'Kinds of Kindness': los humanos somos bichos raros
El iconoclasta cineasta griego Yorgos Lanthimos vuelve a las pantallas con una película, inspirada en el teatro de la crueldad y el absurdo, donde se cuentan tres historias sobre la dominación y la dependencia con toques bizarros
26 junio, 2024 19:00La película arranca con Sweet Dreams (Are Made of This) de Eurythmics a todo trapo. Atención a la letra, porque en ella está la clave de las tres historias independientes pero soterradamente conectadas que componen Kind of Kindness: "Sweet dreams are made of this/Who am I to disagree?/ I have traveled the word and the seven seas/ Everybody is looking for something// Some of them want to use you/Some of them want to get used by you/ Some of them want to abuse you/ Some of them want to be abused". (Los dulces sueños consisten en esto/¿Quién soy yo para cuestionarlo?/He recorrido el planeta y lo siente mares/ Todo el mundo busca algo //Algunos quieren utilizarte/ Algunos quieren que los utilices / Algunos quieren abusar de ti/Algunos quieren que abuses de ellos).
No ha pasado ni medio año desde el estreno de la apabullante Pobres criaturas y el iconoclasta director griego Yorgos Lanthimos (Atenas, 1973) ataca de nuevo con Kinds of KIndness. Supone un giro llamativo en una carrera ya indiscutiblemente internacional. Los dos largometrajes anteriores, que lo lanzaron al estrellato, La favorita y Pobres criaturas -ambas con guion del australiano Tony McNamara-, eran cintas de época, con protagonistas femeninas, un uso desbocado del ojo de pez y una estética barroca y delirante. En cambio, con esta nueva película recupera a su primer guionista, el también griego Efthymis Filippou, con el que colaboró desde la surreal Canino, que sorprendió en el Festival de Cannes de 2009, hasta la implacable parábola pagana de El sacrificio del ciervo sagrado, pasando por Alps y la loquísima Langosta.
Aquí Lanthimos, que tiene ya un dominio apabullante de la puesta en escena y un imaginario visual muy rico, aparca el ojo de pez y el barroquismo y retoma la inspiración en el teatro del absurdo y el teatro de la crueldad, que lo consagraron como el indiscutible líder de lo que alguien denominó la Greek Weird Wave. De hecho, es el único de aquellos jóvenes directores que se ha acabado consagrando como un nombre importante del cine contemporáneo.
Kinds of Kindness -muy irónico título, ya que sus personajes son cualquier cosa menos bondadosos y encantadores- se compone de tres historias de algo menos de una hora cada una (la película dura dos horas cuarenta y cinco minutos). En la primera, un empleado que lleva una vida reglada hasta el disparate por los deseos de su jefe, un día se rebela al negarse a cumplir una orden atroz. Consumada la sublevación, en lugar de disfrutar de la libertad conquistada, se siente huérfano e incapaz de tomar las riendas de su existencia.
En la segunda, un policía cuya mujer, bióloga marina, lleva tiempo desaparecida, recibe la noticia de que la han rescatado con vida en una isla desierta. Sin embargo, cuando la mujer vuelve a casa, él se muestra convencido de que en realidad no es ella. En la tercera, dos adeptos de una secta cuyos miembros solo beben agua purificada con las lágrimas del gurú y su esposa, buscan a una elegida con la capacidad de resucitar a los muertos, que debe cumplir enrevesados parámetros.
Por situarnos, la primera historia está en la estela de Canino; la segunda tiene algo de Langosta tanto por el tono alegórico de la propuesta y por su alto grado de delirio, y la tercera presenta semejanzas con El sacrificio del ciervo sagrado. Es esta última la que se podría haber desarrollado como un potentísimo largometraje. De las tres, la segunda es la más críptica y desconcertante. En todas ellas hay toques bizarros marca de la casa y no aptos para todos los públicos: accidentes repetidos hasta conseguir el fatal objetivo, canibalismo, dedos autoamputados, vídeos caseros de orgías, tests de pureza a base de lametones o un suicidio tirándose de cabeza a una piscina vacía.
Cada una de las tres partes podría visionarse de forma independiente, pero juntas forman parte de un todo a través de ciertos elementos conectores. En cada una de ellas hay un personaje que relata un sueño extraño y todas llevan un título que incluye las iniciales de un personaje, R.M.F. (La muerte de R.M.F., R.M.F vuela y R.M.F. se come un sándwich). Y sobre todo, los tres segmentos cuentan con el mismo grupo de actores interpretando papeles diferentes en cada uno de ellos: Jesse Plemons (premio al mejor intérprete en el pasado Festival de Cannes, donde se presentó al película), Emma Stone (en su tercera colaboración con el cineasta), Willem Dafoe (segunda colaboración con Lanthimos), Margaret Qualley (atención a esta actriz, hija de Andie MacDowell, que no para de crecer y se atreve con proyectos arriesgados), Hong Chau y Mamaudou Athie.
La repetición de actores y el hecho de que en algunas escenas -sobre todo en la primera historia- declamen sus diálogos de un modo un punto artificioso, teatral, apunta la estrategia de Lanthimos, inspirada por el absurdo beckettiano. Una maniobra para descolocar al espectador, zarandeándolo entre el aparente realismo de los entornos cotidianos en que se desarrolla la acción y la extravagancia de las tramas. A ello ayuda la disonante banda sonora de Thomas Newman, con percutivas notas de piano y cantos corales que recuerdan a piezas del gran György Ligeti.
El eje central de las tres historias es la dominación y la dependencia, la pulsión sadomasoquista imperante en las relaciones humanas. En la primera se da en el ámbito laboral, en la segunda en el del matrimonio y en la tercera en el de las creencias religiosas y el grupo cerrado. Tal como proclama la canción de Eurythmics y como el cineasta escenifica sin piedad, en muchas ocasiones el esclavo no quiere o no sabe ser libre y necesita que alguien guie su vida y lo mantenga en un estado de sumisión que le ahorre el vértigo de la libertad.
Este tipo de planteamientos pueden dar pie a un cine lacerantemente frío y brutal como el de Haneke (todavía debe haber espectadores acudiendo a terapia después de ver La pianista), a una estética de la crueldad como la de Gaspar Noe en Irreversible (cuya polémica, en lugar de decrecer, no deja de aumentar) o a la sordidez sin freno de Ulrich Seidl. Lanthimos camina por una senda distinta, porque en sus películas siempre asoma el humor surreal, grotesco y muy negro. Es evidente que no es un humor digerible por todos los paladares y que a más de uno se le atragantará, pero es otro de los mecanismos mediante los cuales toma distancia con respecto a lo narrado. En la obra que nos ocupa, por ejemplo, el final de la tercera y última historia es deliciosa y enfermizamente macabro.
Que en un plazo de apenas seis meses hayan llegado a las pantallas dos propuestas tan vigorosas y radicales como Pobres criaturas y Kinds of Kindness, muy diferentes en planteamientos formales y sin embargo producto de un mismo universo creativo, deja claro que estamos ante un director de enorme relevancia, no ante un hacedor de meros fuegos de artificio. Hay un detalle particularmente jugoso: ambas están producidas por Searchlight, propiedad de Disney y por lo tanto distribuidas por la marca del ratón y con rápido salto a su plataforma digital.
Siendo este estudio uno de los que más se ha abonado al escrupuloso cumplimiento de la corrección política y la militante defensa de las diversidades raciales y sexuales y otros mandatos de la cultura woke, no deja de ser una grata sorpresa que hayan producido con gran despliegue económico la obra de un autor tan incómodo y asilvestrado como Lanthimos.
De hecho, hay algunas imágenes particularmente cafres de Kinds of Kindness que uno sospecha que el cineasta ha colocado con la única finalidad de soliviantar al público estadounidense más pacato. No hay el menor atisbo de que trabajar con Disney haya domesticado al griego, un subversivo infiltrado en el corazón de la industria. Larga vida al cine desquiciado, desmesurado y libre de Lanthimos, que de momento ha sabido esquivar el peligro de repetirse y mirarse el ombligo. Sigue arriesgando y explorando caminos nuevos dentro de sus parámetros formales. Timoratos, abstenerse.