Voltaire, algo así como el líder de un equipo antievangelista
La editorial Laetoli publica, al cuidado de Bernat Castany, los Escritos anticristianos del pensador francés, en los que critica a la religión con sus propios métodos y defiende una fe humana alejada de sectas, castas, sacerdotes, iglesias y gobiernos
En la Pamplona actual hay dos tesoros historiográficos que deberíamos preservar a golpe de espada: uno es la editorial Urgoiti, que lleva muchos años publicando clásicos de la historiografía que ya hubieran sido borrados por la niebla hace mucho tiempo, y la otra joya es otra casa editorial campeona del pensamiento ilustrado y desmitificador: la casa Laetoli, la editorial que impulsó la mítica colección ¡Vaya timo!, en la que publicó Gonzalo Puente Ojea, y que sigue activa, puesto que nos acaba de llegar a las manos un utilísimo y curiosísimo Las artimañas, ¡vaya timo!, de Albert Corominas; pues bien, es en Laetoli donde Bernat Castany, paladín de la neoilustración entre nosotros, impulsa las traducciones filológicas de los principales pensadores del Setecientos europeo. No habíamos tenido tiempo aún de hablar de sus Escritos anticristianos de Voltaire que ya anuncian y aparecen dos volúmenes más de enorme interés, el Código de la Naturaleza de Morelly y Contribución sobre la Revolución Francesa de Fichte.
Pero no corramos. Le debía este artículo a ese colosal volumen de Voltaire y es lo que voy a hacer aquí, comentar qué contienen esos Escritos anticristianos y por qué son importantes. En el epílogo, debido al profesor Alain Sandrier, leemos que “Voltaire sueña con ser el jefe de una banda filosófica. Su ambición es formar un pequeño equipo de pensadores capaces de difundir escritos que socaven la autoridad de la religión cristiana. Está convencido del poder de persuasión de este tipo de publicaciones, siempre que sean breves, incisivas y contundentes. En cierto modo, Voltaire pensaba nada menos que en volver contra la religión sus propios medios de acción: ¿no empezó el cristianismo con unos pocos discípulos convencidos que se dedicaban a difundir todo tipo de opúsculos? Ya en las Cartas filosóficas (1734) Voltaire había mostrado a George Fox partiendo casi de la nada hasta llegar a dirigir la secta cuáquera. ¿No podía la filosofía seguir ese ejemplo?”.
Un escrito paradigmático de esta estrategia (y que luego veremos imitado hasta el infinito por el librepensamiento republicano europeo del siglo XIX) es 'Dios y los hombres' (1769), que no es más que una aproximación historicista al problema de los abusos políticos que sea han impuesto en nombre de Dios. Lo que Voltaire defiende no es el ateísmo, sino la adoración de un Ser Supremo que no tiene nada que ver con sectas, castas, sacerdotes, Iglesias, gobiernos, monarcas ni imperios. En otros escritos, su prosa se aproxima mucho al duro anticlericalismo protestante de los siglos XVI y XVII:
“Sabed, señores, que el jefe de la secta papista no es el único que se dice infalible. Sabed que todos aquellos que pertenecen a su intolerante secta creen ser tan infalibles como él, y esto no puede ser de otro modo pues han adoptado sus dogmas. (...) Este es el yugo bajo el cual una parte de Europa baja aún la cabeza; un yugo que detestamos”. Proceden estas palabras de las Homilías pronunciadas en Londres en 1765. Y es que es a la Historia natural de la religión (1757) de David Hume a lo que más se parecen estos escritos volterianos, tan escépticos como deístas, tan historicistas como contundentes contra la Inquisición y todo tipo de sectarismos.
Resulta bien curiosa la bien conocida animadversión de Voltaire respecto a Blaise Pascal, pensador al que detesta intensamente: “Pascal no había leído ninguno de los libros de los jesuitas de los que se burla en sus cartas. Eran manipulaciones literarias de Port-Royal, donde se encontraban los pasajes que ridiculizaba con tanta gracia”. Estos folletos volterianos son ejemplos útiles de ironía y análisis racional, y en un mundo tan equívoco como el nuestro no hay mejor modo de combatir el hiperpartidismo polarizado que reeditando al líder de la facción que nos puede curar a todos de nuestros excesos y preocupaciones: la bandería tolerante.
Como ha escrito su biógrafo, Roberto R. Aramayo, “Durante las últimas décadas de su vida, Voltaire se consagró a expandir por Europa bajo distintos pseudónimos un rosario de escritos que fueron desaprobados, prohibidos o incluso quemados, liderando campañas a favor de las víctimas de los atropellos judiciales y sabiendo movilizar con su pluma una opinión pública que comenzaba a tenerse en cuenta. Voltaire participó en todos los combates de su tiempo contra el fanatismo, porque su naturaleza, temperamento y convicción hacían de él un insumiso incapaz de callarse ante una injusticia, una crueldad o un abuso de poder” (Voltaire. La ironía contra el fanatismo).
¿Cómo lo consiguió? Alcanzando la independencia total gracias a los millones que atesoró como la mejor garantía de que no tuviera que defenderse de mecenas, ni protectores inoportunos, viviendo como le daba la gana donde le daba la gana. Concluye Aramayo hacia el final de su biografía: “La obra maestra de Voltaire no es ninguno de sus escritos, sino haber inaugurado la senda del intelectual moderno que ha configurado nuestra identidad cultural” . Esta sentencia completa las afirmaciones antes citadas del profesor Sandrier, puesto que esa secta justiciera y antiautoritaria, hoy tan venida a menos, no sería otra que la del escritor comprometido contra todas las artimañas del poder en bruto y sus pretensiones salvíficas.