Graffiti callejero con la imagen de Hannah Arendt

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Ideas

Hannah Arendt, una biografía intelectual

Thomas Meyer devuelve a la pensadora alemana a los orígenes filosóficos y germánicos de los que ella misma se distanció en una biografía, publicada por Anagrama, que documenta con rigor toda su la trayectoria vital 

Publicada

“Ahora la batalla es por todo esto” (νῦν ὑπὲρ πάντων ἀγών), escribió Hannah Arendt en la última carta que le envió a Günther Stern, su primer marido, antes de huir de Francia a Portugal y de ahí a Estados Unidos, en agosto de 1940. Como cuenta Thomas Meyer en su reciente Hannah Arendt. Una biografía intelectual (Anagrama), la cita procede de Los persas de Esquilo, uno de los pocos libros que la pensadora había podido salvar de su biblioteca itinerante. El hemistiquio resume la titánica labor que Arendt iba a emprender en el exilio y que adquiere aún mayor vibración si se tiene en cuenta la tirada a la que pertenece, el grito de los griegos en su lucha por la supervivencia, durante la batalla de Salamina: “Oh hijos de los helenos, seguid, liberad a la patria, liberad a los hijos, a las mujeres, las sedes de los dioses paternos, y las tumbas de los antepasados: ahora la batalla es por todo esto”.

Después de las biografías más convencionales de Elisabeth Young-Bruehl y de Laure Adler, el profesor Thomas Meyer, con una formación muy afín a su biografiada –estudió en Múnich filosofía, lenguas clásicas y literatura alemana– ha llevado a cabo una exhaustiva investigación acerca de la evolución intelectual de Arendt, con especial atención a las fuentes de su pensamiento. El resultado es un estudio que de algún modo devuelve a Arendt a los orígenes filosóficos y germánicos de los que ella misma se distanció, cuando, en sus propias palabras, decidió abandonar el círculo de los filósofos –y por tanto las cuestiones intempestivas– y dedicarse a la teoría política para intentar restaurar el espacio público común que el totalitarismo había destruido.

Hanna Arendt

Hanna Arendt

La figura de Arendt no ha dejado de crecer y mitificarse en lo que llevamos de siglo, una influencia que a veces se ha vencido del lado de la simplificación o incluso de la caricatura, sobre todo por lo que respecta a la eterna y espuria polémica de Eichmann en Jerusalén. Su obra madura, por otra parte, se gestó fundamentalmente en inglés y de ahí se volcó a otras lenguas, provocando en el camino una cierta distorsión con respecto a la verdadera envergadura de su proyecto.

Desde el año 2020, está disponible en la red una edición crítica en marcha de su obra (aquí el enlace), que aclara por primera vez la procedencia de todos sus textos, una ingente labor filológica que permite hacerse una idea más rigurosa tanto de su modus operandi como de su genealogía intelectual, empresa de la que sin duda se ha beneficiado Meyer para su biografía. Meyer, por su parte, aporta valiosa documentación sobre algunos de los episodios menos conocidos del exilio de la autora, como por ejemplo su trabajo como voluntaria en la organización judía Aliá Joven en París, cuando acompañó en barco a Palestina a menores judíos refugiados, en su mayoría procedentes de Europa oriental –hasta un total de doscientos–, una labor de la que ella apenas habló y que ahora sabemos que se prolongó hasta 1939.

También es muy interesante la información ofrecida sobre los primeros años en Nueva York, cuando Arendt fue directora editorial de Schoken Books, un sello fundado en 1938 por un judío alemán en Berlín. La recién llegada contribuyó decididamente a la consolidación de ese catálogo con una selección en dos volúmenes de Kafka, ensayos de Gerschom Scholem y otros teóricos del judaísmo y el sionismo, además de empeñarse en otros proyectos que no llegaron a buen puerto, como una antología de Walter Benjamin. 

Hannah Arendt, la biografía de Thomas Meyer

Hannah Arendt, la biografía de Thomas Meyer ANAGRAMA

El itinerario intelectual de la pensadora está luego muy bien dibujado, desde sus trabajos de formación en Alemania hasta la lenta construcción de una nueva teoría política surgida de la experiencia del totalitarismo. Todo lo que hasta ahora se había contado y razonado a este respecto adquiere mayor profundidad y visión panorámica con el estudio de las fuentes y la revisión de los presupuestos. Su relación con la cuestión judía, por ejemplo, desde su inicial activismo sionista hasta su distanciamiento de la construcción del Estado de Israel en 1942, cuando Arendt entendió que la fundación se estaba llevando a cabo sin tener en cuenta a los palestinos, ayuda a entender mejor su independencia intelectual y su riesgo moral a la hora de juzgar algunas cuestiones espinosas, como el problema de los consejos judíos durante la Shoah, uno de los aspectos más polémicos de Eichmann en Jerusalén.

Meyer ayuda también a juzgar con más propiedad, desde una perspectiva germánica y no anglocéntrica, como hasta ahora se había hecho, la relación de Arendt con sus maestros, en especial con Martin Heidegger, Karl Jaspers y el teólogo Rudolf Bultmann, las tres caras de su formación. La relación con el primero se ha explotado hasta la saciedad e incluso la cursilería, llegando a decirse que la alumna fue la musa que le inspiró al maestro Ser y tiempo (1927), una forma estúpida de degradación. Por supuesto su historia fue mucho más compleja, dramática y fascinante que la película propuesta por cierta literatura biográfica. 

La tensión entre Heidegger y Arendt ilustra uno de los problemas constitutivos de la modernidad entre filosofía y política, entre tiranía y democracia, entre la meditación intempestiva sobre el ser y la constitución de la ciudadanía. Como ella misma admitió, todo el pensamiento de Arendt nace en el fondo del seminario sobre el Sofista de Platón que Heidegger impartió en Marburgo en el invierno de 1924 a 1925. Allí sus alumnos descubrieron una nueva forma de pensar que desmintió la idea generalizada del fin de la disciplina. De la filosofía de la existencia de Jaspers, con su énfasis en la comunicación y en la consideración del otro, Arendt tomaría luego el impulso necesario para sus estudios posteriores sobre la pluralidad. Y el cuadro se completaría con la huella de los seminarios de Bultmann sobre la ética de San Pablo, cuya influencia Meyer ha desenterrado para demostrar la competencia en lenguas clásicas que Arendt ya tenía en su época de estudiante.

'La condición humana'

'La condición humana' AUSTRAL

La condición humana (1958), que en alemán se tituló Vita activa, sería la culminación de un trayecto que había llevado a su autora a repudiar sus orígenes filosóficos, sobre todo por la connivencia de Heidegger con el nazismo –llegó a decirse a sí misma que nunca más quería volver a tener relación con el mundo intelectual– y a ensayar una nueva forma de afirmación política que hiciera imposible la repetición de algo como la Shoah. Pero como demuestra Meyer, los fundamentos de Vita activa son en realidad el reverso de los principales supuestos heideggerianos, la reconsideración de lo aprendido durante el seminario sobre el Sofista pero volcado a la tormenta de su siglo. 

Si para Heidegger el hombre estaba sufriendo una alienación existencial –el olvido del ser– por culpa del dominio de la técnica, para Arendt la progresiva preponderancia del animal laborans –nuestra dimensión biológica– y del homo faber –el utilitarismo– estaban ahogando el espacio público –el ágora griega en sus orígenes– como espacio de intercambio verbal y por tanto intangible entre los distintos hombres. Meyer observa con agudeza que Arendt “recordará cuidadosamente el entre del ya no y todavía no y lo convertirá en el fundamento de su filosofía de la historia”. 

Eso supone principalmente saltar del claro del ser (Lichtung) heiedeggeriano al presente histórico donde el pensar halla su calma en la colisión entre pasado y futuro. De ahí también que para Arendt el hombre no sea tanto “un ser para la muerte” como “un ser para el inicio”, en la estela de San Agustín, a cuyo concepto de amor había dedicado su tesis: “El hombre fue creado para que hubiera un principio”. La natalidad, más que el origen, se convirtió así en el principio motriz del pensamiento arendtiano. Al nacer, uno se inserta en un mundo que ya existía y que seguirá existiendo cuando muera y de cuya supervivencia debe hacerse cargo en tanto que sujeto moral y político.

Hannah Arendt

Hannah Arendt

Basta considerar, siquiera someramente, el actual estado de la democracia occidental, con la saturación de identidades biológicas, la apología de lo fisiológico, el imperio del utilitarismo y la decadencia del parlamentarismo, para darse cuenta de la clarividencia de Arendt y de la vigencia de su pensamiento en nuestro siglo. Como subraya Meyer, Arendt también vio que los principales filósofos de la sospecha en la modernidad, Marx y Nietzsche, al romper con la tradición, habían propiciado un nihilismo que no contemplaban pero que terminó por imponerse. Aprender a bucear en la herencia sin testamento en que se había convertido el pasado iba a ser uno de los principales cometidos de las humanidades en el futuro. 

Cabe destacar, por último, la consideración inédita que hace Meyer de la conciencia que Arendt tuvo de sí misma como figura civil, dispuesta a aprovechar los mass media –tanto la prensa como la radio y la televisión– no solo como formas de intervención sino sobre todo como herramientas de restauración y preservación del ágora. En ese sentido, asumió las lecciones de su amigo Walter Benjamin al respecto, sin renunciar a aprovechar todo lo que su época le brindaba para seguir dando la batalla “por todo esto”. No es menor la importancia de su legado también en ese aspecto.