'Homenot' Ed Asner / FARRUQO

'Homenot' Ed Asner / FARRUQO

Cine & Teatro

'Lou Grant': el testigo

Edward Asner, el actor fallecido que dio vida a 'Lou Grant', logró representar con la serie una idea del rigor profesional que iba a sufrir con el paso del tiempo

15 septiembre, 2021 00:10

Se dice que la ambición del periodismo es desmontar el oropel para ver lo que hay detrás. La etapa del gran espíritu de Joseph Roth en Viena y la de los buscadores de tesoros informativos, como Hemingway y Dos Passos, acabó con la victoria de la democracia occidental frente al Reich. Con la crónica intrincada del Juicio de Núremberg y de los Acuerdos de Yalta, se puso de largo la tradición de escribir sobre los equilibrios del poder, un género que hoy vive su clímax alrededor de la Comisión de Bruselas o del  Capitolio de Washington. Del final del episodio bélico también emergió el género de la gran entrevista, gracias a las plumas de Oriana Fallaci, Henry Brandon, Edgard Snow, Terry Coleman o Charlotte Chandler, entre otros. Pero en las últimas décadas del siglo pasado, el decorado cambió. Las redacciones se convirtieron en núcleos pensantes: el análisis, los libros de estilo y los códigos deontológicos iban a marcar a fuego un oficio de perdedores a fuerza de virtuosos. Esta cualidad quedó enmarcada en Lou Grant, la serie de TV, difundida en España en los primeros ochenta.

La serie interpretada por el actor  Edward (Ed) Asner, fallecido el pasado 29 de agosto a los 91 años en Tarzana (California), no encaja en los esquemas del pasado, a pesar del descamise general de las redacciones con más batalla que lustre. Asner fue rabiosamente contemporáneo en su papel de redactor jefe del diario Los Ángeles Tribune, en la serie;  resultó muy actual, no por su gran estilo, sino por el rigor profesional que representa, en el papel de periodista de frontera entre el pasado y el presente. Su posición de ciudadano liberal izquierdoso no invadió toda su carrera. A pesar de ser conocido como el rojo de Hollywood, defensor de las causas perdidas, Asner ha sido de los que hacen lo que se les manda. Oliver Stone, sin ir más lejos, le metió en su exitosa cinta JFK, en el papel de Guay Banister, miembro del FBI, ávido anticomunista y comprometido con aquel célebre Comité de Actividades Antiamericanas, creado por el senador Joseph Raymond McCarthy.

Una lección de oficio

La vida laboral de Lou Grant transcurre en una redacción que nunca existió y que precisamente por ello alcanzó la universalidad de su romántico redactor jefe, reconocido por los periodistas de su equipo como “una masa gris andante, pegada a un corazón de hierro”. Asner es el actor más premiado de la historia de los Emmy con siete galardones; primero en la sitcom de Mary Tyler Moore (1970-1977) y después en un drama derivado, el spin off que le proporcionó el papel que le dio fama. El popular Ed nació en Kansas City (Arkansas) en el seno de una familia de inmigrantes judíos ortodoxos. Comenzó su carrera como actor en las tablas del teatro y llegó a Broadway en 1960, para compartir escenario con Jack Lemmon en Face of a Hero. Después, se estrenó en la pequeña pantalla donde lograría sus mayores éxitos.

Mucho antes de su aparición, las grandes guerras en Europa y el prolongado fin del colonialismo habían recreado la figura del periodista enviado especial, en Corea, Vietnam, Palestina, Irán, Angola y una larga lista que desemboca en los Balcanes, en Irak, en Siria o en Kabul. Estos últimos han sido los nietos de John Reed, en la Rusia de 1917 (Los diez días que asombraron al mundo), y del joven Churchill en la lejana Guerra de los Boers. El periodismo rutilante estuvo encarnado por cronistas y entrevistadores. Pero después de la derrota en Vietnam llegó la rendición de cuentas, un ejercicio de análisis de los hechos, que precisaba datos agregados más que atmósfera social y declaraciones. Aparecieron Los archivos del Pentágono (una historia llevada al cine por Steven Spielberg) y el Caso Watergate, el penúltimo servicio de Bob Woodward y Carl Bernstein, o de sus alter egos para el recuerdo en la gran pantalla, Dustin Hoffman y Robert Redford.

El The New York Times y el Washington Post, exponentes de la llamada Prensa Liberal del Este de EEUU, se acogieron a la primera enmienda ante el Tribunal Supremo para publicar la verdad sobre la intervención militar en el sudeste asiático. Vale la pena recordar el gran paso que dieron entonces Benjamin Bradlee y Katharine Graham, editor y propietaria del Post. Los hechos marcaron un antes y un después respecto al trabajo valiente y contrastado, muy parecido al que nos mostró Lou Grant, en un medio de menor difusión, un diario de Los Ángeles con una macrosección de local. En España, la serie se emitió entre 1980 y 1982 por el UHF de la época y luego fue redifundida en Antena 3. Cada capítulo era una espléndida lección del oficio. Para entonces los mejores informadores basculaban entre la calle y la mesa de redacción. Cuando Anser se convirtió en una figura de la televisión, los redactores jefes de los medios definían los productos como nunca lo habían hecho y pactaban con las fuentes; y así, con los cargos de responsabilidad interna al timón del día a día, fue llegando el fin del periodismo analógico.

Viabilidad económica

Cuando la pantalla digital sustituyó a la linotipia, el oficio descarriló al cronista de sociedad y al héroe de guerra para pasarle el protagonismo al estratega interno, al coordinador de equipos destinados a la búsqueda de la verdad y el trabajo honrado. Se había descrestado la crónica urbana de tradición occidental, desde el spleen de Baudelaire hastas las columnas literarias de Karl Kraus, Herman Hesse, Alfred Döblin, Musil, Cunqueiro, Bergamín, Pla, Haro Teclen o Carandell. Sin perderse la instantánea bélica, la foto dramática de portada o la columna de éxito, el lector de prensa escrita buceaba ya en otros géneros más densos, que siempre han estado ahí, como la editorial, el análisis del especialista o el heroico Informe de Redacción elaborado por un colectivo de profesionales sin firma, al mejor estilo del Time, el influyente semanario norteamericano. Los medios habían transitado desde la fanfarria del mago asociado hasta en el redoble de tambor de los mejores, recluidos en la sala de máquinas y a menudo caídos en el anonimato. Para evitar distracciones sobre el tema principal, Lou Grant tuvo el tiento además de dejar al margen las vidas privadas de los periodistas, para evitar el fácil culebrón de fondo.

La serie televisiva mostró en su moºmento buena parte de las bondades del cercano cambio de siglo; ofreció el trabajo de sus galeotes poco antes del estallido de los llamados “equipos de investigación”. Destapó el vientre de la bestia en la figura del editor de noticias del Tribune, Art Donovan, encargado de dar el toque final antes de la impresión, y del director del diario, Charlie Hume, defensor de Grant en sus frecuentes encontronazos con la propietaria de Los Ángeles Tribune, Margaret Pynchon, más preocupada por la viabilidad económica del diario, que por el contenido de sus noticias. La Pynchon representó además un remedo en la prensa local de la mítica Graham.

Asner fue elevado por la serie a los altares de la interpretación. Pero no se quedó ahí. Fue aclamado también por su actuación en las series Roots y Hombre rico, hombre pobre, que se hicieron merecedoras de un Emmy cada una; participó como doblador en numerosas cintas, entre ellas Up, en el papel del entrañable Carl Fredricksen. Entre sus centenares de títulos, que le valieron cinco Globos de Oro y una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood, destacan asimismo la película navideña Elf y sus actuaciones en los últimos años en las series Cobra Kai, Grace and Frankie o The Good Wife. El día de su funeral a final del pasado agosto, Ed Asner fue recordado por sus compañeros de profesión, y homenajeado por los representantes del sindicato de actores, AG-AFTRA, que él presidió entre 1981 y 1985. Se despidió entre los suyos; su trabajo en Lou Grant debe considerarse un logro singular de la autoficción: el actor reencarnó, más allá del rol, la vida del testigo de su tiempo, un periodista fondón de alma tierna, marcado por la ética y el rigor.