Mauro Entrialgo: “El malismo es la norma, se ha roto la barrera moral y ser bueno es de pringados”
El humorista gráfico constata en su libro ‘Malismo’ una tendencia que se aplica a la política, a los nombres de locales y productos con la convicción de que entender el fenómeno es el primer paso para intentar mejorar la conversación pública
¿Son barbaridades las que dice Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de la Comunidad de Madrid? ¿Qué indica decir ‘que te vote txapote’? ¿Por qué un propietario pone a su bar el nombre de El embaucaudor o Arrogante? “El malismo es la norma, se ha convertido en una moda, se ha roto la barrera moral y ser bueno, o tratar de ser objetivo es de pringados”. Lo señala el humorista gráfico, escritor y guionista Mauro Entrialgo (Vitoria-Gasteiz, 1965) en su libro Malismo, la ostentación del mal como propaganda.
Entrialgo ha logrado conceptualizar toda una serie de prácticas que ya se ven como comunes, y, hasta cierto punto, como lógicas en una conversación pública que se ha degradado hasta un extremo que puede ser “peligroso”.
Ser malo, altanero, dejar al interlocutor en el lodo, aunque uno también caiga en él. ¿Y qué? ¿Qué pasa? Se ha establecido un cierto orgullo por verbalizar barbaridades o por encararse ante alguien. Entrialgo, en esta entrevista con Letra Global, asegura que no sabe cómo se puede corregir, ni qué ha llevado a esta situación.
¿Es por una supuesta dictadura de lo políticamente correcto? “Se señala esa cuestión, con la idea de que no se puede hablar de nada, de que hay parapetos desde una izquierda que impone sus reglas, pero eso no se sostiene en la realidad. En España se ha hablado y se habla de todo, no veo cortapisas. Creo que se trata de una excusa para poder justificar una forma de hacer que hace ostentación de ese malismo”, asegura.
El fenómeno ha alcanzado de lleno el lenguaje político. Desde Donald Trump en Estados Unidos, “que ha engullido al Partido Republicano, que ya no se puede deshacer de esa forma de utilizar el poder y la política”, hasta los políticos españoles como Díaz Ayuso, que acaba de decir ‘pa’lante’ en alusión al presidente del Gobierno Pedro Sánchez y a sus posibles problemas judiciales, como un eufemismo para pronosticar o para alentar que acabe en prisión.
“Es indudable que se ha traspasado una barrera moral, que se entiende que todo está permitido, o que lo que se dice tendrá una acogida favorable. Es posible que todo eso lo haya favorecido la existencia de las redes sociales, con un intercambio de pullas y de comentarios, pero no está claro por qué ha sucedido. También creo que todo se puede reconducir. Toda moda por saturación puede llegar a cansar”, afirma Mauro Entrialgo, que insiste en esa característica, la de una moda, una forma de hacer que podría ser pasajera.
¡Que se jodan!
Pero también podría ser muy peligrosa: “Es cierto que ese lenguaje público degrada el sistema político, la democracia, y que puede llevar a muchas personas a preferir modelos autocráticos, porque lo que se genera es una especie de caos”.
Entrialgo parte de una afirmación que explica por completo estos nuevos tiempos. Estamos en junio de 2012, el presidente del Gobierno del momento es Mariano Rajoy, que anuncia en el Congreso el recorte a las prestaciones de desempleo más duro de la historia de la democracia. Ni corta ni perezosa, la diputada del PP por Castellón, Andrea Fabra –su padre, Carlos Fabra ingresará en prisión dos años más tarde por sus atropellos en la Diputación de Castellón—clama: “¡Que se jodan!”.
La repercusión de la frase es enorme. Andrea Fabra intenta rectificar y dice que se refería “a la bancada socialista”, y no al colectivo de parados. ¿Qué mecanismo actúa en la cabeza de alguien para poder gritar ese ‘que se jodan’?
El autor de Malismo entra también en el campo de las empresas, con comentarios que, lejos de intentar minimizar un error, los amplifica para generar visibilidad. Un ejemplo es el de Ryanair. Un cliente protesta a través de Twitter por el poco espacio que tiene en su asiento. Acompaña el comentario con una fotografía ilustrativa. ¿La respuesta de la compañía? “A doblar las piernas”. No hay más. Se pronuncia en la misma línea que la diputada Andrea Fabra.
Ser malo es popular
¿Por qué reacciona así el encargado de las redes sociales de la compañía? “Es consciente de que a muchos consumidores les parecerá detestable ese matonismo de comunicación empresarial contra uno de sus propios clientes, pero calcula que el rifirrafe proporcionará una considerable visibilidad a la marca, y, asimismo, que en un caldo de contemporaneidad malista, también atraerá a un importante número de malotes a los que esta actitud chulesca, que sacará de sus casillas al denunciante y a los consumidores con una visión tradicional del contacto entre cliente y vendedor, les parecerá divertida y les proporcionará un objetivo de burla y acoso”, señala Entrialgo, que añade: “Tratar como el culo a alguien beneficia a la empresa. Ser mala gente proporciona popularidad y receptividad entre posibles clientes: Malismo”.
Es decir, el malo “nos representa”. El malo, el canalla, gusta. La grosería es divertida, es valiente, muestra orgullo. “Entiendo que el exceso de todo esto puede llevar a recuperar una situación anterior. Pero hoy es lo que tenemos, en todos los ámbitos”, indica el autor de Malismo. ¿Consecuencias?
La política española ha entrado de lleno en ese concepto. Entrialgo cree que es más acusado en el caso del PP, que compite con Vox, y está lanzado “en una carrera peligrosa, que, como le ha pasado al Partido Republicano respecto a Trump, puede quedar engullido por esa dinámica”. Y ve que el PSOE, que podría buscar una especie de ruptura interna del PP abrazando a los populares que se sientan más incómodos –“votantes del PP que conozco se sienten avergonzados”—ha replicado a través de dirigentes como Óscar Puente, que no se muerde la lengua en sus redes sociales.
Pero la conversación pública se empobrece, se degrada. Y con ella el sistema democrático, que puede perder adeptos, porque “sólo impera el malismo”.