El aterrador archivo 81
La serie 'Archivo 81' parte de un reciclaje de materiales, pero consigue en el espectador el efecto de las grandes historias de terror de forma inteligente
29 enero, 2022 00:00Los sufridos aficionados al cine de terror llevamos mucho tiempo asumiendo la triste evidencia de que el 90% de lo que se rueda en ese género carece de interés alguno y se limita a insistir en temas archisabidos: casas encantadas, posesiones demoníacas, zombis sublevados, niños góticos y demás asuntos que se han tratado hasta la saciedad y cada vez de manera menos original y más cansina. Quien lo dude, no tiene más que asomarse al canal Dark de Movistar, repleto de basurillas que se abandonan a la media hora entre bostezos. En los últimos tiempos, solo dos directores norteamericanos, Jordan Peele y Ari Aster, se han matado un poco para insuflar nuevos aires al género.
Por eso se agradece tanto que Netflix haya colgado en su catálogo la serie Archivo 81, creada por Rebecca Sonnenshine a partir del podcast homónimo de Marc Sollinger y Daniel Powell. Archivo 81 no se escapa del reciclaje de materiales, pero lo aborda con una perspectiva original y, sobre todo, consigue lo que no logran la mayoría de propuestas recientes: inquietar e infundir algo muy parecido al terror en el espectador a base de mezclar un edificio maldito, una oscura sociedad secreta y unos peculiares saltos en el tiempo, con incursiones permanentes en un grand guignol que funciona a la perfección y que convierte la experiencia en una especie de Tren de la Bruja multimedia de formidable impacto.
Secta satánica
Todo empieza cuando el ingeniero Dan Turner (Mamadou Athie) recibe el encargo de un misterioso empresario, Virgil Davenport (Martin Donovan) para que limpie unas viejas cintas VHS grabadas en un edificio de Manhattan, los Visser Apartments, en 1994 por una tal Melody Pendras (Dina Shihubi), de la que no se ha vuelto a saber nada desde entonces. Los motivos de Davenport no están claros (ni siquiera sabemos muy bien a qué se dedica su empresa tecnológica, y el tipo resulta asaz creepy, pese a sus buenos modales y su educación exquisita), pero el trabajo está muy bien pagado y Turner se presta a aislarse en un caserón en el campo para proceder al estudio y restauración de las cintas que grabó Melody cuando se instaló en el Vesser porque ése había sido el último domicilio de su madre biológica, cuya búsqueda se había convertido para ella en una obsesión. Los incendios no son una novedad para Turner, cuya familia murió durante un fuego en el hogar mientras él era un crío que paseaba al perro por un bosque cercano. Las llamas (y otras cosas) le llevarán a establecer una íntima relación con Melody a través de las cintas grabadas por ésta, que revelarán inquietantes circunstancias de los apartamentos Vesser y de su peculiar comunidad de vecinos, algunos de los cuales estuvieron involucrados en las actividades de una secta satánica creada en California en los años 20 en torno a una especie de demonio muy dañino que atiende por Kaelego.
A diferencia del material defectuoso que suele ofrecer Dark, es imposible abandonar el visionado de Archivo 81 si uno es devoto del género terrorífico: las sorpresas (desagradables) se suceden, la madeja de acontecimientos insólitos se va desenredando mientras se multiplican las siniestras novedades, se revelan extrañas relaciones entre personajes aparentemente desconectados en el tiempo…Y así hasta llegar a un final abierto que pide a gritos una segunda temporada tras ocho episodios en los que es imposible apartar los ojos de la pantalla.
El terror es un género audiovisual que tiene mucho de juego. Con demasiada frecuencia, el que reparte juega con cartas marcadas que, además, todo el mundo ve venir cuáles son. No es el caso de esta serie ejemplar que hará las delicias de los aficionados al género y que, junto a otra perla de Netflix, Misa de medianoche, es de lo mejor que las plataformas de streaming han aportado recientemente a una producción habitualmente decepcionante. Puede que Archivo 81 solo sea una versión high tech del Tren de la Bruja, pero el trayecto es apasionante y da más miedo que risa, lo cual siempre es de agradecer.