El escritor Czeslaw Milosz

El escritor Czeslaw Milosz AMAZON

Ideas

La lista de Florentín

Manuel Florentín ha realizado un trabajo inmenso sobre los escritores represaliados por el comunismo que, como el polaco Czeslaw Milosz, reprochaban a los intelectuales que desde Occidente apoyaran a Stalin

4 noviembre, 2023 19:39

Como no se está celebrando ningún aniversario, y como todo se difumina en el pasado y es como si no hubiera sucedido, me parece aún más oportuno el trabajo de Manuel Florentín, que acaba de publicar en la pequeña editorial Arzalia un gran libro, probablemente único en el mundo: Escritores y artistas bajo el comunismo. La historia de cómo padecieron la represión los intelectuales y artistas, o por lo menos los más destacados, en todos y cada uno de los países comunistas.

Un manual utilísimo, naturalmente no para leer de una sentada sus 900 apretadas páginas colmadas de historias tristes y casos trágicos, sino para tenerlo a mano y usarlo como referencia y material de consulta (incluye una bibliografía copiosa) cada vez que pensamos o escribimos sobre alguno de los países que cayeron, para su desgracia, bajo el dominio de ese sistema político que venía a remediar todas las injusticias del capitalismo.

El reproche a Picasso

Ese propósito o excusa redentora es lo que hace que con frecuencia contemplemos los crímenes cometidos en su nombre con cierta benevolencia, cuando no incredulidad y hasta simpatía. Sí, las simpatías en Occidente por el experimento comunista pueden aquí verse como una debilidad intelectual y sentimental, un disculpable error de idealistas, pero al otro lado del Telón de Acero quienes tenían que sufrir en sus propias carnes la construcción de la utopía no veían esa debilidad occidental con tanta simpatía, ni mucho menos, sino más bien con rabia y asco. Y así lo recoge Florentín ya desde el principio, recordando una carta del premio Nobel polaco de literatura Czeslaw Milosz a Picasso miembro hasta el final del partido comunista francés, en la que le recriminaba:

“Durante los años en que la pintura fue sistemáticamente destruida en la Unión Soviética y en las democracias populares, usted prestó su nombre a las proclamas que glorificaban el régimen de Stalin […] Su peso contó en la balanza y arrebató las esperanzas de quienes en el Este no deseaban someterse al absurdo. Nadie sabe qué consecuencias podría haber tenido su protesta categórica a todo […] Su apoyo dado al terror contó, su indignación también habría sido tenida en cuenta”.

Pablo Picasso en el estudio de la Rue La Boétie, frente al retrato de Yadwigha de Henri Rousseau, París, 1932 / ESTATE BRASSAÍ SUCCESSION - PHILIPPE RIBEYROLLES

Pablo Picasso en el estudio de la Rue La Boétie, frente al retrato de Yadwigha de Henri Rousseau, París, 1932 / ESTATE BRASSAÍ SUCCESSION - PHILIPPE RIBEYROLLES

A este tema, el de las simpatías, el de los “compañeros de viaje” occidentales, dedica el autor todo un capítulo, empezando por una lista de los primeros viajeros occidentales a la Unión Soviética para ser testigos de la realización de un mundo utópico. Como no nos afecta directamente, nos hace gracia, por ejemplo, el comentario de la bailarina Isadora Duncan, que en 1922 llegó al “reino ideal del comunismo” sin llevar un solo vestido, imaginando que “pasaría el resto de mi vida con una blusa rosa de franela […] llena de amor fraterno. ¡Adiós, Viejo Mundo! Saludo al Nuevo Mundo”. La gran bailarina norteamericana aguantó en Moscú los rigores del sistema y las estrecheces de la vida diaria durante un par de años, después de los cuales se volvió al Viejo Mundo. Como es sabido, durante su estancia en Moscú Duncan se casó con el bello poeta Serguei Yesenin, cuya violencia y alcoholismo dieron al traste con el matrimonio. Yesenin se suicidaría al año siguiente, dejando como despedida el poema escrito con su propia sangre que acaba así: “Morir en esta vida no es nada nuevo, / pero vivir tampoco es nuevo”. E Isadora Duncan moriría dos años después, en una carretera en los alrededores de Niza, de una forma singular: yendo en automóvil con una larga estola de seda en torno al cuello y la cintura, el extremo de la prenda se enredó con una rueda, y la estranguló. Recoge Florentín los testimonios de muchos viajeros de primera hora españoles, críticos o ciegos.

Experimento social fallido

Se habla también, por supuesto, del extraordinario Diario de Moscú de Walter Benjamin, que fue allí en 1926 tanto por convicción política como por amor –en pos de Asja Lacis, bolchevique letona a la que dedicó su Calle de una sola dirección--, y se recoge la anécdota del encuentro de Benjamin con Joseph Roth, que estuvo en Moscú como corresponsal de la prensa berlinesa durante una corta temporada, que le bastó y sobró –a diferencia del inteligente pero miope Benjamin— para entender, con olfato y certera intuición de gran periodista, la naturaleza auténtica del régimen.    

Un joven Joseph Roth en París / PINTEREST

Un joven Joseph Roth en París / PINTEREST

Pero todo esto ocupa, como he dicho, sólo un capítulo de este libro monumental, compendio de la historia de los escritores y artistas en los países que cayeron bajo el sistema comunista. Una larga y detallada historia de censura, represión y muerte en la Unión Soviética, en la Europa del Este, en Cuba, Nicaragua y Venezuela, China, Vietnam, Camboya, Corea, Laos, Afganistán, Siria, Irak, Yemen del Sur, recogida con voluntad sistemática, enciclopédica, pero salpicada de numerosos casos particulares: el espectro que abarca el trabajo de Florentín es inmenso.

Por cierto que en el índice de referencias aparece unas cuantas veces mi propio nombre, lo que me colma de casi tanto orgullo como si el libro lo hubiera escrito yo. Conocí al señor Florentín precisamente a final de los años ochenta y primeros noventa, cuando nos cruzábamos en los hoteles, antesalas y clubs de prensa de las capitales del Este de Europa, por donde los dos íbamos de corresponsales –él por el semanario Tribuna, si no recuerdo mal--, y luego en España me lo volví a encontrar como editor responsable de la literatura extranjera contemporánea en Alianza Editorial, donde por cierto dio acogida a algunos de los escritores represaliados más conocidos, entre ellos el albanés Ismail Kadaré o el checo Pavel Kohout.

Desde su despacho madrileño Florentín debía de seguir pensando en ese otro mundo del experimento social fallido, del gran fracaso, ese otro mundo tan cercano. Esta obra titánica en la que ha trabajado durante diez años lo confirma.