La belleza de la ciencia: inventario de maravillas cotidianas
Con la ciencia no se puede discutir y ante ella no vale cualquier opinión. Para progresar en el conocimiento científico hay que conjeturar con sosiego y hasta que no se tengan ideas claras debemos ver, atender y callar
10 septiembre, 2023 19:01No todo el mundo está dispuesto a prestar atención a los asuntos que plantean las ciencias. En primer lugar, hace falta tener curiosidad y ganas de saber. Y, por supuesto, tiempo libre que nos permita dedicar horas y paciencia en el empeño.
No es gustoso experimentar dificultades para avanzar por medio de una materia o en su aprendizaje, máxime si dependemos de valoraciones ajenas que sean severas hasta ser despectivas y demoledoras, sin consideración alguna por el esfuerzo hecho. Y qué decir si nuestra personalidad está teñida del siempre frágil narcisismo, la contrariedad será insoportable.
Con la ciencia no se puede discutir y ante ella no vale cualquier opinión, hay que establecerse en su sistema de referencia y formarse en la idea de que se trata de un patrimonio de la humanidad; Félix Ovejero ha resaltado hace poco que Albert Einstein no era el dueño de la teoría de la relatividad, sino su ideador e intérprete principal, pero ésta no fue de su propiedad privada.
No le demos más vueltas, para progresar en el conocimiento científico hay que acostumbrarse a conjeturar cuando sea posible hacerlo con sosiego y a conciencia, y hasta que no se tengan ideas claras al respecto: ver, atender y callar.
Hay que confiar en nuestros razonamientos hasta cierto punto, sin incurrir en una credulidad hacia las autoridades con la que demos por indiscutible lo que acaso no sea verdad. Se trata de errores extraordinariamente potenciados y que nos instalan en la confusión de una mediocridad ignorada y que no se acepta reconocer.
En cualquier actividad humana, y no sólo científica, es decisivo no quedar atrapado por las ideas equivocadas que se lleguen a tener, y ejercer la prudente cautela y la duda metódica para alcanzar el mejor grado de seguridad posible. Por desgracia, la visibilidad pública de esta actitud ejemplar es escasa y predomina la exposición pública de personajes demasiado ufanos de sí mismos y que están seguros de lo que no pueden estarlo (lo que comporta un contagio vírico).
Como ha afirmado el periodista científico Piero Angela: “El mundo está lleno de personas que confunden sus opiniones con la realidad, y que consideran verdades lo que simplemente son sus opiniones personales”, así pretenden saber lo que no saben y crece la burbuja del enredo y el estado de error.
Vuelvo a un libro escrito hace unos veinticinco años por el físico italiano Andrea Frova: Por qué sucede lo que sucede, un libro recomendable si se lee de forma lenta y espaciada, no de un tirón como si se tratara de una novela.
En su presentación, Frova lamentaba que, llegados a finales del siglo XX, los jóvenes entrasen en la universidad sin imaginar siquiera que la física contiene insólitas bellezas, y que puede estar en el mismo plano que el arte y la música en nuestra existencia. Asimismo, animaba a combatir el nocivo y extendido prejuicio de que la ciencia es demasiado difícil, y está abierta sólo a mentes superiores.
Cuando la pandemia del coronavirus nos obligó a confinarnos en casa, en la universidad seguíamos dando las clases en línea, por internet. En mi caso, apenas dos estudiantes conectaban su cámara y permitían ser vistos por los demás, algunos días sólo yo exponía mi cara y mis gestos. No había otro roce visual, apenas usaban los micrófonos y sólo unas pocas preguntas se formulaban por chat. De este modo, el vínculo conveniente entre profesor y estudiantes no podía cuajar, era tenue.
En aquella temporada evoqué detalles analógicos de mi oficio, como los ocasionales chirridos dados por mí con la tiza en la pizarra. Automáticamente, me disculpaba por la molestia emitida; hay que ser educados. Al deslizar la tiza por la pizarra, el efecto de su vibración se transmite por la superficie de contacto, amplificándose como si fuera un instrumento musical. Pero cuando se maneja con torpeza, y acaso con demasiada velocidad, se produce una frecuencia alta relacionada también con la pequeña dimensión de la tiza, el instrumento; ese roce hace entonces un ruido molesto y chirría.
También aquellos días me dio por fijarme en cosas en las que nunca reparaba o que hacía tiempo que había dejado de atender. Por ejemplo, que con la pluma no se puede escribir sobre papel plastificado, pues éste carece de cavidades. Pero al aplicar una estilográfica sobre un papel corriente, éste puede absorber la tinta al ser permeable. En el caso de un papel absorbente y esponjoso, el trazo de la tinta no resulta nítido, pero se expande “por efecto" –dice Andrea Frova– "de la rápida migración del líquido con los granos de pigmento colorante disueltos en él”.
De ahí pasé a cavilar acerca de la goma de borrar. Siempre hay estudiantes que el día de examen me preguntan si pueden hacerlo con lápiz. ‘Ningún problema, como gustes’. La goma de borrar aparece entonces junto al lápiz. ¿Cómo funciona? La mina deja un trazo impreso en el papel, porque penetra partículas de grafito (carbono cristalizado) que quedan atrapadas entre las fibras del papel debido a unas fuerzas adhesivas.
Al ser flexibles y blandas, las gomas de borrar arrancan estas partículas del papel. El frotamiento implica que se desprendan pequeñas porciones de goma (y también de papel). El Diccionario de la Lengua Española define rozamiento, en el sentido de la Mecánica, como una “resistencia que se opone a la rotación o al deslizamiento de un cuerpo sobre otro”.
Si no se produce interacción no hay transferencia de información, sonido, luz o calor. Los osciladores eléctricos generan ondas y la energía se propaga en el entorno. La conductividad térmica mide la capacidad de conducción de la energía en forma de calor. Cuando dos objetos están en contacto, el que tiene mayor temperatura la va cediendo al que tiene menos hasta llegar a igualarse, el calor fluye de forma espontánea de uno al otro; una justicia distributiva la del equilibrio térmico. A su vez, al objeto más frío le corresponde distribuir por todo él el calor que recibe tras entrar por una zona determinada.
Importa las características de los elementos: tiza, pluma, bolígrafo o lápiz; papel, plástico o pizarra. Asimismo, hay potentes aislantes térmicos y eléctricos, como la madera. En cambio, un metal a 50º C, por ejemplo, quema de inmediato al ser capaz en un suspiro de hacer fluir el calor al punto de contacto.
El refrán español con el roce, nace el cariño no respalda la idea del afecto instantáneo o del amor a primera vista, y anima a desarrollar un trato personal con voluntad de entendimiento aun si en el inicio no existe un mínimo entusiasmo. Ya se verá luego si se recompone el calor humano y se distribuye de forma armónica y simpática. A menudo, la ciencia no puede decir mucho más y, por tanto, hay que asumir la incertidumbre.