Marc Augé: "Ya no se puede hablar ni de culturas ni de nacionalidades puras"
El antropólogo, creador del concepto de los 'no lugares', que acaba de fallecer, reflexionó en este entrevista con 'Letra Global', sobre la identidad en el mundo contemporáneo y los riesgos de creer que la felicidad es un producto
12 agosto, 2019 00:10Fue en los años noventa cuando Marc Augé (Poitiers, 1935) acuñó el concepto de los no lugares, espacios despersonalizados y de tránsito característicos de la sobremodernidad a través de los cuales comprendíamos nuestra relación con los sitios que habitamos y con los otros. Autor de ensayos clave sobre etnología, Augé es uno de los máximos representantes de la antropología contemporánea y uno de los intelectuales de mayor renombre en Francia. La editorial Ático de los libros publica su último ensayo, Las pequeñas alegrías, donde volvemos a encontrar muchos de los conceptos clave de sus reflexiones.
–Decía Seneca que la felicidad consiste en vivir el presente. ¿Escribir sobre las pequeñas alegrías cotidianas era para usted una tarea pendiente?
–En parte sí. Digamos que es muy difícil definir qué es la felicidad total, de ahí que tengamos que buscar detrás de la gran felicidad y las pequeñas alegrías cotidianas. Vivimos en un mundo global que, por un lado, es unificador, pero que, por otro, se define por sus grandes desigualdades. Por lo tanto, aparentemente, es más fácil hacer una lista de los motivos para la no alegría que una lista de pequeñas o grandes alegrías. En el libro he intentado hablar de las alegrías diminutas que existen a pesar de todo lo demás, es decir, las pequeñas alegrías que vivimos independientemente de la situación global de nuestro entorno.
–Las pequeñas alegrías están ligadas a la memoria y al recuerdo.
–La relación entre las pequeñas alegrías y la memoria es compleja en cuanto a que las pequeñas alegrías permanecen en el recuerdo, pero no despiertan la memoria. En otras palabras: cuando la gente vive pequeñas alegrías sabe que las recordará con el paso del tiempo, pero no son como la magdalena de Proust, no despiertan la memoria, sino que permanecen en ella.
–¿Qué importancia tiene la conservación de la memoria personal y colectiva?
–La memoria es imprescindible porque nos sirve para conservar el sentido de la identidad personal y colectiva; además, a través de la memoria establecemos relaciones con los otros, es siempre una memoria de hechos que tiene que ver con los otros. Nuestra manera de entender nuestra identidad personal está siempre condicionada por los otros, por su mirada. Sin memoria no tenemos ni identidad ni relaciones con los demás.
–Los 'no lugares' son espacios despersonalizados. ¿En el mundo global, además de los lugares, también se despersonalizan las personas?
–Efectivamente, los no lugares se definen por la despersonalización, pero, además, en el mundo en el que vivimos se están perdiendo también las relaciones entre las personas y esta es otra forma despersonalización. Es fatídico. Creo que es imprescindible luchar contra cualquier forma de despersonalización y, en este combate, el papel de las pequeñas alegrías es más importante de lo que puede parecer. Las pequeñas alegrías son una forma de resistencia, pues significan tomar consciencia de uno mismo. Esta consciencia tiene que ver con los otros. Las pequeñas alegrías nos recuerdan quienes somos y reconstruyen nuestra relaciones con los demás.
–Visto el éxito de los libros de autoayuda y el auge de la figura del 'coach', ¿no corremos el riesgo de convertir la felicidad en un producto?
–Claro, ha habido y hay muchos intentos de comercializar la felicidad en nombre del imperativo de hacer a la gente feliz. Lo vemos en los productos que comentas, pero también en el mundo laboral. Piensa en esas empresas donde existe un responsable de la felicidad de los trabajadores, cuyo bienestar se vende como importante solo de forma superficial, de manera estética. Las pequeñas alegrías de las que hablo escapan afortunadamente de esta mercantilización. Son otra cosa. En mi libro no intento decir qué hay que hacer para ser feliz. Sería absurdo. Las pequeñas alegrías son algo personal que no pueden ser definidas de forma universal.
–En el capítulo “Idas y vueltas” reflexiona sobre el viaje, algo que ya hizo en El viaje imposible. En un mundo global hecho de lugares despersonalizados, ¿es posible hablar todavía de viaje? ¿No es el turismo la negación del viaje?
–El fenómeno del turismo es extraño; cada día más, los turistas son invitados a hacer viajes para descubrir aquello que ya conocen. Bajo este punto de vista, es fácil hacer una caricatura del turista. Dicho esto, es siempre mejor viajar que no viajar. De ahí que no haya que caricaturizar forzosamente al turista o, al menos, no siempre. No olvidemos que dentro de todo turista hay un viajero latente o virtual; es posible que su curiosidad le lleve, en el momento de visitar países y lugares nuevos, a descubrir objetos y realidades distintas, a aprender y conocer otras personas y culturas. Evidentemente, no es lo más frecuente. Normalmente el turista no se define por descubrir algo que hasta entonces no conocía. Pero, por mucho que no sea generalmente así, en el turismo no deja de estar latente la posibilidad del viaje de verdad.
–Es paradójico, los 'no lugares' son espacios de tránsito en un mundo donde viajar ya no es posible y donde el fenómeno de la migración forzosa, otra forma de tránsito, es el gran drama de nuestro tiempo.
–Sí. Por eso transitar es un concepto particularmente complejo si queremos definirlo. En cuanto al viaje y a las migraciones, es paradójico el hecho de que, a menudo, la gente del primer mundo viaja como turistas a países cuyos habitantes huyen de ellos. El turismo y las migraciones son dos corrientes que se entrecruzan, pero que no se conocen, no se encuentran. Yo diría que, hoy en día, los migrantes son los héroes del tiempo moderno. Al huir de sus países nos demuestran que existe la posibilidad de huir de nuestro lugar. Por esto a mucha gente no les gustan los migrantes: son la prueba de que cualquier lugar, por definitivo que nos parezca, puede ser abandonado. Dicho de otra manera: nos recuerda que nosotros también podemos ser migrantes.
–En una entrevista dijo que nos pasamos la vida tratando de construir nuestro propio lugar. ¿Hasta qué punto esta es la realidad de los inmigrantes cuando son confinados en guetos, como podría ser Saint Dennis en París?
–Este es el tema. Efectivamente, Saint Dennis se ha convertido en un gueto. El problema de la migración es que, por un lado, es positivo que los migrantes construyan individualmente su lugar, pero, por otro lado, es negativo que no consigan adaptarse ni dialogar con el país que los acoge y se resistan a abandonar sus costumbres, aferrándose a ellas en nombre de la cultura. Es una contradicción querer construir tu lugar en un nuevo lugar, pero sin un proceso de adaptación al sitio donde has llegado. Lo mejor de la migración es que destruye los prejuicios, que están por ambos lados, y que deben diluirse a través de la interrelación.
–Usted vivió en primera persona el París del 68. ¿Cuál ha sido su legado?
–Es una pregunta difícil de contestar. Creo que lo que hemos aprendido de aquello es que no todos los jóvenes tienen la posibilidad de llegar a la universidad y hacer una carrera. En más de una ocasión he hablado de la utopía de la educación, pensando precisamente esta cuestión: a pesar de que el mundo se unifica, la gente no tiene la posibilidad de acceder a la educación de forma igualitaria. Esta desigualdad es casi más grave que la económica.
La palabra progreso tiene sentido, al menos para mí, solo en la medida en que se refiere a la ciencia y al saber; nuestro conocimiento, en general, avanza a tal velocidad que, hoy en día, no podemos decir qué sabremos y qué seremos capaces de hacer en treinta años. El problema reside en que solo una parte de la población puede disfrutar de este progreso del saber, del que mucha gente queda excluida. Por esto hablo de la utopía de una educación global; es cierto que es una utopía, pero podemos convertirla en realidad con programas educativos a través de los cuales se pueda llegar a todo el mundo. ¿Por qué no repensamos las redes sociales y la tecnología para llevar el saber y la educación donde no llegan?
–¿Cómo combatir los dogmas religiosos que excluyen a la mujer de la educación o reniegan de los avances de la ciencia?
–(Suspiro) Este es un gran problema. La primera cosa que tenemos que hacer es conservar la unidad de los saberes y la utopía de la educación. Soy consciente de que lo que digo puede parecer irrealizable, pero es imprescindible creer en esta utopía para llevar a cabo sus principios. Estamos en un periodo en que existe un fanatismo religioso terrible. No me refiero solo al Islam. Pienso también en los evangelistas y otros grupos religiosos.
La confianza laica debe ser nuestra respuesta ante las religiones proselitistas. Son cuestiones muy graves como para ceder ante ellas. Hay que defender la laicidad sobre todo ahora, cuando, por culpa de la desigualdad, los impulsos religiosos se convierten en una forma de contestación y de protesta. Al final, volvemos a encontrarnos con el problema de la desigualdad, a la que hay que combatir de forma general. Tenemos que volver a hablar del hombre en términos generales, independientemente de su sexo o su origen; en esto, el feminismo puede ayudar mucho. Puede combatir la religión proselitista, aun sabiendo que no todas las mujeres son conscientes de la importancia de esta lucha.
–¿La etnología y la antropología han sido tradicionalmente un terreno de hombres?
–En absoluto. Hay grandes antropólogas, siempre las ha habido, al contrario de lo que sucede en otras disciplinas. Es imprescindible luchar contra la desigualdad de género.
–Usted definió los 'no lugares' en los años noventa. ¿En 2019 los definiría de forma distinta?
–No. Los definiría de la misma manera, pero añadiría que los no lugares son el contexto de cualquier lugar. A causa de las nuevas tecnologías, incluso cuando estamos en un lugar definido, estamos afuera: estamos tú y yo aquí, pero con nuestro smartphone podemos estar también en otro lugar. El afuera al que me refiero tiene que ver con el no lugar: un espacio donde no hay relaciones simbólicas y todo pasa a través de una pantalla. Piensa en la televisión: vemos cada día a un presentador y pensamos que lo conocemos porque lo vemos a diario, reconocemos su voz y su rostro, pero reconocer no es conocer. Esto es lo que pasa con la tecnología y los móviles: nos sitúan siempre en un afuera con personas que reconocemos, pero que no conocemos.
–¿Somos conscientes de esta alienación?
–Es una alienación relativa. Sabemos que necesitamos lugares de relaciones y tratamos de crearlos. Sin embargo, el sistema global es muy fuerte y terminamos atrapados en estos afueras.
–Hace algo más de un año, el diario 'Libération' publicaba un artículo titulado “París ya no es de los parisinos”. ¿Estamos siendo expulsados de las ciudades?
–Sí, es un fenómeno general, pasa en cualquier metrópolis, en París y en muchas otras ciudades. La metrópolis es una ciudad que se parece a un aeropuerto: las personas que viven en ellas son cada día más extraños, son habitantes que ya no pertenecen a la ciudad. Las metrópolis pierden sus habitantes de siempre en favor de una población con dinero que solo está de paso. Pasa en París, donde hay mucha gente que alquila apartamentos durante poco tiempo a gente con dinero que está de paso. El turismo, en parte, pero también la especulación inmobiliaria y los inversores, explican este fenómeno. Son las causas por las que los precios de las casas aumentan y los parisinos, en el caso de París, tienen que irse. Una nueva desigualdad: en el mundo habrá, por un lado, aquellos que, como decía Voltaire, podrán construir su casa y su jardín y, por otro, aquellos que están condenados a cambiar de lugar constantemente en busca de un sitio donde quedarse.
–¿La política europea está a la altura de esta situación?
–Europa existirá solo si conserva sus principios, que son los del siglo XVIII. Las naciones no son tan importantes como se nos dice. Lo relevante es qué papel queremos jugar en el mundo ante los migrantes que se juegan la vida cruzando el Mediterráneo para llegar a nuestras costas. Vivimos en un mundo en el que ya no se puede hablar ni de culturas ni de nacionalidades puras; estamos en el tiempo de la mezcla y esto es muy positivo. El problema de ahora viene de lejos. Ten en cuenta que la colonización fue el primer síntoma de la globalización.
Tenemos que darnos cuenta de que los migrantes no son salvajes que vienen a nuestro país. Son pobres. El mundo se divide en ricos y pobres y están aquí y allá. Por su propia condición, se encuentran en busca de un lugar que no encuentran. Es absurdo decir que los migrantes son un peligro o que están relacionados con el terrorismo; los migrantes son los pobres que el mundo globalizado ha creado. Vuelvo, por tanto, a la utopía de la educación: la educación ayudará a los pobres y, en concreto, a los migrantes a salir adelante, pero nos ayudará a los países ricos a comprender y a aceptar al otro.