Ser bueno
Hace un par de semanas empecé a ver New Amsterdam, una serie sobre el día a día en un hospital público de Nueva York y, aunque es un poco floja, admito que estoy enganchada. Todos los personajes que aparecen son inteligentes, divertidos y buenas personas, así que me encanta quedarme frita en el sofá en su compañía, soñando que aun hay esperanza para la humanidad.
La serie se centra en la llegada de un nuevo director al hospital, el joven y guapo doctor Max Goodwin, dispuesto a no dejar ningún paciente sin curar, tenga o no seguro médico. “¿En qué puedo ayudar?” es el lema que va repitiendo por los pasillos del hospital, donde es considerado una especie de héroe, porque ha conseguido inspirar a todo el equipo para que abracen el auténtico espíritu de la medicina: salvar al paciente como sea.
La serie no causó estragos cuando se estrenó, en septiembre de 2018, pero con el confinamiento alcanzó un éxito inesperado. Según la revista Variety, New Amsterdam saltó de los 5,2 millones de espectadores en marzo de 2020 a los 9,91 millones durante el confinamiento, y ahora se especula que será la segunda serie más vista en Netflix en el año 2021. Y esto es fácil de explicar: el público se ha vuelto sensible a temas como la sanidad pública o la necesidad de sacar lo mejor de uno mismo cuando tocan tiempos difíciles.
Al pobre doctor Goodwin le ocurren todo tipo de desgracias, empezando por un cáncer de garganta, pero él nunca decae. Obviamente, Goodwin es demasiado inteligente e íntegro para ser real, como lo eran también los personajes de El Ala Oeste de la Casa Blanca, una de mis series favoritas de todos los tiempos. Pero me siento cómoda viendo este tipo de series donde todos los personajes son buenas personas que no renuncian a sus principios. ¿Qué más da si no existen en la realidad? Su propósito en la serie, aunque lo hagan de una forma algo facilona e infantil, es inspirarnos a ser mejores personas.
“Al final del día lo que cuenta es la bondad, Andrea, yo lo aprendí viviendo en Hong Kong”, me comentó mi amiga cuando la llamé para explicarle lo que me transmitía la serie. Después de una década viviendo en China, Iris ha escrito una novela de autoficción en la que subraya la importancia de la bondad en la cultura china. Para Confucio, la bondad, o ren, era una virtud fundamental en su revolución moral. Decía que la bondad no sigue unas pautas universales inamovibles, sino que depende de nuestra capacidad de comportarnos de modo que demos lo mejor de nosotros a los demás y saquemos lo mejor de ellos. En resumen, que eso es lo único que importa al final del día: haber actuado con “bondad”, aunque la hayamos pifiado.
“Todos tenemos los mismos miedos. Hacemos frente a dificultades y confiamos en tener buena suerte, o, lo que es lo mismo, en acertar nuestras decisiones. Pero, según la sabiduría china, no es simplemente una cuestión de buena suerte, sino de bondad”, escribe Iris en su libro, La Mansión al sur de la calle de los Arces. “Si perdemos el miedo al destino y tenemos fe, tendremos fuerza para vivir la vida con templanza”, concluye.
La crítica americana dejó a New Amsterdam bastante verde cuando se estrenaron las dos primeras temporadas de la serie. The New York Times la criticó por su falta de sutileza y su simplismo, y la calificó de "suave y olvidable", y demasiado emocional (es cierto: he llorado en cada capítulo). En la revista Indiwire la calificaron de "aburrida" por su "predecible moralización". Estoy de acuerdo. Pero a mí, y a muchos otros millones de espectadores, todo esto nos da bastante igual, porque, como muy bien indica el crítico de Fotogramas, “en tiempos de incertidumbre, una serie que rebosa esperanza y positivismo nunca viene mal. Incluso cuando está parapetado en el simplismo y a veces más cercano a la fantasía que a la realidad”.
La tercera temporada de New Amsterdam se estrenará en EEUU el próximo 2 de junio y la productora, NBC, ya ha asegurado que alargarán la serie hasta la quinta. Menuda tranquilidad me proporciona saber que me dormiré con Max Goodwin al menos hasta el año que viene.