Fueron casi cinco décadas de amistad y de asidua correspondencia, pero Hermann Hesse nunca consiguió vencer esa distancia propia de toda profunda admiración reverencial. A pesar de la cercanía que Thomas Mann le llegó a mostrar en sus misivas y de que, casi desde el primer momento, se dirigió a su interlocutor con un “Querido amigo” o “Querido Hermann Hesse”, para el autor de Siddhartha su interlocutor siempre fue “Señor Thomas Mann”. Si bien es cierto que, a partir de 1947, en algunas cartas introdujo la fórmula “Señor y amigo”, Hesse nunca dejó de escribir con la conciencia de que se estaba dirigiendo a un maestro, que siempre le trató como a un igual. Y es que si algo le disgustaba al autor de La montaña mágica era que la crítica no reconociese como era debido el talento de Hesse, a quien el éxito y el aplauso le llegaron mucho después que a su amigo. 

El epistolario cruzado entre ambos autores que publica la editorial Stirner, con el prólogo que Josep Maria Carandell escribió para la edición de 1977 de la editorial Muchnik, es testimonio de esa “Europa del espíritu”, tal y como la definiría el crítico Ernst Robert Curtius. Esa alma europea se expresaba en la íntima amistad de intelectuales que, sin embargo, eran conscientes –y escribían desde esa consciencia– de que sus misivas serían en el futuro leídas como testimonios amargos y lúcidos de unos años en los que, como diría Adorno, en la razón ilustrada creó sus peores monstruos. 

Los dos escritores se conocieron en 1904 en casa de los Fischer, editores de ambos, pero su correspondencia, al menos según este epistolario, no comenzó hasta el primero de abril de 1910, fecha en la que Mann agradecía a Hesse un artículo que este le había dedicado a raíz de la publicación de Alteza Real. Fue en la década de los treinta cuando la correspondencia se hizo más intensa, en concreto, a partir de 1933, año durante el cual se celebraron las últimas elecciones de la República de Weimar y tuvo lugar el ascenso del nazismo liderado por Adolf Hitler. Sus cartas son reflejo de la incertidumbre con la que ambos escritores vivían aquellos años: desde su refugio suizo, en concreto en el Cantón del Tesino, Hesse pasa de la más absoluta decepción ante las promesas incumplidas de Weimar hasta una profunda preocupación por el ascenso del nacionalsocialismo, preámbulo de una guerra que el escritor nacionalizado suizo ve inevitable. 

Herman Hesse y Thomas Mann en 1932 / DLA

Herman Hesse y Thomas Mann en 1932 / DLA

Como Romain Rolland, con quien mantuvo una estrecha amistad, Hesse fue un convencido antibelicista –se presentó voluntario y fue destinado a Berna donde se hizo cargo de la librería de los prisioneros de guerra alemanes– y sobre todo antinacionalista. En su artículo ¡Oh, amigos, no con esos acentos! trató de disuadir a los intelectuales alemanes del discurso nacionalista cada vez más imperante. Fue acusado de traidor, algo que recordará en más de una carta enviada a Mann, con quien mantuvo algunas diferencias ideológicas. Mann, en las primeras dos décadas del siglo XX, había sido un ferviente republicano que abrazó el “entusiasmo nacional”.

En sus cartas, asistimos al progresivo desencanto del escritor, quien, en sus primeras misivas trata de convencer a su amigo para que, tras abandonarla en 1926, vuelva a ingresar en la academia prusiana, algo que Hesse rechaza tajantemente. Había dimitido ante la postura de Alemania y su intelectualidad en la Primera Guerra Mundial. Su oposición a la República de Weimar y el apoyo que la academia recibía por los intelectuales germanos fueron motivos suficientes para rechazar todo posible reingreso. Fiel a sus principios, Hesse se mantuvo más constante en sus ideas que Mann, que, sin embargo, ya en 1933 no solo no le animaba a formar parte de la academia, sino que comienza a distanciarse de aquel proyecto político en el que había confiado. 

“Su actual situación me preocupa muchísimo y por motivos muy diversos. En parte porque yo mismo, durante la guerra, viví una experiencia bastante similar, que en mi caso cristalizó no sólo en una completa renuncia a la Alemania oficial, sino también en una revisión de mis ideas sobre la función del espíritu y la literatura en general”, escribe Hesse el 21 de abril de 1933 en una carta en la que resume el conflicto al que se enfrentan ambos escritores: “El tener que despedirnos de conceptos que amamos mucho y alimentarnos largo tiempo con nuestra propia sangre”. Esta correspondencia cruzada prolonga la despedida hasta los últimos años de esa década. El regreso a Europa, tras varios años de exilio en Estados Unidos, fue para Mann una forma de reconciliación con su país. Fue una breve –el escritor moriría poco tiempo después, en 1955– y tardía reconciliación; como constata Hesse en una carta de 1950, ambos habían envejecido y ya quedaban pocos compañeros de viaje. 

Edición en ingles de las cartas entre Hesse y Mann

Eran muy diferentes, pero su amistad nunca se vio afectada por esta razón. Los unía su interés por Goethe y por Nietzsche, aunque por motivos distintos, y los hacía discutir la figura de Wagner, a quien Mann admiraba y sobre el cual escribió un extenso ensayo –Richard Wagner y la música– y la emblemática conferencia, Sufrimiento y grandeza en Richard Wagner, por la cual fue tachado de persona non grata en la Alemania de los treinta. Compartieron tribulaciones, si bien el autor de Los Buddenbroock reconocería que, a diferencia de su amigo, él tardó en ver la senda política que estaba tomando su país. No solo terminaría dándole la razón a Hesse, sino que aplaudiría en más de una ocasión su rectitud y sus principios inquebrantables.

Más allá de las cuestiones personales –las parejas, los hijos, los problemas de salud– las cartas entre estos premios Nobel son el legado de dos testigos lúcidos de una de las épocas más oscuras de Europa. Su amistad fue una especie de refugio y un espacio para la reflexión, donde preguntarse qué papel tenían que jugar tanto ellos como su literatura. Ambos vivieron con preocupación el hecho de que sus obras pudieran utilizarse políticamente a la vez que se interrogaban cómo gestionar su compromiso con una idea de ciudadanía. La vida, el arte y el compromiso político en sentido amplio son los ejes fundamentales de estas misivas, expresión de resistencia cuando las luces de la razón se apagan.

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