'Alien', la forja de un mito contemporáneo del terror
El cineastauruguayo Fede Álvarez, con la producción de Ridley Scott, el primer director de este clásico de la ciencia-ficción, firma una nueva versión del mito del monstruo contemporáneo –Romulus– con un aire de slasher espacial
14 agosto, 2024 21:05“No es más que una estúpida película con un monstruo” dijo el cineasta Jack Clayton cuando rechazó dirigir Alien, el octavo pasajero. No fue el único. También la descartaron otros veteranos como Robert Aldrich y Peter Yates. Y acabó cayendo en manos de un casi novato, el británico Ridley Scott. Cuando se estrenó en 1979, la crítica, con la esa capacidad visionaria de la que suele hacer gala, reaccionó de forma entre tibia y displicente, con argumentos similares a los de la frase lapidaria de Clayton. El público opinó de manera muy diferente y la convirtió en la cuarta película más taquillera de aquel año. Hoy Alien es un hito indiscutido de la ciencia ficción y el terror contemporáneos. Un modelo de narración eficaz, sin fisuras. La visualización de una estética tan influyente en el género como en su día lo fue 2001, una odisea del espacio de Kubrick. El origen de un mito cultural y también de una rentable franquicia, de la que llega ahora una nueva entrega, Alien: Romulus, dirigida por el uruguayo Fede Álvarez.
Ridley Scott, octogenario muy activo, que este otoño estrenará Gadiator II, ha ejercido de productor de esta nueva entrega para mantener el vínculo argumental y estético con la saga. Scott tiene el nada desdeñable mérito de haber forjado el imaginario de la ciencia ficción de finales del siglo XX por partida doble: lo hizo con la claustrofóbica nave de Alien y lo volvió a hacer con el decadentismo futurista de Blade Runner. Pero no lo consiguió solo. Si hay una película que sirve para explicar que el cine como arte colectivo que suma talentos es Alien: no existiría sin, entre otras contribuciones, el guion de Dan O’Bannon, el xenomorfo imaginado por el suizo creepy H.R. Giger y sin duda la fuerza narrativa y visual de Scott.
La aportación más trascendental de Alien es que instalación en el imaginario colectivo de un nuevo monstruo. Los griegos y romanos tenían a sus dioses y héroes; nosotros tenemos el cine y la literatura como constructores de mitos. Entre estos mitos contemporáneos tienen un papel muy relevante los monstruos que dan forma a los miedos de la humanidad. Los hay surgidos de la naturaleza (desde Moby Dick de Melville a Tiburón de Spielberg) o de la quimera de aspirar a ser un aprendiz de Dios (del Frankenstein de Shelley al HAL 9000 de Kubrick). Los hay humanos (de Norman Bates a Hannibal Lecter) y sobrenaturales (del Drácula de Stoker a los zombis de Romero), los hay religiosos y esotéricos (de Night of the Demon de Tourneur a El exorcista de Friedkin), los hay surgidos de los demonios interiores (del Dr. Jekyll y Mr. Hyde de Stevenson a El resplandor de Kubrick, no el de King, que tiende más a lo esotérico). Y los hay que representan el terror atávico que se materializa como engendro informe venido de otros mundos: desde las criaturas de Lovecraft a Alien.
La construcción básica de Alien y todas sus secuelas se basa en la combinación de dos elementos. Por un lado, la presencia de un monstruo desconocido, que muta y se rige por la simple y brutal lógica de la aniquilación, como un virus, pero de gran tamaño. Por otro lado, la estructura de lo que se denomina el body count, es decir, la metódica eliminación de las víctimas. Es una estructura narrativa de eficacia comprobada, desde Diez negritos de Agatha Christie hasta el slasher Viernes 13. Se incrementa mucho su potencia si el escenario es cerrado, sin posibilidad de escape, como la base polar aislada en la Antártida de El enigma de otro mundo, el clásico de Howard Hawks y Christina Nyby, y su remake La cosa de John Carpenter. O una nave asilada en el cosmos, como en Terror en el espacio de Mario Bava, diáfano antecedente de Alien.
Tras su éxito en taquilla, Alien se convirtió de forma casi inevitable en franquicia. Es una ley económica básica del cine como industria: si funciona, explota el filón. Lo interesante en este caso es que esta explotación se hizo apostando por cineastas con mucha personalidad. De modo que se conseguía la cuadratura del círculo: se mantenían inalterables ciertos patrones narrativos y formales que daban continuidad a la saga, pero cada director añadía su impronta. De modo que se repetía una fórmula, pero el resultado era cada vez nuevo, con un estilo propio. Así, la secuela Aliens de James Cameron añadía mucha acción y tintes de cine bélico; Alien 3 de David Fincher templaba el ritmo y primaba lo atmosférico, y Alien: Resurrección del francés Jean-Pierre Jeunet, la más discreta y la última de la saga original, optaba por los aires de serie B.
Capítulo aparte es la pura explotación comercial que supuso mezclar dos franquicias en las dos entregas de Alien vs. Predator, que no aportan nada y solo tratan de exprimir el filón. Muy distinta es la exploración arqueológica que emprende Scott, quince años después de la última entrega de la saga original, con las precuelas que tratan de explicar el origen del monstruo: Prometheus y Alien: Covenant, que en realidad repiten esquemas argumentales y formales, pero tienen la pretensión de llevar el mito a una dimensión trascendente, nada menos que hasta el origen de la vida humana.
Llega ahora Alien: Romulus, que retoma la saga inicial, aunque de un modo peculiar. No es una mera continuación, sino que se sitúa temporalmente entre la primera y la segunda entrega. Tras la cámara está Fede Álvarez, un cineasta cuya historia tiene algo de cuento de hadas. En 2009 dirigió de forma amateur en Uruguay su segundo cortometraje, ¡Ataque de pánico!, cinco minutos de efectos especiales artesanales y muy baratos que narran el ataque de unos robots gigantes y unas naves extraterrestres sobre Montevideo. Lo colgó en YouTube un jueves y al lunes siguiente ya tenía ofertas para ir a Hollywood a dirigir. Su primer largo fue estadounidense: un remake de Posesión infernal producido por Sam Raimi. Le siguió un efectivo thriller de terror en un espacio cerrado: No respires. El planteamiento es tan simple como eficiente en su resolución: tres ladronzuelos entran en una casa para robar, pero se topan con el dueño, un ciego implacable. Muchas de las lecciones de esa película las aplica para armar la tensión sin tregua de Alien: Romulus.
El punto de partida es una nave que rescató los restos del Nostromo de la película inicial. Su tripulación ha sido aniquilada y está a la deriva. Un grupo de jóvenes que quiere largarse de una colonia minera y empezar una nueva vida en otro planeta decide usar la nave como vehículo de escape y a partir de ahí se desarrolla una historia que respeta los parámetros de la saga, pero introduce también algunas novedades.
En el Alien original, la 20th Century Fox lo apostó todo al monstruo y contrató a actores poco conocidos, entre ellos el eterno secundario Harry Dean Stanton y el británico Ian Holm. El éxito de la película convirtió a Sigourney Weaver -que venía del teatro y solo había aparecido en pequeñísimos papeles en un par de películas, una de ellas Annie Hall- en una estrella. En Alien: Romulus ya no aparece Weaver ni la teniente Ripley. El testigo lo recoge Cailee Spaeny, en un papel similar. Spaeny es una estrella en ascenso, gracias a Priscilla y Civil War. El resto de miembros del reparto son menos conocidos y todos muy jóvenes, lo cual le da a la cinta un singular aire de slasher espacial.
Uno de los elementos conectores con el pasado es la presencia del sintético o humanoide de la película original, al que interpretaba Ian Holm. Aquí reaparece, en un papel relevante, de nuevo interpretado por Holm. Dado que el actor falleció en 2020 es obvio que se trata de una recreación digital, que vuelve a plantear preguntas inquietantes: ¿han pagado derechos de reproducción a sus herederos?, ¿es ético manipular la imagen de un actor ya fallecido?, ¿vamos a acabar viendo nuevas películas protagonizadas por Humphrey Bogart o John Wayne?
Más allá de esta presencia, hay que agradecer a Álvarez su apuesta por los efectos especiales mecánicos, sin abusar nunca de los digitales. Es una decisión que ayuda a conectar esta película con la saga original. Si en la primera entrega, Scott tuvo la inteligencia de utilizar esa máxima imbatible que dice que da más miedo aquello que no se ve y preservó la aparición del xenomorfo a adulto hasta las escenas finales, aquí este recurso ya no es posible porque el espectador tiene muy visto al bicho y conoce su evolución. Álvarez juega más en la línea de aquella ya mítica escena del nacimiento de la criatura reventando el pecho de un tripulante, una visión retorcida del parto. En Alien: Rómulus se acrecienta la simbología sexual de las formas del monstruo y asistimos a otro parto que da origen a una nueva mutación, una hibridación que no les desvelaré para no incurrir en spoiler, pero que nos remite a la nueva carne de Cronenberg.
El título de la nueva entrega viene de una referencia a Rómulo y Remo, que sirven para dividir la nave en dos partes. En el laboratorio del ala Romulus los protagonistas descubrirán unos siniestros experimentos, dignos de los del doctor Moreau de H.G. Wells. El mito de Alien conecta con los mitos clásicos de la literatura de terror.