Harlan Coben en Barcelona
La adaptación audiovisual de 'El inocente' se sostiene con una trama fiel y un guion preciso, aunque es más resultona que brillante
22 mayo, 2021 00:00Adoro los thrillers que escribe el norteamericano Harlan Coben. Cuando los estoy leyendo, devoro sus páginas a la velocidad de la luz y no quisiera estar en ningún otro lugar. De la misma manera, los olvido a los veinte minutos de habérmelos zampado, pero eso no me parece un desdoro para el autor y, además, permite la relectura al cabo de cierto tiempo, cuando necesitas un poco de adrenalina literaria, así como el visionado de las adaptaciones cinematográficas o televisivas que se llevan a cabo sin parar, aunque nunca (por motivos que no entiendo) en su país de origen. La especialidad de Coben es plantear una situación incomprensible en las primeras cincuenta páginas que resulta irresistible para el lector: la resolución de los múltiples enigmas planteados, aunque usualmente brillante, es un poco lo de menos, ya que el disfrute principal de esos libros es la sensación de sorpresa constante que emana de sus complicadísimas tramas. Este hombre debe tener el cerebro muy bien amueblado para dar a luz sus más que rocambolescas historias, ideales para el mundo audiovisual.
Como leí El inocente en el 2005, cuando salió, me he podido tragar la adaptación de Netflix como si se tratara de una historia nueva y me lo he pasado muy bien con sus ocho episodios (aunque, al igual que en el libro, he disfrutado más del caos inicial que de las explicaciones subsiguientes). El director catalán Oriol Paulo se ha traído al señor Coben a Barcelona --otros se lo llevaron antes a Francia, Inglaterra e incluso Polonia-- y, aunque siempre se producen pequeñas situaciones que chirrían en el cambio de decorado (aquí todo el mundo tiene pistolas, cosa que en España no es muy normal), Paulo ha logrado que se trate de problemas menores dentro de una trama fiel a la original en la que el guion funciona como un reloj suizo y la dirección, más resultona que brillante, se limita sabiamente a ilustrar con solvencia una historia de una eficacia endiablada. La interpretación ya es otra cosa.
Me consta que, últimamente, se ha puesto de moda afirmar que Mario Casas es un gran actor, pero a mí sigue pareciéndome que no lo es. Y como su personaje, Mateo “Mat” Vidal, es el centro de la trama, el producto se resiente un poco de su inexpresividad y falta de matices: el hombre hace lo que puede, pero el espectador tiene que poner mucho de su parte para ver a un genuino ser humano en ese rigor de las desdichas que es su personaje. En su papel de la inspectora Lorena Ortiz, Alexandra Jiménez se esfuerza también por dominar un registro serio, pero tampoco resulta muy convincente. En su enésimo papel de policía turbio, José Coronado hace una vez más de José Coronado, lo cual ya no tengo muy claro si es bueno o es malo.
Un reparto más atinado habría mejorado sustancialmente el resultado de esta adaptación barcelonesa de El inocente, pero lo que ha salido no está nada mal porque, como les decía, la historia original, la adaptación y la dirección funcionan muy bien. El éxito de Mario Casas sigue constituyendo para mí un enigma más irresoluble que los de las tramas de Harlan Coben, pero es indudable que su presencia en el reparto de lo que sea ayuda sobremanera a levantar el producto de turno con productoras, canales de televisión y plataformas de streaming. Algo tendrá el agua cuando la bendicen, aunque yo sea incapaz de columbrar qué.