El cine como peregrinaje
El documental ‘Dear Werner. Walking on Cinema’ sigue la ruta de Múnich a París emprendida por Werner Herzog en 1974 para visitar a la cineasta Lotte H. Eisner
2 diciembre, 2020 00:10La historia del cine se asume como la cronología de una serie de invenciones, tanto tecnológicas como narrativas. A la manera de una línea temporal que recorre efemérides de rodajes, estrenos, movimientos cinematográficos y polémicas dentro y fuera de las salas. Sin embargo, es probable que el devenir del séptimo arte tenga más que ver con las idas y venidas de sus protagonistas, con los diferentes caminos emprendidos por cineastas o técnicos y con aquellos encuentros que supusieron un destino final y a su vez un nuevo punto de partida. El cine, visto así, podría entenderse como el arte del peregrinaje y el resultado de un acto de fe.
Hay cineastas que se han especializado en recorrer las brumas del cine, sin miedo a los giros del destino ni a los altos del camino. Werner Herzog, por supuesto, pertenece a esa estirpe. A lo largo de su dilatada trayectoria, que comprende más de 70 filmes, el alemán recorrió medio mundo –casi todo el planeta– para mostrar la naturaleza en todo su cruel esplendor. Su vida contiene cientos de anécdotas memorables, pero entre ellas destacan sus pensamientos sobre la Amazonia, captados en Burden of Dreams (1982), que definen la esencia del personaje: “Es una tierra que Dios, si es que existe, ha creado con ira. Es la única tierra donde la creación está inconclusa. Observando de cerca lo que nos rodea vemos una especie de armonía, la armonía de...una masacre abrumadora y colectiva”.
A pesar de estas terribles palabras, recogidas por la cámara de Les Blank cuando registraba a su vez esa conquista de lo inútil que supuso Fitzcarraldo (1982), la voz pausada, cavernosa e irónica de Herzog, con su característico acento alemán, nos reconforta, como si su parsimonia atenuara las pavorosas imágenes y relatos que desfilan por sus cintas. Más allá del ingenio de sus declaraciones y de los guiones de sus filmes, entre lo ridículo y lo sublime, Herzog construyó un perfil público aventurero gracias a retos fascinantes o situaciones absurdas, desde comerse su zapato cocinado a caminar por el borde de un volcán o sobrevivir a un disparo cuando le estaban entrevistando en directo en televisión. No nos equivocaríamos si lo señalamos como el equivalente en el cine de El caminante sobre el mar de nubes (1818), de Caspar David Friedrich, el famoso cuadro romántico que celebra al hombre ante la belleza sublime de un horizonte desafiante. A pesar de que esta figura se haya convertido en un cliché, conserva aún su misterioso lirismo. Un poco como Herzog.
En Dear Werner, Pablo Maqueda también camina por las brumas, las físicas y las cinematográficas, siguiendo los pasos de Herzog en busca de los suyos. Porque en este documental que se despliega bajo la forma de una singular epístola audiovisual, Maqueda se filma caminando de Múnich a París por el mismo trayecto de 775 kilómetros que Herzog realizó a pie en el invierno de 1974 para visitar a la crítica de cine alemana Lotte H. Eisner, amiga y mentora, cuya salud flojeaba entonces.
El viaje de Herzog, realizado 45 años antes, tenía algo de redentor, ya que, con cada paso dado hacia París, el cineasta iba convenciéndose de que Eisner se repondría. Milagrosamente, así fue: la alemana, una de las primeras colaboradoras de la Cinemateca francesa, fundada por Henri Langlois, Georges Franju y Jean Mitry, viviría casi diez años más y Herzog, por su parte, transformó ese peregrinaje en el libro De caminar por el hielo. “Solo si fuera una película creería que esto es real”, cuenta Herzog en los primeros compases de esta obra, donde declara: “Tras estos pocos kilómetros a pie sé que no estoy cuerdo”. “Cada caminata es una especie de cruzada”, glosaba en su día el poeta y pensador Henry David Thoreau.
El caminante sobre el mar de nubes (1818), de Caspar David Friedrich
Maqueda, en su particular acto de fe, sigue la senda del maestro como un pupilo aventajado. Pero si Herzog caminó en busca de Eisner, creyendo que sus pasos lograrían que su mentora sanara, ¿cuál es el motivo por el que camina este joven cineasta madrileño y recrea el mismo viaje del director alemán? Como muchos de los mejores propósitos, el viaje de Dear Werner nace asimismo de una crisis. En este caso, profesional. “La película nace de la frustración de quedarnos a las puertas de recibir una ayuda pública para La desconocida, un proyecto en el que llevó cinco años trabajando. Hacer cine es crear metáforas visuales y la imagen de mí mismo bajo la nieve, solo, en un paraje inhóspito, me parecía perfecta para describir la realidad de ser director de cine. Ser director de cine no es solo recoger premios sino diseñar dossieres a las dos de la madrugada para un comité de una televisión, reunirte con 120 productores diferentes, es creer en ti contra viento y marea. Es, en realidad, venderte”, cuenta Maqueda.
Contra el viento, la marea y los nazis, Lotte H. Eisner protegió la que se convertiría en una de las principales colecciones de cine silente del mundo, conservada actualmente en la Cinemateca Francesa. La historia es conocida, pero vale la pena recordarla. Cuando durante la Segunda Guerra Mundial el ejército alemán entró en Francia y la colección de películas de la Cinémathèque fue confiscada, Langlois decidió ocultar un gran conjunto de bobinas especialmente valiosas en Figeac, al borde de los Pirineos, escondidas en cajas con etiquetas falsas. Por encargo de Langlois, Eisner viajó allí para custodiar ese material y recuperarlo. “Sola con las ratas y montones de cajas de película oxidadas, que tuve que abrir para ver qué contenían. Había películas alemanas, películas rusas que no deberían caer en manos de los nazis”, contaría años después.
La película que narra la odisea de Eisner para salvar el legado del cine silente carece de imágenes, aunque su coraje ha quedado impreso en las copias resguardadas hoy por la institución francesa y también en la memoria colectiva del cine europeo. Tampoco tenemos imágenes del periplo de Herzog en 1974 para visitarla, como recuerda Maqueda en Dear Werner: “Herzog realizó el que quizá es el acto de amor más increíble de la historia del cine, al rodar una película que no vemos, sino que leemos”.
El primer reto de Maqueda a la hora de traducir en imágenes la senda de Herzog fue, justamente, cartografiarla. “El ritmo de la película tenía que ser fiel al libro. Analicé el libro de Herzog e hice un Excel para ver si los pueblos que cita están ordenados cronológicamente. Por supuesto, la respuesta es no”, explica. El ejercicio que propone Maqueda se aleja de la mera adaptación. Tampoco es una película de fan, a pesar de la gran admiración que destila.
De la misma manera que realizó Herzog en Nomad: In the Footsteps of Bruce Chatwin (2019), una de sus últimas obras, las imágenes y palabras de Dear Werner interpelan al director alemán, pero también a Maqueda y al espectador. En ese filme, el cineasta viaja de la Patagonia a Australia para recorrer los principales lugares asociados a la memoria de su amigo Bruce Chatwin, cuyo libro Cobra verde adaptó en 1985. También reflexiona sobre su vida, como si el recuerdo fantasmal del amigo fallecido fuera un espejo que le devuelve su reflejo. En Dear Werner, la figura espectral de Herzog, a quien no vemos pero sí escuchamos, parece cumplir esa función.
En el cine, el origen fue la acción y no el verbo. Étienne-Jules Marey y Eadweard Muybridge, pioneros de la imagen en movimiento, registraron cientos de cuerpos caminando, descomponiendo secuencialmente sus pasos uno a uno fascinados con el lenguaje visual y el rastro gráfico que consiguieron captar con las entonces novísimas tecnologías cronofotográficas. Sin duda, caminar es una hazaña evolutiva prodigiosa que nos diferencia del resto de mamíferos, pero también una práctica ética y estética única, que deja el trazo de nuestra existencia en el mundo.
Ahora quelas restricciones a causa de la pandemia limitan los movimientos, la práctica de caminar tal vez se ha convertido en la experiencia más liberadora que tenemos en nuestras manos. “En esta sociedad hiperconectada, en la que tenemos todo tan cerca de golpe de click, y más ahora, es bonito echar la vista atrás y recuperar hábitos y costumbres que ya no son tan frecuentes. Tanto en lo físico como en lo emocional. Caminar es el mejor ejemplo”, dice Maqueda sobre lo que supone caminar después de un viaje a pie tan intenso como el realizado en Dear Werner. “La película casi parece una metáfora del deseo de viajar, de ir a paisajes más allá de nuestras propias habitaciones, de nuestros territorios domésticos”, comenta.
Afuera, claro, se encuentra el mundo por descubrir. Esa fascinación por el paisaje que acompaña el trayecto está imbricada en Dear Werner, donde cada plano es un descubrimiento, una epifanía de nuestra conexión con el mundo. Así lo resume Maqueda: “Más que al final del camino, el éxtasis ha estado a lo largo de todo el proceso de la película. Ha sido un reto personal que también me ha hecho crecer. El objetivo era vencer el miedo. Vencer a la oscuridad, grabando de noche en mitad de un bosque rodeado de sonidos. A lo imprevisto: a que se acerque un perro salvaje y responda cogiendo un palo para hacer aspavientos y despistarle… ¡Ese sí fue un momento de éxtasis! A lo largo del viaje he vivido momentos de revelación en el interior de la cueva, al descubrir una impresionante cascada de veinte metros en mitad de la Selva Negra, al tener la libertad de grabar una película en plena soledad…”.
La exaltación romántica que palpita en Maqueda cuando recuerda su viaje se encuentran en las reflexiones de otro ilustre caminante. Hacia el final de El paseo, de Robert Walser, el narrador, embriagado por su entorno, exclama: “El espíritu del mundo se había abierto y todos los padecimientos, todas las decepciones humanas, todo lo malo, todo lo doloroso parecía esfumarse. Anteriores paseos aparecieron ante mis ojos, pero la magnífica imagen del modesto presente se convirtió en sensación predominante”.