
'Limónov'
'Limónov': rebelde, maldito, farsante y paria
Kirill Serebrennikov adapta al cine, en una película insolente y desbocada, el libro que Emmanuel Carrère dedicó a Limónov, un personaje a través de cuya trayectoria vital se retratan todas las convulsiones de la segunda mitad del siglo XX
“Fue gamberro en Ucrania; ídolo del underground soviético; mendigo y después ayuda de cámara de un multimillonario de Manhattan; escritor de moda en París; soldado perdido en los Balcanes; y ahora, en el inmenso desmadre del poscomunismo, viejo jefe carismático de un partido de jóvenes desesperados”. Así resumía la peripecia vital de Eduard Limónov (1943-2020) Emmanuel Carrère en el irresistible libro que le dedicó en 2011, Limónov, publicado en castellano por Anagrama. Ahora lo ha adaptado al cine Kirill Serebrennikov con el título de Limónov: The Ballad y llega a los cines españoles el próximo 21 de febrero.
Todo en la vida de este personaje estrambótico parece sacado de una novela: joven extraviado al borde de la delincuencia y el suicidio; poeta iconoclasta que detestaba al establishment cultural soviético; disidente a quien los disidentes más respetados le parecían unos embaucadores; obseso sexual rodeado siempre de mujeres despampanantes; escritor desgarradamente autobiográfico que contaba sin tapujos o acaso magnificaba sus sórdidos lances; agitador punk que llamaba a gritos a la violencia revolucionaria; nostálgico del comunismo con ímpetus fascistas; opositor y mártir encarcelado… Su errática trayectoria es un viaje desde la lenta descomposición del imperio soviético y su desplome hasta la era de los oligarcas de Putin, y por el camino se pasea entre todas las paradojas de Occidente.

'Limónov'
Un tipo a un tiempo repulsivo y fascinante: sinuoso, inaprensible, siempre incómodo, provocador en lo literario y en lo político, maldito, mesiánico y farsante. Para empezar, ni siquiera se llamaba Limónov. Es el apodo que se puso y que remite a la acidez del limón y la potencia destructiva de una granada de mano. “Me haré famoso o me asesinarán”, sentenció. Exiliado de la Unión Soviética, pasó años en Nueva York escribiendo y en París trabajándose una carrera literaria con novelas autobiográficas descarnadas y ásperas, con ecos de Henry Miller y Bukowski.
Y una vez logrado, se reinventó como activista y patriota, primero luchando al lado de los serbios en la guerra de los Balcanes y después de vuelta en a Rusia tras la caída del comunismo como líder del Partido Nacional Bolchevique entre cuyos militantes abundaban los skinheads. Al respecto arengó: “Si eres un rebelde de corazón, si tus héroes son Jim Morrison, Lenin, Mishima y Baader, ya eres miembro de nuestro partido”. Este cóctel de referentes son una buena síntesis de la empanada mental de quien caminó por el lado salvaje. Walk on the Wild Side es uno de los temas de Lou Reed que aparecen con insistencia en la banda sonora de la desmesurada y vibrante película que trata de atrapar en su red a este individuo asombroso.

'Limónov'
Parece lógico que Kirill Serebrennikov (Rostov del Don, 1969) se interesase por la figura de Limónov y decidiera llevar a la pantalla el libro de Carrère, que aparece en un fugaz cameo. El cineasta ruso empezó como enfant terrible del teatro de vanguardia ruso y uno de sus espectáculos, sobre Nuréyev, fue prohibido porque promovía “valores no tradicionales”, es decir mostraba de forma explícita la homosexualidad del bailarín. Serebrennikov no tardó en convertirse en un artista incómodo por su defensa de los derechos de los gays y sus críticas a la iglesia ortodoxa. Acabó procesado por una presunta malversación de fondos públicos, en uno de esos juicios de la era Putin que sirven para escarmentar a los opositores que incordian más de la cuenta. Se le prohibió salir del país durante varios años y, en cuanto pudo hacerlo, se instaló en Alemania.
De estilo vehemente y con una fuerza visual incuestionable, que no teme lanzarse hacia la teatralidad y la desmesura, llamó la atención en occidente con su sexto largometraje, Traición, una historia de infidelidades con giros sorprendentes y un ritmo eléctrico. Sin embargo, sus títulos más sólidos son los tres centrados en personajes reales: Leto, sobre uno de los pioneros del rock ruso en los años ochenta; La mujer de Tchaikovsky, sobre el desgraciado matrimonio de una rendida admiradora con un compositor homosexual, que deriva en desolación y locura; y ahora Limónov.

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El primer reto evidente en este último caso era cómo llevar al cine -en algo más de dos horas- el torrencial reportaje biográfico de Carrère y las infinitas vidas de un ser humano en continua reinvención. Con buen criterio, Serebrennikov opta con concentrarse en algunos episodios muy relevantes, dedicando especial atención a los años neoyorquinos, y prescinde por completo de otros como, por ejemplo, la etapa balcánica. La película arranca en los años rusos, cuando era un aspirante a joven poeta insurrecto que frecuentaba las dachas de los figurones como Yevtushenko, el típico superviviente en todos los contextos, al que reencontrará en Nueva York. El KGB le seguía los pasos y lo intentaba captar como informador, mientras Limónov aspiraba a que las autoridades lo consideraran un “parásito”, como al excelso Brodsky, y lo invitaran a marcharse a Occidente, cosa que al final consiguió.
Se instaló, en condiciones económicas muy precarias, en Nueva York con su segunda amante, la exuberante modelo y poeta Yelena Shchapova, y juntos descubrirán la libertad, el porno y la miseria. Su relación fue siempre convulsa. En una de las escenas más enloquecidas de la película -todavía en Rusia- Limónov aporrea la puerta de su amada, mientras escribe con sangre su nombre en la pared, porque se ha hecho cortes en las muñecas y aporreando la puerta. En otra -ya instalados en Nueva York-, fornican de forma obscena ante el televisor en el que aparece el reverenciado Solzhenitsyn, para hacer escarnio del santón. Y en otra secuencia brutal, casi la mata al estrangularla en una pelea por celos. Estas situaciones extremas funcionan en pantalla por el ímpetu con que las filma el cineasta y por la extraordinaria y camaleónica interpretación del británico Ben Wishaw, que se mete en la piel del personaje dándolo todo.

'Limónov'
En Nueva York Limónov vive al borde de la indigencia, mientras maldice a los figurones del exilio, hasta que consigue trabajo como mayordomo de un millonario y saca tiempo escribir sobre sus aventuras urbanas sin ahorrarse las más escabrosas. Como su extática relación sexual con un negro desconocido en un parque -escena muy bien resuelta en la película-, que los franceses utilizarán como provocador título de su libro más célebre: El poeta ruso prefiere a los negrazos.
En realidad, se llamaba Soy yo, Edichka (así está editado en castellano), pero la editorial parisina que fue la primera en apostar por él ante al rechazo inicial de las estadounidenses optó por la provocación. Funcionó y el autor se trasladó a París y se codeó con la intelectualidad más chic, a la que también arreó más de un codazo. Esta etapa, a la que Carrère dedica un extenso capítulo, en la película aparece muy resumida y de ahí se salta al regreso a Rusia y su transformación en líder radical condenado a un campo de trabajo, que es recibido tras su liberación como una suerte de mesías.

'Limónov'
Durante una de las entrevistas que Carrère mantuvo con él, Limónov le preguntó por qué estaba tan interesado en escribir un libro sobre él, a lo que el francés le respondió que la suya era “una vida novelesca, peligrosa, una vida que ha arrostrado el riesgo de participar en la historia”. A lo que el aludido apostilló: “Sí, una vida de mierda”. El gran logro del libro resultante es contar a través de este personaje excesivo las convulsiones de la segunda mitad del siglo XX. Y lo hace con una prosa enérgica que propulsa la lectura.
Serebrennikov consigue algo muy similar mediante una propuesta visual que rompe moldes y juega con diversos formatos y texturas de imagen, incorporando a ratos el blanco y negro, y modulando el tono según los periodos que retrata. El resultado es una cinta tan insolente y desbocada como su protagonista. Era el único modo cabal de afrontar este proyecto y salir airoso del envite. Y aunque el texto en el que se basa es mucho más ambicioso y profundo, la película consigue atrapar la esencia de un tipo al que Carrère describe como la combinación en una sola persona de “Houellebecq, Lou Reed y Cohn-Bendit”.