Remedios Zafra: "El tiempo está destinado casi exclusivamente al trabajo"
La ensayista cordobesa, que acaba de publicar El informe (Anagrama), un ensayo donde analiza cómo la burocracia influye en el ámbito de la creación cultural, reflexiona sobre la precariedad y las exigencias de las nuevas tecnologías
9 junio, 2024 19:00Profesora universitaria e investigadora del Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Remedios Zafra ganó el Premio Anagrama de ensayo hace unos años con El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital, un texto que se ha convertido en una referencia a la hora de pensar el mundo laboral y el lugar que ocupa el trabajador dentro de una creciente precariedad. Ahora publica El informe. Trabajo intelectual y tristeza burocrática, un ensayo que, con reminiscencias kafkianas, reflexiona sobre cómo la burocracia ocupa el tiempo de quienes optaron por dedicarse al mundo intelectual y a la creación con una pasión y un entusiasmo que van menguando, acorralados por toda una serie de exigencias carentes de sentido.
Zafra aquí retoma cuestiones abordadas en El entusiasmo, pero también en Frágiles y en El bucle invisible, para observar de qué manera el tiempo de vida ha quedado anulado por un tiempo laboral invivible, marcado por las pantallas y por la necesidad de estar siempre conectado, de estar justificando -de ahí el tema de la burocracia- el propio trabajo y donde lo que importa ser productivo, sin que se analice cómo serlo.
Tras leer El informe, una tiene la sensación de que retoma temas de sus anteriores libros, pero desde otras perspectivas, ahondando en la precarización y en la insatisfacción que define a los trabajadores del ámbito intelectual y creativo, que tienen cada vez menos tiempo para vivir.
A veces tengo la sensación de estar escribiendo un único libro, contextualizado en distintos momentos. Es cierto que entre el 2000 y el 2009 publiqué varios ensayos orientados especialmente a la teoría feminista, pero desde que escribí Un cuarto propio conectado en 2011 y, sobre todo, El entusiasmo, ha habido una línea constante que une a mis siguientes libros -Frágiles, El bucle invisible y El informe- y que tiene que ver con la preocupación por este mundo mediado de pantallas en el que vivimos. Esta preocupación lleva acompañándome desde hace casi veinte años, si bien las preguntas han ido modificándose: no las formulo de la misma manera en mis ensayos del inicio del milenio, cuando abundaban las lecturas esperanzadoras respecto a lo que internet podía significar para nuestra vida, o en los años 2010-2011, cuando el teletrabajo tenía una potencia increíble, al contraruo que ahora,que nos hemos cuenta de que allí dónde había una propuesta de ganancia, flexibilidad y elección propia de tiempo y espacio, ya no hay nada de todas estas cosas. El tiempo está destinado casi exclusivamente al trabajo.
Esto ya lo apuntaba, en cierta manera, en sus anteriores ensayos, donde hablaba de la autoexplotación.
Cierto. En mis anteriores libros reflexionaba acerca de la responsabilidad del sujeto en relación con esa sensación de sentirse presionado y aplastado por un mundo en el que, si bien no encontramos la expresión directa de hazlo o tienes que estar/hacer, se nos recuerda reiteradamente que no tenemos que parar. De ahí que tengamos la sensación de bucle, de que esto nunca se termina y estamos sujetos a una perversa relación que no se puede romper. Estos temas se han ido repitiendo en épocas y tiempos distintos, siempre con la necesidad de proponer distintas lecturas propositivas. Al final de El entusiasmo hablo de la conciencia, de la alianza y de la imaginación, tres herramientas para una transformación social y sobre las que profundizo en detalle en distintos libros.
En El informe, por ejemplo, la imaginación juega un papel clave. En Frágiles hay un intento de subrayar la necesidad de la multitud de interlocutores, mientras que en El bucle infinito planteo la necesidad de ver más allá de ese estrato no visible que nos condiciona. Estas dos cuestiones se dan la mano con el tema de la imaginación y a partir de una reflexión sobre la posibilidad de ruptura de este bucle/rutina. Al hacer esta reflexión pienso en todos esas trabajadoras y trabajadores que quieren ser responsables y que por eso hacen lo que se les propone, pero entienden que el sistema no funciona.
El cuerpo, que ya estaba muy presente en Frágiles, vuelve a ocupar un lugar central.
En parte es así porque para mí fue un punto de inflexión brutal cumplir 50 años y sentir que el tiempo dedicado al cuidado de los demás y a mi propio cuidado me limitaba para todo lo demás. Esta transformación de las condiciones de vida en las que yo misma estoy, y esta observación de que el contexto laboral y vital no solo no mejora, sino que amplifica la carga que sentimos, es la que me lleva a escribir este libro. El punto de partida es la preocupación por lo que denomino tristeza burocrática. Pienso que en ese punto de partida hay algo que yo he comentado en otros libros: la pasión que algunos trabajadores hemos sentidos por nuestros trabajos. Sin embargo, esta pasión está en riesgo cuando vemos que dedicamos horas y horas a tareas burocráticas que nos impiden dedicarnos a nuestra labor. Ya no es una cuestión simplemente de precariedad laboral, que para muchos también puede serlo, sino de una precariedad vital que hace que se pierda el sentido de lo que hacemos.
Usted recoge en el libro lo que le dijo un estudiante de bachillerato al hablar de su futuro: quería un trabajo para vivir y dedicarse a lo que le gustaba en su tiempo libre.
Esa frase cambió mi forma de entender las cosas. Cuando le pregunté a ese chico de dieciséis años a qué se quería dedicar, me esperaba qie me hablara de la pasión que quería perseguir a través de los estudios. Pero él tenía clarísimo que lo que necesitaba era un trabajo que le proporcionara un sustento económico para dedicar su tiempo a lo que quería. Lo que me dijo me hizo envidiarle y sentir esa misma envidia quepor todos aquellos que no tienen vocación. Es la envidia, en el fondo, hacia aquellas personas que tienen trabajos acotados.
Ciertamente, los trabajos intelectuales y creativos no se definen por un tiempo establecido de dedicación. Usted nos habla también de sus padres: una madre que tenía un supermercado de pueblo abierto incluso los domingos por si alguien se olvidaba algo, y que se reía cuando le hablaban de las vacaciones.
Es cierto. Normalmente los trabajos creativos se suelen relacionar con los trabajos artísticos tradicionales por ese desdibujamiento de la vida y del trabajo. Se suele pensar que el artista lo es todo el tiempo y no deja de serlo nunca. Se cree que todas las identidades marcadas no tanto por un hacer, sino por un ser. Las identidades marcadas por pensar soy artista o soy investigador convierten todo el tiempo en creación/trabajo. Marta Rosler, por ejemplo, establece analogías entre los trabajos mediados por tecnologías y los trabajos artísticos por ese desdibujamiento entre la vida y el trabajo y por la conversión de los trabajadores en productos.
Si pienso en los trabajos de mis padres en el mundo rural, es verdad que a mi padre, que se dedicaba por igual a hacer una sepultura en el cementerio que a arreglar un váter, le podían llamar en cualquier momento ya fuera sábado, domingo o lunes, pero, tenía tiempo para ir a la plaza o al bar. Mi madre, que, aunque cerraba la tienda los domingos, estaba pendiente de todo aquel que venía a pedir pan, agua o cualquier otra cosa, no tenía ese tiempo, porque las labores doméstico la ocupaban. Nunca tenía tiempo para sí misma. La no disponibilidad de tiempo de las mujeres por el trabajo doméstico ahora está generalizada; podríamos decir que se ha producido una feminización de los trabajos: siempre hay algo qué hacer y vivimos con la presión de que tenemos siempre que hacer algo. Esta feminización del trabajo viene acompañada de una proletarización. A todo esto, se suma la presión que sentimos por creer que no podemos fallar, que tenemos que estar siempre ahí.
Hablando de las mujeres, después de la pandemia, se publicaron datos que mostraban cómo, en el ámbito universitario, la publicación de artículos de los investigadores se había mantenido estable durante los meses de confinamiento, mientras que el de las investigadoras, puesto que se habían hecho cargo de los hijos, había disminuido de manera notable.
Esto es terrible. Pone en evidencia cómo esa esperanza que teníamos en el teletrabajo como mecanismo de emancipación para las mujeres ha fracasado. Seguimos sin poder actuar sobre lo que ocurre en ese espacio íntimo, privado, donde se sigue asumiendo que los cuidados y el trabajo doméstico, por defecto, son cosas de la mujer. En efecto, hay datos que corroboran que esa aparente oportunidad de esas parejas en las que ambos se dedican a la investigación y, por tanto, en las que ambos no solo tenían la obligación de estar en sus casas en esa pandemia, sino también, en teoría, tenían la misma disponibilidad de tiempo, resultó ser solo aparente. Hombres y mujeres no tuvieron el mismo tiempo y lo vemos en los resultados a los que antes aludías.
Pandemia aparte, se sabe que el momento en el que las investigadoras alcanzan esa madurez intelectual suele coincidir con el momento en el que son madres. Mientras crece el número de aportaciones de los investigadores, decrece el de las investigadoras. Ahora, con las medidas de conciliación, existe lo que se llama una estadística de tenaza, que en lugar de abrirse hacia arriba lo que hace es mantenerse. Necesitamos medidas de discriminación positiva para no perpetuar desigualdades. Si los contextos son asimétricos y no se interviene, las desigualdades no solamente se mantienen, sino que se agravan.
Usted habla de las peligrosas consecuencias de la desigualdad, pero también del enfrentamiento entre desiguales en nombre de supuestos privilegios que no son tales.
A veces, al hablar de sistema parece que estamos hablando de algo abstracto que no se materializa en la vida de las personas. No es así. Una de las bases del tecnocapitalismo es animarnos a que trabajemos para nosotros mismos. Se nos dice que trabajemos pensando en nosotros y que pongamos todo nuestro esfuerzo, porque si peleamos y nos esforzamos conseguiremos lo que queremos. Es el discurso del hombre hecho a sí mismo. Un discurso del neoliberalismo que promueve la idea de que no necesitamos a los demás, porque los demás son rivales y no aliados.
Esta idea nos lleva, en el tema de la burocracia, a considerar que los que están contratados para trabajos administrativos son responsables de lo que nos pasa. De esta manera se genera esa lucha entre el último y el penúltimo. Se olvida que esa interlocutora -siempre es una mujer de mediana edad quien está tras una ventanilla o que está tras un teléfono- es una mediadora, no la responsable. Ella es la que tiene que escuchar todas las quejas y críticas sin poder hacer nada. Olvidamos que, posiblemente, esta mujer que nos atiende es una de las grandes sufridoras y la gran damnificada por la mayor temporalidad, la precarización y por la docilización.
Y es la gran damnificada por la externalización, que rompe los vínculos entre los trabajadores, igual que el teletrabajo. ¿Por eso se ha debilitado el sindicalismo?
Es la consecuencia de un sistema que pone el énfasis en el individuo, desarticulando lo colectivo. A priori, yo soy una gran defensora del teletrabajo, pero planteado de otra manera. Ahora se está promoviendo el teletrabajo bajo la primacía del miedo: no solo porque se nos plantea como algo temporal, sino porque se nos dice que, si no estamos siempre ahí, conectados, todo se puede acabar. El teletrabajo ha ido de la mano de la precarización, un fenómeno que también encontramos en los trabajos administrativos, que llevan a cabo trabajadores subcontratados por horas o semanas, y que carecen de los derechos básicos para poder hacer bien su trabajo. Yo reivindico que cualquier trabajo, sea vocacional o no, tenga las condiciones para hacerse bien, puesto que los trabajos bien hechos producen satisfacción y placer no solo individual sino social. ¿Cómo vamos a articular una reivindicación de derechos o a hacer algún tipo de presión si estamos solos detrás de nuestras pantallas y no sabemos quiénes son los otros?
En su ensayo observa de qué manera, en un estado de presión o estrés, los ansiolíticos se convierten en una herramienta para seguir adelante. En Estados Unidos su consumo es indiscriminado, pero aquí vamos por ese mismo camino.
Este es y será un grandísimo problema. En Frágiles advertía que la ansiedad se había convertido en la seña de identidad de esa nueva precariedad vital que se expresa a través de la autoexplotación. Hemos normalizado los ansiolíticos, que además son de fácil acceso, para poder hacer compatible esta vida laboral con la propia vida. Los ansiolíticos nos ayudan a mantener la productividad, rebajando las dosis de ansiedad; nos ayudan a relajarnos y, a la vez, nos empujan hacia adelante. Este abuso químico, combinado con la tecnología que nos hace estar siempre conectados y contralados, nos convierte en trabajadores eficaces a quienes lo que les importa es entregar a tiempo, hacer las cosas bien y cumplir las expectativas, independientemente de si la salud empeora o de si el trabajo entregado, precisamente por la falta de tiempo, no está a la altura. Las pastillas nos ayudan a sobrellevar todo esto sin demasiada crítica.
Al inicio de la conversación, comentaba el carácter propositivo de sus ensayos, que está estrechamente ligado a la imaginación política como una forma de construcción de alternativas y huida de la resignación.
No basta con reclamar y con protestar, si seguimos haciendo lo mismo. Hay que transformar las cosas y, para eso, la imaginación política es clave. Es la imaginación la que permite la transformación y romper con la rutina, si bien esto implica correr el riesgo de equivocarte. Pero estos riesgos son necesarios para que haya transformaciones sociales. El miedo al error tiene que valorarse como algo positivo. Nos han educado en que no podemos equivocarnos, pero el error es la mejor manera de aprender. Y para eso necesario imaginar y no caer en las rutinas de siempre. Cambiar las formas de trabajar requiere la osadía de la imaginación política. Y esta reivindicación es muy importante en un momento en que los trabajos intelectuales y culturales están poco considerados.
Creíamos que las máquinas iban a reemplazar a los trabajadores en las actividades mecánicas, pero, por el contrario, los humanos estamos quedando para cosas mecánicas, materiales, mientras que los trabajos creativos, en gran medida, son puestos en cuestión por el avance de la tecnología. Se olvida la singularidad propia del trabajo cultural en lo que se refiere a la transformación social. Si es posible la imaginación política es gracias a la cultura, que es la gran herramienta de transformación. Piensa en el teatro: una función teatral, ya sea en un pequeño pueblo, en un barrio o en una ciudad, trastoca a los espectadores, unidos en comunidad y les permite acceder a nuevas realidades. Piensa también en los libros y en los clubes de lectura, que son un lugar de debate y pueden ser la puerta de entrada a una asociación vecinal. Los clubes de lectura pueden ser herramientas de transformación masiva.