David Rieff: “El optimismo de Pinker es pura mística”
El escritor norteamericano reedita ‘Una cama por una noche’, una crítica a las organizaciones humanitarias, que buscan jugar un nuevo papel en el mundo rico
8 julio, 2019 00:00El escritor David Rieff (Boston, 1952) difunde su “pesimismo” sin ánimo de desconcertar a su interlocutor. Ha estado presente en los grandes conflictos armados de las últimas décadas y tiene claro que se ha producido un cambio sustancial. Las organizaciones humanitarias han acabado al servicio de las grandes potencias, que no podían permitir la “neutralidad” de los cooperantes. Sin embargo, y esa es la paradoja, Rieff pide un mayor compromiso político, porque, al final, y aunque para realizar esa labor humanitaria “siempre se debe contactar y acordar con los ‘verdugos’”, hay que saber con quién se está, y qué causa se debe defender.
Rieff cree en “guerras justas”, y lo explica a partir de las simpatías que tuvo con el gobierno de Bosnia, en el conflicto de los Balcanes. Su experiencia, con una mirada nada complaciente, pero buscando esa idea de la justicia, la plasmó en su libro Una cama por una noche, el título inspirado en el poema de Bertolt Brecht, Refugio Nocturno. La editorial Debate ha reeditado la obra, y eso ha llevado a Rieff a compartir mesa y conversaciones con amigos en Barcelona y en Madrid. En esta entrevista con Letra Global señala que el mundo ha cambiado, que ya es “multipolar”, y que no puede compartir el optimismo de intelectuales como Steven Pinker, según el cual la ilustración sigue en pie y todos las estadísticas, en todos los ámbitos, son mucho mejores que décadas atrás. “El optimismo de Pinker es pura mística”, sentencia Rieff, convencido de que habrá que lidiar como se pueda fenómenos como el de Trump, “una expresión de algo más complejo y que afecta a todo el planeta”.
Con la idea de que el concepto cultural de la solidaridad ha mutado, y la labor del humanitarismo ha evolucionado, y tras esas críticas que se muestran en el libro, este analista político y crítico cultural norteamericano, hijo de la escritora Susan Sontag, considera que las propias organizaciones, como Médicos sin Fronteras (MSF) u Oxfam, lo tienen ahora mucho más difícil si quieren incidir en la realidad político-económica donde actúan.
–¿Los cooperantes que se profesionalizan acaban defendiendo una estructura cuya finalidad es su propia continuidad?
–El trabajo ha cambiado mucho. El expresidente de MSF, Rony Brauman, decía que ahora no podría trabajar en la organización, con todos esos cambios. Tienen presupuestos muy altos. Viven en otro mundo, justo cuando en el mundo la independencia es más difícil. La larga guerra contra el yihadismo, y en tantas partes del mundo que están en guerra, con la OTAN, Estados Unidos y sus aliados en un lado, contra esa internacional yihadista, muestra que no hay espacio para las ONG. En Sri Lanka la acción humanitaria, cuando ha querido ir más allá de su labor, con una denuncia política, ha sido obligada a callar. En caso contrario, se les expulsaba del país. Y esas organizaciones humanitarias lo han aceptado.
–¿El problema, por tanto, se plantea cuando quieren hacer política, cuando pretenden incidir?
–La libertad de las ONG, desde Biafra hasta Kosovo, ha sido una herencia del colonialismo, que se beneficiaba de los privilegios de los blancos. Ahora hay menos tolerancia porque el Sur global ha interiorizado ese cambio. En Darfur, en Sudán, se expresó con claridad. Cuando las organizaciones humanitarias pretendían reflejar qué ocurría, publicando su experiencia y acusando a las autoridades en la prensa, la respuesta fue contundente: o reportajes o ayuda a los más necesitados. Es decir, los podían echar del país. Había que elegir.
Rieff puntualiza que siempre le parecerá mejor esa ayuda, y por eso se queda con el título del libro. En el poema de Brecht se constata que ofrecer “una cama por una noche” no resolverá los grandes conflictos, pero ayuda, es mejor que otra cosa, es una forma de paliar situaciones dramáticas.
–En el libro se añade lo que es ahora una realidad: esas organizaciones humanitarias pueden entrar en el primer mundo y constatar que los países ricos se están equivocando, países que financian a esas organizaciones. ¿Cómo se debe responde ante eso, ante la crisis migratoria en Europa, en países como Italia?
–La visión de una acción humanitaria como una acción antipolítica ha muerto en el Mediterráneo. MSF en Italia es claramente la oposición política a Salvini. El espacio humanitario, con un acento antipolítico, no existe. Ni en España, ni en Francia, o en la frontera entre Turquía y Grecia se podrán mantener esas acciones supuestamente neutras.
–¿Es algo positivo para usted?
–Es una nueva realidad, como oponerse a la lluvia. Es así. Recuerdo la reacción histérica de Estados Unidos cuando Cuba ofreció ayuda por la catástrofe de Nueva Orleans. ¡Fidel Castro ayudaba en una cuestión que fue un drama para los norteamericanos!
–Pero el ciudadano, no la autoridad, sino el ciudadano occidental, ¿cómo debe reaccionar cuando esas organizaciones pidan cuentas a sus gobiernos?
–Lo que va a tener es la experiencia del neocolonialismo. Recibirán la medicina que otros, en otros lugares, han probado antes. Soy escéptico sobre la llamada a los ciudadanos. Todos vivimos divisiones existenciales, con perspectivas muy distintas. He pasado una semana en Francia. Es un país que conozco bien, y nunca pensé que los partidos del centro-derecha y del centro izquierda pudieran desaparecer. El Frente Nacional es el partido de la clase obrera, y la energía de la izquierda está en Los Verdes. En Portugal y en España no ha pasado todavía algo similar, aunque ha habido cambios. En Alemania o en Italia sí. En Italia, Salvini puede llegar a ser hegemónico.
–¿La idea de comunidad internacional se debe mantener o nunca existió?
–Es usted un pesimista convencido.
–No. Lo que pasa es que las cosas han cambiado. Hubo unas reglas del juego, con la Guerra Fría, que se entendían, que se respetaban. Pero ahora estamos en un mundo multipolar, y con realidades siempre más ocultas. Para mí la comunidad internacional es una fantasía adorable, pero fantasía.
–¿El ascenso de China lo cambia todo?
–Forma parte de ese nuevo mundo multipolar. Vamos a vivir en las próximas décadas en ese mundo, con reglas marcadas por el sureste asiático, que son diferentes a las del Oeste, con esferas de influencia y con valores morales distintos.
–¿No hay una escala de valores por encima de otras?
–Moralmente puedes diferenciar entre Dinamarca y China, pero, ¿qué importancia tiene? En el sistema lo importante es el poder, y las formas del poder cambian en cada época.
–Por tanto, ¿no caminamos hacia un mejor mundo? ¿Están equivocados Steven Pinker o Hans Rosling?
–Pinker se cree un hombre producto de la racionalidad, un hombre de las cifras, del método empírico, pero es un místico. Hemos logrado en el pasado solucionar problemas, pero creer que lo haremos en el futuro es mística, es creer en una fe. Que las aplicaciones tecnológicas y el desarrollo de la ciencia va a llegar a un mundo en el cual se podrá solucionar casi todo es un asunto de la voluntad, y que pasa por la necesidad de que los pesimistas como yo se callen. Es la expresión intelectual de la visión del capitalismo. Son autores conformistas, hombres de paja. Nadie niega la existencia del progreso, en distintos ámbitos, pero entre el progreso y una visión positivista de ese posible progreso hay una distancia. Es una religión del progreso. El optimismo de Pinker es pura mística. Yo estoy más de acuerdo con la visión de autores como John Gray.
–¿Y cómo le explicamos a un ciudadano progresista que Trump protagoniza un ciclo económico de crecimiento sin igual en Estados Unidos?
–Hay muchas personas en Washington que apoyan a Trump, sin decirlo. Lo apoyan respecto a su política comercial con China. Trump forma parte de una manifestación de un fenómeno global. No es propio de Estados Unidos. Es un fenómeno que integra a Putin, a Erdogan o a Orban. No se puede separar Trump de ese contexto. Y por eso me gusta tanto España, donde he encontrado gente que sigue creyendo en el pacifismo y que no considera que pueda haber guerras justas. España siempre es muy interesante.
Rieff sonríe, pero no mucho. Es fiel a su visión de las cosas. Lo explica con sinceridad. Podría seguir hablando mucho más tiempo. Da por sabidas muchas de las experiencias que él mismo ha contado. Pero lo que pide Rieff, curiosamente, es un activismo mayor, una confianza en la acción, lo que choca con un supuesto determinismo que todo pesimista alberga en su mente. Valga su reflexión, escrita en Una cama por una noche:
“En cualquier caso, la idea de que el trabajo humanitario puede ser apolítico es completamente absurda. Si las ONG dedicadas a prestar ayuda humanitaria pudieran afirmar que son apolíticas, lo único que en realidad estarían diciendo es que su política es la del internacionalismo liberal, tanto en su modalidad imperialista estadounidense como en su versión europea, hasta cierto punto más igualitaria. Además, la gran genialidad del liberalismo consiste en que se trata de la única ideología política de la historia que insiste en que ni mucho menos es una ideología”.
El mensaje es muy claro respecto a la Unión Europea y la crisis migratoria: “Lo más importante es que ya no es posible, si es que alguna vez lo fue, separar el compromiso ético que profesa el mundo de la ayuda humanitaria –socorrer a las personas que lo necesitan, salvar a los que están en peligro de perder la vida y ayudar a los refugiados una vez que han llegado a su destino— de sus convicciones políticas en torno a la postura que debería defender la Unión Europea”.
Rieff se va. Tras estrechar las manos de forma afectuosa, sigue su camino. Convencido de que en otro lugar, lejano o próximo, estallará un nuevo conflicto. Ha visto muchos.