Movistar ha reciclado el largometraje del documentalista norteamericano Alex Gibney (Nueva York, 1953) In restless dreams: the music of Paul Simon (Sueños inquietos: la música de Paul Simon), que pasó sin pena ni gloria por los escasos cines españoles que se tomaron la molestia de exhibirlo durante una semana, en una miniserie de dos episodios que he disfrutado enormemente en mi condición de fan del señor Simon desde los lejanos tiempos de The sounds of silence: como los Stones, Paul Simon siempre ha estado ahí y, a sus 83 años, lo sigue estando, aunque su último disco, Seven psalms, suene a testamento (e incluso a despedida y cierre).

In restless dreams consiste en pasar más de tres horas en compañía de Paul Simon (concretamente, 209 minutos), así que su visionado se lo pueden saltar todos aquellos que no compartan mi aprecio por él. Los fans, por el contrario, tendrán acceso a un retrato íntimo del personaje a cargo de uno de los mejores documentalistas del momento, Alex Gibney, ganador de un Oscar en el 2007 con su película Taxi to the dark side, sobre la tortura y asesinato en el 2002 de un taxista afgano en la base de la fuerza aérea norteamericana de Bagram.

Cantautor ejemplar

In restless dreams alterna la narración entre el presente --cuando Simon está grabando sus Siete salmos, bellísimo álbum con grandes toques de religiosidad tardía, propios de alguien consciente de que no le queda mucho tiempo en este mundo, que empezó a materializarse en uno de esos sueños inquietos a los que se refiere la película. Mientras dormía, al hombre le venían conceptos, frases y hasta notas musicales que luego intentaba reconstruir por la mañana, lo cual constituía un esfuerzo mayúsculo. La gestación de Seven psalms duró mucho tiempo, pero el disco pasó (injustamente) sin pena ni gloria-- y el pasado, en forma de flashbacks que nos lo muestran con su amado/odiado Art Garfunkel, solo en Londres, actuando en clubs de folk, alternando éxitos con fracasos y, en suma, ofreciendo un completo repaso a toda su carrera. Completo, aunque con algunas lagunas, en mi modesta opinión: ninguna referencia al álbum de 1973 There goes rhymin Simon (con sus incursiones en el doo wop y la música de Nueva Orleans) o al musical de 1997 The capeman (grandes canciones, fracaso comercial tanto en disco como en Broadway) o a la fallida colaboración con Brian Eno Surprise (2006), donde los sintetizadores del británico les sentaban a las canciones de Simon como a un Cristo dos pistolas…

Asimismo, la película termina con el éxito apabullante de Graceland (1986) y su secuela de inmersión africana The ryhthm of the saints (1990), como si Paul Simon no hubiese hecho nada después. Pero, aparte de estas pequeñas pegas, In restless dreams ofrece una completa panorámica general de uno de los músicos pop más notables de todos los tiempos, un tipo con una habilidad para las melodías y una sensibilidad para las letras que, si no le convierten en un cantautor ejemplar, que baje Dios y lo vea.

Simon y Garfunkel

La relación con Garfunkel

A efectos morbosos, lo más divertido de la propuesta es la relación entre Paul Simon y su amigo de la infancia Art Garfunkel. Se conocieron a los 10 años y se hicieron inseparables hasta que ya no pudieron más el uno con el otro. Empezaron imitando a los Everly Brothers, grabaron su primer single a los 15 años (bajo el nombre de Tom & Jerry: una ideaca de la discográfica), triunfaron a lo grande, se separaron, se reunieron esporádicamente y actualmente no se dirigen la palabra.

A Simon le molestaba que aplaudieran a Garfunkel en canciones en las que no había hecho nada más que aportar su segunda voz de querubín, Garfunkel inició una carrera cinematográfica gracias a Mike Nichols (aunque su mejor papel es el de Don't look now, de Nicolas Roeg) y, musicalmente hablando, se columpió todo lo que pudo en su condición de parásito subido a la chepa de su amigo el bajito (al que solía zaherir por su escasa estatura, ¡cuando le debía la vida!).

El disco que nunca llegó

Simon y Garfunkel se reunieron para su célebre concierto en Central Park, pero en el caso de Simon la cosa consistió mayormente en hacer de la necesidad virtud. Tras el fracaso de One trick pony (1980), la película escrita y protagonizada por Simon y su disco de acompañamiento (con divertidas incursiones en la salsa), había que dar un golpe de efecto. De ahí lo de Central Park (medio millón de espectadores) y la promesa, nunca cumplida, de un nuevo disco de Simon y Garfunkel que acabó siendo un álbum de Paul Simon.

El Simon de Seven psalms es un anciano frágil con cara de estar pensando constantemente en la muerte, pero su carrera es de las de quitarse el sombrero. Retirado en un pueblo de Texas junto a su última mujer, Eddie Brickell (su relación con la perturbada Carrie Fisher se resuelve en un par de didácticas secuencias), a este muchacho judío de Queens interesado en la música de todos los rincones del planeta le ha salido en la premuerte una religiosidad que hasta ahora no se había manifestado, aunque nos ahorre los sermones en esos Seven psalms a los que se podría haber prestado un poco más de atención, francamente. En resumen, todo aquel interesado en pasar algo más de tres horas con Paul Simon hará muy bien tragándose In restless dreams.

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