Retrato de la miseria moral
Hoy cuelga HBO la miniserie Patria, tras haberla presentado en el festival de San Sebastián. No me muero de ganas de verla --me gustó mucho la novela de Fernando Aramburu, la recuerdo perfectamente y siento cierta renuencia a que me vuelvan a explicar en la pantalla lo que ya me contaron sobre el papel--, pero supongo que lo acabaré haciendo, pues para algo tengo una columna semanal sobre series en el suplemento cultural de este diario, Letra Global. El estreno de la serie vino precedido de una polémica algo gallinácea sobre el cartel que la anunciaba, cuya estructura (la foto de una mujer bajo la lluvia, abrazada a su esposo, recién asesinado por ETA, junto a la de un etarra torturado por unos policías de paisano) podía sugerir cierta equidistancia imbécil que el showrunner, Aitor Gabilondo, negó, pero que molestó a más de uno. Entre ellos, al propio Fernando Aramburu, que no mostró equidistancia alguna entre víctimas y verdugos en su novela de 2016. Como vive en Hannover, Alemania, desde 1985, el escritor se ha podido librar de muchas tonterías en torno a su obra, pero no de todas.
Seguro que se enteró de que Iñaki Anasagasti, político conocido por su fino sentido de la ironía y, sobre todo, por un ridículo peinado a lo Donald Trump con el que intenta, sin mucho éxito, disimular su calvicie, rebuznó que Patria, la novela, era una sarta de patrañas escritas desde Alemania (Anasagasti, no lo olvidemos, era aquel señor al que le parecían muy bien las algaradas de los abertzales hasta el día en que un poco más y le prenden fuego a un autobús con su madre dentro, hecho que condenó con insólita dureza). También se enteró, pues él mismo hizo referencia al asunto en un artículo publicado en El País, de que le andaba buscando las cosquillas por supuesto plagio un sujeto que había escrito un libro sobre el etarra Rekarte (conato de polémica alentado por El Diario de Ignacio Escolar, ese paladín del progresismo y azote del siniestro régimen del 78). Me temo que estas cosas, y muchas más, son inevitables cuando escribes la novela definitiva sobre lo que Otegi llama “el conflicto vasco” y ésta, además, se tira más de un año en las listas de libros más vendidos de España, se traduce a un montón de idiomas y consigue que, por una vez y sin que sirva de precedente, la novela que lee todo el mundo sea una buena novela.
Lo del biógrafo de Rekarte no es nuevo: siempre puedes sacar algo acusando a alguien de haberte plagiado. Y lo de Anasagasti tampoco: Patria sentó muy mal entre los nacionalistas vascos (y también entre los catalanes, siempre dispuestos a solidarizarse con los oprimidos del norte) y entre todos aquellos que consideran que explicar determinados asuntos solo sirve para crispar y generar alarma social. Patria no hizo ninguna gracia en el PNV, al que le está saliendo muy bien la terapia de amnesia colectiva que aplica a su comunidad para que nadie se acuerde de la célebre parábola de Arzalluz sobre los que agitan el árbol y los que recogen las nueces. Poner en negro sobre blanco la anomalía vasca de tantos años de miseria moral molestó a quienes se habían beneficiado de ella, ya fuese porque simpatizaban con ETA o porque prefirieron mirar hacia otro lado porque “aquí se vive muy bien y en Madrid no nos entienden”.
El éxito de Patria fue incontestable. Los que hubiesen preferido que pasara inadvertida se tuvieron que jorobar en 2016 y me temo que tendrán que volver a jorobarse en 2020. Que hablen de patrañas y de plagios y de lo que se les antoje: la tragedia vasca necesitaba ser contada y nadie le quitará a Aramburu el mérito de haber sido el más eficaz a la hora de plasmarla en un libro.