'Retratos fantasma': una crónica sobre la extinción de las salas de cine
Kleber Mendonça Filho reflexiona en una película documental narrada en primera persona sobre el tiempo, la memoria y los fantasmas de las salas de cine desaparecidas que permite trazar analogías con la historia de Barcelona
3 julio, 2024 13:16La niña Ana contempla -embelesada, aterrada, con los ojos muy abiertos- al monstruo de Frankenstein en la pantalla de un cine de pueblo. Esta escena indeleble de El espíritu de la colmena sintetiza el embrujo de las imágenes en movimiento y de un modo particular de verlas: su proyección en una sala. Para los agoreros -el propio Erice en su testamentaria Cerrar los ojos-, la progresiva sustitución de este modo de visionar películas supone la muerte del cine. Cuando menos, de una manera de entenderlo, por el paso del celuloide al digital, del proyector al streaming, de la butaca al sofá de casa, de la comunión colectiva -¡esos gritos de susto! ¡esas risas! ¡esos aplausos!- a la intimidad, de la gran pantalla en un espacio a oscuras a cualquier lugar con cualquier dispositivo.
Para varias generaciones, las salas de cine han sido algo más que un lugar en el que ver películas. Se establecía con ellas un vínculo emocional. ¿Quién no recuerda el cine concreto en que vio un largometraje que le cambió la vida, el cine al que iba de niño, el que frecuentaba después con los amigos del colegio y con la novia? Más allá de esta nostalgia personal e intransferible, las salas -las de estrenos con sus ínfulas palaciegas y las desvencijadas de barrio y programa doble - han formado parte de la geografía y la historia de todas las ciudades del planeta.
Retratos fantasma (no se estrena en cines, sino directamente en la plataforma Filmin) es un hermoso, íntimo y singular documental de Kleber Mendonça Filho (Recife, 1968), que evoca los cines desaparecidos en su ciudad, sin regodearse en la nostalgia lacrimógena y proponiendo una reflexión sobre el tiempo, la memoria y los fantasmas. De entrada, uno podría pensar que Recife y los recuerdos de un director brasileño nos quedan muy lejos. Y sin embargo, esta oda a unas salas cuyos nombres no hemos oído jamás, logra cautivarnos y nos lleva a recordar otras más cercanas -por ejemplo de Barcelona- que también han desaparecido.
Se trata de una cinta autobiográfica protagonizada y narrada por el propio cineasta, cuya obra ha estado siempre muy conectada con la memoria de su ciudad, como atestiguan Sonidos de barrio y Doña Clara (Aquarius en su título original), con la estrella del cine brasileño Sonia Braga. En estos dos largometrajes aparece como escenario la casa que compró su madre tras separarse y en la que el director ha vivido y trabajado toda su vida. Y es en esta casa en la que se centra la primera parte del documental, con imágenes de películas caseras, de sus primeras tentativas de aprendiz y de sus rodajes profesionales. De este modo, la memoria y el paso del tiempo ocupan el centro de la propuesta, y van apareciendo fotografías evidencian los cambios en el barrio, imágenes de la vivienda vecina que quedó abandonada y fue ocupada por la vegetación y los gatos callejeros…
Después, la cinta se traslada al centro histórico de Recife y rastrea la huella de los viejos cines que han ido desapareciendo. Retratos fantasma es, además de un homenaje al séptimo arte, el meticuloso retrato de la transformación de una ciudad. El centro alcanzó su esplendor en los años cuarenta, con tranvías y nuevas avenidas, pero a partir de los setenta entró en un progresivo declive, porque la vitalidad urbana se trasladó al otro lado del río. El casco antiguo es hoy una zona deteriorada, con edificios abandonados y una belleza decrépita. Su decadencia y los cambio en el ocio y el consumo cultural arrastraron consigo a los cines emblemáticos de la ciudad.
Kleber Mendonça Filho muestra imágenes de pasados esplendores: viejas películas mudas, una visita de Tony Curtis y Janet Leigh, una fachada ocupada por una gigantesca silueta publicitaria de Jane Fonda como Barbarella, la inauguración del Cinema Veneza en 1970 con el estreno de Aeropuerto y la presencia de las autoridades políticas... Asoman también los tiempos de la dictadura y de la censura, y las marquesinas de los cines con títulos en grandes letras se convierten en marcadores de diferentes épocas. Las salas desaparecidas se han transformado en centros comerciales o en solares llenos de hierbajos, y varias de ellas han acabado siendo iglesias evangélicas que no han cambiado ni las butacas de la platea.
El cineasta recupera una película que filmó en sus tiempos de estudiante sobre el proyeccionista de uno de esos cines, quien le contó que de tanto proyectar la exitosa El padrino acabó odiando su música. También le cuenta que la sala en la que trabajaba fue financiada en los años treinta por la productora alemana Ufa para presentar cintas de propaganda nazi, gracias a la complicidad del gobierno brasileño de entonces, que simpatizaba con el fascismo. La paradoja es que la construyó un arquitecto judío, Rino Levi.
Retratos fantasma propone un recorrido personal por cines desaparecidos similar al de VHS (Random House), el maravilloso libro de Alberto Fuguet sobre las películas que le marcaron de adolescente y los cines y videoclubs de Santiago de Chile en los que las descubrió. De nuevo, las salas de Santiago, que podrían parecernos remotas, nos traen recuerdos de otras más cercanas, como la de Barcelona, donde hubo cines –ya desaparecidos– que fueron relevantes en su paisaje urbano y en la educación sentimental de varias generaciones de barceloneses.
Nombres llenos de recuerdos: el suntuoso Alcázar con su amplio vestíbulo; el elegante Montecarlo; el Rialto, en lo que entonces era la Plaza Calvo Sotelo; el singular Avenida de la Luz, en la galería comercial subterránea de una estación de metro; las enormes pantallas de cinerama del Waldorf, el Urgel y el Regio Vistarama Palace; las minúsculas salas Arkadin; los cines de arte y ensayo Arcadia, Capsa, Casablanca y el recóndito Ars; los cines del Paseo de Gracia Fantasio, Fémina, Savoy, Publi, Comedia y el que estaba en el interior de las Galerías Condal (ya no queda ninguno en toda esta emblemática arteria); las salas de doble programa Loreto y Spring; el Aquitania y el Padrós, que fueron Filmoteca; el Roma, que acabó -como el Avenida de la Luz, el Urquinaona y el Maryland- convertido en cine X;, el Alexandra, el Novedades, el Rex, el Excelsior, el Diagonal, el Astoria, el Atenas, el Balmes, el ABC, el Palacio Balañá, el París, el Pelayo, el Niza, el Club Coliseum, el Río, el Capitol, el Nuevo Cinerama, el Palacio del Cinema…
Todos han desaparecido. Hoy el Phenomena (que antes fue el Nápoles), puesto en marcha por el director Nacho Cerdá, es el único que, con su amplio vestíbulo, mullida moqueta, bar y enorme pantalla, evoca los esplendores del pasado. ¡Las multisalas carecen de glamour! Sí, hubo un tiempo -permítanme la cursilería- en que los cines fueron palacios de sueños, templos paganos cuyos espectadores participaban en un ritual colectivo.