Retrato de Ortega y Gasset de Ignacio Zuloaga y Zabaleta
La filosofía de José Ortega y Gasset, una puesta al día
El astrofísico Juan Arnau explora el pensamiento del mayor filósofo español moderno en relación a los vínculos entre el humanismo y la ciencia y con respecto paradigma cultural del racionalismo lógico, que contrapone al vitalismo racional
Muy pocos libros anuncian su propósito de una forma tan clara como lo ha hecho Juan Arnau con su reciente Ortega contra el racionalismo (Espasa): “¿Por qué un nuevo libro sobre Ortega? La razón es sencilla. Hay dos aspectos de su pensamiento que no se han abordado en profundidad. De un lado, Ortega como filósofo de la ciencia, que piensa sin complejos la ciencia (sobre todo la física) y se pronuncia, como humanista, contra la tiranía de los laboratorios. De otro, Ortega como exponente de un pensamiento que se opone de plano al racionalismo, por considerarlo una de las enfermedades de nuestro tiempo”. Dos aspectos que Arnau, como buen astrofísico y doctor en filosofía que es, desarrolla con gran soltura.
Su ensayo avanza con cierta vocación aforística, y el resultado final es una síntesis muy eficiente sobre lo que pensó el maestro madrileño, a pesar de haber vivido una vida ajetreada y viajera: “Ortega, como filósofo, no se sentía cómodo con el biologismo y el vitalismo en sentido estricto. Tampoco con el racionalismo, que identificaba con el logicismo. La lógica le parecía una ilusión, de cierta utilidad, sí, pero incompatible con su modo de estar y sentir el mundo”. En este sentido, Ortega se apuntaba al club de Heráclito: “La razón es impotente ante todo aquello que no se deja descomponer. Solo funciona ante el mecanismo. Y todas las cosas importantes de la vida (el deseo, la percepción, la libertad, la propia mente) ni pueden descomponerse ni se ajustan al modelo mecánico. Leibniz lo sabía. La razón descansa finalmente en la intuición”; y algo más adelante: “Nada hay en la naturaleza idéntico a sí mismo, por estar todas las cosas sumidas en la corriente transformadora del tiempo”.
Ortega y Gasset
La razón, por lo tanto, lo que hace es combinar “visiones irrazonables”. Arnau piensa que El tema de nuestro tiempo (1923) es el libro más importante de Ortega, porque consigue cristalizar un amago de sistema. Un sistema, por otra parte, que Ortega no supo nunca edificar en un tratado unitario, porque Ortega componía sus libros con retales y vivía de un modo agitado, periodístico y fragmentario. Algunos autores señalarían En torno a Galileo (1933) como el libro más maduro del autor; La rebelión de las masas (1930) hizo mucho más ruido y se propagó por el orbe con gran rapidez, pero yo estaría de acuerdo con esta identificación del papel nuclear o axial de El tema de nuestro tiempo en la producción orteguiana. Ferrater Mora también pensaba que en aquel punto se iniciaba una nueva etapa, la que dejaba definitivamente atrás el neokantismo y las influencias iniciales para avanzar hacia la consolidación del concepto de razón vital.
En 1923, Ortega ya había hecho un descubrimiento fundamental: “Nuestra ceguera es no querer ver las irracionalidades que suscita el uso de la razón. Ese es el tema de nuestro tiempo: la temeraria frivolidad del cientifismo”. Y más adelante, añade Arnau: “Frente a la razón pura, la razón vital: ese el tema esencial del libro. Todavía no ha aparecido otro de sus conceptos clave, la razón histórica. La idea fundamental de este breve tratado es el perspectivismo”.
'El tema de nuestro tiempo'
Esta visión que Arnau llama “relacionismo” y desarrolla en su libro nos conduce a las puertas de la obra de María Zambrano: “Ya lo anunciaron dogmáticamente Descartes y después Hegel: el orden del pensamiento coincide con el orden de lo real. El racionalismo es fanático y violento”. La razón es un instrumento legítimo para aprender y conocer, pero no es la base de la sabiduría humana en su sentido más restrictivo y abusivo. La razón ha de “apegarse a la vida” y no se ha de recortar o minimizar la vida para que encaje en las construcciones racionalistas: “Para Ortega, con Einstein, la razón pura de Descartes y Kant ha quedado reducida a lo que es: una razón instrumental, sin más”.
Esta dirección fundamental del análisis de Arnau coincide con el de otro (quizás el mejor, sin duda el más ambicioso) analista reciente de la filosofía orteguiana: José Luis Villacañas. En su libro monumental Ortega y Gasset. Una experiencia filosófica española (Guillermo Escolar, 2023), Villacañas escribía, precisamente a propósito de El tema de nuestro tiempo: “Ortega entregó a las prensas de Revista de Occidente su ensayo Ni vitalismo ni racionalismo, con toda su aspiración de acuñar una filosofía propia. Aquí estabilizó sus hallazgos de El tema de nuestro tiempo y aludió a problemas que había desarrollado en sus cursos universitarios (…). Luego, recordó su doctrina del imperialismo ilegítimo de ciertas esferas de acción cultural sobre otras, pero al final no se atuvo al programa de proponer doctrinas positivas. Aclarar lo que no quería decir no era una empresa estéril, y aunque no definió todavía con claridad su doctrina, este artículo resultó relevante para identificar quiénes eran sus verdaderos enemigos”. También Julián Marías y Ferrater Mora habían señalado este artículo como una aportación clarificadora fundamental o un paso adelante de cierta importancia.
Platón había demostrado la necesidad de los números irracionales, y Leibniz lo había seguido indicando que la razón misma tenía sus propios límites si no sabíamos controlar nuestra pulsión de razonar infinitamente. Sin embargo, sigue Villacañas, “Ortega tampoco quería pasar por un irracionalista. Él deseaba ofrecer doctrinas positivas, agudas teorías. Y de la misma manera que no quería proyectar un imperialismo de la razón sobre la realidad, tampoco quería eliminar la primera de su horizonte. La estructura de lo individual no podía dar paso a un vitalismo que eliminara algo valioso, sino solo los errores del racionalismo”. Esta reflexión es más oportuna ahora que hace cien años por una razón concreta: vivimos en una sociedad atrapada entre los dogmas de los tecnólogos y los mitos irracionales (la postverdad vitalista). Entre un error fanático y otro, nos toca construir una alternativa vivible, y se nos hace muy arduo encontrar una fórmula que nos ahogue en un sentido u otro, entre la razón violenta y la deconstrucción autoritaria. Este relacionismo orteguiano nos podría orientar a la hora de no dejarnos seducir por la Unidad a ultranza o el nihilismo irracionalista de signo contrario y, sin embargo, complementario.
'Ortega y Gasset, una especiencia filosófica española'
En 1935, Ortega “se ha alejado del neokantismo (que lleva al socialismo) y se aproxima al vitalismo de Nietzsche y Max Scheler, aunque sigue ocultando sus fuentes para parecer original”. Ortega se horrorizaba ante la idea de que Heidegger le robara ideas, pero tomaba de otros sin citarlos sin ningún pudor… Llegan las dos guerras, la civil y la mundial, y según Arnau “ante el desastre general, conserva cierta lucidez. El hombre está perdido. Pero no hay que alarmarse, se ha perdido muchas veces. Toda filosofía es un error. No hay una filosofía definitiva, por muy sincera y verdadera que sea. “No es que el hombre sea racional, sino que tiene el deber de intentar ser racional”. El conflicto en España ha agrandado su soledad”, y recibe palos a derecha y a izquierda. Y es que su política sin política y su democratismo sin masas no eran muy viables, y él lo supo.
Ortega opuso su razón vital a la filosofía de Kant: “La lógica kantiana descalifica la percepción, su ética niega la bondad de lo espontáneo y personal”; hay que “digerir” a Kant para superar a sus discípulos, y escapar de la “prisión kantiana”, para dejar de ahogar “la natural inclinación hacia afuera de la conciencia”; “Frente a la filosofía crítica, él opone la filosofía simpática, el lazo amoroso del conocimiento. Sin amor no es posible comprender nada”.
'Ortega contra el racionalismo'
En definitiva, para entrar de un modo ameno y riguroso al mundo mental del filósofo madrileño, el libro de Juan Arnau es ideal. Ya hemos comentado su limpieza expresiva y su tendencia al aforismo (“Hay formas sorprendentes de estar vivo”; “La abstracción, sin la metáfora, es ciega”). El gran libro de Villacañas quiso trabajar extensivamente, y reseguir una aventura de pensamiento que las biografías no podían llegar a explorar; el de Arnau es un libro intensivo, que escoge un vector concreto (el combate contra el racionalismo, que no irracionalismo) y lo desarrolla hasta sus últimas consecuencias.
Ortega estudiaba llamar a todos sus ensayos “salvaciones”, no hay ninguna razón por la que no podamos entender los estudios posteriores sobre su obra también como salvaciones, actualizaciones, conjuros contra la indiferencia y el olvido. Ortega ha de seguir siendo digerido y revisado. La buena noticia es que sigan escribiéndose libros tan ricos e interesantes como los de Villacañas y Arnau y que podamos tomarlos de la mano para comprender a un escritor tan fundamental en nuestra vida colectiva.