Gutenberg, el falsificador

Gutenberg, el falsificador

Letras

Gutenberg, el falsificador

El nacimiento de la imprenta no se produjo como consecuencia de una innovación intelectual, la causa del 'descubrimiento' fue el negocio de la falsificación de códices

29 marzo, 2018 00:00

Es un lugar común que Gutenberg fue el inventor de la imprenta (c.1450), aunque no se conserve un solo libro o muestra de impresión que lleve su nombre. Por el estudio de los tipos de letra utilizados se le han atribuido unos pocos impresos --un calendario y un poema en alemán--, aunque con bastante certeza pudo ser impresión suya la Biblia de las 42 líneas.

Una de las interpretaciones más difundidas es que la invención de la imprenta ha de ser considerada una revolución cultural de enorme trascendencia en la civilización occidental. La historiadora norteamericana Elisabeth Eisenstein resumió en 1979 los argumentos de esta tesis. La irrupción de la imprenta estandarizó y preservó un conocimiento que hasta ese momento había sido más cambiante y fluido. La segunda razón señala que la difusión del invento estimuló la crítica a la autoridad al hacer más accesibles opiniones incompatibles sobre el mismo asunto. Y el tercer argumento es que impulsó las reformas protestantes y el nacimiento de la ciencia moderna.

Esta interpretación tan optimista ha dado lugar, desde hace décadas, a una revisión de la figura de Gutenberg y del impacto de la imprenta. La primera precisión es sobre la misma invención. La prensa era sobradamente conocida y utilizada, por ejemplo, en la producción de vino. Tampoco era nueva la técnica de grabar punzones, empleada para fabricar monedas y medallas. El padre de Gutenberg trabajaba en la ceca arzobispal de Maguncia, de ahí que el impresor tuviera conocimientos en orfebrería. El invento decisivo fue el molde ajustable para fundir tipos de letras y la composición de una aleación metálica de estaño, plomo y antimonio idónea para dicha fundición. Hasta ese momento se empleaban tipos de madera que, además de necesitar mucho tiempo para su talla, tenían una vida efímera. Es decir, Gutenberg no inventó la imprenta sino la tipografía. Otro asunto es que no fuese el único que, en esos mismos años, trabajara en un proyecto similar.

De cualquier modo, el objetivo de estos pioneros alemanes no fue ponerse al servicio de innovaciones intelectuales. Al contrario, buscaron asegurar beneficios inmediatos imprimiendo los textos de autores clásicos y medievales. Mediante la reducción de costes por la reproducción  mecánica, se trataba de disputar el mercado de la copia sobre papel en manos de escribanos profesionales. Los primeros impresores no ofrecieron un producto nuevo. No tuvieron la intención de producir, en estricto y actual sentido, un libro impreso, radicalmente diferente a lo que hasta entonces circulaba en los principales centros universitarios europeos. Su objetivo fue falsificar manuscritos, ofreciendo sucedáneos en serie. La fabricación de tipos de letras se hizo con la mayor precisión posible porque se trataba de imitar la apariencia del códice medieval y producir obras de belleza semejante a la de los manuscritos iluminados. 

Gutenberg no inventó la imprenta sino la tipografía. El invento decisivo fue el molde ajustable para fundir tipos de letras y la composición de una aleación metálica de estaño, plomo y antimonio idónea para dicha fundición

Las páginas de la Biblia de las 42 líneas --impresa por Gutenberg en dos volúmenes tamaño folio en 1456-- están divididas en dos columnas y el tipo es el de la letra gótica característica de los grandes manuscritos litúrgicos. Incluso, en una selección de  ejemplares, el impresor optó por producir un libro híbrido. Dejó en blanco espacios para las rúbricas, iniciales y orlas, para que más tarde fueran iluminadas a mano. Si los lectores no prestaban gran atención podían creerse que estaban ante un manuscrito

Con la irrupción de la imprenta en el mercado del libro se ahorraba el lento trabajo de la de la escritura a mano y, sobre todo, el de la multiplicación de ejemplares, pero no se cambiaron las maneras de leer. Roger Chartier ya subrayó hace años que hay que diferenciar entre revoluciones del libro y revoluciones de la lectura. La falsa herencia del mito de Gutenberg ha sido creer que desde mediados del siglo XV fue preeminente el impreso y que triunfó la lectura individual. Nada de eso ocurrió. El paso de la lectura en voz alta a la lectura silenciosa ya se había producido entre los siglos VIII y XIII, cuando se fue imponiendo el modelo escolástico del libro como instrumento intelectual sobre el modelo monástico de conservar y memorizar. 

Roger Chartier ya subrayó hace años que hay que diferenciar entre revoluciones del libro y revoluciones de la lectura. La falsa herencia del mito de Gutenberg ha sido creer que desde mediados del siglo XV fue preeminente el impreso y que triunfó la lectura individual. Nada de eso ocurrió

La falsificación de Gutenberg tampoco supuso un crecimiento exponencial del número de lectores. La fiebre de leer se desencadenó en la segunda mitad del siglo XVIII con la multiplicación rápida de los periódicos, el triunfo comercial de los pequeños formatos, la caída del precio de los libros por las reproducciones fraudulentas, la proliferación de sociedades de lecturas o de bibliotecas circulantes que permitían leer sin comprar y, por supuesto, por un notable incremento de la producción bibliográfica. Entonces, ¿cuál fue el mayor impacto cultural que produjo el invento tipográfico de Gutenberg?

En una carta de 1471 del humanista y arzobispo Nicolò Perotti a su amigo Francesco Guarneri, reconocía que había alabado “el divino regalo que ha supuesto la nueva forma de escritura que recientemente nos ha llegado de Alemania. De hecho, he visto cómo un solo hombre  imprimía en un mes lo que varias personas necesitarían años en escribir a mano”. Aunque se había entusiasmado con la idea de disponer en poco tiempo de muchos libros, se había dado cuenta de que “ahora son todos libres de imprimir lo que les venga en gana”. Contemplaba consternado que ya se publicaban libros “con el solo afán de entretener, lo que sería mejor olvidar o incluso borrar”. Su queja era aún mayor porque “cuando escriben algo que vale la pena, lo tergiversan y lo corrompen hasta el punto de que sería preferible que esos libros no existieran, antes que tener miles de ejemplares difundiendo falsedades por el mundo entero”. Esa fue la principal consecuencia del rotundo éxito de la falsificación de Gutenberg: la puesta en marcha de las censuras.