Los nuevos rostros del horror
Las productoras A24 y Blumhouse revolucionan las películas de terror, un género que retrata las angustias de cada época a través del cine de zombies, alienígenas, el miedo psicológico o Hitchcock
27 mayo, 2022 22:00Finales de la década de 1970. Un grupo de jóvenes viajan en una furgoneta por el Sur profundo de Estados Unidos para rodar una película porno con aspiraciones artísticas en una granja remota. Allí solo vive una pareja de ancianos. El rodaje del porno no tarda en convertirse en una película de terror. Este podría ser el resumen argumental de X, la última película de Ti West, que es varias cosas a la vez: un juego de cine dentro del cine, un homenaje a La matanza de Texas de Tobe Hopper, una reflexión soterrada sobre el miedo al envejecimiento y last, but not least, la película más reciente que llega a nuestras pantallas de A24, distribuidora y productora independiente que ha ido ganando prestigio por su apuesta por cineastas que huyen de lo trillado en diversos géneros, entre ellos el terror. A24 y la también independiente Blumhouse, de orientación más comercial y centrada en el cine de horror, son las dos productoras americanas que han revolucionado el género en el siglo XXI y le han abierto nuevas puertas.
Si merece la pena abordar el tema es porque hay dos géneros especialmente dotados para retratar las temperaturas y evoluciones sociales. La comedia plasma con su espejo distorsionador la realidad de cada época mejor que ningún otro género ¿Qué mejor retrato hay del tardofranquismo que La escopeta nacional de Berlanga?, mientras que la commedia all’italiana es la que traza la mejor crónica del milagro económico de la Italia de la posguerra: vean, como ejemplo (Netflix ha tenido la gentileza de rescatarla), Il boom, una negrísima –y poco conocida– comedia de Vittorio de Sica con Alberto Sordi, el intérprete que mejor encarnó al italiano medio, como José Luis López Vázquez hizo con el españolito.
El terror, por su parte, retrata las angustias soterradas de cada época. Hay una teoría sociológica –discutible y discutida, pero interesante– que plantea que es en las épocas de mayor tensión social cuando emerge con fuerza el género de terror. Es uno de los temas que aborda el muy recomendable ensayo de David J. Skal, Monster Show. Una historia cultural del horror (que aquí editó Valdemar, como el también imprescindible Danza macabra de Stephen King). Skal presta especial atención al terror de los años treinta, lo que se denominaron los monstruos de la universal –Drácula, Frankenstein, El hombre invisible; a los que hay que añadir el King Kong de la RKO–, que coinciden con el periodo de la Gran Depresión.
Los cincuenta, con su doble psicosis de invasión comunista y destrucción atómica, dieron pie en el cine norteamericano a todo tipo de ataques alienígenas, mientras que finales de los sesenta y los setenta –el fin de la utopía del Summer of love, el cambio de paradigma que supusieron los asesinatos del clan Manson y las impactantes imágenes de la guerra del Vietnam en la televisión– resultaron muy fructíferos para el género, que aprovechando la desaparición de la censura, fue elevando el tono de la violencia (en paralelo subía la tolerancia sexual con la salida del porno del gueto de la semiclandestinidad).
Esta época dio perturbadoras propuestas satánicas como El exorcista y La semilla del diablo, la aparición del cine de zombies con La noche de los muertos vivientes (se han escrito sesudos análisis sobre su conexión con las imágenes de Vietnam y su relación con las revueltas raciales) y el nacimiento del gore con las ultraviolentas La matanza de Texas, La última casa a la izquierda, I spit on your grave…, todas ellas antecedidas en 19760 por Psicosis, la película de Hitchcock que cambió para siempre las reglas del cine de terror (hay un interesante libro de David Thomson dedicado al asunto, The Moment of Psycho. How Alfred Hitchcock Taught America to Love Murder).
Los ochenta, la década del rearme moral de Reagan, son los años del slasher. El primer atisbo del género es de mediados de los setenta –Black Christmas de Bob Clark– y la primera codificación de sus pautas de finales de esa década con el Halloween de John Carpenter. Pero el género despega arrasa en taquilla y exprime sus fórmulas a partir de 1980 con Viernes 13 y todas las secuelas y franquicias posteriores. Entre las fórmulas de este cine de y para adolescentes en el que se filtra la moral conversadora de la América reaganiana están el dogma de que quien practica sexo muere a continuación y la célebre figura de la final girl, la única superviviente, papel que se asigna a la chica virgen. Los ochenta son también la década del miedo al sida, y esto se refleja sobre todo en la emergencia de la llamada nueva carne del cine de David Cronenberg, en películas como su remake de La mosca.
¿Existe un terror propio del siglo XXI? Lo representan las productoras y distribuidoras Blumhouse, fundada en 2000 y A24 fundada en 2012, que es de largo la más ambiciosa de las dos. Si en los setenta en cine americano cambió de forma sustancial con lo que se dio en llamar el nuevo Hollywood (la generación de los Coppola, Scorsese, Spielberg…, retratada de forma admirable por Peter Biskind en Moteros tranquilos, toros salvajes), en el final de siglo la nueva creatividad transformadora estuvo representada por la productora y distribuidora independiente Miramax, fundada en 1979 por los hermanos Weinstein, cuyo apellido es hoy veneno tras el monstruoso escándalo de abusos de Harvey, pero que durante más de dos décadas dio empuje al cine más ambicioso y lanzó la carrera de directores como Tarantino (da cuenta de ello también Peter Biskind en Sexo, mentiras y Hollywood). De algún modo A24 recoge ese testigo y la aparición de su logo al inicio de una película, como productores o distribuidores, es garantía de que una va a ver algo ambicioso, osado y estimulante.
Fundada por Daniel Katz, David Fenkel y John Hodges y con sede en Nueva York, debe su peculiar nombre a que, al parecer, a Katz le vino la iluminación de crearla mientras iba en coche por la Autostrada 24 de camino a Roma (si non è vero è ben trovato). La primera película que distribuyeron, la discutida Spring Breakers del bad boy Harmony Korine, era toda una declaración de intenciones: cine innovador pero que busca el éxito en taquilla. Como productores, consiguieron el Oscar a mejor película con Moonlight de Barry Jenkins, drama íntimo y retrato social del racismo y la homofobia. Y entre sus apuestas como productores o distribuidores figuran Ladybird, The Florida Project, The Disaster Artist, First Reformed, el agobiante thriller Diamantes en bruto o After Yang, la nueva película, todavía por estrenar, de Kogonada (autor de la maravillosa Columbus).
En el ámbito del terror contemporáneo A24 ha dejado también su huella. Se inauguraron en el género, como distribuidores, con Enemy de Denis Villeneuve, adapta libre de una narración de Saramago que se convierte en elaborado terror psicológico, casi abstracto, con un toque Cronenberg y con el tema del doppleganger como eje narrativo. A partir de ahí, como productores han apostado por varios de los directores que están innovando el género con propuestas de gran ambición tanto plástica como narrativa. Un buen ejemplo es Alex Garland con Ex Machina, película de ciencia ficción pero con toques de terror que es una inquietante fábula futurista sobre la inteligencia artificial, rodada en un único escenario y con tres actores. Después Garland rodará –ya sin A24– la irregular Aniquilación para Netflix y la serie Devs, una de las propuestas de ciencia ficción con implicaciones filosóficas más ambiciosas de los últimos años.
Otro cineasta notable por el que han apostado es Ari Aster, con el que empezaron como distribuidores de Hereditary, una de las películas más influyentes del terror contemporáneo, que hace una relectura del subgénero de las posesiones diabólicas añadiendo nuevos matices al tema e incorporando la inquietante presencia de las miniaturas que construye la madre interpretada por la siempre estupenda Toni Colette. Ejercieron ya como productores de la siguiente, Midsommar, que de nuevo parte de la tradición –hay obvios paralelismos con la clásica El hombre de mimbre–, pero introduce una mirada renovada en este terror a plena luz del día y en un paisaje bucólico. Una curiosidad: el anciano que se despeña por el acantilado en una de las escenas más perturbadoras de la película es Björn Andrésen, que en su adolescencia había interpretado a Tadzio en Muerte en Venecia de Visconti.
A24 ha producido también a otro cineasta fundamental del género en el siglo XXI: Robert Eggers. Debutó con La bruja, brillantísima exploración del mundo puritano de los primeros colonos asentados en Estados Unidos, en el que se entrecruzan las supersticiones, la moral represora, los miedos paganos y las fuerzas oscuras de la Naturaleza. Eggers y su director de fotografía, Jarin Blaschke, trabajan todo el metraje con tonos apagados que contribuyen a crear la persuasiva inquietud que recorre toda la cinta. El tándem volvió a trabajar junto en la siguiente película de Eggers, El faro, en la que son cruciales para crear el clima claustrofóbico la fotografía en blanco y negro de tintes expresionistas, el formato cuadrado elegido y los rebuscados encuadres de la cámara.
Con estos mimbres se narra el viaje a la locura de dos fareros aislados en una isla, en un terror que no busca el susto fácil sino una lluvia fina de desasosiego que acaba calando en el espectador. El cineasta ha estrenado este año –ya sin A24– la superproducción El hombre del norte, película vikinga de venganza inspirada en el mito que inspiró a Shakespeare su Hamlet. Eggers tuvo que recortarla y remontarla por presiones de la productora tras unos primeros pases con público que no funcionaron bien, pero aun así el resultado es una nueva muestra de su inmenso talento visual.
Tambíen es muy brillante visualmente David Lowery, que en A Ghost Story narra la historia de un fantasma –con su sábana blanca y todo– que vaga melancólico por el mundo contemplando la vida que ha dejado atrás. Es una fábula bellísima, que juega con uno de los arquetipos clásicos del terror: el fantasma, del que se sirve para construir otra cosa: una obra sobre el tiempo y la memoria. Y también tira, a su manera, de elementos terroríficos en la fábula artúrica El caballero verde, relato iniciático sobre el miedo y el destino.
Otro director que ha coqueteado con el género, pero llevándolo más allá, el griego Yorgos Lanthimos. A24 distribuyó la delirante y estimulante Langosta y ejerció de productora en la potente El sacrifico de un ciervo salvaje, que construye a partir de la mitología una aterradora historia de venganza y rito sacrificial ambientada en el mundo contemporáneo. Un ejemplo perfecto de cómo se pueden utilizar recursos del terror para llevarlo muchísimo más allá de los límites del género. Entre las películas que A24 ha distribuido estos años, hay otras muestras destacables de la renovación del género. Por citar un par de ellas: In Fabric, quizá la película más irregular del interesantísimo cineasta británico Peter Strickland y Lamb del islandés Valdimar Jóhannsson.
Blumhouse, fundada por Jason Blum, tiene planteamientos mucho más comerciales, aunque ha hecho también algunas incursiones en un terror más complejo y de autor. Empezaron con comedias y dramas al uso, pero el éxito cosechado en 2007 con su primera incursión en el género, Paranormal Activity, los llevó a concentrar sus esfuerzos en él. Su premisa es sencilla: costes mínimos y taquilla máxima. Los costes mínimos los consiguen con rodajes poco complejos y sobre todo con la renuncia del equipo creativo al sueldo a cambio de un porcentaje de la taquilla, fórmula en general muy satisfactoria, porque sus recaudaciones son en muchos casos de récord. Un ejemplo del funcionamiento estándar de Blumhouse: la mencionada Paranormal activity tuvo un coste bajísimo, 215.000 dólares, entre otras cosas porque trabajaba con la estética del found footage, que suele ser muy barato de producir. La recaudación ascendió a 193 millones. Esta es la primera premisa: rodajes baratos, beneficios máximos. La segunda: si algo funciona, repítelo, lo cual se traduce en diversas sagas a partir de un primer título exitoso. De Paranomal activity rodaron cinco continuaciones, de calidad decreciente. Otras exitosas propuestas con continuación: Sinister, Creep, Ouija…
La productora opta o bien por jóvenes directores en sus inicios, o bien por cineastas consagrados cuyas carreras están en crisis. En esta segunda categoría entraría James Wan, el creador de Saw, que estaba harto de las injerencias de la Fox y la Paramount en sus proyectos anteriores y aceptó el sistema Blumhouse a cambio de control sobre el montaje final, algo que la productora siempre garantiza. El resultado fue otro fenómeno: Insidious: coste de millón y medio, recaudación por encima de los cien millones y también origen de una saga; la segunda entrega fue todavía más exitosa y llegó a recaudar 161 millones.
Otro caso de cineasta en apuros que recaló en Blumhouse: M. Night Shyamalan, que iba de fiasco en fiasco y recuperó el pulso con The visit (de nuevo con el recurso de la supuesta grabación casera: unas nietas visitan a sus abuelos en una granja y graban las cosas cada vez más raras que empiezan a suceder). Repitió con la productora con Múltiple y la fallida Glass, que retomaba a los personajes de la que quizá sea su mejor película, El protegido, ingeniosa variación sobre el universo superheróico.
Con planteamientos más ambiciosos que tratan de ir más allá del género, hay que mencionar otra saga, La purga, cuyas primeras entregas plantean elementos de crítica social a través de un futuro inmediato distópico, y sobre todo una de las películas más relevantes del terror del siglo XXI: Déjame salir, debut como director del actor y guionista Jordan Peele. En ella se plantea, de modo muy ingenioso y en clave de terror, el tema de la tensión racial en Estados Unidos, pero narrada desde la perspectiva afroamericana. El desarrollo narrativo es tan estimulante que Peele ganó el Oscar a mejor guión original. Repitió con la productora en Nosotros. Peele ha estado involucrado como productor en la serie de Amazon Lovecraft County de Misha Green, basada en la novela de Matt Ruff. De nuevo tenemos una interesante mezcla de elementos terroríficos, en este caso procedentes del universo de los monstruos de Lovecraft, con una mirada crítica sobre la segregación racial en la América de la inmediata posguerra.
La serie tiene sus altibajos, pero estéticamente plantea una jugada interesante, ya que se inspira de forma muy clara –en ocasiones hay planos que son guiños absolutos– en la obra fotográfica de Gordon Parks, al que el gran público conoce como director del thriller setentero Shaft, pero que, además de novelista y poeta, fue sobre todo un extraordinario fotógrafo. El primer afroamericano que trabajó para Life y uno de los grandes retratistas de la América de los cincuenta y sesenta, de la que plasmó entre otras realidades la segregación en los estados sureños. Parks plasmó el racismo desde el realismo. Jordan Peele lo hace en su cine a través del género del terror. Son dos aproximaciones a la realidad desde ángulos diferentes, pero que llegan a un resultado similar: sacudir la conciencia del espectador.