Ilustración de Louise Bourgeois / ARTURO ESPINOSA (Creative Commons)

Ilustración de Louise Bourgeois / ARTURO ESPINOSA (Creative Commons)

Letras

Louise Bourgeois, rastros, huellas y esculturas

Jean Frémon, galerista y amigo de la artista francesa durante más de treinta años, retrata la vida y la obra de la escultora en dos libros, uno de recuerdos y otro de ficción

22 noviembre, 2019 00:00

El arte contemporáneo sería diferente sin Louise Bourgeois (1911-2010). El reconocimiento le llegó tarde, alrededor de los 70 años, cuando inauguró en el MoMA de Nueva York la exposición Louise Bourgeois, una retrospectiva, la primera exposición de una mujer artista. Llevaba trabajando como creadora desde los años 40. En sus obras abandonó el mito del gran pintor: aquel que producía cada diez años versiones distintas de la misma hegemonía, expresionismo, abstracción, pop art. Empujada por otras mujeres del panorama artístico, como Nancy Spero, hizo de la escultura y la instalación sus herramientas principales, además de presentar temas tabú hasta el momento, como el cuerpo y sus circunstancias.

Durante treinta años tuvo como galerista y amigo a Jean Frémon. El escritor y presidente de la galería Lelong es autor de ensayos sobre artistas contemporáneos, poemarios, novelas y cuentos. Sobre Bourgeois ha escrito varios libros, entre ellos, Louise Bourgeois, mujer casa (2016) y Vamos, Louison (2019), publicados por Elba. Aunque los diarios, textos y piezas de la artista son las mejores fuentes para conocerla, estos dos libros permiten ahondar en los centros y derivas de su vida. Escribe Frémon que Louise Bourgeois, mujer casa es una selección de notas, recuerdos de visitas y conversaciones durante más de 25 años. Sin embargo, estos fragmentos van más allá: recogen una síntesis del pensamiento y el proceso de trabajo de la artista. Son aproximaciones y comentarios inteligentes que, gracias a la voz poética del autor, muestran la carga emocional presente en sus obras.

La biografía va intercalándose entre los textos y crea formas literarias puras, casi microrrelatos, en los que aparece evocada, cercana y familiar. Asistimos a los momentos definitivos de su vida, crueles algunos e injustos otros, que solo pueden ser contados gracias a la pericia narrativa de Frémon. Primero, el recuerdo y la memoria los aleja: luego, se posan hasta que pueden transformarse en material novelístico. El intento de suicidio, la exclusión del padre al nacer, los últimos días de la artista, las suspicacias paternas por dedicarse al mundo artístico, la razón por la que decide posar con su escultura Fillette, gran falo, en las fotografías de Mapplethorpe para el catálogo del MoMA y que luego el maquetador censura, etc.

Frémon sigue los mismos pasos que Bourgeois. Por un lado, reconstruye el pasado con los documentos que guarda, las vivencias con la artista y su obra y, por otro, crea formas artísticas a partir de ellos, fragmentos literarios de gran sensibilidad (cuidadosamente traducidos por Milena Busquets en el caso del primer libro e Ignacio Vidal-Folch en el segundo). El respeto y la fidelidad por la artista son enormes. Los dos libros se construyen prácticamente siguiendo la cronología de su vida.

Primero, reflexiona sobre la historia visible y oculta de las imágenes y, más tarde, sobre la relación con las palabras, convertidas en piezas artísticas y diarios: “Escribe, piensa por escrito, reacciona a las tensiones, a los conflictos, a los deseos, reprimidos o satisfechos”. También repasa sus obras principales: los cuadros femme-maison, mujer-casa, con figuras de mujer atrapadas en su propio domicilio, lugar y cárcel; o las instalaciones Cells, célula y celda, principio y negación de la vida. Sin olvidar la escultura escénica, La destrucción del padre, o la liberación del deseo de matar al padre y las arañas o maman, madres que ofrecen cobijo bajo sus patas pero presentan formas extrañas y amenazantes.

Escultura de una araña gigante en el Museo Guggenheim Bilbao.

Escultura de una araña gigante en el Museo Guggenheim Bilbao.

El autor tiene momentos brillantes. Su erudición es esclarecedora. Los significados per se de la metáfora y el símbolo; el valor de las formas (espirales, pliegues, vacío); la relación entre las esculturas, la tensión corporal y el orgasmo; el recorrido de las representaciones de santas y vírgenes del siglo XVI o la araña. Una de las representaciones preferidas de Bourgeois que él convierte en el hilo conductor de la novela. Utiliza las descripciones y los nombres de las arañas para que el lector construya imágenes del animal y él pueda reflexionar sobre su simbología: “La emboscada es la técnica favorita de la araña […]. La forma está en el interior. La interioridad es su esencia. La forma es el contenido”. 

No es vano que una década después de publicar Louise Bourgeois, mujer casa, el autor elija el género de la novela para volver sobre la artista. La ficción le permite contar cosas que no habría hecho de otra forma y, sobre todo, decirle cosas que nunca pudo comentarle. La relación con el padre o su desacuerdo con las tardes de domingo que dedicaba a los amigos y alumnos. Asistimos así a la intimidad de la artista, que él compartió, y a los hechos que dieron lugar a sus piezas: el encuentro con una sardina, un ventilador o una manzana. “Forma surgida de la memoria se convierte en la metáfora de una inclinación, la artista capta lo real y le infunde lo íntimo”. Dada la cercanía con que la trata, no le resulta fácil concluir la novela. Aún así, lo consigue. No desvelaré el final. Baste un fundido en negro, el mejor lugar para pensar en las obras de la gran Bourgeois.