Concha Velasco: ‘Mamá quiero ser artista’
La actriz tocó todos los palos, aunque en el fondo del corazón de Concha bullía una revistera de tomo y lomo, con una carrera envidiable desde su Valladolid natal
2 diciembre, 2023 14:57Su catafalco resume la gloria de las tablas. Concha Velasco ha fallecido hoy sábado, a los 84 años, en el Hospital Puerta de Hierro; la Hécuba de Mérida debe ser despedida con el mismo éxtasis que imaginó el Nobel de Literatura, Peter Handke, rememorando la muerte de Sarah Bernhardt, homenajeada en su momento por una peregrinación de escritores, dramaturgos, actores, guionistas y tramoyistas. El destino de nuestra peregrinación, esta vez muy justificada, será Valladolid, donde la actriz española nació con el nombre Concepción Velasco Varona. Ella pisó el pétreo escenario del Festival de Mérida, como una de las Troyanas, esposa del rey Príamo, madre de Hector y de Paris. Completada la tragedia de Eurípides, Concha aseguró que no haber disfrutado tanto como en aquel papel, reescrito entonces por Juan Mayorga. Descubrió el rostro de la fragilidad, el dintel que enmarca la puerta del dolor y del placer humano. Su larga carrera señala una capacidad única para saltar de la risa al llanto. A la hora del adiós, aun siendo divina, ha preferido despedirse, de poco en poco, a la castellana, con un rictus mezcla de temeridad y rigor, sus mejores cualidades.
Ha recorrido como nadie las trayectorias dramática y musical; ha ofrendado ante el altar del multigénero, empezando en el ballet clásico, después de pasar su infancia en Larache (Marruecos) y estudiar más tarde en el Conservatorio Nacional de Música y Danza de Madrid. Se inició en el flamenco, en la compañía de Manolo Caracol, donde taconeó al compás de la voz cálida del Duende. Cuando su estilazo embelesaba a los tramoyistas, la fichó la revista de Celia Gámez para el estreno de El águila de fuego.
No se puede empezar mejor. En el fondo del corazón de Concha bullía una revistera de tomo y lomo, lo más music hall que han visto Broadway, el Paralelo La Latina, escenarios capaces de mezclar la belle Epoque francesa y el cabaret berlinés. Antes del final, su amigo Pepe Sacristán, seco y castellano viejo, la visitaba casi a diario, mientras Concha se apagaba. A la actriz racial no le molestó la emoción del recuerdo; cerca de su desaparición, viajaba con la memoria a su debut en el celuloide, antes de cumplir los 20 años: El bandido generoso (1954), Las chicas de la Cruz Roja, o Los tramposos, el hachazo neorrealista de la escuela de los pillos con Tony Leblanc, genio de la gansería, en la reventa del Bernabeu, o zampándose el chorizo que se ha traído del pueblo su amigo, Antonio Azores.
Los novios de España
Cine fresco de posguerra, naturalismo español de futboleros tuercebotas, dueños de falsas agencias turísticas en el temprano esplendor de las suecas; y siempre con actores dotados de una capacidad infinita de impartir buen rollo en medio del aguarrás y el pan negro. Concha estuvo ya en la antesala del mundo berlanguiano, que culminaría mucho más tarde con aquella mal comprendida París-Tombuctú, dos décadas antes de La Colmena de Mario Camus, la recreación cinematográfica de la novela de Cela sobre la tertulia pobre del Café Gijón, a base de malta, azucarillos y anisetes, y con Paco Rabal de maestro de ceremonias. Para entonces, el tono impertinente del gran Pepe Sacristán, el buen chico, poeta generoso, y la mirada emotiva de Concha en la película, en el papel de callejera, les habían convertido a ambos en los novios de España. Ella ha contado a lo largo de su última convalecencia, que la amistad con el actor no pasó de ahí y dejó una huella indeleble.
Para volver al teatro, sombra de su mejor sombra, recordemos que Concha Velasco, ya en su plenitud, nos regaló una Reina Juana (2016) inconmensurable, en La Abadía. Bordó aquelle loca, Juana de Castilla convertida en una sombra por su marido, Felipe el Hermoso; rechazada por su padre, Fernando el Católico, que la recluyó en Tordesillas e ignorada por su hijo, el emperador Carlos V.
Ha tocado todos los palos; brindó al tendido en los Corrales de Comedia y en el Teatro Real. La escena, metáfora del mundo, es la mejor expresión de su verdad. Concha ha pisado el Romea de Barcelona, el Español de Madrid, el Lope de Sevilla, el Cervantes de Málaga, el Góngora de Córdoba, el Campoamor de Oviedo o el Jovellanos de Gijón. Su paso por televisión fue tan aclamado que te deja sin respiración; actuó como episódica presentadora, pero es mejor recordarla de nuevo como actriz en Teresa de Jesús, de Josefina Molina. Quiso ser la musa de Antonio Gala, empezando por Carmen, Carmen, una descoyuntada Carmen de Merimé. Concha es hija de las tablas y hermana del celuloide. Pero nos acerca más a ella pensar que le interesa sobre todo lo que huele a Celestina, a Miguel Miura, a Buero Vallejo o a Jacinto Benavente.
Ella sabe que el Madrid dramático de hoy conserva el estigma de los Ramones (Valle y Gómez de la Serna). Sobre los adoquines del Barrio de las Letras o por las aceras de Gran Vía, uno puede imaginar que cruza su mirada con una mujer insondable de ojos negros, que siempre podría ser ella. Podría ser Concha y aunque hayas visto alguna vez Cine de Barrio en TVE o Las chicas del cable, el castillo no se desmorona. Velasco es, además de todo, una permanencia, como lo fue Fernán Gómez, en los rendez vous televisivos de café y copa, antes de sus portentosas memorias, resumidas en El tiempo amarillo.
Cuando estrenó El funeral en La Latina de Madrid, acompañada de Resines, se presagiaba un fin de fiesta. Había cumplido los 80 años y apareció su buen remate entre humorístico y cerval; dijo que pensaba morir a los 82 años y ha superado el término.
Nunca tuvo reparos ni remilgos; vivía en un pisito mono muy cerca de sus hijos, pero “cada uno en su casa”. Le faltó añadir y Dios “en la escena de todos”, porque muy pronto repitió en las tablas con La habitación de María, la historia de una mujer madura, frágil y de hierro, refugiada de por vida en un apartamento sin puentes que le unan al mundo exterior. Fue la segunda o tercera o la enésima Concha, un rol de sí misma, sincera y sentimental, verdadera, de carne y huesos. Alguien que nunca se ocultó, solo se refugió por precaución ante un mundo que está dejando de serlo por pura mundanidad. Escrita por el hijo de la actriz, Manuel Velasco, aquella Habitación mostró, por si quedaba alguna duda, que Concha se entrega siempre, rebosante de humanidad.
Sus problemas de salud se acentuaron desde el día que canceló una actuación en el Rosalía de Castro de A Coruña, un teatro de resonancias eternas. Sufrió un linfoma, pero finalmente volvió a las tablas, con la citada, El funeral, su última función. Antes, rememoró aquel Yo lo que quiero es bailar en el Madrid más juguetón, teatrero, alternativo y feroz, con un público entregado que la aplaude desde el corazón. Revivió además aquella tonadilla de Mamá quiero ser artista: “Me ponía zapatos de tacón, / me plantaba en las trenzas una flor, / me pintaba los labios de carmín / y buscaba el valor para decir: Mamá quiero ......”