La casualidad, y otras circunstancias que no viene al caso comentar, me han hecho estar todo el mes escuchando obsesivamente las diferentes versiones de Wild is the wind que dejó grabadas David Bowie, todas épicas y claramente superiores a la versión de su admirada Nina Simone, siendo ésta a su vez superior a todas las que grabaron antes otros muchos cantantes desde que Dimitri Tiomkin y Ned Washington (por cierto, que este Ned Washington también escribió High Noon, la inolvidable balada de la película homónima, aquí conocida como Solo ante el peligro) compusieron la bella canción en 1957, no sé exactamente si para una película o para un musical.
Frases en principio tontorronas, como “as the leaf cling to the tree / oh my darling cling to me / ‘cause we are creatures of the wind / and wild is the wind...” ("como la hoja se aferra al árbol, tú agárrate a mí / porque somos criaturas del viento / y el viento es salvaje), me hacen arder el pelo. Una imagen muy parecida está en la canción de Cohen True love leaves no traces ("El verdadero amor no deja huellas") cuando dice: “As a falling leave may rest / a moment on the air, / so your head upon my breast / so my hand upon your hair”. O sea “como una hoja que cae puede quedarse / suspendida un instante en el aire, / así tu cabeza apoyada en mi pecho, / así, mi mano en tu pelo”. Imagen muy bonita, muy oriental, muy zen y triste, sobre el amor que es perecedero. Claro que la voz de Cohen era monótona y escasa, mientras la de Bowie era prodigiosa, capaz de subir y bajar vertiginosamente...
Es el viento un tema poético y romántico, o me lo parece precisamente porque, siendo barcelonés como soy, y muy urbanita, apenas lo he conocido. Aquí nunca sopla, salvo alguna madrugada extraña y entonces arranca los carteles de las farolas y derriba las motos aparcadas en la Gran Via. En las contadas ocasiones en que alguien que como yo, o sea un barcelonés, se ve, casi siempre estando de viaje por el extranjero, expuesto a un viento fuerte, se queda impresionado y como a la escucha de algún mensaje místico que quiere transmitirle la Naturaleza, con su voz, que es el viento. Cuando el poeta recurre a él como metáfora, la metáfora es transparente: alude a la liviandad, al poco peso de la vida. Así, por ejemplo, en Trade winds (vientos alisios), compuesta por Ralph McDonald y William Salter y cantada estupendamente por Bing Crosby, aunque yo prefiero, si bien no por la voz, sí por el swing, la versión de Dylan en Triplicate. Crosby siempre es algo meloso. La letra de esta canción hawaiana juega con el triple sentido de la palabra “trade”, que se aplica al comercio o trueque, y al intercambio de sortijas y promesas matrimoniales (“we traded vows"), promesas que se lleva el viento alisio...
Ya que he mencionado a Dylan, es inevitable decir que su “Idiot wind” (viento idiota) es la más formidable canción de desamor que yo conozca, sobre un viento idiota “que sopla cada vez que abres la boca”, y que sopla, dice la letra, por los Estados Unidos, “desde la presa Grand Coulee hasta el Capitolio”. ¿Quién no lo ha sentido alguna vez, quién no ha sentido alguna vez que el mundo es una colosal estupidez?
Brel, o más bien su padre, atribuía al viento del norte el carácter de los flamencos y la misma geografía de su país, según explica en una de sus canciones más emocionantes y logradas: “Mon père disait / C'est le vent du nord / Qu'a fait craquer la terre / Entre Zeebruges / entre Zeebruges et l'Angleterre / Et Londres n'est plus / Comme avant le déluge / Le poing de Bruges / Narguant la mer. / Londres n'est plus / Que le faubourg de Bruges / Perdu en mer / Perdu en mer”. ("Mi padre decía / es el viento del Norte el que rompió la tierra / entre Zeebruges e Inglaterra. / Y Londres ya no es / como antes del diluvio / el puño de Brujas / desafiando al mar. / Londres ya solo es / un suburbio de Brujas / que se perdió en el mar.” Todas estas canciones son maravillosas, casi tanto como el mismo viento, pero seguramente la mejor de todas las canciones del viento sea la de Raimon --que precisamente comenzó su carrera como trovador cantando la enérgica y existencialista “Al vent”--, cuando le puso la música, inmejorablemente puesta, tan adecuada, al poema “Veles e vents” de Ausiàs March. Parece que el poema se mece, efectivamente, en las olas: “Veles e vents han mos desigs complir / faent camins dobtosos per la mar...” (Velas y vientos han de cumplir mis deseos / haciendo caminos dudosos por el mar...) Nunca nos cansaremos de escucharla.