Parvulesco, fantasma de la 'Nouvelle Vague'
El actor Christophe Bourseiller, cuya vida estuvo marcada por el desengaño con Godard, nos descubre a Jean Parvulesco, el escritor que influyó en la Nouvelle Vague
22 junio, 2021 00:00Qué extraño libro éste del actor Christophe Bourseiller; podría decirse que no pasa de una nota al pie de la historia del cine francés, pero, igualmente, uno percibe con claridad y emoción que su escritura llevaba décadas conformándose, y que en cierta medida era algo que necesitaba ser dicho, expulsado, exorcizado; un libro que se lleva dentro. En cherchant Parvulesco arranca como un ajuste de cuentas con Godard. Uno que se va gestando poco a poco a partir de un momento clave, desde que el autor, con apenas doce años, habló con el cineasta por última vez, cuando éste yacía multi-fracturado en el hospital Boucicaut, en 1971, tras un severo accidente de moto.
Ha pasado tanto tiempo que esta venganza no vale ya ni como plato frío, y al principio sorprenden estos reproches del actor, escritor y periodista a aquel cineasta que, tras romper con su imagen de rebelde cabecilla del nuevo cine de autor, se había embarcado en la aventura maoísta, quemando la tierra que lo separaba de los orígenes y despreciando su pasado contrarrevolucionario. Bourseiller, descubierto para el cine por Yves Robert con sólo cinco años de edad en la mítica La guerra de los botones (1962), había seguido creciendo en el celuloide en breves apariciones en tres películas de Godard, Une femme mariée (1964), 2 ou 3 choses que je sais d’elle (1966) y Week End (1967), gracias a la amistad que el cineasta tenía con sus padres (en especial con su padrastro, el actor Antoine Bourseiller), que en aquellos años lo acogían como un miembro más de la familia. De hecho, no sólo le habían prestado al hijo, también un viejo Simca para la película Bande à part (1964), y mobiliario y espacio doméstico en La chinoise (1967), poco antes del distanciamiento –y de Mayo del 68–.
Christophe Bourseiller en Un éléphant ça trompe énormément (1976)
Godard saldría de la vida de los Bourseiller y Christophe, tras dos décadas en el género cómico perfeccionando el papel de adolescente atontolinado a partir del éxito popular de Un éléphant ça trompe énormément (1976), de nuevo de Yves Robert, apostaría por la literatura y el periodismo ante el encasillamiento de su personaje de ficción y el estrechamiento en las probabilidades de encontrar papeles dignos. Sin estar, por lo que se trasluce en estas páginas, ni por asomo interesado en el cine de Godard ni haberlo comprendido demasiado, un Bourseiller sexagenario se relame las heridas por el abandono de aquel padrino –un “sol engañoso que escondía un humor frío, anglosajón”– que podría haber quizás cambiado su suerte en el mundo del cine, en una pirueta ucrónica que no deja de tener gracia y según la cual el cineasta debería haber permanecido anquilosado en esa fijeza de Jano –por un frente un dandy ocurrente, por otro un generoso intelectual de gustos aristocratizantes para una selecta camarilla de amigos– que tanto atrajo a su yo juvenil.
Para profundizar en los efectos de esta herida sin cicatriz y amplificar sus resonancias, Bourseiller –en un alarde, en el fondo, de montaje, nada lejos de ese acercamiento de asuntos lejanos (y puede que justos) en el que Godard ha ejercido un magisterio insuperable, ni de estructuras más genéricas, las propias del suspense (también del mcguffin hitchcockiano)– se proyecta en otro destino, en otra vida orillada en el universo del primer Godard, el del esquivo escritor de origen rumano Jean Parvulesco, quien a finales de los años ochenta vivía un cierto momento de fama que le llevó a aparecer en Oceaniques, el señero programa cultural de televisión que creara Pierre-Andrè Boutang. Para cualquier cinéfilo, el nombre Parvulesco remite a À bout de souffle (1959), la mítica ópera prima godardiana en la que así se apellidaba el filósofo al que asaetan a preguntas en el aeropuerto y que encarnara en la ficción Jean-Pierre Melville en tanto que encarnación de esa valentía y autarquía productiva a la que aspiraban los jóvenes turcos que por entonces asaltaban los cielos.
Godard, Antoine Bourseiller y Bardot
Años después y tras atar cabos de manera azarosa, Bourseiller se sentiría profundamente interesado por este minoritario escritor en el que veía tanto a un igual en el infortunio bajo el mismo verdugo –como él, habría sido la víctima de la warholiana explotación de su imagen por parte de Godard– como una especie de doble negativo del cineasta, su, digamos, parte maldita: el artista exitoso, de izquierdas, ampliamente reconocido y adinerado, a lomos del fracasado, faccioso de ultraderecha, sin relevancia pública y sometido a una vida de privaciones. En cherchant Parvulesco se convierte en su segunda mitad en una búsqueda por cercar a este personaje, una suerte de Pepín Bello del núcleo duro de la Nouvelle Vague, que agita el fantasma del supuesto conservadurismo –un incierto desinterés político cuando no un anarquismo de sesgo reaccionario– de sus principales nombres.
La historia es de todas formas conocida, y en la no muy lejana biografía, a cargo de Noël Herpe y Antoine de Baecque, de Eric Rohmer –uno de los protectores (contrataría a su mujer en los Films du Losange), junto al cineasta y actor Barbet Schroeder o al productor Jean-Pierre Rassam, del rumano–, ya se contextualizaba este humus ideológico a través de los retratos del propio Parvulesco o del guionista Paul Gégauff. En este sentido, no se revela aquí nada nuevo. Si acaso se refuerza el hecho, indiscutible para quien las conozca, de que existen amistades que son inquebrantables y superan todo tipo de desmanes, como el que Parvulesco protagonizara, como representante de la siniestra OAS en el Madrid de 1960 –donde estas películas no llegaban–, en un artículo para Primer Plano donde celebraba que la Nouvelle Vague era en esencia un movimiento fascista y sus miembros luchaban en ese frente aun sin ser conscientes.
Jean Parvulesco (Rumanía, 1929, París, 2010)
A lo que en su pesquisa Bourseiller sí da contexto, alumbrando en la medida de lo posible el verdadero perfil de Parvulesco, es al motor de su escritura a contracorriente. Y aunque después de despachar a Godard sin excesivos miramientos a uno le cueste dar credibilidad a sus apreciaciones estéticas, al menos sí sirve para encuadrar a tan escurridizo personaje entre aquellos que, herederos de un pensamiento conservador y tradicionalista –de Joseph de Maistre a René Guénon o Mircea Eliade–, incidieron en una comprensión antimoderna de la Historia como prospectores esotéricos al acecho de vías espirituales, en el cruce de Oriente y Occidente, alérgicas a toda ortodoxia.
Nada invita ciertamente, si seguimos a pie juntillas el dudoso criterio de Bourseiller, a leer la literatura prolífica, alambicada y oscurantista de Parvulesco –aquí descrito como un potencial interlocutor con los universos creativos de Huysmans o Lynch–, pero, a fin de cuentas, se termina aquí por alimentar la curiosidad del lector sobre la posible influencia del escritor majareta en personajes de parecidas hechuras ideológicas, como es el caso del famoso analista ruso Alexander Duguin, uno de los supuestos gurú de Putin.
Como aquel pickpocket de Bresson, el autor de En cherchant Parvulesco recorre un misterioso y proceloso camino para darse de bruces con un puñado de verdades elementales que podría haber extraído de su caso con un poco de reflexión. Pero puede que no haya manera de hacerlo de otro modo, en nuestro tiempo de víctimas profesionales. Al menos quedan las enseñanzas: que el cine es un lugar de memoria; que toda ficción –al menos mientras duró el celuloide– nunca dejó de ser, hasta cierto punto, una película familiar; que el arte puede ser cruel y despiadado y que todos, en algún momento, sentimos la orfandad pirandelliana que tan bien se detecta y se nombra aquí, ese problemático anhelo de un autor que nos descargue de responsabilidad y que nos ponga en perspectiva.