literatura un lugar donde preguntarse qué es el amor o qué es la belleza, o sirve para ratificar ideas tan asumidas como que la guerra es mala. Sin embargo, esto no significa hacer de la literatura un lugar donde damos voz a los lugares comunes con un estilo bonito-literario. Para mí, en literatura, las palabras están para meter el dedo en la llaga. Para ello, las palabras deben ser violentas y, sobre todo, deben permitir formular preguntas que vayan más allá del lugar común. La literatura es el lugar donde preguntarse cómo los vencedores administraron su victoria, por qué se propició determinada guerra, qué consecuencias económicas tuvo, qué papel tuvieron las mujeres. Debe ir a lo pequeño, que es lo que nos importa y lo que finalmente ratifica la supuestas injusticias estructurales y sistémicas.
–¿Hay que romper clichés a la hora de describir las injusticias y a los verdugos?
–Estamos acostumbrados a leer novelas sobre la banalidad del mal y a que nos digan que los nazis eran seres humanos que querían a sus familias y eran grandes lectores. Bien, lo sabemos, pero toca saber que los seres humanos somos lo que somos por cómo nos comportamos en nuestra casa, pero también por cómo somos en el espacio público. Esto tiene que ver con la reivindicación de las ideologías: durante años nos han dicho que las ideologías son malas per se y no es así. Las ideologías nos ayudan a desarrollar nuestro sentido crítico, forman parte de nosotros, nos constituyen. Cuando se nos despoja de nuestros criterios, de nuestra forma de valorar el mundo, se nos desactiva.
–¿No hay nada fuera de la ideología?
–La máscara de la neutralidad y de la pureza es una cosa sacramental. En pequeñas mujeres rojas esta falsa idea está representada por la figura de Jesús Beato, que les dice a sus familiares que pueden tener ideas, pero no ideales porque éstos son malos y pueden desgraciar a quien los tenga. Las ideas, sostiene Jesús Beato, permiten crecer empresarialmente. Hemos vivido mucho tiempo en un mundo en el que se han demonizado los ideales mientras se ensalzaban las ideas, eso sí, siempre y cuando coincidieran con la épica del neoliberalismo. Beato representa todo esto y está rodeado de un aura religiosa que lo sitúa aparentemente en una especie de asepsia, por encima del bien y del mal. Y digo aparentemente, porque, en realidad, él se yergue sobre el secreto, el silencio, la sangre y la injusticia.
–¿El apellido Beato es una ironía?
–Sí. Es un gesto irónico el conectarlo con el nacionalcatolicismo y hacer que Paula, la primera vez que se aloja en el hostal, vea a toda la familia como si fueran las figuras del belén: Beato en el centro y todos alrededor, como pastores o reyes magos.
–Como en Farándula, mezclas ficción y realidad. En pequeñas mujeres rojas encontramos la historia de una mujer que fue fusilada con el sonajero de su bebe en el bolsillo.
–Quienes nos dedicamos a escribir literatura tenemos la ventaja de que podemos entreverar la realidad con la ficción y la historia con lo legendario sin ser deshonestos. la literatura refleja la realidad, pero también la construye y puede intervenir en ella. La memoria es un relato y todo relato tiene algo de memoria. Para mostrar de qué manera el pasado está en el presente recogí este hecho real acaecido en la Fosa de los Milagros, en Burgos y también recuperé testimonios y fragmentos de una realidad que van saliendo a la luz a medida que vamos sabiendo más cosas sobre las fosas y los desaparecidos. Las fosas están llenas de historias humanas que me han permitido crear mi orfeón de niños perdidos y mujeres muertas que hablan, hablan, hablan…
–Usa un humor muy particular.
–Para mí fue importante sacar el relato de la memoria de esa aura de solemnidad y sentimentalismo, evitando la grandilocuencia y lo sentimentaloide. Recurrí al sentido del humor cáustico y doté a los muertos de un humor insecticida a través del cual expresan su indignación y su ira, pero también su compasión y su curiosidad por el presente. Creo que hay que sacar los relatos de los moldes habituales para que no se conviertan en música de ascensor.
–En su trilogía cuestiona los relatos sobre la violencia.
–Sí, los tres libros hablan de una violencia estructural y de cómo se cuela en la vida íntima de las personas. Black, black, black reflexiona sobre la violencia de un género negro que trata como clientes a los lectores porque no les da nada más que elementos previsibles y convierte la novela negra en un género de consumo. En Un buen detective no se casa jamás se parodiaban los recursos de la novela sentimental y en pequeñas mujeres rojas se propone un relato de la memoria en el que el humor no es incompatible con el sufrimiento.
–En el orfeón de voces he visto ecos de Edgar Lee Master, el escritor norteamericano.
–Claro, la Antología de Spoon River está ahí, como también está el Pedro Páramo de Juan Rulfo, las novelas de Alfons Cervera o de Zúñiga. Hay muchas voces, muchos ecos y reverberaciones, porque he trabajado con la idea de que los seres humanos nos creemos singulares, pero no somos más que una amalgama de voces dentro de voces. Desde un punto de vista narrativo somos una especie de mosaico de voces y de relatos y esto se traduce narrativamente en los personajes y en la voz de ese orfeón de niños y mujeres asesinados. Este juego adquiere sentido a través de la escritura de Luz, ella es la que organiza los relatos y los recuerdos.
–¿El personaje de Luz es una metáfora de las implicaciones que tiene la escritura?
–Es importante que Luz escriba y dosifique sus reproches, su ira, su dolor y su rencor, recuperando materiales, algunos propios y algunos no, a los que convierte en un artefacto con significado en la conversación pública. Toda escritura es autobiográfica y, aunque utilice las máscaras de la ficción y no recoja mi peripecia vital, estoy siempre detrás de los textos, hablo de las cosas que me duelen como mujer europea, de cincuenta años, menopáusica, heterosexual y pequeña mujer roja. Es normal que se me vea la patita por debajo de la puerta, escriba lo que escriba. Las máscaras que me invento me sirven para hablar de cosas que tienen que ver con mis preocupaciones. Mi sensibilidad femenina y feminista me ha hecho a recurrir a géneros especialmente autobiográficos, como es el caso de La lección de anatomía, donde, al hablar de mí estoy hablando de mujeres de mi generación. También he recurrido a otro tipo de géneros, como el falso documental en Daniela Astor y la caja negra o el diario de enfermedad en Clavícula y también en Black, black, black, aunque aquí se trata del diario ficcionalizado de Luz Arranz, donde saca a la luz espacios de obscenidad, lugares que han quedado siempre fuera de la escena porque se consideraban secundarios. Además, por primera vez siento que siento que he aprendido cosas de los personajes.
–¿En qué sentido?
–Este punto de vista tan cachondo de las mujeres muertas y los niños perdidos me hizo analizar las cosas con menos solemnidad o con un ojo más compasivo y festivo.
–¿La literatura transforma a quien la escribe?
–Claro. Aparte de ser un sitio en el que establecemos conversaciones y pensamos cosas que merecen ser dichas a los demás, la literatura es un instrumento de indagación y conocimiento. Mientras escribo, aprendo. Y esto es maravilloso. Si no fuera así, dejaría de escribir y me dedicaría a leer enciclopedias.
–Su novela nace de su poema “Huesos”. Sus novelas forman parte de un discurso literario. ¿Hasta qué punto es posible hablar en su caso de un proyecto literario?
–Hay un proyecto, pero yo me he dado cuenta de su existencia solo a posteriori, con lo cual no sé si llamarlo así. No ha habido planificación ni intencionalidad a la hora de pensar mis distintos libros. Eso sí, después de tantas novelas, poemarios y ensayos, me he dado cuenta de que todo es coherente, pero no todo es igual. Y esto me alegra mucho, porque he sido capaz de llevar el estilo por caminos distintos, aunque sin separarme de mis fantasmas fundacionales o de mis obsesiones primitivas. He intentado que adquiriesen distintas formas y no contar siempre lo mismo. Mi manera de concebir la poesía está presente en mi prosa.
–¿No se ha convertido la memoria en un producto?
–Efectivamente, se convierte en algo publicitario tras ser pasado por el tamiz de la ñoñería equidistante. Por eso debemos reflexionar sobre la nostalgia, que es el filtro que lo hermosea todo. Ahora miramos con nostalgia ese tiempo que dejamos atrás hace tres meses. Miramos con nostalgia los bares, las terrazas, las playas y convertimos ese tiempo pasado en un paraíso perdido, cuando en realidad no lo era en absoluto, más bien todo lo contrario.