Vicky Peña (Barcelona, 1954) es una gran dama del teatro. Heredera del talento familiar y del compromiso de su madre, Montserrat Carulla, ha trabajado la interpretación en todos sus ámbitos, incluso el del doblaje, tan denostado "siempre”.

Ahora, regresa al Temporada Alta con una obra que tuvo un gran éxito en su paso por el Teatre Lliure, I només jo vaig escapar-ne. Una obra de la dramaturga Caryl Churchill que le ha reportado una gran satisfacción y que le ha llevado a redescubrir una autora que le fascina por su poder de renovar el teatro en forma y fondo.

Teatro público

La actriz mantiene una conversación con Crónica Directo en la que subraya la importancia del teatro y la pasión que siente por su trabajo. En este sentido, defiende la renovación de lenguajes, pero no para mirarse el ombligo, sino para crear algo realmente nuevo que no caduque con el paso del tiempo.

Luchadora empedernida por las causas que considera justas, Peña se siente afortunada de poder seguir en activo. Ha pasado muchos baches, asegura, pero siempre sale adelante. Pasada la crisis del Covid y con la apertura de la cultura y con el sector muy debilitado reclama a las instituciones públicas que se pongan las pilas y den trabajo y cultura a trabajadores y espectadores.

--Pregunta: ¿Conocía a Caryl Churchill?

--Respuesta: La conocía, leí Top Girls y alguna otra, así como vi algunos montajes de sus obras, pero nunca había representado ningún texto de ella. Me gustaba, la admiraba, pero, hasta ahora que no me he metido en la interpretación, no he sabido valorar del todo su gran capacidad como dramaturga, escritora y mujer de teatro, y su valentía.

--De hecho, en esta última obra, habla de los miedos que azotan a la gente y que con la pandemia cobran un nuevo significado.

--No creo que la obra tenga que ver con la pandemia, la obra se escribió antes, pero sí que la pandemia ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad, la fragilidad de esta burbuja en la que creemos vivir confortablemente. Ella pone sobre la mesa esa vulnerabilidad y cómo este sistema que nos hemos inventado pensando que nos puede proteger, en realidad, abre las puertas a infinidad de enemigos, de ataques que nos hacen vulnerables por muchos lados. Esto ha quedado en evidencia con la pandemia. Pero ella pone sobre la mesa que eso que nos parece que facilita la vida es una renuncia a nuestra humanidad y poner nuestra vida en manos de enemigos.

--¿Qué tiene en común con su personaje?

--No creo que la definición del personaje o su carácter sea importante. Lo relevante es la situación en la que se encuentran. Nos enseña una patita y la vuelve a esconder, crea una determinada incertidumbre en el espectador sobre de qué están hablando en realidad estas mujeres. Lo importante es que genera una especie de descoloque necesario e interesante para llegar a un estado de lucidez, que ella nos pide. Nos pide ser conscientes de algo, nos da un pequeño puñetazo para hacernos ver más allá. No sé si me explico.

--Perfectamente. No se trata de cómo es el personaje, sino de ver cómo todas ellas se encuentran atrapadas en unas vidas que parecían cómodas y que las hacen libres, pero que en realidad las tienen atadas.

--Nos ata a vida o muerte. Pone sobre la mesa qué opción está tomando la humanidad. Es posible hacer la revolución humanista. Igual que hubo una revolución industrial y otras, ahora hace falta una revolución humanista.

--¿Las redes son un buen ejemplo de ello?

--No sólo las tecnologías. Mira lo que pasó en la era de las comunicaciones. Ahora estamos todos con unos cascos escuchando música o viendo la televisión. Esto no es comunicación. ¡Una mierda! Esto es un aislamiento absoluto. Con la invasión de las pantallas y las redes ya… A mi ya me cuesta mucho hablar con alguien y quedar, ahora todo es por Whatsapp y nota de voz, ahora te escribes. Eso no es comunicación. Nos están aislando mucho y a la vez nos usurpan nuestras capacidades para llevarnos dónde les da gana, a menudo al matadero.

Vicky Peña en 'I només jo vaig escapar-ne' / SÍLVIA POCH

--La puesta en escena de la obra tiene algo de esa reivindicación. Son cuatro mujeres que se sientan en unas sillas para encontrarse y hablar.

--Es importante que hablen. Y lo hacen de formas lo suficientemente oscuras para que la gente reflexione. Además, hay una vecina que viene cada tanto y, como una especie de sibila, que nos explica el futuro o el pasado, lanza unos monólogos terribles, alucinantes, distópicos, que en cambio reconocemos. El contraste entre estos monólogos y la conversación cotidiana de personas que toman el té produce una sensación de vibración dentro del espíritu del lector y del espectador. Es muy trastornador y desconcertante, pero enriquece.

--¿Tal vez es algo que se da menos últimamente en el teatro, no cree?

--Muchas veces, en teatro, hablamos de nuevos lenguajes, de enfrentar la vida y el teatro desde un punto de vista más contemporáneo y alguna gente joven hace propuestas con esta intención. Pero a veces, estas aproximaciones que hacen algunas compañías, nuevos dramaturgos y directores de escena que proponen cosas muy modernas inundándonos con intensidad sonora e imágenes por pantalla tiene buena intención, es estupendo, pero parece que se estén mirando el ombligo. ¿Realmente es un nuevo lenguaje que explica de manera general un conflicto que afecta a gran parte de la humanidad o solo focalizan sus inquietudes sobre algo que de aquí cinco años no interesará a nadie? En cambio, Churchill, con 80 años, propone una forma y un fondo teatral de una innovación tremenda con esta y otras obras. Propone unos lenguajes teatrales tan nuevos, enriquecedores y provechosos que creo que sí es una nueva dramaturgia válida e intensa.

--Churchill sienta a hablar a mujeres de más de 70 años y pide que las actrices también tengan esta edad. Eso hace que muchas personas lo enfrasquen en el mal llamado “teatro para mujeres”. ¿Cree que se enmarca en eso o no tiene nada que ver?

--No, es un teatro de una cultura humanista y necesaria. Una moneda no tiene solo una cara. Caryl Churchill siempre se ha posicionado con las mujeres. Y el hecho de que quiera que sean cuatro mujeres mayores no solo es de agradecer por parte de las actrices, porque no siempre tenemos esta oportunidad, ni es solo una actitud reivindicativa, sino que es una actitud reflexionada por parte de ella. Lo que se cuenta es fruto de una reflexión hecha por una persona que ha vivido mucho, que tiene la perspectiva de una vida y ha tenido una capacidad para adaptarse y sentirse inadaptada en la vida. No es coyuntural. Es una aptitud propositiva, reflexiva y ofrece este punto de vista.

--Dice que es de agradecer que las actrices mayores puedan tener papeles, un hecho que no se da siempre. En su caso no ha parado: ¿se siente una de las mujeres más queridas?

--No sé qué decirte. Sí que he parado y he tenido muchos agujeros profesionales. Afortunadamente, tras la pandemia y la suspensión de algunas funciones de Pedro Páramo, las hemos podido retomar y pude ir trabajando y sosteniéndome. Es mucho, porque me consta que hay compañeros que lo han pasado muy mal. Hay que pensar que es un modo de vida. Y yo a lo largo de mi vida he estado mucho tiempo parada, he cobrado la prestación de desempleo muy a menudo, pero he tenido la suerte de que he hecho cosas que la gente recuerda y por lo que estoy muy agradecida. Por otro lado, me siento muy responsabilizada, porque si la gente confía en ti hay que estar a la altura (ríe).

 

Vicky Peña en escena / SÍLVIA POCH

--Es curioso porque apenas se habla de esos momentos en que los actores están sin proyectos. ¿Cómo los vive?

--Con mucha angustia. Y más si tienes hijos. Somos como jornaleros que cobramos si trabajamos. Cobramos el paro, pero este también se acaba. Además, en esta profesión se da el caso de que si te ven trabajar piensan en ti y si no te ven no piensan en ti para un próximo proyecto y la bola se hace grande e inmensa. Y cuando pasa y te quedas sin ingresos, ¿qué haces? ¿De qué vives? Eso por el lado económico, pero luego, en mi caso, hay una sensación de frustración muy grande. Los que hacemos profesiones artísticas tenemos esa necesidad de dar a la sociedad lo que ella nos da a través de la creatividad. Algunos artistas pueden hacerlo en solitario. Los actores necesitamos muchas cosas: unos compañeros con los que poner en pie una propuesta artística y un público. Sin estas condiciones nuestra capacidad artística y creativa para la sociedad se ve frustrada y nos sentimos castrados. ¡Es muy deprimente! ¡Muy jodido! No siempre uno tiene la capacidad de liarse la manta a la cabeza y hacer un monólogo, pero necesitas a gente. ¡Es muy frustrante! En cambio, cuando lo tienes arrojas al público todas tus emociones, sentimientos. Ese milagro para nosotros es maravilloso y nos enriquece.

--En este aspecto, ¿qué significa para usted el teatro y el cine?

--Son dos maneras diferentes de hacer llegar una interpretación. Dos formas distintas de ejercer mis capacidades de intérprete. En cine, teatro o doblaje, incluso. Pero si me preguntas, allí donde se produce con mayor intensidad y verdad el oficio, allí donde yo siento transitar la creación de la interpretación es en el teatro. Sobre todo, porque tenemos un tiempo suficiente en el que trabajar el texto y se establece una complicidad que hace que todos los ingredientes estén cocinados. Además, luego se confronta de forma directa con el público para el que ha estado hecho, pasando la maroma de la memoria, de que la voz llegue, de una serie de cuestiones que tienen un riesgo y que hace del directo un acto humano muy rico y bonito. En cine o tele se da esta intensidad, pero de otro modo. Hay una serie de cuestiones técnicas que facilitan y a la vez entorpecen tu interpretación. Eres un elemento más, también.

--Y usted, que se dedica a todos estos mundos, ¿cómo ve la situación actual del cine, el teatro y el doblaje, que parece tan denostado ahora?

--Siempre lo ha estado. El doblaje siempre se ha considerado un pariente ilegítimo de la interpretación, que tiene algo de impostura, porque se supone que robamos la voz del actor. Yo si quiero ver una interpretación que quiero ver, voy a ver la versión original, pero para ver según qué películas no hace falta ver cómo se interpreta.

El cine y el teatro siempre están en perpetua crisis. No me veo capacitada para opinar. Lo que sí siento es que después de este tiempo en que se han caído tantos proyectos, las instituciones públicas, los políticos y personas que puedan diseñar políticas culturales y los centros de producción públicos --el TNC, el Lliure o todo el que reciba una subvención pública-- deberían tener una obligación petitoria de estar produciendo espectáculos con muchos actores y que dieran trabajo a muchos técnicos y se pusieran las pilas para hacerlos girar para recuperar y sacar de este lío existencial y de miseria en el que vive la gente del sector. Los directores, gerentes, gestores, distribuidores, programadores de teatros públicos y los altos cargos políticos que hay, que han cobrado sus 14 pagas todo este tiempo ¡tienen una obligación absoluta! Ellos trabajan porque nosotros hacemos teatros. Todos ellos deberían romperse la cabeza y pelear con el político que haga falta para que el sector se revitalice y hubiera una cantidad de espectáculos programados que hiciera imposible para el público no ir al teatro, un concierto, o espectáculo de danza. Y no lo veo. Están diciendo que es una época muy mala, que dicen de hacer espectáculos con pocos actores… ¡Esto es una mierda y una putada! ¡No puede ser! Su deber es que la cultura circule para los espectadores y trabajadores de la cultura y no se están esmerando mucho. ¡Eso me tiene negra! El TNC debería ser una sala de máquinas de hacer espectáculos continua, en todas las salas y que las hiciera girar por toda Cataluña.

--Por último, ¿proyectos a futuro?

--En Cataluña, por desgracia, nada. En diciembre espero ensayar Los secuestradores del lago Chiemsee que estrenaremos en los Teatros del Canal de Madrid y haremos gira con él. Y en junio también iremos en castellano al Teatro La Abadía con I només jo vaig escapar-me. Me encantaría decirte que tengo algo por aquí, pero no.