La filóloga Rosa Navarro. / LENA PRIETO

La filóloga Rosa Navarro. / LENA PRIETO

Letras

Rosa Navarro Durán: "Detrás de todos los ataques que recibo está Francisco Rico"

La catedrática de la Universidad de Barcelona defiende la necesidad de adaptar los autores clásicos a los niños y asegura ser víctima de una campaña de desprestigio

21 octubre, 2019 00:00

Catedrática de Literatura española por la Universidad de Barcelona, Rosa Navarro Durán ha dedicado su vida a la lectura de los textos clásicos y a su interpretación. Ya jubilada, sigue leyendo y releyendo, buscando respuestas a los interrogantes que las grandes obras siguen formulando. Acaba de publicar un ensayo, María de Zayas y otros heterónimos de Castillo Solórzano, en el que sostiene que la escritora María de Zayas no exisitió y que su nombre es un heterónimo del escritor Castillo Solórzano. Suya es también la tesis de que el autor de El Lazarillo es Alfonso de Valdés. Además de investigar, se dedica a la divulgación: ha adaptado para niños clásicos de la literatura española, un trabajo del que se siente particularmente satisfecha.  

–Usted ha dicho que “la historia de la literatura se lee como la Biblia”.

–Yo intento fijarme en los textos, pero no con el objetivo de cambiar su interpretación porque sí. Se burlan de mí y me acusan de querer cambiar las cosas, pero no es así. Lo que yo hago es leer con cuidado y no fiarme de lo establecido: cuando veo algo que no encaja con lo que dictamina la historia de la literatura no me preocupo por la contradicción, sino que busco comprender únicamente el texto. Intento encontrar las pruebas que me permitan argumentar para posteriormente, si es necesario, proponer una nueva lectura.

–Usted afirma que Alfonso de Valdés fue el autor del Lazarillo y que María de Zayas es un heterónimo de Castillo Solórzano. 

–Yo soy un poco francotiradora, en parte porque no estoy inserta en ninguna sociedad académica, si bien soy catedrática de universidad y no me quejo en absoluto. Yo no buscaba desmentir nada sobre María de Zayas porque era de una mis autoras preferidas y le había dedicado un par de artículos y alguna charla. El año pasado Alianza Editorial me propuso hacer una antología de las dos colecciones de novelas de De Zayas, Las novelas ejemplares y amorosas y El desengaño amoroso. Yo acepté encantada porque además de gustarme se trataba de una escritora cuya obra conocía.

Hacer una antología no significa hacer un análisis del texto, sino ir al texto. Todo lo que descubro es gracias a una lectura minuciosa; llevo muchos años dedicándome a esto. Ciertas cosas que descubro en los textos no las habría podido ver antes, cuando tenía menos años de profesión y menos lecturas a mis espaldas. Solo ahora me doy cuenta de ciertas cosas y solo ahora me atrevo a hablar públicamente de ellas. Estoy jubilada y puedo hacer lo que me da la gana. 

La filóloga Rosa Navarro / LENA PRIETO

–¿Se siente ahora más libre?

–Sí. Ya no tengo el compromiso de las clases. En estos últimos veinte años, teniendo ya una edad, me he atrevido a decir muchas cosas que antes no hubiera osado decir. Me siento contenta con la jubilación: ahora no tengo que dar clase, corregir ni participar en tribunales. Todo esto acabó por agobiarme. Ahora tengo el tiempo para mí y hago un poco lo que quiero. Trabajo por encargo, felizmente. Ahora estoy con dos libros que tengo que presentar antes de finales de año y este ensayo sobre María de Zayas fue también un encargo, igual lo fue el editar su colección de novelas para Alianza.

–Trabajando en la antología encontró la frase con la que arranca su investigación.

–Me encontré con la siguiente frase: “Me conocéis por lo escrito, más no por la vista”. No tiene mucho sentido que una autora escriba esto, que nos advierta de que podemos leerla, pero no podemos verla. Algo parecido decía Lope de Vega, que también tiene un heterónimo, Tomé de Burguillos. Cuando habla de él, dice: “Podéis leerlo, pero no lo veréis, porque va con un traje tan humilde que no se deja ver…”.  En María de Zayas encontramos el mismo juego. ¿Cuáles eran las posibilidades que se escondían tras esta frase? Hay que tener en cuenta que apenas se tienen datos sobre María de Zayas y los pocos datos que hay son inventados. Se llegó a decir que vivía con Ana Caro y que las dos eran lesbianas. 

–¿Existe, sin embargo, una partida de nacimiento?

–Sí, hay una partida de nacimiento de una tal María Zayas, pero, ¿quién dice que este nombre corresponda al de la escritora? Además hay tres certificados de fallecimiento de María Zayas. Algo falla. Por esto, ante esa frase, me planteé la posibilidad de que fuera una monja, pero, de ser así, sus compañeras de convento la conocerían. Entonces me di cuenta de que la única opción plausible era que María de Zayas no existiera y que fuera un hombre. A partir de esta hipótesis releí con atención el párrafo en el que está inserta dicha frase,  que es una reivindicación de la mujer por parte de la supuesta escritora. 

–Sorprende, leyendo los textos firmados por María de Zayas, que la reivindicación feminista que los define fuera hecha por un hombre del siglo XVII. 

–Es un juego de Castillo Solórzano. Un disfraz. Leyendo los textos observé que hay una reivindicación feminista en el marco, pero que los discursos de los personajes son machistas. Si lees El prevenido engañado  te darás cuenta: el protagonista, Fadrique, va diciendo que teme mucho a las mujeres listas porque te engañan y, efectivamente, todas las mujeres listas con las que está le timan. Así que decide casarse con una mujer tonta, que no solo le sigue engañando, sino que le cuenta cómo le engaña. Al final Fadrique llega a la conclusión de que es mejor una mujer lista porque te engaña sin que tú lo sepas. ¡Esto no es una tesis feminista! 

–¿Hay más ejemplos?

–Fíjate en lo que dice Fenisa, la protagonista de La traición en la amistad: “En mi alma hay lugar / para amar a cuantos veo […]. Tantos quiero cuantos miro”. ¿Tú te crees que una mujer, a principios del XVII, podía crear un personaje femenino que dijera una frase así? ¿Es lógico pensar que a principios del XVIII una mujer creara un personaje femenino que dijera “muchos amantes en mi alma caben"?. No puede ser. Piensa en Leonor de la Cueva, que en su única pieza teatral crea el personaje de una mujer fiel por encima de todo. El personaje que encontramos en La traición en la amistad es un Don Juan femenino, figura muy peligrosa, pues desemboca en la prostituta. 

–Un personaje así, por tanto, no resulta verosímil. 

–Has dado la clave. Nosotros, desde nuestro tiempo y nuestra perspectiva, podemos aceptar un personaje así, pero no en el siglo XVII. 

–Antes me comentaba que solo ahora se atreve a exponer sus hallazgos. 

–Sí, porque tengo muchos años en el cuerpo. Me atacan continuamente. Hoy mismo se me ataca en El Cultural . Detrás de todos los ataques que recibo está Francisco Rico. Si esto me hubiera pasado de joven me hubiera hundido, pero ahora ya sé que me atacarán. No espero nada. Siempre me ha dado miedo no poder comer. He conseguido tener una cátedra en la universidad y ahora tengo una pensión asegurada, así que si no como es porque se hunde el Estado. No ansío ningún tipo de premios ni nada. Y esto es lo que me da libertad. 

Rosa Navarro durante la entrevista en su casa / LENA PRIETO

–¿Su condición de mujer dentro del mundo académico favorece las críticas?

– No sé si afecta más o menos el hecho de ser mujer, porque también me han atacado mujeres, pero de lo que no hay duda es que la universidad es un sistema jerárquico y casi siempre, por no decir siempre, los que están arriba son hombres. Ahora, sin quererlo, todas mis investigaciones chocan con una de las personas más poderosas dentro del hispanismo: Francisco Rico. Él se ensaña conmigo y el sistema jerárquico le favorece a él, que es académico y tiene poder. A mí me da lo mismo. La gran libertad radica en no pretender nada. Mi libertad es mi oficio. Si tú dependes de alguien –los padres, el marido o quien sea para comer– no tienes libertad alguna.

Siempre me he ganado la vida por mí misma y esto me ha permitido tener voz. Mi libertad radica en no ambicionar nada porque si ambicionas algún honor dependes de aquel que te lo tiene que dar. Si yo quisiera ser académica no me atrevería a decir lo que digo, pero como no lo pretendo…Sé perfectamente que nunca me van a proponer para la Academia. Todos mis enemigos están ahí dentro, así que sería una tontería preocuparme. Como te decía, no ansío ni premios ni reconocimiento. Estoy feliz con publicar mis trabajos y fui muy feliz cuando la Universidad de Barcelona, en ocasión de un homenaje, me pidió un artículo. Les dije que si podía enviarles un texto nuevo y así nació este libro sobre los heterónimos de Castillo Solórzano. 

–Los heterónimos están muy presentes en la historia de la literatura, como juego literario, pero también como forma de escabullir la censura. 

–Efectivamente. Castillo Solórzano, de hecho, no tiene solo a María de Zayas como heterónimo, sino a muchos más. La idea de esconderse detrás de los otros es muy antigua. En el siglo XVII tenemos muchas obras firmadas con seudónimos; por ejemplo, quien firma la falsa segunda parte de El Quijote se esconde tras la firma de Fernández de Avellaneda. Hasta el siglo XVI se podían publicar libros anónimos, pero a partir de 1558-1559 el Rey y, posteriormente, la Iglesia prohibieron la publicación de libros sin firma. De ahí que en el siglo XVII nos encontramos muchas obras con seudónimos.

Ahora bien, Lope, que es ingeniosísimo, va más allá: crea un heterónimo que todo el mundo conoce, Tomé de Burdillos, y le da un registro distinto al suyo. Tomé no es un hombre poético, su amada se llama Juana… Lope escribe de otra manera utilizando el nombre falso de Tomé. En este sentido, abre el camino. Por ejemplo: En unas justas de canonización de San Isidro en las que participa tanto Lope como Castillo Solórzano este último utiliza un seudónimo como también lo hace Lope, pero lo interesante es que en estas justas aparecen, además, una tal Inés de Zayas y una Antonia de Nevares, que es el nombre de la hija que Lope tuvo con Marta de Nevares. Es evidente que tras estas dos mujeres se esconden los dos escritores: ambos plantean un juego que Castillo Solórzano continua después con María de Zayas. 

–Lo curioso es que tradicionalmente han sido las mujeres las que, para poder ver publicadas sus obras, han recurrido a seudónimos masculinos y no viceversa.

–Esto es lo más interesante. Castillo Solórzano va un poco contra todo y esto es lo que más me interesa. Desde mi punto de vista, frente a un texto sin firma, es imposible saber si quien escribe es un hombre o una mujer. Como dice Lope, las almas no son ni hombres ni mujeres, el pensamiento es el mismo. Otra cosa es que el contexto influya, pero el arte de la escritura es idéntico en el hombre y la mujer. Hay personajes femeninos maravillosos creados por hombres. Basta leer La Regenta o Madame Bovary para darse cuenta. Dicho esto, lo curioso de Solórzano es que tiene más fama y más éxito cuando firma con el nombre de María de Zayas que cuando firma con su verdadero nombre. A él no le conoce nadie y eso que escribió casi cien novelas, pero su personaje de María de Zayas fue muy conocido, se tradujo al francés y tuvo éxito. Por esto crea para ella una colección de novelas. 

Rosa Navarro durante la entrevista en su casa / LENA PRIETO

–Por tanto, si a través del texto no se puede averiguar el sexo de quien escrib, es absurdo hablar de escritura femenina, como muchas veces se hace.

–No tiene ningún sentido. Es imposible determinar a partir de la escritura si quien escribe es hombre o mujer. Si tú eres un hombre y quieres hacerte pasar por mujer puedes hacerlo. Este es el caso de Castillo Solórzano, que escribe un prólogo feminista a sus novelas y nadie sospecha de su verdadera identidad. En la epístola al lector de las Novelas ejemplares y amorosas de María de Zayas leemos: “Y así, la verdadera causa de no ser las mujeres doctas no es defecto del caudal, sino falta de la aplicación; porque si en nuestra crianza, como nos ponen el cambray en las almohadillas y los dibujos en el bastidor, nos dieran libros y preceptores, fuéramos tan aptas para los puestos y para las cátedras como los hombres”.

Un discurso igual de feminista lo encontramos en El amor médico de Tirso de Molina, donde Jerónima le dice a su criada Quiteria: “Yo sigo el norte / de mi inclinación, ¿qué quieres? / Mi señor se recreaba / de oírme, cuando estudiaba. / ¿Siempre han de estar las mujeres / sin pasar la raya estrecha / de la aguja y la almohadilla?” Lo que quiero decir con esto es que la clave no está en quién escribe sino en la forma y en el contenido.  

–Si no recuerdo mal, Emilia Pardo Bazán se quejaba de que en las primeras críticas que recibió la alababan por escribir como un hombre.

–Es absurdo. Yo porque no sé escribir, pero cuando adapto los clásicos no soy ni hombre ni mujer, sino que tomo la palabra de los clásicos. Si quieres defender una tesis feminista lo puedes hacer independientemente de tu sexo. 

–Usted sostiene que Alfonso de Valdés fue el autor del Lazarillo y que el hecho de que no firmara la obra se debe a que era un convencido erasmista. 

–Tras escribir el Diálogo de las cosas acaecidas en Roma, el nuncio del Papa pregunta al emperador por Alfonso de Valdés; afortunadamente, el emperador lo protege. Alfonso de Valdés se juega la vida con este texto. La Iglesia siempre ha perseguido a los erasmistas a pesar de que formaban parte de ella. Los erasmistas eran como los que hoy, desde dentro de la Iglesia, denuncian la pederastia: están en el filo, corren el riesgo de ser expulsados. En el Lazarillo se ataca a la pederastia y a la Iglesia y a sus distintos estamentos; con estos ataques, De Valdés se la está jugando y debe protegerse en el anonimato, si bien en el título encripta su nombre. Todo escritor quiere que su autoría se reconozca. 

–¿Nadie renuncia del todo a su autoría?

–Nadie. Por esto Castillo Solórzano, al terminar la segunda compilación de novelas de María de Zayas, decide que ha llegado la hora de decir que la escritora que firma el libro en realidad no existe: “Y digo que ni es caballero, ni noble, ni honrado el que dice mal de las mujeres, aunque sean malas, pues las tales se pueden librar en virtud de las buenas. Y en forma de desafío, digo que el que dijere mal de ellas no cumple con su obligación. Y como he tomado la pluma, habiendo tantos años que la tenía arrimada, en su defensa, tomaré la espada para lo mismo, que los agravios sacan fuerzas donde no las hay; no por mí, que no me toca, pues me conocéis por lo escrito, mas no por la vista; sino por todas, por la piedad y lástima que me causa su mala opinión”. Una mujer del XVII nunca desafía y tampoco toma la espada, pero la clave está en las últimas dos frases: “No por mí, que no me toca, pues me conocéis por lo escrito, mas no por la vista”. Es toda una declaración de intenciones. Castillo Solórzano nos da la clave para que sepamos leer sus textos. Lo que pasa es que quienes nunca se han fijado en este detalle, lejos de leer lo que yo digo y volver a estudiar el texto, lo que hacen es utilizar su poder como hombres para atacarme. 

–¿Hay mucho reparo en tocar y alterar el canon? 

–Mucho. Yo estaría más tranquila no fijándome en estos detalles, pero es muy fuerte que, por no cambiar, pasemos por alto aquello que los textos nos dicen. Se utilizó, por ejemplo, el poema del catalán Francesc Fontanella dedicado a María de Zayas para afirmar que se trataba de una mujer fea, pero sin observar con atención lo que realmente dice el poeta. Afirmar, como afirma Fontanella, que De Zayas “viu ab cara varonil” no es decir que es  fea, sino que vive con rostro de hombre. Fontanella, de hecho, escribe: “Semblaba a algun cavaller/ mes jas’ vindrá a descubrir”. Es evidente que el poeta está describiendo a un hombre, pero, entonces, ¿por qué se meten vilmente conmigo? El texto está ahí, basta leerlo: “que una espasa mal se amaga/ baix las ‘sayas’ femenils”. No puede estar más claro: se refiere a un caballero y a la dificultad de esconder la espada debajo de la falda.

Rosa Navarro durante la entrevista en su casa / LENA PRIETO

–Comentaba antes que ahora ve en los textos detalles que antes pasaba por alto. ¿Se aprende a leer con los años?

–Sin duda. Por esto te decía que ahora vuelvo a leer textos leídos tiempo atrás y descubro cosas que antes no hubiera visto. Los años te enseñan a leer y a preguntarte el porqué de las cosas. Yo ahora me estoy desmintiendo a mí misma; si vas a Wikipedia y buscas María de Zayas encontrarás un artículo mío sobre la escritora y su defensa del feminismo. Hay preguntas que solo he podido plantearme y contestarme ahora, tras años de lecturas, y todavía hay preguntas que no consigo contestar. 

–¿Son importantes al estudiar los textos los aspectos biográficos de los autores?

–No soy muy partidaria del estudio biográfico. Hay que tener en cuenta que de los autores de esta época tenemos pocos datos y, en mi opinión, hay que apoyarse en documentos y no en opiniones. Por ejemplo: apenas sabemos nada de Castillo Solórzano, tenemos dos testamentos a través de los cuales sabemos con quién está casado y que tiene una hija adoptada. A través de sus dedicatorias sabemos que además servía a algunos nobles y también que participaba en algunas academias madrileñas, es decir, en una especie de tertulias literarias. Dicho esto, creo que lo que nos interesa no son los datos biográficos sino el contexto literario. Si conociéramos más a todos los poetas que se reunían en tertulia, seguro que sabríamos algo más. 

–¿Toda lectura debe ser comparada?

–Siempre. Hay que leer leyendo a los contemporáneos y colocando a cada escritor en su contexto histórico. Rico se ríe de mí porque digo que Alfonso de Valdés es el autor de Lazarillo. Dice que es imposible porque De Valdés murió en 1532 y, en su opinión, el Lazarillo fue escrito en 1550, pero es imposible que fuera escrito en 1550 porque todo lo que ahí se cuenta nos remite a los años veinte. Por esto te digo que es importante conocer el contexto histórico y el literario para entender los textos y a sus autores. No se puede, por ejemplo, entender a Castillo Solórzano sin conocer bien a Lope de Vega.  

–Usted lleva años trabajando en la divulgación de los clásicos. 

–Las colas para ir al Prado son siempre larguísimas. Vamos porque forma parte de nuestra cultura y porque nos sentimos orgullosos de la belleza que ahí se conserva, pero ¿qué pasa con los libros? ¿Por qué no los cuidamos de la misma manera? Los libros son nuestro patrimonio cultural. 

Rosa Navarro durante la entrevista en su casa / LENA PRIETO

–Cabría preguntarse si sabemos leer, si se enseña a leer. 

–He sido cincuenta años profesora y lo que puedo decirte es que la enseñanza ha cambiado mucho. Cuando era muy joven tuve la suerte de poder acudir gratuitamente a clases de Gil de Biedma; eran los últimos años del franquismo, la cultura era un refugio y había una efervescencia cultural en Barcelona impresionante. Yo daba seminarios gratuitos los sábados por la mañana y siempre estaban llenos. En mis últimos años como docente, si organizaba para mis estudiantes alguna conferencia al margen de las clases apenas acudía nadie. Siempre he dado la asignatura de comentario de texto y he insistido mucho en la importancia de aprender a leer los textos; a los alumnos les subrayaba la importancia, entre otras cosas, de conocer los mitos clásicos para comprender los textos que trabajábamos en clase, pero también para apreciar las obras de arte de nuestros museos.

Es esencial enseñar a leer y hay que enseñar a los más pequeños. Cuanto antes se empiece mejor. El otro día acudí a un colegio de Terrassa que ha ganado el premio a la mejor escuela de Cataluña y que está situado en un barrio donde la población es magrebí. Organizan unas tertulias a partir de mis adaptaciones de clásicos; me invitaron a la última: había un círculo de niños, todos ellos magrebíes o del Norte de África, que habían leído la Eneida contada a los niños. Una niña levantó la mano y dijo: “Creo que Turno y Eneas deberían haber pactado en lugar de matarse”. Y, en seguida, a modo de réplica, un niño dijo: “Eneas iba a fundar una ciudad, ¿cómo podía pactar? Cuando se funda una ciudad alguien tiene que morir”. Yo me tronchaba escuchándoles, me encantaba oírles y ver cómo habían asimilado la historia. 

–El problema de los clásicos es que son lecturas obligatorias en la ESO y resultan incomprensibles para los estudiantes.

–Claro. Por esto trabajo en las adaptaciones de los clásicos, tratando de ser lo más fiel posible a sus autres. Mi propósito es acercar los clásicos a los niños y que se diviertan con ellos. El Lazarillo tiene mucho éxito y les resulta divertido, pero para que se puedan divertir tienen que entender el texto. Cuando sean mayores podrán ir al texto original y, si no lo hacen, por lo menos, conocerán la historia y sus personajes.