Santiago Roncagliolo: "Las redes sociales han convertido todo en un espectáculo"
El escritor peruano reflexiona sobre el fin de la figura del intelectual clásico y alerta de que Barcelona está perdiendo centralidad en el mercado editorial, "y eso es malo para Cataluña"
13 agosto, 2018 00:05Nacido en Perú, Santiago Roncagliolo lleva 12 años en Barcelona. Escritor y periodista, acaba de publicar en la editorial Arpa El material de los sueños, un libro donde reúne una serie de artículos dedicado al mundo del cine y del espectáculo, desde Lolita hasta Lady Di, James Costos y Vargas Llosa, pasando por el Circo del Sol y David Bowie.
–Pregunta. En 'El material de los sueños', el lector se encuentra con el Santiago Roncagliolo periodista, una de las profesiones que ha ejercido hasta llegar a ser escritor.
–Respuesta. Es lo que tiene el hambre. Al inicio si me preguntaban si podía traducir, lo hacía; si me preguntaban si podía escribir discursos políticos, lo hacía; si me preguntaban si podía escribir para telenovelas, lo hacía… Yo crecí en una Lima muy chiquita, donde el mundo de los que escribían era muy, muy chiquito y donde todos se conocían. Cuando llegué a aquí tenía que ganarme la vida, así que fui explorando diferentes mundos: adapté proyectos de culebrones y fui traductor de literatura gay para Enrique Redel hasta que llegué a escribir mis propios libros.
–Los primeros textos del libro son sobre estrellas de Hollywood que nunca conoció; los últimos son fruto de entrevistas con personajes como Vargas Llosa o James Costos.
–Sí, es cierto. Aunque puede leerse desordenadamente, el libro está organizado cronológicamente con el propósito de narrar cómo ha ido modificándose la idea de espectáculo. En las primeras películas de las que hablo, Lolita o Con faldas a lo loco, lo principal era transgredir los límites, pero siempre manteniendo una imagen de decencia. A partir de los setenta todo cambió y llegamos a encontrarnos una película como El último tango en París con su famosa escena de la mantequilla. La última parte del libro es una reflexión sobre cómo el espectáculo se ha ido adueñando de todo y cómo Lady Di se inventó el reality show. Con ella, la historia de la pobre princesa triste tan común en la ficción se vuelve real.
–¿La realidad se convierte en un espectáculo?
–Evidentemente. Fíjate en James Costos. Era el embajador que venía de Hollywood. O piensa en Vargas Llosa, que, mientras que la prensa rosa lo amenaza con convertirlo en protagonista de sus crónicas, intenta que el espectáculo no se lo trague.
–El caso de Vargas Llosa es paradójico: quien denunció la sociedad del espectáculo ha terminado por convertirse en protagonista.
–Todo ha sido devorado por el espectáculo, en parte porque ha habido una revolución de los espectadores. El espectáculo ya no lo hacen las empresas, lo hacemos nosotros mismos desde las redes sociales. Las redes han creado una especie de revolución del proletariado según la cual todos podemos tomar el poder.
–¿Tomar el poder? ¿No cree que para las redes no somos más que datos, mercancía?
–Sí, claro y, por esta razón, más de uno se ha retirado de las redes sociales tratando así de recuperar una vida al margen de la pantalla, que se ha convertido en el centro. Sin embargo, si bien puedes optar por entrar o no en el mundo de las redes, la gente opta de forma mayoritaria por entrar y postear acerca de lo que ha desayunado o del lugar de vacaciones. Creo que esto se debe al deseo algo ingenuo de despertar el interés de los otros.
–Las redes son el espacio del artificio, un espectáculo en el que todos construimos una ficción de nosotros mismos.
–Sí, las redes son construcciones de ficción de bajo presupuesto, pero no es algo nuevo; las redes están visibilizando esas ficciones que el individuo ha siempre construido. Creo que la gran novedad de las redes es la posibilidad de dialogar y de entrar en contacto directamente con todos, incluso con los creadores. Antes, los escritores eran personas a las que tú leías o escuchabas, ahora son alguien con las que puedes discutir e, incluso, a las que puedes insultar directamente.
Ahora puedes interactuar con aquella gente que antes simplemente te miraba desde arriba y te soltaba sus ideas o sus creaciones. Es buena esta interactuación, porque permite que más gente participe tanto de la vida política como de la vida del espectáculo. El problema es que, a través de los algoritmos, tú solo consumes lo que ya has consumido, solo tienes acceso a la información que se parece a la que ya has visto y, por tanto, esta interactuación es bastante reducida, se circunscribe a tu grupo.
–En relación a esto, usted retrata el Hollywood de los años treinta, cuarenta y cincuenta como un mundo de ensueño, alejado de la vida real, completamente distinto al mundo del cine actual.
–Claro, esta es la línea temporal que trazo en el libro. Los primeros cineastas eran creadores dentro de una industria: Hitchcock o Billy Wilder sólo pensaban en vender sus proyectos, en convencer a los productores y en hacer la película que querían. Los viejos artistas tenían complejo de Dios: se sabían capaces de crear mundos a su medida y trasladarlos a la pantalla. Ahora, sin embargo, todo ha cambiado: si el público decide que no debe aparecer en una película por temas personales Kevin Spacey por mucho que sea Kevin Spacey no aparecerá en la película, aunque ya esté filmada.
–En efecto, Netflix no emitirá la película ya rodada sobre Gore Vidal, interpretado precisamente por Spacey.
–Exacto. Y también lo quitaron de Todo el dinero del mundo, fue reemplazado por Cristopher Plumer, que tuvo que volver a rodar todas las escenas que ya habían sido rodadas por Spacey. ¿El motivo? Por algo referente a su vida privada y por la reacción del público. Mientras editaba el texto de Lolita, me preguntaba si hoy se hubiera podido hacer, si la posible reacción del público no hubiera impedido que se rodara. Nos estamos volviendo más mojigatos que hace 70 años, estamos aceptando que hay cosas que no se puede decir, que hay cosas que no se pueden mostrar… esto es, en parte, fruto de las redes sociales, donde solo hablamos con gente que piensa como nosotros y donde se descalifica a todo aquel que tenga una opinión distinta.
–Pero no se trata sólo de las redes sociales. Si el arte, como es el caso de Costos, es una herramienta de diplomacia política corre el riesgo de sucumbir a la lógica de lo 'políticamente correcto'.
–A partir de esa entrevista que le hice, Costos me llamó para escribir sus memorias y en una de nuestras conversaciones estuvimos hablando de las denuncias de acoso contra Harvey Weinstein. Quien destapa toda esta historia es el hijo de Mia Farrow, que no solo la conoce de primera mano, sino que a través de su madre tiene acceso a todos las protagonistas de esta historia de acoso. Para Costos, la denuncia prende de tal manera porque Hollywood ha visto cómo se ha convertido en presidente un tipo que decía que metía a las mujeres la mano en el coño y que ha pagado a una actriz porno para que no cuente la relación que han tenido. Este Hollywood de tendencia progresista decide aplicarse a sí mismo las normas que no ha podido exigirle a Trump y decide convertirse en un ejemplo. Por esto se desata el escándalo con Harvey Weinstein, que, sin embargo, no era el único, porque el acoso ocurría en todas partes, en todos los ambientes.
–Es decir, ¿en la época de Obama el escándalo Weinstein no hubiera sido tal?
–No. Principalmente porque Obama se llevaba muy bien con Hollywood. Yo creo que, con Obama de presidente, el caso de Weinstein hubiera sido un pequeño escándalo, si bien es también cierto que, cuando se publicó la historia, nadie, ni tan siquiera los periodistas que la dieron a conocer, podía prever las dimensiones que alcanzaría el escándalo. Hace diez años todo hubiera sido diferente. Si hubiera salido a la luz que Weinstein le metía la mano a alguien, no hubiera pasado nada, porque la sociedad no estaba preparada para asumir la gravedad de estos hechos.
–Una gravedad que, todavía hoy muchos no ven. Polanski definía hace pocos días el movimiento MeToo como una “histeria colectiva”.
–No me extraña que él diga esto. En el libro cuento la historia de cómo Polanski, acusado él mismo de abuso y bastante perverso en su cine y en sus antecedentes, salva a Mia Farrow del acoso de Frank Sinatra, que la manipula y le impide hacer cine. Frank Sinatra, además, ayudó a Joe DiMaggio a torturar a Marilyn. Es curioso como el símbolo del buen stablishment de Hollywood es más acosador del acosado de acoso.
–Lo que sí ha cambiado es que hoy ya nadie es intocable. Hoy se denuncia públicamente.
–Cierto, antes tú no sabías cómo era un artista, tú simplemente lo veías fingiendo ser otra persona, puesto que había todo un sistema de protección, que en parte todavía existe, para salvaguardar la vida privada. Lo que sucede ahora es que las redes sociales están colonizando la vida privada; el reto que tenemos es el de ser capaces de regular no en redes sino a nivel judicial un tema tan complejo y lleno de matices como es el acoso.
–¿Cree de verdad que hay tantos matices?
–Te voy a dar un ejemplo. Uno de los acusados de acoso con el MeToo hizo una avanzada con un amigo mío, que fue quien me lo contó justo el día antes de que la denuncia se hiciera pública y cuando me lo contó me dijo: “Este tipo se me ha lanzado encima y yo me he descojonado tanto que creo que lo he ofendido”. Lo que quiero decir es que lo que para otro es un acoso para mi amigo era un intento un tanto torpe. Por esto digo que es muy complicado, porque en gran medida se basa en percepciones. Obviamente Weinstein es un monstruo, pero otros casos son más complejos.
–El acoso tiene que ver con la violencia, con el abuso, con la intimidación… No veo los matices.
–Lo que veo problemático es que hay gente que es acusada de acoso a nivel mediático, pero sus casos no siempre llegan a juicio; hay un zumbido de acusaciones, la gente pierde el trabajo a causa de estas acusaciones, pero no siempre se demuestra a nivel judicial. Ayer estuve leyendo las acusaciones contra Junot Díaz y me preguntaba si de lo que se le acusaba computaba dentro de la categoría de acoso.
–Zinzi Clemmons afirmaba que, cuando era estudiante, él “la arrinconó y la besó a la fuerza”. Vuelvo a lo mismo, no veo dónde están las zonas oscuras.
–Sabemos definir el acoso, pero ¿sabemos reconocerlo en todos los casos? No sé hasta qué punto sabemos juzgar el acoso; en el caso de Weinstein es muy claro, pero no siempre es así.
–Si dudamos del testimonio de Clemmons también tendríamos que dudar del testimonio de Junot Díaz, cuando habló de los abusos que él mismo sufrió.
–El problema es que en estos casos es la palabra de uno contra la de otro y por esto lo ideal es que estas denuncias lleguen a los juzgados, porque lo que me parece peligroso es que una acusación sin prueba lleve a determinada gente a perder su trabajo. Claro que el acoso es algo punible, pero lo que me preocupa de todo esto es el fondo del asunto: ahora el público tiene poder para poder echar a un actor de una serie y exigir una dimisión.
Mi pregunta es hasta qué punto podemos echar a un juez porque un millón de personas quieren que lo echen. A mí me parece horrendo el juez, pero no sé si es un peligro someter a un juez a votación popular. Estamos en un momento en el que el público ya no recibe las sentencias de los jueces, las obras de arte o las decisiones de los políticos pasivamente, sino que discute, participa, altera y modifica. Esto tiene algo muy bueno, pero también tiene un punto demagógico.
–Me gustaría preguntarle sobre James Costos. ¿Su embajada en Madrid fue una época dorada para las relaciones entre Estados Unidos y España?
–Costos fue un gran representante de la idea de relaciones exteriores que tenía Obama: juntar gente, favorecer el diálogo, establecer pactos. Si hoy estamos desayunando con Trump rompiendo el enésimo pacto bajo el lema de América primero, hace un año Costos encarnaba una manera más humana de ver la diplomacia; él no veía a la gente como enemigos, sino como aliados. Su experiencia de socialité en Hollywood fue muy importante a la hora de plantear una función como embajador, una función que él desarrolló creando espacios de convivencia.
–Este espacio de convivencia era un espacio reservado a una élite.
–Me refiero también a otro tipo de fiestas. Lo que hace Costos es introducir en el sistema jóvenes emprendedores, artistas y gente que viene de otros ámbitos. Justamente una de las críticas que él hacía a España es que aquí el poder solo habla con el poder: los militares con los militares, los políticos con los políticos…
–Él abrió las puertas a otros sectores, pero siempre representantes de una élite económica.
–Cuando hay un acuerdo político asumimos que esos políticos representan a la gente de la calle.
–La representatividad está bastante fracturada. ¿Cree que la gente cuando veía en el 'Hola' las fiestas de Costos en la embajada se sentía realmente representada?
–Había también fiestas que no salían en el Hola y eran la mayoría y allí había otro tipo de gente. Costos se vio también con Pablo Iglesias, con jóvenes, con artesanos… Independientemente de Costos, lo que a mí me sorprende es que los pactos estén mal vistos y, sin embargo, creo que lo que hay que hacer en democracia es pactar.
–¿Por qué hablamos de abrir espacios y no de una medida electoral cuyo objetivo es buscar apoyos en grupos sociales con influencia?
–Vale, pero es que la política es buscar apoyos. Evidentemente yo no voy a votar lo que dice un cineasta, pero me gusta saber lo que opina un cineasta, un empresario, una enfermera… Además, hablar de electoralismo cuando se habla de política es lo normal: cuando eres político buscas que te elijan. Nunca he entendido que el electoralismo sea algo criticable. Los políticos buscan sus grupos de apoyo y es lo normal. Un artista tiene visibilidad y ésta es la clave. A mí me interesa lo que opinen todos y, dependiendo del sector en el que te mueves, a lo mejor te interesa más lo que opine un carpintero que una estrella de cine.
–La idea de que todos pueden opinar es como pensar que todas las opiniones tienen la misma influencia a la hora de cambiar las cosas.
–Cierto, es así, el mundo funciona así. De todas formas, ahora mismo estamos en un momento en el que quien quiere puede opinar e, incluso, puede tener un eco enorme. Un tuit acertado por parte de un desconocido puede llegar a tener el apoyo de 10000 personas. El público ha tomado el escenario por asalto y este hecho tiene su reflejo en la figura del intelectual, que ya no ejerce la influencia que ejercía antes. Vargas Llosa es, junto a Javier Marías, el último representante de una especie de intelectual, entendido como conciencia social o guía de una sociedad. Nadie de los que venimos atrás vamos a poder tener este papel, sobre todo porque ya no existe la sociedad tal y como la conciben.
–¿Puede ser un guía social alguien como Vargas Llosa que está desconectado de las problemáticas reales de la sociedad?
–Vargas Llosa no cree en los movimientos de base. Él es un liberal, cree en los individuos. No tendría mucho sentido que Vargas Llosa se moviera en otros escenarios que no fueran el suyo. Para mí, es el último representante de la línea que arranca con Zolà y llega al siglo XXI, donde todo ha cambiado. Ahora tú escoges tu posición en distintos temas y formas partes de distintos grupos y, a partir de ahí, haces cosas. Pienso en lo que hizo Cristina Fallarás con #Cuéntalo: ella tiene muy claras sus posiciones, tú puedes estar en desacuerdo con ella, pero lo cierto es que gracias a su iniciativa hay miles y miles de mujeres contando sus experiencias de acoso en la red. Esto es lo que hace el intelectual hoy: actuar, crear conexiones. Esto no lo puede hacer Vargas Llosa.
–Entonces, me está dando la razón. Además, Vargas Llosa podría ser criticado por ser un “intelectual orgánico”, alguien que tiene un interés de parte
–Todas estas críticas él no las consideraría como críticas. Hay que tener en cuenta una cosa cuando se habla de Vargas Llosa: cuando cae el mundo de Berlín, él es el único que no está afiliado a ninguna rama de los partidos revolucionarios. Cortázar era comunista, García Márquez era procubano…. La mayoría de escritores eran activistas de un mundo que en 1989 se vino abajo y Vargas Llosa se convirtió entonces en el representante de las ideas de los 90 y de toda esa década que acaba de comenzar. Vargas Llosa estaría encantado de saber que puede ser objeto de crítica de Gramsci.
–Vargas Llosa critica a García Márquez por su afición por el poder, pero ¿no es paradójico que quien hace esta crítica sea alguien que se presentó como presidente de Perú, compartió cenas con Thatcher, reconoce ser amigo de Aznar y muestra abiertamente su apoyo a Ciudadanos?
–Toda esa generación está fascinada por el poder y esta es la gran diferencia con mi generación: nosotros desconfiamos del poder; yo me siento siempre muy incómodo con cualquier etiqueta. Vargas Llosa creció y vivió durante años en un mundo dividido en dos polos ideológicos y solo podías estar de un lado o del otro, no había más opciones y su figura de intelectual se conformó en esa realidad, donde el intelectual hablaba para uno de los bandos y para mucha gente que no participaba abierta y públicamente del debate.
–¿Vargas Llosa es o fue un modelo para usted?
–Para mí fue un modelo porque era el único escritor en un país, Perú, donde ser escritor era imposible y no había apenas editoriales. Sin él, seguramente yo me habría dedicado a otra cosa, porque no hubiera visto la escritura como una salida. Dicho esto, lo que sucede en Europa es que, si eres un escritor peruano, todos esperan que seas un clon de Vargas Llosa. Recuerdo que en una ocasión una entrevistadora me comenzó a citar presidentes peruanos para que yo opinara porque, según ella, que solo conoce a un escritor peruano, esto es lo que hacen todos los escritores peruanos y no es así.
–¿Prefiere no pronunciarse políticamente?
–Lo que me preocupa es que mis opiniones se impongan a mi trabajo creativo; no quiero ser un Bob Geldof: todos saben quién es, pero nadie recuerda qué canciones compuso. Y si eres escritor esto te puede pasar, porque las novelas son poco leídas, pero las opiniones políticas son muy seguidas y pueden eclipsar tu trabajo.
–Sin embargo, usted se ha mostrado públicamente muy crítico con el nacionalismo y con el movimiento independentista. ¿Se arrepiente?
–No, no me arrepiento. A veces lo he pasado muy mal ante reacciones que me han chocado, incluso, de amigos míos. Creo que deberíamos recuperar ese lugar en el que todos podamos opinar tranquilamente sin despertar iras. He intentado mantener un perfil bastante bajo porque lo que más me importa es mi trabajo creativo, pero si me preguntas siempre digo lo que opino, porque este es el país donde crecen mis hijos y me importa lo que pasa aquí.
–En un artículo afirmaba que ahora muchos escritores hispanoamericanos optan por irse de Barcelona. ¿No cree que, más que por la situación política, esto se debe a que se ha redefinido en mercado literario y hay nuevos canales de transmisión?
–Puede ser. Ciertamente el mercado se ha redistribuido hacia América, pero lo que yo veo es que la política catalana está aislando a Cataluña de América. España no es tan grande, pero América es enorme y está produciendo libros para una comunidad amplísima. Creo que aislarse de América es malo, ante todo, para Cataluña y para los que trabajamos o queremos trabajar aquí. Creo que a Cataluña le conviene mantener los lazos con la lengua española, que no es solamente la lengua de España, sino que es la lengua de 500 millones de personas. Solo en Estados Unidos hay más hablantes de esta lengua que en España.
–Sin embargo, puede que esta desconexión no sea algo exclusivo de Barcelona, sino que sea fruto de que España ya no ocupa un lugar estratégico para la difusión de las letras hispanoamericanas.
–Madrid está muy activa. El primer artículo lo escribí porque fui a Madrid y vi la cantidad de relaciones que allí se forjaban entre España y América. Yo viví en Madrid hace años y hace doce años me vine a vivir a Barcelona y, entonces, no había ninguna diferencia entre las ciudades; al contrario, desde el punto de vista cultural, era mejor Barcelona, pues había un montón de gente hablando con el mundo y mucha gente de América venía hasta aquí. Esto generaba redes de creación y de trabajo que beneficiaban mucho a Cataluña, que está perdiendo todo esto.
En cuanto a que España ya no ocupa un lugar estratégico, ¡claro! Lo que yo digo es que España necesita América. ¿Para qué van a venir los escritores hispanoamericanos? Los mercados están creciendo allá, en América. Sin embargo, dicho esto, España sigue jugando un papel estratégico en la conexión de la literatura en castellano con Europa y Barcelona era la ciudad central de estas conexiones editoriales, pero está perdiendo está centralidad. Esto no es un problema para América, sino para Barcelona y para Cataluña, es un problema que afecta a la creación de puestos de trabajo y de vínculos culturales que favorecen la diversidad.