Las mujeres valientes de Baroja
El tratamiento global de la figura femenina en la obra del escritor vasco desmiente el tópico de su misoginia y nos descubre perspectivas inéditas sobre su personalidad
10 agosto, 2018 00:05Personajes atormentados, individuos abrumados por el dolor de vivir, hombres angustiados ante el paso del tiempo y figuras femeninas no sólo de costumbres sencillas, representadas en forma de madres o esposas bondadosas, sino también luchadoras y emprendedoras, mujeres que “no parecen más esclavas de la realidad que sus compañeros masculinos”. Quien así lo afirma es la doctora de Filología Hispánica y especialista en la obra de Pío Baroja, Ascensión Rivas, quien ha decidido hacer frente a los tópicos sobre el escritor creados desde principios del siglo XX y que, un siglo después, esta investigadora asevera que no se sostienen tras el análisis en profundidad de la trayectoria literaria del autor vasco.
La bibliografía de Baroja es prolífica y sus personajes, un reflejo de su propia situación vital. Pero también podría considerarse mal entendida --a tenor del pormenorizado estudio llevado a cabo por Rivas desde que realizara su tesis doctoral en torno al novelista--, sobre todo en lo que a sus protagonistas femeninas se refiere. No son pocos los críticos que, durante décadas, han reprobado sin paliativos al escritor y médico, uno de los referentes de la Generación del 98, por manifestarse de forma continua, en palabras de aquéllos, como “enemigo de las mujeres” e imposibilitado a la hora de comprenderlas.
El escritor vasco Pío Baroja / EFE.
“La repetida misoginia del escritor es uno de esos tópicos sobre el que generaciones de estudiosos han insistido de forma acrítica, un cliché infundado que han defendido quienes, con toda probabilidad, no han leído al autor o quienes lo han hecho de forma superficial o poco rigurosa”. Rivas es tajante y así lo expresa en la obra Mujeres barojianas, una de las más de veinte publicaciones que componen la colección Baroja (y yo) impulsada por el editor pamplonés Joaquín Ciáurriz bajo el sello IPSO Ediciones y que reúne a autores como Luis Antonio de Villena, Andrés Trapiello, Bernardo Atxaga o Soledad Puértolas.
La investigadora no tiene duda alguna de que la obra de Baroja ha sido analizada sin indagar qué de cierto hay en las creencias instaladas alrededor del autor, cuyos libros, señala, merecen ser leídos sin prejuicios. Y a su juicio, la convicción acerca de su misoginia se ha mantenido durante todo este tiempo “porque todos los estudiosos lo han dado por bueno y no se han parado a analizar si era o no cierto”. De hecho, considera que a Baroja se le ha estudiado desde otros supuestos “porque era lo que interesaba”, no sólo en lo que respecta al tratamiento de sus personajes femeninos sino, incluso, a la hora de afirmar que construía sus novelas sin técnica y sin cuidado. “Todos lo aceptaron por inercia”.
Lo cierto es que, si la narrativa española anterior a los últimos años del siglo XIX, principalmente la romántica y la realista, rebosaba de personajes femeninos –varios de los títulos publicados entonces vieron la luz con nombre de mujer: Pepita Jiménez (1874), Doña Luz (1879) o Juanita la Larga (1895), de Juan Valera, y Fortunata y Jacinta (1887), de Benito Pérez Galdós, al tiempo que otras tantas figuras, como Ana Ozores, habían formado parte del elenco de protagonistas de obras como La Regenta (1885), de Leopoldo Alas Clarín–, fue significativo el declive que en este sentido se produciría al término de la centuria.
En el caso de Valera (1824-1905), por ejemplo, la mayoría de sus novelas contaban entre sus personajes principales a mujeres andaluzas de clase media que, entre otras pasiones, muestran su interés por la lectura, sin dejar de lado, no obstante, las labores entonces consideradas propias únicamente de ellas, como la cocina o la costura y siempre a la sombra del protagonista masculino, que era quien le procuraba los medios para medrar en sus inquietudes. “La mujer forma, cría y modela al hombre no sólo materialmente, concibiéndole y llevándole en sus entrañas, sino también moral e intelectualmente, influyendo en su espíritu”, proclamaba Varela, no sin rechazar de plano, como expone la profesora de la Universidad de Granada María Remedios Sánchez García, que las facultades de la mujer “sean idénticas a las del hombre y valgan para los mismos oficios, profesiones y menesteres”.
Retrato de Juan Valera / REAL ACADEMIA DE HISTORIA.
Más allá fue Pérez Galdós (1843-1920) quien, en sus obras, preocupado por la necesaria modernización de los obsoletos valores de la sociedad española y, principalmente, por la instauración de avances que dejasen atrás las sombras en las que aún se encontraba envuelta la mujer decimonónica, describió a numerosos personajes femeninos con inquietudes propias y fuerte carácter. Entre ellas, Tristana, mujer rebelde e independiente que decide alzarse contra la opresión que ejerce la sociedad de la época contra las mujeres.
“Me parece a mí que si de niña me hubiesen enseñado el dibujo, hoy sabría yo pintar, y podría ganarme la vida y ser independiente con mi honrado trabajo (…) ¡Si aún me hubiesen enseñado idiomas, para que, al quedarme sola y pobre, pudiera ser profesora de lenguas...!”, llega a manifestar Tristana en un memorable pasaje de la obra, publicada en 1892. Y aunque reconoce que “toda mujer aspira a casarse con el hombre que ama”, ella desea --y así se lo transmite a Horacio Díaz, su enamorado-- “ser libre”. Tanto es así que la protagonista que da nombre a la novela se pregunta si la vocación y las ansias que siente de ser artista revelan un atisbo de inmodestia.
Benito Pérez Galdós, retratado por Sorolla en 1894.
¿Qué sucedió con la llegada de los noventayochistas y de la literatura modernista? Según la doctora en Filología Románica y profesora emérita de la Universitat de les Illes Balears, Margalida Socías Colomar, autora de La generación del 98 y la mujer. Análisis de una ausencia, argumentar “algo tan socorrido como la misoginia no puede ser la única respuesta válida. Como siempre, es aconsejable, en primer lugar, huir de la excesiva generalización”. Además, recalca, se trata de obras de autores distintos “con el vínculo común de su pertenencia a una misma generación literaria, lo que implica ciertas posturas parecidas frente al arte y a la vida”.
Cuatro obras que vieron la luz en 1902 aúnan parte de las características que el movimiento literario del 98 imprimiría en sus personajes femeninos: Amor y pedagogía, de Miguel de Unamuno; Sonata de otoño, de Ramón del Valle-Inclán; Camino de perfección, de Baroja, y La voluntad, de José Martínez Ruiz, Azorín, en las que todos ellos mostraban su repulsa ante la situación política y social del momento, alejándose asimismo, en cuanto a la técnica se refiere, de los cánones establecidos por el realismo –desplegado en su obra por Emilia Pardo Bazán, Galdós o José María de Pereda–. Adoptaban, además, una nueva visión sobre la figura femenina.
En su artículo Representaciones femeninas en la narrativa española de principios del siglo XX, Rivas ahonda en esta nueva perspectiva. Así, apunta, en Amor y pedagogía la mujer “aparece como rémora del progreso que representa el hombre”. En Sonata de otoño se muestra una mujer “maliciosa, inmoral y sacrílega”. En Camino de perfección se encuentran “figuras lujuriosas y frías de corazón al lado de una mujer redentora que, sin embargo, no dará el fruto esperado”. Finalmente, en la novela de Azorín aparecen una mujer “sin voluntad y otra que, al tenerla en exceso, conducirá al protagonista hacia la postración espiritual y la abulia”.
Una imagen de Miguel de Unamuno en París hacia 1926 / MEURISSE.
Socías incide, de hecho, en que, pese a que las obras realizan una crítica social del momento, lo hacen de forma implícita en lo que a las condiciones de vida de las mujeres se refiere. Esto lleva a Unamuno, Baroja y Azorín a situarse “en la arraigada costumbre de ver en el varón al creador de su propio destino mientras que la mujer es tan sólo un ser relacional, siempre en función de las necesidades masculinas y de sus emociones y fantasías”. “A diferencia del protagonista masculino, abrumado por el peso de sus inquietudes existenciales y sociales, los personajes femeninos aparecen ligados a los grandes temas (amor, sexo, poder, religión) en su vertiente doméstica”.
No obstante, ambas investigadoras señalan que, para comprender los roles asignados a los personajes femeninos en las publicaciones de finales del siglo XIX y principios del XX, es necesario ponerlos en relación con la situación de las mujeres en la realidad de la época. La autora de Mujeres barojianas sostiene que no se pueden descontextualizar a los autores del periodo en el que vivieron puesto que “cada uno es hijo de su tiempo”. “No podemos leer a Baroja como si fuera contemporáneo nuestro y hubiera vivido los hechos del pasado 8 de marzo. Es como si pretendiéramos que a nosotros se nos juzgara como si viviéramos en el siglo XIX”.
Sin embargo, asevera que, en el caso del escritor donostiarra y de su contexto, sí es posible cuestionar el tópico de la misoginia sólo con leer sus libros y, sobre todo, sin prejuicios y únicamente desde sus valores literarios. Expone un ejemplo para ilustrar su tesis: Patria, de Fernando Aramburu (Tusquets Editores, 2016), un autor que, en su opinión, ha sido analizado desde lo ideológico, motivo por el que ha sido criticado en función del pensamiento del crítico. Por ello, para la escritora, “sólo si se lee desde lo literario es cuando se encuentran sus enormes valores literarios. A la literatura hay que ir desprovisto de prejuicios”.
Edicion del centenario de la publicación de El árbol de la ciencia.
Y para ello, decidió estudiar la producción de Baroja desde presupuestos estrictamente literarios y, en el caso de las mujeres, procedió a analizar minuciosamente cada uno de los personajes femeninos representados en las páginas de la obra barojiana. Entre ellos, Lulú, la figura femenina más relevante de El árbol de la ciencia (1911). Una mujer sensible que la autora define como distinta de otros personajes femeninos de la época y cuya presencia en esta novela, de importante carga filosófica –recordemos las conversaciones entre Andrés Hurtado y su tío, el doctor Iturrioz, sobre el sentido de la vida y la forma de hacer frente a la misma-–, constituye una figura de primer orden para el entendimiento global de la novela y que, lejos de permanecer al margen de las disquisiciones de la obra, participa en el conflicto de la misma junto a los suyos propios.
“¿Cómo aceptar después de Lulú que Baroja era un misógino, que sus personajes femeninos son planos y carecen de profundidad, y que estaba incapacitado para entender el alma femenina?”, reflexiona Rivas. En varios de los cuentos que escribió Baroja aparecen además numerosas mujeres que ostentan, incluso, el papel protagonista. Con el transcurso de los años, el escritor incluirá en su obra figuras femeninas en las que predomina el instinto y el sentimiento. Mujeres intelectualizadas como María Aracil, de La dama errante (1900), o la propia Lulú, y aquellas de carácter fuerte, emprendedoras y muy seguras de sí mismas, como Filo, de La sensualidad pervertida (1920). En sus relatos, principalmente los que integran Vidas sombrías (1923), suelen tener, como recuerda Rivas, un marcado carácter poético: así sucede con la protagonista de Mari Belcha.
Como especifica la escritora, una de las imágenes que sobre la mujer transmiten los primeros relatos de Baroja es la de un ser humilde y resignado, perfectamente lúcido ante la situación que le toca vivir. Y en todos los casos el narrador comprende a estos personajes y “se pone incondicionalmente de su lado mostrándoles su afecto, algo muy alejado de lo que tradicionalmente se ha afirmado”. Se percibe, sobre todo, su deseo de encontrar el amor o de ser madres, como en el caso de Águeda; su sufrimiento tras haber perdido a sus hijos, como en Marichu, o su agobio por un presente desfavorable y un futuro que no augura nada distinto, como ocurre en Lo desconocido. En este último relato, Baroja presenta a una mujer sin nombre y sus anhelos por abandonarlo todo para siempre: "Y, al comparar este recuerdo con otros de su vida de sensaciones siempre iguales, al pensar en el porvenir plano que le esperaba, penetró en su espíritu el gran deseo de huir de la monotonía de su existencia, de bajar del tren en cualquier estación de aquellas y marchar en busca de lo desconocido".
Silverio Lanza, uno de los propagandistas del mito de la misoginia de Baroja.
El estudio efectuado por la autora de Mujeres barojianas rebate los clichés asentados en el último siglo en torno a la presencia femenina a lo largo de la producción barojiana. Y es que no habría de pasar mucho tiempo desde que el autor publicase Camino de perfección para que el escritor Silverio Lanza recriminara que la obra de Baroja “carece de mujeres”, a quien se sumaría años después Ignacio Elizalde para manifestar con rotundidad que “es proverbial la hostilidad de Baroja hacia lo femenino”. “El hecho de ser discípulo de Schopenhauer y de Nietzsche y la frustración amorosa en su vida constituyen, en parte, una razón de su misoginia”, añadía sin ambages.
La autora Teresa Guerra de Gloss señalaba en 1977, en En torno a las mujeres y Baroja. Notas sobre sus Memorias, cómo la idea que Baroja tiene de las mujeres “va cambiando un poco a lo largo de las Memorias. En el primero y segundo tomo es algo misógino; en los demás su misoginia se dulcifica. Quizá a ello contribuyó el que en los últimos años de su vida llegó a conocer la adulación femenina ... "
Pero en medio de las críticas y apreciaciones vertidas en torno al novelista, Rivas vuelve la vista hacia otra de las obras de Baroja, La dama de Urtubi. En ella, el autor se plantea la educación de la mujer y aboga por una formación en libertad que le permita enfrentarse a los avatares de la vida. “Al reflexionar sobre distintos modelos, defiende que las mujeres no sean esclavas de los hombres o tengan un papel subsidiario de ellos; por el contrario, defiende las culturas que permiten su independencia para que puedan cumplir con su vocación al margen de cualquier figura masculina”.
Y recuerda que no sólo la melancolía invade a las mujeres en su obra, haciéndose eco de Errantes, relato que describe a una familia de errabundos capaz de disfrutar de lo poco que tiene, felices de su vida nómada y libre. “Al lado de todas las mujeres abatidas por la desgracia y de las parejas que no ven más que tristeza alrededor, el novelista retrata a esa familia de nómadas y, con ellos, quintaesencia el amor y la alegría de estar vivo”, concluye la investigadora, haciendo suyo este alegato de Baroja en favor de la armonía.