Una breve historia cultural de la inteligencia

Una breve historia cultural de la inteligencia DANIEL ROSELL

Ideas

Una breve historia cultural de la inteligencia

La capacidad del cerebro de entender la realidad y crear, que los griegos atribuían al hombre y los teólogos a la inteligencia divina, es una idea moderna. La tecnología emula a las redes neuronales para mimetizar creaciones, pero no consta que lo haga a través del goce estético

3 septiembre, 2024 19:00

“Un único bit deteriorado en el disco de un ordenador o una leve corrosión en una de sus clavijas o una accidental humidificación en la toma de corriente pueden bloquearlo y hacer que deje de funcionar. Un ser humano que esté cansado, tenga resaca o sufra una lesión en el cerebro no se bloquea y estropea, sino que, por lo general, trabaja de forma más lenta y menos precisa”. Esta cita de Cómo funciona la mente, del psicólogo canadiense Steven Pinker resume la diferencia que, al menos hasta hace poco, se daba entre la llamada inteligencia artificial y la humana. La última es un elemento natural desarrollado en la especie por la evolución, como muestra ese mismo autor, partiendo de las investigaciones de Richard Dawkins y otros. Aunque las cosas cambian a gran velocidad. 

Hoy los programas de inteligencia artificial se estructuran por capas cognitivas que imitan casi a la perfección las redes neuronales. Una red neuronal es un sistema de procesamiento de información que trata de replicar el funcionamiento del cerebro humano. Las neuronas se conectan en capas y cada conexión tiene un valor que define la importancia de la información que pasa a través de ella. A medida que la red aprende los datos, ajusta estos valores para mejorar su capacidad de tomar decisiones y hacer predicciones. La idea básica es que cada capa se ocupa de buscar patrones de complejidad creciente, patrones que no son fijados por los programadores, sino que emergen de forma natural cuando la red neuronal se autoorganiza a partir de la información que recibe. 

Cerebro humano : Henry Vandyke Carter  (1831–1897

Cerebro humano : Henry Vandyke Carter (1831–1897

Un ejemplo: si se habla una red neuronal dedicada al proceso visual, las primeras capas se dedican sólo a reconocer patrones simples, como rectas o curvas. Estos patrones van aumentando en complejidad a medida que se avanza. En aplicaciones como el procesamiento de lenguaje se usa la llamada red recurrente, que no sólo procesa información externa, sino que usa su propia salida como entrada. Es decir, la red se alimenta de datos externos pero también de datos internos procesados por ella misma. Eso hace que desarrolle algo parecido a la memoria a corto plazo, un paso necesario para poder interpretar el lenguaje, que se lee de forma secuencial.

David Rumelhart y James McClelland, a los que habría que añadir a Donald Norman, que colaboró directamente con el primero, sostiene que las redes simples por sí solas pueden dar cuenta de la mayor parte de la inteligencia humana. Frente a ello, Pinker defiende que las redes neuronales solas “no pueden realizar esa tarea” y que es “precisamente la estructuración de las redes en programas para manipular símbolos lo que da cuenta de buena parte de la inteligencia humana”. Hoy algunos ordenadores evitan la deficiencia inicialmente apuntada por Pinker. En caso de un percance, generan vías alternativas para el tratamiento de la información, lo que les sitúa muy cerca de la inteligencia humana. Con todo, la adjetivación de un tipo de inteligencia como artificial, es decir, no natural y evolutiva como es la humana, indica que persiste algún tipo de diferenciación, aunque funcionalmente sean similares. 

Una ilustración de Anaxagoras (1493)

Una ilustración de Anaxagoras (1493)

Hay cierto acuerdo en que el primero que utilizó el término inteligencia fue Anaxágoras. En realidad empleó la palabra griega nous, traducida como inteligencia, intelecto y, también, espíritu por algunos pensadores cristianos. Para Anaxágoras el nous era la capacidad humana de comprender el mundo y ordenarlo mentalmente. A veces nous se refiere no ya al entendimiento sino al mundo como un todo ordenado. Con ello se abre la posibilidad de interpretar que el conocimiento no sea sino reconocimiento, dado que la estructura de la mente, al conocer, reconoce la estructura de lo existente porque hay un paralelismo real entre ser y pensamiento; entre inteligencia y mundo. Cabe otra posibilidad: saber si no será el lenguaje, la capacidad de percibir lo existente, lo que determina la visión del mundo, lo que explicaría la correspondencia entre el sujeto y la realidad conocida.

La correspondencia entre lo que hay y cómo lo percibimos e incluso cómo lo definimos, se aprecia al comprobar que hay cierta coincidencia entre la estructura sintáctica del lenguaje y la del ser que se describe. Hay un sujeto (del latín subiectum, que traduce el participio griego hypokoimeszón) y un predicado (praedicatum, correspondiente a la kategoria griega). Subiectum es lo que sub-yace, el soporte de los predicados. Lo que posibilita su existencia, lo único que realmente es. El predicado (“lo que se dice de”, que traduce el término griego kategoria: kata-agoreio; decir de) sólo existe en la medida en que haya un sujeto que lo sustente. En la hoja es verde existe la hoja, pero la existencia de lo verde sólo se da en la hoja. Lo que no existe, según propuso hace ocho siglos el nominalismo, es el verdor en sí.

Alfredo Benet Junior (1857-1911)

Alfredo Benet Junior (1857-1911)

El lenguaje describe una realidad en la que hay sustancias y accidentes: algo y las cualidades de ese algo. Lo primero es esencial; lo segundo, circunstancial y no puede existir por sí sólo, salvo que se asuman como realmente existentes las esencias platónicas de las que las cualidades sensibles serían copias aproximativas. La cuestión, de nuevo, es si la realidad es como la describe el lenguaje y la ordena el pensamiento o si la describimos así porque no tenemos otro modo de acercarnos a ella. Esa visión de la correlación lenguaje-mundo es paralela a la convicción de que el hombre utiliza la inteligencia para comprender una realidad cuya estructura coincide con sus esquemas de percepción y pensamiento.

Durante siglos la correspondencia entre ser y pensar no supuso problema alguno porque, en muchos casos, se sostenía que había sólo una única inteligencia, la de Dios, que inspiraba la capacidad intelectiva del hombre. La formulación más clara es la de Agustín de Hipona. Se la conoce como iluminismo. Dios ilumina el interior del hombre y lo lleva al conocer. Averroes participa en parte de esta concepción. Para él se puede hablar de un intelecto activo y otro pasivo, pero sólo hay un intelecto. No piensa el hombre sino que es la inteligencia divina la que piensa por él, dirigiendo su capacidad de conocer a los objetos percibidos por los sentidos. El conocer, inteligir, sería la capacidad de establecer reglas de conducta de los entes y, después, una visión general del mundo. Lo que Max Scheller denominará Weltanschaung y Ortega traducirá como cosmovisión.

'En el laberinto de l inteligencia, de Hans Magnus Enzensberger

'En el laberinto de l inteligencia, de Hans Magnus Enzensberger ANAGRAMA

Tomás de Aquino, aunque no comparta totalmente la idea de inteligencia de Agustín y Averroes, sí asume que ésta es una potencia del alma, que hace inteligible lo que lo sensible tiene de inteligible, según explicó él mismo en Sobre la unidad del intelecto. Contra averroístas. Con ello recupera la visión aristotélica y el papel de la experiencia en la intelección. Las sensaciones informan del mundo exterior. Aunque tienen componentes intelectivos no son conocimiento en sentido fuerte. Es la inteligencia la que ordena las sensaciones en una visión global. De ahí que, durante siglos, el término inteligencia se confunda con otros similares: intelecto, entendimiento, razón (logos, que es también lenguaje). Algunos pensadores fueron muy conscientes de las dificultades de explicar en qué consistía y cómo se producía esa actividad ordenadora. Así, el renacentista Jacobo Zabarella se preguntaba cómo es posible que generen el conocimiento unos seres que aprehenden el mundo a través de los sentidos, es decir, de forma sensible y no a través de inteligibles universales.

Dice Hans Magnus Enzensberger (El laberinto de la inteligencia) que inteligencia es un concepto moderno, porque antes era sólo un atributo de Dios. Y atribuye a Wilhelm Wundt los primeros trabajos destinados a comprender científicamente en qué consiste, trabajos que más tarde llevarían a establecer un coeficiente de inteligencia, supuestamente medible. Los primeros que decidieron medir la inteligencia fueron los franceses Alfred Binet y Theodore Simon. En 1904, Charles Spearman, un oficial del ejército inglés que había estudiado psicología, analizó las notas de diversos grupos de alumnos y creyó encontrar una correlación entre éstas y sus capacidades mentales, lo que dio pie a que empleara por vez primera la expresión factor general de la inteligencia. A lo largo del siglo XX los trabajos más difundidos, no exentos de polémica, fueron los de Hans Eysenk, quien sostenía que la inteligencia consistía en la capacidad de razonamiento abstracto, la resolución de problemas y el aprendizaje.

Wilhelm  Wundt

Wilhelm Wundt

Un siglo y medio más tarde se han producido avances, sobre todo en el campo de la neurociencia. Hace unos años la Asociación Estadounidense de Psicología se creyó obligada a proponer una definición precisa de lo que los psicólogos entienden cuando emplean el término inteligencia, más allá de la redundante “la inteligencia es aquello que miden los test de inteligencia”. Se consultó a dos docenas de especialistas y todos ellos dieron una definición diferente.

Más sorprendentes aún son las conclusiones de una encuesta de la misma institución. Prácticamente todas son negativas. Las resume el psiquiatra escocés Ian Deary: los genes ejercen cierta influencia sobre la inteligencia, pero no se sabe cómo; se desconoce qué aspectos del entorno repercuten en ella; no está claro cómo la afecta la nutrición; no hay explicación satisfactoria para el hecho de que las puntuaciones de los test de inteligencia aumenten de generación en generación; se sabe muy poco sobre las capacidades humanas que no se evalúan en los test: creatividad, sabiduría, sentido práctico, sensibilidad social. Vale la pena una precisión: los psicólogos trabajan sobre las inteligencias individuales, tratando de inducir una definición general. Los filósofos, en cambio, han intentado conseguir una definición universalmente válida con la que contrastar las inteligencias particulares y cuyas condiciones debería cumplir también la Inteligencia Artificial. 

Hans Eysenck (by his wife Sybil Eysenck).

Hans Eysenck (by his wife Sybil Eysenck).

Pinker, psicólogo que se mueve muy cerca de los desarrollos de la filosofía de la mente, sostiene que “las dos preguntas de mayor calado sobre la mente son: ¿qué hace posible la inteligencia? y ¿qué hace posible la conciencia?” Y añade: “Con la llegada de la ciencia cognitiva, la inteligencia, por decirlo así, se ha vuelto inteligible”. Y se atreve con una definición: “La inteligencia es aquella capacidad de alcanzar metas superando obstáculos mediante decisiones que se basan en reglas racionales”. También descarta dos ideas históricamente conectadas: el iluminismo y lo que Arthur O. Lovejoy denominó “la gran cadena del ser”, una visión que contempla la historia del hombre, incluso la biológica, como una evolución que culminaría necesariamente en la inteligencia humana. De hecho, éste es el esquema que subyace a la creación cristiana.

Algunos pensadores que aceptan la selección natural pretenden que ésta sólo afecta a lo orgánico, pero no a la mente, la llamen alma o no. La idea de una inteligencia que es, en realidad, un salto discontinuo en la evolución de las especies, está conectada sobre todo, aunque no sólo, a creencias religiosas. Pinker lo explica así: “Los dogmas religiosos con siglos de antigüedad, la idea victoriana del progreso y el humanismo laico moderno, todos ellos condujeron a interpretar mal la evolución como un anhelo interior o como el desarrollo hacia una complejidad mayor, cuyo punto culminante sería la aparición del hombre” y ello se debe a que “con nuestro cerebro somos chovinistas, ya que lo pensamos como la meta final de la evolución”. Quizás no esté de más: en ciencia no hay lugar para la teleología.

'Cómo funciona la mente'

'Cómo funciona la mente' DESTINO

No todos los pensadores cristianos han participado de esta visión optimista. En su contra destaca Inocencio III. En su obra dedicada a “la miseria de la condición humana” retoma la idea platónica de la historia de la humanidad como degradación y escribe: “El hombre está formado de polvo, fango y cenizas; y lo que es más vil, de semen inmundísimo; concebido en la comezón de la carne, en el fervor de la libido, en la pestilencia de la lujuria y lo que es más deprimente, en la mancha del pecado. Nacido para el trabajo, el dolor y el temor y lo que es más miserable, para la muerte. Hace lo depravado, ofendiendo a Dios, al prójimo, a sí mismo; actúa torpemente haciendo sucia la fama, la conciencia, la persona. Convierte en vanas las cosas serias, útiles y necesarias. Es una masa de putrefacción que siempre hiede y es suciedad horrible”. Una visión tenebrista en medio de un optimismo que describe al hombre como creación divina y ve su futuro como la comunión celestial con Dios, que lo ha dotado de razón y libertad para elegir entre el bien y el mal. Sobre todo, el mal: “Resulta fácil pensar que el mal surge con la inteligencia como si fuera una parte de su propia esencia”, señala Pinker. Sin olvidar la capacidad humana de mentir deliberadamente que tan bien describiera el malogrado Miguel Catalán en sus tratados de pseudología.

Retrato de René Descartes : Frans_Hals

Retrato de René Descartes : Frans_Hals FRANS HALS

La idea de una división radical entre mente y materia se conoce como dualismo y se formula con precisión (tiene razón Enzensberger al calificar de moderno el término inteligencia) en la modernidad que inaugura Descartes. La solución ideada por él para dar cuenta de la concordancia entre ambas entidades no ha sobrevivido a los avances anatómicos y los dualistas siguen teniendo dificultades para explicar cómo la mente (llámese así o alma o espíritu) actúa sobre la materia y a la inversa. Algunos pensadores han venido a sugerir que la inteligencia es una secreción del tejido cerebral, similar a la leche que segregan las glándulas mamarias de las hembras durante la lactancia de las crías. Pinker objeta que si fuera cierto, esa misma inteligencia aparecería en otras especies animales con órganos y reacciones químicas muy similares a la humana. “Sin duda hay algo en el tejido del cerebro humano que es imprescindible para la aparición de nuestra inteligencia”, aunque no quede claro en qué consiste. En cualquier caso, “la inteligencia no proviene de un tipo especial de espíritu, materia o energía, sino de un producto diferente: la información”, sostiene. En sí misma, esta información no es “nada especial” lo que sí es especial es su procesamiento. 

La evolución del cerebro se explica porque la información aporta un beneficio esencial para tomar decisiones en las que se juega el futuro personal o colectivo. Con ello, la evolución del procesamiento de la información ha de lograrse a base de los elementos prácticos de la selección de aquellos genes que afectan al proceso que define el ensamblaje del cerebro. Sobre todo teniendo en cuenta que compartir la información apenas tiene costes: el que la facilita sigue disponiendo de ella sin merma alguna en cantidad o calidad. Al contrario, la interrelación produce un incremento informativo, lo que resulta muy relevante en seres que viven en comunidad. “En una especie que funciona con información, cada facultad multiplica el valor de las demás”.  Así la vida en colectividad es, precisamente, uno de los factores que produjeron la inteligencia. Ésta tiene un primer momento (la conciencia) en el que el individuo es consciente de sí mismo y un segundo paso generado por las relaciones con los demás. Sin perder de vista que Darwin vinculó la inteligencia humana al empleo de instrumentos, la posición bípeda y, finalmente, la caza, que produjo un aporte calórico suficiente como para permitir los altos consumos de energía que supone el pensar.

John Von Neumann in 1956.

John Von Neumann in 1956.

Pinker se aventura a una definición de la mente que permita la comprensión de la inteligencia: “Es un sistema de órganos de computación, diseñado por la selección natural para resolver aquellos tipos de problemas con los que se enfrentaron nuestros antepasados, en su modo de vida, como cazadores recolectores; en particular, el conocimiento y el manejo de objetos, animales, plantas y otros individuos de la misma especie (…) La mente es lo que el cerebro hace, y cabe añadir que, específicamente, el cerebro procesa información y pensar es un modo de computar”. Una computación que se beneficia de las aportaciones de los otros. Que ahí pueda verse la base de la solidaridad y el altruismo es cosa diferente, pese a la afirmación de Steven Pinker: “Nuestros estilos de vida y nuestra mente se hallan especialmente adaptados a las exigencias del altruismo recíproco. Tenemos comida, herramientas, ayuda, servicios e información que intercambiar. Gracias al lenguaje, la información es un bien ideal de intercambio”.

A ese lenguaje que posibilita el intercambio de información, los  griegos lo llamaban logos. Este término designaba tanto la razón como la palabra. Aristóteles definió al hombre como el ser que tiene logos, definición que los escolásticos tradujeron en animal racional. Logos es razón y se expresa en el lenguaje. He ahí la diferencia entre el hombre y otros animales. En lo que no hay diferencia es en el proceso evolutivo que ha hecho que los individuos elijan lo que permite la reproducción de los genes (no de la especie). La inteligencia evolutiva está diseñada para maximizar el número de copias de los genes, para resumir las tesis de Dawkins en El gen egoísta. Pero si es así, ¿qué es lo que ha producido el interés por la filosofía, la música, la ficción, las artes en general, aspectos de la producción humana identificados con la inteligencia de sus creadores pero inútiles para la reproducción de los genes? 

'El gen egoísta'. Dawkins

'El gen egoísta'. Dawkins

Hasta el momento, la inteligencia artificial ha sido capaz de mimetizar las creaciones y, tal vez, de producir obras originales. No consta que los ordenadores experimenten con ello ningún tipo de goce estético o de otro tipo. Pero conviene tener presente la advertencia del matemático John Neumann: durante años los hombres han rechazado que las máquinas se equipararan a la inteligencia humana. Se adujo que ningún ordenador vencería a un humano al ajedrez; cuando lo hizo, se argumentó que no podían reconocer fisonomías. Ya lo hacen. A ver si va a resultar que se procede por norma a variar la meta cada vez que la cruza la inteligencia artificial. ¿Será una argucia de la inteligencia humana para evitar ser superada?