Año nuevo, vidas nuevas: Milovan Djilas, un homicidio redentor
Milovan Djilas llegó a ser vicepresidente de la Yugoslavia comunista antes de escribir 'La nueva clase', donde cuestionaba sin ambages la integridad del sistema, movido por un antiguo cargo de conciencia
Año nuevo, vidas nuevas: El momento estelar de los Santos o Pablo de Tarso
Desde luego, matar a un hombre a sangre fría, si uno no es un desalmado, tiene que provocar un terremoto en la psique. Es lo que le sucedió a Milovan Djilas, jefe de partisanos comunistas durante la ocupación de Yugoslavia por las fuerzas del eje germano-italiano, en el curso de la Segunda Guerra Mundial.
Él mismo lo cuenta en sus memorias, que curiosamente no se han publicado en español. Tampoco su libro más logrado, según su propia opinión, ha vuelto a ser editado aquí desde la publicación a principios de los años sesenta en Seix Barral: Conversaciones con Stalin. Hay que decir que cada uno de estos libros le costó caro.
Djilas era vicepresidente de la Yugoslavia comunista, sucesor in pectore de Tito. Pero un incidente que le sucedió durante la guerra horadó su seguridad, no dejó de socavar su fe en el sistema, le hizo replantearse su trayectoria y sus valores… Acabó convirtiéndole en un proscrito y en un estorbo para el poder que le había encumbrado.
El incidente, tal como él mismo lo cuenta en esas memorias, fue como sigue: durante la guerra, estando en los montes, al mando de una partida de partisanos, que a raíz de una escaramuza con los alemanes habían hecho unos cuantos prisioneros, uno de estos se escapó. Iba corriendo como un gamo por unos sembrados, manchita negra a cada segundo más pequeña en la distancia. Avisado por sus hombres, Djilas se echó el fusil al hombro, apuntó, disparó y vio caer en la lontananza al desdichado.
Como él mismo explica, eso –apuntar, disparar– era lo que se esperaba que hiciera, ya que era el jefe de la partida, y tal era la ley de la guerra, si un preso se escapa se expone a una ejecución inmediata. Por consiguiente no tenía nada que reprocharse, pero esa misma noche, tumbado bajo las estrellas, algo no le dejaba descansar y empezó a darle vueltas al “incidente”. Aquella semilla de malestar fue germinando en su corazón y lo llevó por caminos impensables. Durante los siguientes días siguió pensando en ello. Empezó a cuestionarse su trayectoria.
Inicios en política
El joven Djilas se había adherido al comunismo en los tres años de cárcel que pasó por sus actividades contra la monarquía de Alejandro I. Mientras él estaba en prisión, este rey de Yugoslavia, por cierto, sería asesinado en Francia por un nacionalista búlgaro financiado y apoyado por de Ante Pavelic, sanguinario “Caudillo” (en croata, poglavnik) de los ustachi y presidente del estado independiente de Croacia, títere de Hitler. El cual, dicho sea de paso, murió en Madrid en 1959, a consecuencia de las heridas recibidas también en un atentado contra su vida en Buenos Aires. Ahora está en el infierno. Pero volvamos a Djilas.
En la cárcel trabó amistad con distinguidos miembros del partido comunista. Tras la invasión de los ejércitos del Eje (1941) participó en la guerra como jefe de partisanos. En 1940 ya era miembro del Politburó (secretariado que señalaba la táctica y estrategia del partido), vicepresidente y sucesor in pectore del “mariscal” Tito. Éste le envió repetidamente a Moscú como jefe de la delegación yugoslava para acordarse con el PCUS en táctica y estrategia. Mientras tanto el recuerdo del preso al que había matado le seguía royendo.
En Moscú se codeó con Dimitrov, Malenkov y el mismo Stalin. El testimonio que deja de estas visitas y de los tres dirigentes es vívido, repulsivo, y no tiene desperdicio. Al descubrir Djilas que sus habitaciones del hotel donde se les alojaba estaban sembradas de micrófonos, y que los delegados yugoslavos eran abordados por “señoritas” complacientes, se escandalizó. ¿Cómo era posible que los soviéticos le hicieran esto a los yugoslavos? ¿No eran partidos hermanos?
Contra la burocracia comunista
Después de la guerra empezó a dejar oír su voz, y sus críticas, en voz demasiado alta. En 1954 fue expulsado del partido. Por conceder entrevistas a la prensa occidental acabó en prisión. Por publicar en el extranjero La nueva clase, primer libro crítico con el sistema comunista escrito desde dentro, en donde denunciaba que la alternativa al capitalismo, tras abolir los privilegios de la aristocracia y la burguesía y presentarse como una sociedad sin clases, en realidad había generado una “nueva clase” de los dirigentes y sus familias, o nomenklatura, volvió brevemente a prisión; tras publicar sus Conversaciones con Stalin le cayeron quince años de cárcel (de los que cumplió solo tres, siendo amnistiado por Tito) por revelar secretos de Estado. Djilas, que hubiera podido mantener un perfil más discreto, hacía lo que su conciencia le decía que tenía que hacer.
El resto de su vida, buena parte de la cual pasó bajo vigilancia, no reviste un interés especial. El momento decisivo, el momento de la irrupción de la realidad, cuando se le abrieron los ojos, fue aquel momento, durante la guerra, en que disparó y mató a un prisionero que se fugaba y el estampido del disparo le despertó a una nueva vida.