Kirk Douglas: el cine o la verdad
El actor norteamericano fue uno de los más grandes del Hollywood clásico. Se despidió habiendo logrado el objetivo de Midge Kelly de 'El ídolo de barro': el ascenso a la gloria
13 febrero, 2020 00:07Asociado con Stanley Kubrick, el irrefrenable Kirk Douglas convirtió el blockbbuster norteamericano en una obra de arte. Fue en Espartaco (1960), su película más recordada, rodada en el momento en el que tenía sentido pertenecer al Hollywood de oro, adaptándose al cine de masas, pero sin renunciar a su dimensión intelectual y a su generoso contenido social. No fue ninguna casualidad. El dúo de Douglas-Kubrick había volado muy alto, apenas dos años antes, con Senderos de gloria (1958), aquella joya del blanco y negro sobre la Gran Guerra (1914-1917), en la que un alto oficial francés hace fusilar a centenares de soldados de su propio batallón para dar ejemplo a sus compañeros de armas.
En la Europa de la Guerra Fría, Senderos sentó como una exhibición de la brutalidad militar. Fue una película enormemente crítica con el poder; una visón descarnada del horror, basada en un hecho real de armas de la Batalla de Verdún. Francia había sepultado los hechos, pero el cine los devolvió a la memoria. Kubrick y Douglas revisitaron el oprobio y refundaron la verdad, contrastada por expertos e historiadores. La deserción es un agravio de lesa patria en un país tan nacionalista como Francia, donde el dolor silencioso de las familias solo fue rehabilitado un siglo después, en 2014, cuando el presidente Hollande amnistió a los ajusticiados. La película estuvo prohibida en Francia, mientras que, en la dolida Bélgica, teatro de operaciones de Verdún, provocó un malestar profundo, comparable con los días contradictorios de La Karmesse heroica, la victoria del argumento femenino frente a la barbarie de las tropas españolas del XVII, en Flandes, según el impecable análisis de Román Gubern, en su Historia del cine (Anagrama).
El mundo celebraba el culto a la clase media y concebía el baby boom cuando Douglas mostró a contracorriente sus convicciones antibélicas más sentidas. Kubrick, resolutivo, valiente y genio, le guardaba las espaldas, aunque la amistad entre ambos se resquebrajó después de rodar Espartaco. Douglas jugó y ganó en el mundo de los platós; aunque no siempre disfrutó de las mieles del éxito. Hubo de todo en su carrera. Decepcionó por ejemplo en su debut como director, con Pata de palo, una marcianada, mezcla de western y película de piratas, en la que trató de incorporar el clima –no la novela– de El pirata rojo, de Fenímer Cooper, referente de la literatura norteamericano primitiva. De aquella Pata solo quedaron un guión deslavazado, la sobreactuación de Douglas como falso John Silver, y el flojo papel de Danny De Vito, compañero de colegio de Michael Douglas, el hijo de Kirk.
El cine es una mezcla entre lo bajo y lo sublime y este hombre tan laureado no podía ser una excepción. Se atrevió con todo; quiso incluso desafiar al tiempo con amarga ironía, cuando dijo que un siglo después de haber nacido seguía cumpliendo años. Falleció, como es sabido, el 5 de febrero, a los 103 años, en su domicilio en Beverly Hills. Ahora, en estos días de Oscar y exhibición mameluca en Los Ángeles, su biografía se enmarca en letras de molde, sin que la mayoría conozca exactamente el porqué. Tras su despedida, Vanity Fair ha recordado que nos quedan sus papeles: el Midge en El ídolo de barro, el Chuck Tatum del El gran carnaval, el Jonathan en Cautivos del mal o el Jack de Los valientes andan solos. Y, por supuesto, su Van Gogh de El loco del pelo rojo.
Se ha comentado hasta la saciedad su grito: “Yo soy Espartaco”. Y el eco de sus hombres: “Yo también soy Espartaco” ante el cónsul Craso, al frente de las legiones, que custodian centenares de crucifijos, junto a las murallas de Roma. Al margen del cine, la historia del gladiador tracio, nacido en Macedonia, cuna de Alejandro el Grande, ha inspirado numerosas batallas sociales libradas contra la impostura de los de arriba; para no cansarles, me limitaré a mencionar a la Liga Espartaquista de Rosa Luxemburg, en la Revolución Alemana de 1918.
Como productor y actor de Espartaco, Douglas exacerbó su carácter inconformista: contrató a Dalton Trumbo de guionista, que estaba acusado de comunista por el Comité de Delitos Antiamericanos del senador McCarthy y acabó con las listas negras. A partir de aquel momento, la mayoría de los productores se atrevieron a hacer lo mismo. El actor cuenta cómo ocurrieron estos hechos en Yo soy Espartaco, libro publicado en inglés en 2012 y que cuenta con una versión en español (Capitán Swing) con un prólogo de George Clooney.
Antes de escoger el nombre artístico de Kirk Douglas, Danielovitch Demsky nació en una familia de origen ruso judío. Su padre era trapero y abandonó el hogar familiar cuando Kirk era un crío. Creció rodeado de mujeres (tenía seis hermanas mayores); trabajó en más de 40 empleos y estudió en la Universidad de Saint Lawrence, donde se graduó en Letras. Estudió en la American Academy of Dramatic Arts de Nueva York. Pasó por la armada en la II Guerra Mundial y regresó a casa, donde logró varios papeles teatrales apoyado por la joven Lauren Bacall. En 1946, debutó en Hollywood con El extraño amor de Marta Ivers, de Lewis Milestone. En 2009, con 92 años, se subió por última vez a los escenarios, con Before I Forget, un monólogo de noventa minutos que él mismo había escrito sobre su vida.
Su trayectoria nos muestra a uno de los grandes. Se despidió habiendo logrado el objetivo de su Midge Kelly de El ídolo de barro, el ascenso a la gloria de un boxeador dirigida por Mark Robson que sirvió de trampolín a Douglas y abrió el camino posterior de Robert de Niro, en Toro salvaje. En El gran carnaval (Billy Wilder) mostró la ambigüedad moral del mal reporterismo norteamericano; en Cautivos del mal (Vicente Minelli) inscribió su nombre en una de las obras maestras de la pasada centuria; con Los vikingos se paseó por el buen cine de aventuras y fue premio a la mejor interpretación en San Sebastián, y en La Furia se metió de lleno en la cabeza del visionario Brian de Palma. Solo en Duelo de titanes (John Sturges) participó en un western auténticamente memorable, que no es poco.
Kirk Douglas cierra el fin de una época que ha acabado alejando al público de las salas de proyección. Ha recorrido el siglo del argumento narrativo, la ficción de intercalaciones aventureras, que a fuer de parecer invenciones cumplen su papel: restituir la verdad. Este es el caso acontecido en la Gran Guerra, narrado en Senderos de Gloria; Verdún avergonzó a un país entero, más allá de casos aislados y pretenciosamente sonados, como el affaire Dreyfus, universalizado por Zola. No hubiésemos dicho nunca que un productor-actor de Hollywood, de origen judío, podía llegar tan lejos como Primo Levy, superviviente de Auschwitz, al esgrimir una enmienda a la totalidad de la prepotencia militar.