Islandia también existe
El islandés Arnaldur Indridason, a través del comisario Erlendur Sveinsson, ofrece en sus novelas un fresco de Islandia, un país del que en España apenas se conocía nada
23 diciembre, 2020 00:00Cuando parecía que todos los grandes personajes de la novela negra --de Sherlock Holmes a Philip Marlowe, pasando por Jules Maigret-- ya estaban inventados, el islandés Arnaldur Indridason (Reikiavik, 1961) se sacó de la manga al comisario Erlendur Sveinsson y, de paso, colocó a su pequeño país, que antes formó parte de Dinamarca, en el mapa de la literatura policial mundial. Llegó a España de la mano de RBA, tras haber sido traducido previamente al francés y al inglés, y se hizo rápidamente con una fiel legión de seguidores que lo único que sabíamos de Islandia era que la cantante Björk había nacido allí. RBA empezó con la tercera novela de la serie, Las marismas, y ahora, tras haber editado desde la cuarta, La mujer de verde, hasta la undécima, Naturaleza hostil, acaba de recuperar la segunda, Rosas muertas, y se dispone a hacer lo propio con la primera, Inocencia robada. Asimismo, RBA ha publicado la estupenda Betty y otorgó su premio anual en 2013 a Pasaje de las sombras, dos thrillers psicológicos que no cuentan con la presencia de Erlendur (especialmente brillante la primera, gracias en gran parte a un truco narrativo tan eficaz como el que hizo de El asesinato de Roger Ackroyd la mejor novela de Agatha Christie…Y hasta aquí puedo llegar sin incurrir en el spoiler).
Si las novelas de Erlendur enganchan es, evidentemente, por las tramas, pero también por la información que nos aporta de un país del que no sabemos prácticamente nada y, sobre todo, por la personalidad del protagonista. Erlendur no es un héroe. Tampoco un antihéroe. Solo es un buen profesional de lo suyo que nunca se ha llevado muy bien con la vida real (aunque se la recuerde constantemente su irritante y americanizado segundo de a bordo, el joven Sigurdur Oli, que le tiene aprecio, pero lo considera una momia). Hablando en plata, Erlendur no ha sabido muy bien qué hacer con la vida real desde que, de niño, perdió a su hermano durante una terrible ventisca en territorio nevado, convirtiéndose el desaparecido en un fantasma que se niega a desvanecerse y que asoma la nariz en algún momento de todos sus casos policiales. Su matrimonio fue un desastre que duró poco y le ganó el odio eterno de la parienta --una de esas personas, más comunes de lo que creemos, cuyo asco hacia el ex cónyuge crece cada año en vez de mitigarse, que es lo que suele sucederles a las personas normales-- y el rencor de sus dos hijos, de cuyo lamentable destino se culpa nuestro hombre (el chico es alcohólico y la chica drogadicta).
La Islandia de 1941
La vida no se ha portado bien con Erlendur y él le ha correspondido de igual manera. Fuera del trabajo, solo tiene una ex mujer que lo detesta y unos hijos que lo culpan de sus desgracias. Cuando consigue echarse una novia que lo aguanta durante dos o tres novelas, se las apaña para enviarlo todo al carajo: Erlendur no cree merecer la felicidad. La solución que ha encontrado para no quitarse de en medio consiste en investigar crímenes atroces y, básicamente, tratar de entrar en la mente de quienes los cometieron.
La recién publicada Rosas muertas comienza con el hallazgo del cadáver desnudo de una prostituta drogadicta en la tumba del héroe nacional islandés, Jon Sigurdson. Todas las novelas de Erlendur empiezan con una muerte aparentemente banal con algún elemento que señala en una extraña dirección. Puede que para engancharse a la serie sea mejor empezar por Las marismas, La mujer de verde o La voz, donde se agradece que el personaje protagonista esté ya un poco rodado, pero para los que creíamos que ya no nos quedaban historias de Erlendur por descubrir, esta segunda investigación del comisario maduro, atormentado y cascarrabias (la primera ya la leí en francés hace cosa de un año) constituye un regalo inesperado que retrasa por un tiempo lo inevitable: releer toda la serie de la primera entrega a la última.
PD. A Indridason le ha dado ahora por centrarse en el Reikiavik de la ocupación británico-estadounidense durante la segunda guerra mundial: estoy acabando de leer The shadow killer (no hay traducción al español) y no está nada mal. Echo de menos a Erlendur, pero menos da una piedra y, dado como soy al coleccionismo de datos inútiles, estoy aprendiendo muchas cosas sobre la Islandia de 1941.