
Paloma Chamorro, en su programa 'La edad de oro'
Expediente Chamorro
La euforia de un momento en el que parecía que todo podía cambiar no pudo tener mejor portavoz que 'La edad de oro', el programa de RTVE que rompió moldes y lideró Chamorro
Me había olvidado de Paloma Chamorro (Madrid, 1949 – Robledo de Chavela, 2017) hasta que, hace unos días, TVE emitió un excelente documental sobre su vida y milagros. Durante una época me había parecido una chica buena y modosa, que presentaba programas sobre arte vestida con un discreto traje chaqueta, y que, con el advenimiento de la Movida, se le había ido un poco la olla, empezó a vestir de manera extravagante, se hizo un peinado a lo Robert Smith y capitaneó un programa tan delirante como divertido que se llamaba La edad de oro. El documental me hizo ver que Paloma era mucho más que eso.
Paloma Chamorro no era periodista, sino filósofa. Se tomaba muy en serio el arte, especialmente el contemporáneo, y consiguió con La edad de oro fabricar un artefacto artístico-musical insólito en la España de la época (el programa duró entre 1983 y 1985, permanentemente boicoteado por la carcundia nacional, que unos años después logró que la despidieran de TVE) y yo diría que en cualquier otro país. Mezclando el arte con el rock, los comics, el cine o la literatura, La edad de oro fue también el órgano de opinión de la Movida madrileña, que Paloma se tomó muy en serio y que tal vez le insufló una nueva vida.

Paloma Chamorro, en su programa de RTVE
La cantidad de gente interesante que desfiló por el programa es impresionante: Lou Reed, John Cale, Johnny Thunders, Miquel Barceló y casi todos los grupos de la Movida. Hasta yo llegué a salir en La edad de oro. Recuerdo la mañana en que me dirigía hacia el sitio en que se grababa el programa, bajo un sol mareante, sobre todo si, como era mi caso, te habías cocido en serio la víspera. Me colocaron el micro y, cuando tenía que cantar las alabanzas de la revista Cairo, me vine abajo, me desmayé, asustando al equipo y a la pobre Paloma.
Con Miquel Barceló
Más o menos recuperado, solté mi rollo y santas pascuas. Por la noche, mientras me tomaba unas copas en un bar con Miquel Barceló, apareció Paloma en compañía de la cantante Ruby (la de Ruby y los Casinos), y Miquel y yo acabamos en el asiento de atrás del coche de Paloma, que era muy grande, recorriendo callejones imposibles en busca de un bar concreto al que la buena mujer y su amiga se habían propuesto ir. No llegábamos nunca. Siempre estábamos a punto de atropellar a alguien o de empotrarnos contra un escaparate. En un atasco, el mallorquín y yo salimos corriendo porque temíamos por nuestras vidas. Nunca más volví a cruzarme con Paloma.
Dice en el documental Fernando Méndez Leite, que fue su jefe, que Paloma no era simpática y que tiraba a serie y severa. La misma impresión tuve yo. Pero creo que eso se debía a que, pese a su apariencia caótica, se tomaba muy en serio su trabajo. Un trabajo que, visto en perspectiva, es impresionante: largas entrevistas con Miró, Dalí, David Hockney, Keith Haring o Robert Mapplethorpe; conciertos de lo mejorcito del momento; y, sobre todo, una voluntad de no distinguir entre arte mayor y arte menor absolutamente moderna.
La belleza que sacó Chamorro
Puede que se le fuese un poco la olla con la Movida, pero no fue la única. No diré nombres, pero conocí a bastantes profesionales serios y luchadores antifranquistas que se zumbaron con el rock, el sexo o la cocaína y que, en algunos casos, les costó reintegrarse más o menos a la sociedad. Normal, supongo: no todos los días descubres que tu ciudad se ha convertido en el Berlín de la república de Weimar.

Paloma Chamorro, en imagen del programa 'La edad de oro'
Los participantes en el documental (Almodóvar, Barceló, Pérez Villalta, Alvarado, Alaska…) montan con sus declaraciones el puzle fascinante que fue Paloma Chamorro, a la que TVE trató como se suele tratar en España a cualquiera que cree en lo que hace y que parece más peligroso de lo que en verdad es. La fueron arrinconando hasta acabar despidiéndola. Ella se refugió en el campo con su novia y murió de un infarto a los 68 años de edad.
Si Malcolm McLaren quería sacar dinero del caso, Paloma sacó belleza. Visto desde fuera, La edad de oro parecía un sindiós, y en parte lo era, gracias, sobre todo, a los grupos extranjeros que se presentaban borrachos o drogados o las dos cosas y montaban unos cristos de cuidado (munición para meapilas y reaccionarios en general), pero, parafraseando al Bardo, había un método en la aparente locura de Paloma.
Nada queda ya del espíritu libertario de la Movida. Las cosas han vuelto a la normalidad en Madrid. Pero la euforia de un momento en el que parecía que todo podía cambiar no pudo tener mejor portavoz que La edad de oro.