El método científico: la señal y el ruido
La metodología de la ciencia puede aplicarse a un sinfín de aspectos de la vida ordinaria, ya que el ejercicio de la duda metódica es la semilla del pensamiento crítico y nos ayuda a distinguir lo que es verdadero de lo falso
3 septiembre, 2023 19:00Las ciencias hacen posible una mejor calidad de vida para todos los seres humanos y en todos los órdenes, tanto de la salud como de la educación. Abren el paso, asimismo, a la tecnología para conseguir viajar y comunicarse con una prontitud insólita, como nunca antes había ocurrido.
Una de sus mejores aportaciones es el método científico, que está al alcance de todos y es aplicable al vivir cotidiano. Permite tratar de comprender las dificultades y misterios que encierra la naturaleza y proseguir su observación con análisis, mediante aproximaciones sucesivas, corrección e integridad.
Consiste en canalizar la imaginación y la curiosidad por saber, cotejar visiones, opinar con cautela y sin estridencia ni intransigencia; aprendiendo, en suma, a no inquietarse ante la incertidumbre (vista como necesaria e inevitable).
Este modo de hacer, nos enseña y fuerza a reconocer errores y corregirse, a no despreciar de inmediato, o porque sí, los puntos de vista ajenos, por endebles que parezcan; a no dejarse intimidar por bandos que tienen otros intereses que el saber y la ciencia.
Este modo de hacer cuestiona, de forma automática, lo que sabemos o creemos saber, conduce a mejorar la percepción con ojos y mente bien abiertos al asombro o a reconocer la maravilla en lo inesperado. Impulsa a matizar, conscientes del contexto, y reconocer que hay afirmaciones que no son absolutamente falsas, sino que son válidas en algunas situaciones. Tampoco se puede decir cualquier cosa y esgrimir que todo es opinable. Hay cosas que no. Hay sentencias irremediablemente falsas y disparatadas.
El placer de la ciencia es un libro reciente, cuyo autor es un profesor y divulgador científico que dirige un programa de la BBC Radio 4. Se trata del físico iraquí Jameel Sadik Al-Khalili (más conocido como Jim Al-Khalili), nacido en Bagdad y establecido en el Reino Unido desde los 17 años de edad.
Su madre era una bibliotecaria inglesa y su padre era un ingeniero militar iraquí. Ante un misterio, ha dicho en esas páginas el profesor Al-Khalili, deberíamos formular preguntas pertinentes para “liberarnos de las cadenas de la ignorancia y mirar a nuestro alrededor. Preguntarnos si estamos viendo el cuadro completo y cómo podríamos averiguar algo más”.
Veamos un par de ejemplos prácticos.
Quinientos años antes de Cristo, tras haber observado y anotado los movimientos regulares de estrellas y planetas, los babilonios fijaron los doce signos del Zodiaco: uno por cada 30º hasta completar los 360º de la línea cerrada eclíptica que muestra el movimiento aparente del Sol, visto desde la Tierra, a lo largo de un año. Dice Al-Khalili que lo que se ve en el cielo ha ido cambiando debido al desplazamiento del eje de la Tierra, y que “los conocimientos astronómicos modernos sobre la verdadera naturaleza de las estrellas y los planetas han convertido en inútil cualquier base teórica para asignar un significado a los signos del Zodiaco”; una carta natal distorsionada.
Sin embargo, millones de seres humanos consultan cada día su horóscopo (literalmente: que observa la hora) para ver y saber lo que les predicen los astros soberanos, en una apoteosis de banalidad. Lo sabemos, pero lo seguimos consultando de forma intensa. A esta contradicción se le llama disonancia cognitiva. Cabe preguntarse si únicamente creemos en la verdad de algo porque deseamos que sea cierto.
El arcoíris es un espectacular y agradable fenómeno físico que se produce con la luz del sol y con la lluvia, pero también con los ojos de cada espectador que lo individualiza con su sensibilidad. Resulta de la interacción entre el mundo natural y la vista y el cerebro humanos. La luz del sol descompuesta llega a la vista después de que los rayos hayan atravesado gotas de lluvia en suspensión.
Cuando los rayos solares penetran en cada gota de agua, se produce una refracción: al tener cada uno de los colores que componen la luz solar su propia longitud de onda, son desviados con un ángulo distinto. Salen luego de la gota al aire por distintos puntos, lo que los refracta por segunda vez y los despliega en un abanico de color que constituye el arcoíris.
Se llama efecto de influencia continuada al hecho de mantenerse en una opinión incluso después de demostrarse que es errónea. Si la tendencia a aceptar interpretaciones absurdas y falsas es elevada nada bueno puede esperase, presagia catástrofes de distinta índole; tanto en entornos pequeños y familiares, como en ámbitos grandes que afectan incluso a millones de personas; por sus causas y efectos se han de explicar las guerras.
Así, desarmados del uso de la razón, se da por bueno todo lo que venga de los nuestros, y por malo todo lo que proceda de los otros, malos porque sí. Ya no es demencia colectiva, sino ira desbocada con licencia para lo peor: disponer de los cuerpos y almas de los seres humanos, hasta torturar y matar.
Sus ejecutores pueden ser vistos como “prisioneros que persiguen sombras en la oscuridad” y que dan por hecho una superioridad ilusoria. Acostumbrados a despreciar los puntos de vista ajenos, se incapacitan para captar la realidad. No sólo viven alienados, sino que desfiguran cuanto tocan.
Hace más de veinte años, los psicólogos sociales estadounidenses David Dunning y Justin Kruger plantearon un efecto que lleva sus nombres y que ha producido mucha polémica. Se trata de la distorsión o juicio erróneo (lo que se denomina sesgo cognitivo) por el cual algunos de los menos capacitados para sacar adelante un trabajo concreto sobrestiman sus capacidades y, en no pocas ocasiones, son sobrevalorados por otros muy por encima de su talento. El mundo va así con la cabeza en los pies.
Recogeré, para acabar, otro detalle citado por este profesor iraquí-británico. A partir de encontrar una correlación positiva elevada entre el número de iglesias que alberga una ciudad y el número de delitos que se cometen en ella, algunos quieren interpretar que las iglesias convierten a la gente en delincuentes, y otros pretenden que se necesiten más iglesias para confesar a los delincuentes. Ambas conclusiones son disparatadas. Existe correlación, ciertamente, pero ninguno de esos datos es causa del otro. Jim Al-Khalili recuerda que hay un tercer parámetro: el número de habitantes por ciudad, el cual determina y relativiza.
En cualquier caso, hay que procurar que el método científico inseparable de la duda metódica nos impregne de pensamiento crítico y nos conduzca por el civismo, en beneficio de todos. No sólo permite desarrollar nuestra capacidad de analizar por nosotros mismos, sino defender la realidad al distinguir lo verdadero de lo falso, la señal del ruido