Cartas póstumas
La publicación de las correspondencias privadas de muchos escritores, años después de haber sido redactadas, sacan a la luz las vidas íntimas de los grandes autores
9 mayo, 2020 00:10Además de las que cada hijo de vecino haya escrito en las muchas vicisitudes que abarca la experiencia humana, las cartas han nutrido uno de los afluentes de la literatura. No es el más caudaloso sin duda, pero sí aquel que, con los diarios (cartas que uno se escribe a sí mismo), más entronca con la intimidad. Desde la Antigüedad grecolatina tenemos colecciones de cartas valiosas, unas con intención estética, doctrinal o filosófica; otras con mayor espontaneidad y reveladoras de las psiques y el acontecer de sus remitentes.
A veces se trata de mutiladas muestras, mitades cuando falta lo escrito por el otro corresponsal, pero en otras ocasiones disponemos de epistolarios completos, partidos de tenis vistos íntegramente sin un señor gigante que nos tape en la tribuna lo que sucede solo a uno de los lados de la red. Raro es que esas correspondencias cruzadas puedan leerse en el momento en que se escriben, salvo que seamos espías o censores. Lo habitual es que transcurran años cuando no décadas y que, incluso después de haber sido halladas en cajas de zapatos, cajones de cómodas, altillos o carpetas, hayan de sortear la espinosa cuestión de los permisos de los derechohabientes
Joven leyendo una carta junto a una ventana abierta, de Johannes Vermeer
Hay también vidas que cifran su secreto –acaso un secreto mayor, porque todas lo tienen– en unas revelaciones destinadas a ser leídas cuando ya no son vidas sino muerte. A veces escogen manifestarse en entrevistas que aparecerán póstumamente; a veces, poniendo en disposición del investigador cartas que no deben ser leídas hasta después de que el remitente y el destinatario ya no existan, sin la posibilidad de lastimar a quien ya es materia inerte y en ese instante futuro no es sino que fue. Constituyen estos epistolarios una suerte de forma de respeto y de pudor: no hurtar la información que pueda ser relevante, pero sí dejar que transcurra un tiempo suficiente para que ese mensaje en una botella que atraviesa el mar de los años no cause ningún naufragio y, por el contrario, arribe mansamente en una playa cuando el temporal haya pasado, all passion spent, “pasada la pasión” en el verso de Milton.
Existen, por otra parte, cartas que se envían a destinatarios que ya no están entre nosotros, como una especie de correspondencia post mortem con alguien admirado. En España tenemos dos ejemplos de esta invención protagonizados por mujeres. Emilia Pardo Bazán publicó en 1889 unas Cartas dirigidas a Gertrudis Gómez de Avellaneda, muerta dieciséis años antes. El siglo siguiente, Carmen Conde hizo lo mismo con otra autora, en este caso extranjera: la neozelandesa arraigada en Gran Bretaña Katherine Mansfield, muerta por una hemorragia en 1923 al subir una escaleras para demostrar lo recuperada que estaba de su tuberculosis. Conde empezó a dirigirle sus siete epístolas en 1935, recuperadas en 2019.
Emilia Pardo Bazan retratada por Joaquín Vaamonde Cornide
Se acaba de publicar este año otra correspondencia, la del editor Jaime Salinas a su pareja, en la que narra su paso por Seix Barral, Alianza y Alfaguara y da cuenta de los muchos intelectuales y escritores con los que disfrutó y lidió en aquellos años: Cuando editar era una fiesta. Correspondencia privada (Tusquets). Salinas tuvo una discusión con su hermana Solita relativa a la publicación de las cartas que el padre de ambos, el poeta Pedro Salinas, dirigió a otra Katherine: su amante la hispanista Katherine Whitmore. Una selección de 151 cartas de las 354 depositadas por la destinataria en la Biblioteca Houghton de la Universidad de Harvard se publicó finalmente en 2002, tres años después de que pudieran por fin consultarse.
Las prisas de la muerte tienen mucho que ver con el origen de ciertas cartas. Robert Scott, el conquistador del Polo Sur, escribió en 1912 una carta póstuma a su esposa cuando ya veía su próximo final, helado y en las circunstancias más adversas. La misiva iba dirigida en una ucronía de lo más realista, una vez asumida la inmediata muerte, “a mi viuda”. La carta fue hallada meses después junto con su cadáver y el de los dos últimos supervivientes (siempre se sobrevive hasta que se deja de hacerlo) de la expedición.
Un caso frecuente, no necesariamente relacionado con la literatura, es el de las cartas de los que van a ser ejecutados o de los suicidas, dirigidas al juez o a los deudos. O las escritas como testimonio del horror: es el caso de Cartas póstumas del Holocausto, con las que muchos judíos se despidieron antes de ser sometidos a la ignominia. Igualmente, en este terreno de la desesperación, otras cartas se dirigen a la persona amada. Una anomalía fueron las enviadas por Sylvia Plath a una amiga íntima y anterior psiquiatra durante la semana previa a meter su cabeza en el horno y poner fin a su vida, desesperada de su relación con su marido Ted Hughes. Se han incluido en 2018 en el segundo tomo de su epistolario completo. La respuesta de Hughes a ese final trágico fue un conjunto de poemas que tituló Cartas de cumpleaños (versos siempre dirigidos a ella en segunda persona) y que decidió no publicar hasta que estuvo cerca su propio fallecimiento: murió de cáncer en 1998 y ese año vieron la luz. Otro ejemplo de cartas suicidas es el de la autora taiwanesa Qiu Miaojin. Cartas póstumas desde Montmartre gozaron un pequeño éxito tras la muerte de la joven.
En las últimas semanas hemos tenido conocimiento de dos vastas colecciones que van a iluminar a dos de los grandes intelectuales del siglo XX, unidos, además de por el destino de sus epistolarios secretos, por una paronomasia: T. S. Eliot y George Steiner. Del primero han salido a la luz el 2 de enero las más de mil cartas que dirigidas a una amada de juventud, luego convertida en amor imposible por culpa de él más que de ella, alumbran como pocos testimonios su biografía y la génesis de su obra.
Emily Hale las fue recibiendo entre 1930 y 1947 (prácticamente las mismas fechas que las de Salinas a Whitmore, comenzadas en 1932), y cuando Eliot después de cortejarla y marearla en sus epístolas decidió darle calabazas y contraer matrimonio tras enviudar de su primera y trastornada esposa, Vivien Haigh-Wood, ella las depositó en el archivo de la Universidad de Princeton con la condición de que solo fueran legibles a partir de este año. Varios investigadores estaban al acecho y desde entonces van escudriñando esa correspondencia (únicamente las cartas enviadas por el autor de La tierra baldía, pues las de Hale fueron destruidas por este). Leen, anotan, glosan. Solo pueden divulgar paráfrasis, porque la edición del corpus está en proceso y verá la luz, se prevé que el año que viene, en el conjunto de la correspondencia eliotiana que lleva ya ocho volúmenes publicados y que de momento solo llega hasta 1938.
Emily Hale en una imagen de 1956
La International T. S. Eliot Society ha tenido el detalle de ir participando de los hallazgos por medio de la profesora Frances Dickey, quien comenzó el pasado 24 de diciembre un blog dedicado exclusivamente al asunto de esas cartas. Las entradas comenzaron siendo diarias, según lo leído por Dickey durante la jornada. Luego se han ido publicando tres o cuatro a la semana, todas llenas de noticias valiosas para el interesado en Eliot. Emily Hale se convierte así, a ojos del curioso, en la principal llave para adentrarse en los recovecos de la sensibilidad del poeta y en el contexto en que se crearon muchas de sus obras. Además, esas cartas contienen fotos, cartas de otros (de Virginia Woolf o Ezra Pound) y versos inéditos que el autor de Cuatro cuartetos consideró de circunstancias y no recogió en sus libros.
Hale dio su versión de esa relación con Eliot y este, cuando supo que ella iba a depositar en Princeton las cartas que se han hecho accesibles ahora, bufó y sacó las uñas como uno de los gatos de su divertimento convertido por otros en exitoso musical y ruinosa película, despachando la historia de aquel amor con una displicencia sonrojante. La biógrafa de Eliot en dos tomos, Lyndall Gordon, ya prepara un nuevo libro en el que, basándose en estas cartas, se ocupará del poeta y su relación con las mujeres.
El poeta norteamericano T.S. Eliot / T.S.ELIOT FOUNDATION
Un mes después de abrirse la caja de los truenos eliotianos (una se las secciones de La tierra baldía se titula “Lo que dijo el trueno”), moría el sabio George Steiner. Este concedió a su amigo el filósofo Nuccio Ordine una entrevista póstuma, destinada a publicarse al día siguiente al de su muerte. En ella revela algo más. Preguntado por cuál era el secreto más importante que quería revelar en esa entrevista, Steiner dijo que a lo largo de casi cuarenta años había estado dirigiendo a una interlocutora, cuyo nombre no quiso hacer público, cientos de cartas que representan su diario, en el que ha contado la parte más representativa de su vida y los eventos que han marcado su cotidianidad: “En esta correspondencia he hablado sobre los encuentros que he tenido, los viajes, los libros que he leído y escrito, las conferencias y también episodios normales y corrientes”.
En ese diario compartido con su destinataria, Steiner volcó, además del día a día, incluso sus sentimientos más íntimos junto con reflexiones estéticas y políticas. Ese legado de cartas se conservará en la Universidad de Cambridge, en un archivo del Churchill College, donde era catedrático emérito, “junto con otras cartas y documentos que dan testimonio de las etapas de una vida quizá demasiado larga”. La voluntad del escritor y pensador fue que ese diario en cartas se sellara y solo pueda consultarse a partir de 2050, “es decir, después de la muerte de mi esposa y (quizá) de mis hijos. Se harán públicas cuando muchas de las personas cercanas a mí ya no estén. ¿Las leerá alguien después de tanto tiempo? No lo sé. Pero no podía hacerlo de otra manera”. Steiner, lo mismo que su padre en otro acervo ahora independiente, ya tenía depositados muchos papeles en los archivos del Colegio. El conjunto de esos documentos, que cubren los años 1929-1997, ocupan ocho cajas. No sabemos cuántas contendrán esta nueva y secreta correspondencia que no se podrá leer hasta dentro de treinta años, pues en el sitio de Internet de la institución no se hace aún mención a ella. Hay vidas que no terminan con un punto final, sino con puntos suspensivos.