
Imagen de Hitler
El primer mes de Hitler ya fue fatal
Una línea de estudios históricos se concentra en el análisis de breves periodos, de forma microscópica, y ese es el caso de Febrero de 1933, el primer mes de Hitler en el poder
La historia, vivida, es un tormento. De ahí la célebre maldición –unos dicen que oriental, otros dicen que árabe—que dice: “¡Que vivas tiempos interesantes!” O, en el refranero español, el equivalente “Pleitos tengas y los ganes”. Yo mismo he vivido, por azares profesionales, “tiempos interesantes”, horribles. Y yo mismo le gané un pleito a Roures, pero me dejó un mal sabor de boca y desde entonces le desprecio. (Maticemos: ya le despreciaba antes).
La historia, vivida, es una catástrofe. Pero leída, en la seguridad (siempre relativa) del hogar, al amparo de la estudiosa lámpara, a distancia de los acontecimientos, es un gran placer, que induce a meditaciones sin cuento, a consideraciones infinitas sobre la naturaleza humana, el azar y el destino.
Hay una línea de los estudios históricos que me parece relativamente novedosa, y es excitante, que consiste en analizar al microscopio un breve periodo de tiempo –un año, un mes, o incluso un día--, con el máximo de detalles.
Atmósfera en Europa
A esa corriente se adscribe el nuevo libro de Uwe Wittstock, historiador y crítico de la Frankfurter Allgemeine Zeitung titulado Febrero de 1933, publicado por la joven editorial Ladera Norte, con la siempre impecable traducción de Berta Vias Mahou, y en el que se cuenta el primer mes de Hitler en el poder, y cómo los acontecimientos de cada uno de esos treinta días afectaron a la vida de determinados escritores y prefiguraron la catástrofe venidera.

Portada del libro 'Febrero 1933'
Se inscribe, este libro, me parece a mí, en una tradición reciente. En ella, puedo señalar 1913. Un año hace cien años (Ed. Salamandra) del historiador alemán Floran Illies: un muy entretenido e instructivo mosaico de anécdotas, citas, extractos de diarios y otros documentos para describir la atmósfera en varias capitales europeas en el año que precedió a la primera guerra mundial que se declararía al año siguiente, con el asesinato en Sarajevo de Francisco José, el heredero de la corona austro-húngara, a manos de un terrorista nacionalista serbio.
Está, también, 1688. La primera revolución moderna (ed. Acantilado), del historiador inglés Steve Pincus, donde se focaliza el año de la guerra civil, la ejecución del rey Carlos I, la ascensión del puritano Cromwell al poder.
Y desde luego hay que referir la colección de delgados libros, cada uno de ellos escrito por un historiador prestigioso, La España del siglo XX en siete días (ed. Taurus) y cada uno de ellos dedicado a una fecha clave en la historia de nuestro país. Ahora se venden juntos, en un estupendo estuche.
Libros necesarios
Por fin, el célebre y copioso volumen Ciudadanos (Simon Schaman, ed. Debate) quizá se podría traer a cuento aquí, porque además de presentar un discurso valorativo de los acontecimientos generales siguiendo una tesis “revisionista” que comparto (y no estoy solo en ello) explica los cinco primeros años de la Revolución francesa enhebrando las historias personales de muchos de los protagonistas de aquella orgía de sangre, Talleyrand, Sieyès Lafayette, Madame Stäel, Olympe de Gouges, Charlotte Corday, y la pobre María Antonieta, o Malesherbes, un hombre bueno y justo que antes de subir a la guillotina tuvo que ver cómo le cortaban la cabeza a sus nietos y a su hija.
Se me olvidaba referenciar Diez días que estremecieron al mundo del comunista norteamericano John Reed, que estuvo en San Petersburgo durante las fechas claves de la revolución bolchevique. Es un libro sesgado, parcial. Si se me olvidaba referenciarlo es por eso, y porque Reed no era un historiador sino un periodista de parte.
Podría también buscar referencias sobre los libros, estos ya de carácter de historiografía literaria, que se publicaron en el año 2022 sobre 1922, año en que se publicó el Ulises de Joyce, La tierra baldía de T. S. Eliot (tan influyente para muchos, pero me reservo mi opinión para que no me llamen ígnaro) y Sodoma y Gomorra de Marcel Proust.
Antes de que se cierren las puertas
Son libros, sobre fechas que son axiales, bisagras, que marcen fechas epocales, fechas de aceleración de la Historia. A ellos viene a sumarse con todos los derechos Febrero de 1933. El invierno de la literatura de Wittstock. Meticuloso relato histórico de la fulgurante rapidez con la que Hitler desmanteló el Estado de derecho y con él el mundo literario de Alemania, supuestamente el país más culto de Europa.
En ese mes extraordinario que Wittstock describe día a día, saltando de un personaje a otro –Bertold Brecht, Alfred Döblin, Egon Erwin Kisch, etcétera, etcétera--, cada día podía ser el último, cada acontecimiento inconcebible era superado, al día siguiente, por otro, y había individuos despiertos, alerta, que lo entendieron en seguida, y otros que no podían concebir que Hitler y su partido fuesen capaces de atrocidades inimaginables y esperaron a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos.
Quienes esperaron demasiado vieron cerrarse las puertas de la trampa sobre ellos. Hay escenas fascinantes. Por no contar aquí las más terroríficas me quedo con la imagen de Heinrich Mann, hijo de Thomas Mann y ya un escritor consagrado, sólo siete días antes rechazar como una exageración el apremio de sus amigos para que abandone el país, cruzando por fin, a pie, el puente que le lleva a Francia, con una maleta en la mano y un pasaporte con el visado a punto de caducar, sin saber si podrá pasar la aduana o va a ser devuelto a su país e internado en un campo.