Satán en Segovia
La serie 'Treinta monedas' es un buen intento de Álex de la Iglesia, con una historia valiente, pero que se desmorona en los dos últimos capítulos
30 enero, 2021 00:00Efectuar una brillante síntesis de la película de Roman Polanski La semilla del diablo y la serie de Antonio Mercero Crónicas de un pueblo no está al alcance de cualquier cineasta español. Entre los que tienen talento --me ahorraré nombres de los que no lo tienen: ¿para qué crearme enemigos tontamente?--, solo Álex de la Iglesia tiene el cuajo suficiente para emprender algo así, que es lo que ha hecho con su serie para HBO Treinta monedas, aunque los resultados sean un tanto discutibles. Vamos a ver, la idea mola: situar al Maligno en un entorno rural segoviano demuestra que no todo tiene que transcurrir en Estados Unidos para ser creíble; si Satán ha empezado tantas veces sus maldades en pueblos de la América profunda, ¿por qué no iba a poder hacerlo en Pedraza?
Me he esperado hasta que estuviesen colgados los ocho capítulos de la serie para escribir esta reseña porque, lamentablemente, estoy acostumbrado a que Álex de la Iglesia se haga un lío a la hora de terminar sus películas y la cosa llegue a su fin a lo bestia, con abundancia de pirotecnia y espectaculares gansadas, porque da la impresión de que no se sabe muy bien cómo llegar a una conclusión. Algunas de sus películas son redondas --pienso en El día de la bestia, La comunidad o Muertos de risa--, pero otras terminan como Dios le da a entender, con mucha bofetada y mucha explosión que disimulen que no se sabía como salir del fregado en el que uno se había metido. Eso es, lamentablemente, lo que sucede en los dos últimos capítulos de Treinta monedas, morosos, aburridos y apuntando a un final abierto (aunque la cosa ya no da mucho más de sí y se ha cerrado como se ha podido). Los seis episodios anteriores se siguen con interés, pero todo se desmorona en los dos últimos, llegando uno al final de la serie (o de la temporada) arrastrándose ligeramente. Ni el punto de partida de la historia conduce a una explicación muy convincente.
Un reparto con lagunas
Las treinta monedas del título son, evidentemente, las que cobró Judas por su traición. Unos servidores de Satán infiltrados en el Vaticano creen que, si logran recolectarlas todas, le darán la vuelta a la Iglesia Católica y se harán los amos (no sé de dónde han sacado esa teoría, pero nadie se la discute, así que la aceptamos como McGuffin). Tras recopilar moneditas por todo el mundo --hay presupuesto y se ha podido rodar en Roma, Nueva York o Jerusalén--, la última que queda de las treinta, obra en poder de un exorcista español, el padre Vergara (Eduard Fernández), refugiado en el campo segoviano de todos los horrores a los que se ha enfrentado en esta vida. Por su culpa, el Maligno se va a lanzar sobre Pedraza, involucrando al alcalde (Miguel Ángel Silvestre), su insufrible esposa (Macarena Gómez) y la veterinaria local, de la que está enamorado (Megan Montaner). Nunca llega a quedar claro lo que conseguirán los juramentados cuando se hagan con las treinta monedas, pero es como si el director y su guionista pensaran que no nos hace falta saberlo, que ya nos podemos imaginar que se va a armar la de Dios es Cristo, así en general y nunca mejor dicho.
Si El día de la bestia se rodó en estado de gracia, en Treinta monedas no es el caso. La mezcla de fantasía y costumbrismo y de terror y humor que tan bien funcionaba en el largometraje, avanza a trancas y barrancas por la serie. En El día de la bestia, todo el reparto funcionaba de maravilla. En Treinta monedas, Fernández es la brillante excepción de unos comediantes limitados (Silvestre), inadecuados para el rol (Gómez) o incapaces de transmitir nada al espectador (Montaner). Sobre el papel, la mezcla de La semilla del diablo y Crónicas de un pueblo prometía más de lo que ofrece en la pantalla del televisor.