Adriana Ozores se estrena en la dirección con el clásico Troyanas. Lo hace en un lugar que fue su casa durante muchos años, el Teatro de la Comedia de Madrid, sede la Compañía Nacional de Teatro Clásico.
No lo tenía claro, fue Lluís Homar, director de la institución, quien le animó a dar el paso. Y aceptó. El trabajo ha sido arduo y se rodeó no sólo de La Joven, sino de su amiga y guionista Ángeles González-Sinde.
Reivindicativa
La actriz se ha encargado de dar forma a la puesta en escena de esta obra de Séneca con un claro objetivo: acercar el montaje a los jóvenes y subrayar el mensaje sobre la migración, los olvidados de las guerras y las mujeres, algo que ya estaba en el texto, sostiene.
Comprometida con la sociedad, Ozores repasa su trayectoria, sus miedos y el papel de las mujeres en la cultura y la sociedad en una conversación con Crónica Directo, donde se muestra muy crítica con la gestión política de la cultura.
--Pregunta: Primera vez que se pone a dirigir, ¿cómo ha sido la aventura?
--Respuesta: Ha sido una mezcla explosiva de responsabilidad e ilusión. Es verdad que era un sueño inconsciente y que ha sido Lluís Homar el que ha dicho, venga. Era algo anhelado. De alguna manera, ha sido un gran trabajo a la vez que tenía la sensación íntima de que no me era extraño. No lo era porque es en esta casa, donde he sido criada y educada, y me sentía acompañada. Luego el encuentro con el escenario desde fuera, que es tan diferente. Y al mismo tiempo dolor por tener que abstraerme del alma de los compañeros para tener esa visión de afuera.
--¿Le ha costado cortarlos más?
--Me ha costado si en algún momento he podido dudar de mi capacidad, pero no en el fragor de la batalla. Reconozco lo que les pasa y por donde transitan. He querido transmitir las claves en las que quería trabajar. Es mucho aprendizaje de lo que es la condición del actor.
--¿Le ha conectado más con la actuación?
--Sí, mucho. Porque como actor te vives a ti, pero, de repente, ver todo este muestrario de almas de actores ahí ha sido impactante.
--¿Invitaría a más gente a dar el paso, como hizo Homar con usted?
--Sí, claro. Creo que es un paso que hay que dar para entender lo que es el hecho teatral y creativo, en general. Hay un momento que piensas, ¡madre mía, en qué lío me he metido! Pero creo que hay que hacerlo y más si alguien te da la oportunidad como Lluís. Le dije sí en seguida pero luego tuve que recapacitar a ver que había dicho, pero hay que hacerlo.
--¿Cuánto tiempo estuvieron trabajando?
--¡Buh! Hace un montón. Empecé con Laura Duhalde en contenidos. Es un trabajo tan relacionado con lo humano… y el alma humana es lo que a mí me interesa y Séneca te da esa oportunidad de trabajar en esos aspectos. Ten en cuenta que esto debía estrenarse en abril de 2020. La pandemia lo retrasó y nos dio la oportunidad de poder profundizar en el autor y en la obra. El trabajo de la versión de Ángeles González-Sinde también nos ha llevado mucho tiempo porque es muy rigurosa y yo la impulsaba a que pusiera de ella y cuando puso de ella esto subió como la espuma.
--Tiene una muy estrecha relación con González-Sinde, ¿cómo surgió?
--Desde su ópera prima, La suerte dormida, que fue la primera vez en la que trabajamos juntas. Fue una película estupenda de la que me siento orgullosa de haber participado y desde entonces hemos ido colaborando. La he respetado mucho porque tiene talento, profundidad humana y mucho rigor con el trabajo.
--Le da mucha importancia al rigor y al trabajo. ¿Cree que este rigor se ha perdido?
--En absoluto. Creo que la gente joven trabaja desde un lugar mucho más responsable en esta profesión, tal vez porque tienen mucha más formación y el punto de partida ya es muy grande.
--Comentó durante la presentación de Troyanas que la voluntad es acercarla a la gente joven. ¿Qué cree que les aporta a ellos y a los no tan jóvenes?
--Primero, lo que aporta Séneca, una reflexión sobre el poder y el trato a los vencidos, que es totalmente contemporáneo. Nuestras leyes vienen de allí, de los representantes del estoicismo. Y luego, que da el empujón que me dio a mí Lluís para encontrar la libertad interior y la capacidad de pensar y de discernir.
--El montaje desprende una reflexión sobre la migración y la reivindicación del papel de las mujeres, ¿es intencionado?
--Apostamos por enfocar absolutamente por ahí. Nos interesaba. La mayor parte del equipo eran mujeres y hombres interesados en ello.
--¿Se considera una luchadora feminista? Porque siempre se la ha visto comprometida.
--No es que me sienta que vaya con la bandera, pero a mi manera he tenido que bregar con muchos directores que me han dicho “esto lo vamos hacer así” y yo he dicho que no, a pesar de mí y de mi profesión. Había como una voz detrás que me decía, "¡cuidado! No te dejes engatusar", y no he podido dejarla de oír.
--¿Ha tenido problemas con eso alguna vez?
--Sí. Por lo menos con dos, en este caso hombres, con los que he decidido dejar de trabajar por decir que no iba a hacer eso que me pedían.
--¿Con el paso del tiempo han pedido perdón?
--No diré con quién, pero sí. En una ocasión pedí que se considerara de otra manera a la mujer que interpretaba. Poco menos que me dijo un “¿qué estás diciendo?”. Al final, cuando todo terminó me pidió perdón porque él no sabía hacia donde estaba queriendo ir yo. Luego los premios me los dieron a mí (bromea haciendo alusión a un “momento de vanidad”).
--Cree que la cultura debe tener esa función de hablar de feminismo, del poder, de la política…
--¡Claro! Si nuestro oficio no es el de sacudir las conciencias, apaga y vámonos. Por eso somos tan incómodos, porque metemos el dedo en la llaga. Sin negar el entretenimiento, ¡ojo!
--¿Cómo ve la gestión de la pandemia a nivel cultural?
--No hay tanta diferencia entre como se ha gestionado la cultura durante la pandemia a como se la viene gestionando hasta ahora. En este país, el mundo de la cultura no es ya una cosa olvidada sino explícitamente apartada. Somos gente incómoda y los esfuerzos que se hacen son de escaparate, en cierto sentido. No hay verdadera voluntad de valorar la cultura ni educar en ella, que es lo que al final nos va a hacer grandes.
Pero ha pasado una cosa curiosa durante la pandemia, se están llenando los teatros. Sobre todo, los teatros institucionales ya que el resto está costando más por la reducción de los aforos. Hay una voluntad de ir al teatro por el hecho del encuentro. Hay una necesidad vital de encuentro y el teatro te da esta opción. Lo que no está pasando con el cine, que la gente lo está viendo desde casa, pero hay como una alegría en querer encontrarnos en espacios como el teatro. Y es cierto que la comunidad que está en el teatro, sentada en el patio de butacas, tiene una actitud diferente durante la pandemia a como la tenía antes. Es una actitud de alegría en ese encuentro. Lo he notado.
--Ya que habla de cine y los cambios de consumo, ¿cómo lo vive?
--Está cambiando mucho. Gente de cine me decía, hoy en día no existe el plano general porque la gente joven lo ve todo en el móvil y no tiene sentido. Muy fuerte.
--Usted que hace cine, ¿le duele que el cine se vea más perjudicado?
--Perjudicado en cuánto a las salas, no respecto al consumo audiovisual que se consume un montón, pero en otro formato, desde casa, desde otros dispositivos. Pero el teatro requiere el poder presente.
--¿Pero teme que las salas se conviertan en espacios donde sólo se exhiban blockbusters o cine-espectáculo?
--Nos puede producir dolor por el cambio de paradigma. No me preocupa porque se sigue consumiendo y haciendo maravillas en audiovisual. Es… otro formato. Como espectadores no dejamos de verlos, ni como profesionales de hacerlo. Hay que adaptarse como el cambio que hubo del cine mudo al sonoro. Otra cosa sería que desapareciera el audiovisual, pero se consume muchísimo.
--¿Le ha costado la adaptación a este tipo de planos?
--Eso compete mucho más a dirección. En algún sentido está bien porque el plano medio, el plano corto te habla de la mayor profundidad de ese personaje y, a menos que se haga espectáculo, con lo cual se hace un trabajo de mayor acercamiento al alma humana. Creo que inevitablemente, por como estamos funcionando los espectadores, se va a tender a una mayor introspección.
--¿Es consumidora de plataformas y tablets?
--Totalmente.
--Da la sensación de que está donde se tiene que estar.
--No lo sé. Cuando Lluís me propuso esto tuve una sensación muy buena. No sé si esto es fruto del trabajo pero, de repente, dirigir ha sido un cambio de 180 grados. Seguramente es algo de que a las mujeres nos cueste dar este paso.
--¿Es necesario más oportunidades para que las mujeres se animen a dirigir?
--Sí. Y no sólo externas, sino más sentido de “yo tengo derecho a hacerlo”. No sólo te tienen que dar la venia, sino que tú tienes que sentir el derecho e incluso la obligación de hacerlo.
--¿Duele que le tengan que dar la venia?
--Absolutamente. Duele. Esta es nuestra lucha, también. Y en Troyanas se habla de la inconsciencia de la condición femenina sometida. Eso nos hace daño. Hay que hacer consciente todo eso, hasta cuánto nos atrevemos o no.
--¿Le sirve de empujón para volver a dirigir?
--Esto ha sido ver que lo puede hacer.
--¿En teatro o piensa en cine…?
--Por el momento estoy en el teatro. Ya empiezo a hacer algún trabajo sobre documental… pero nada.
--¿Y otros proyectos tiene de futuro?
--Una película muy bonita de Ángeles, El comensal, basada en una novela basada a su vez en hechos reales del asesinato de un gran industrial a manos de ETA. Además del cameo en Los hombres de Paco y una serie con Elvira Lindo y Daniela Fréjerman con un guion estuplendido.
--No se detiene
--El trabajo es la vida y nos da tanta vida a los que hacemos lo que nos gusta hacer que no es fácil sustraerse a eso.