Marcel Hanoun: la parte sumergida
El sello Re:Voir ha editado una nueva copia de 'Une simple histoire', el influyente debut del director, creador desde el margen y fulgurante pensador del cine
11 junio, 2019 00:00La historia, efectivamente, es simple: una mujer joven y su hija pequeña llegan a París con 9.300 francos de patrimonio y los van poco a poco perdiendo entre pensiones y alimentación básica hasta verse obligadas, una infausta noche, a dormir al raso. A la mañana siguiente, una señora que las había espiado desde su domicilio las recoge y las invita a su casa; después de acomodarlas allí, se marcha a trabajar. La manera en la que Marcel Hanoun, que debutaba en el largometraje con esta Une simple histoire (1958-59) justo antes de la irrupción de la nouvelle vague --marcando a algunos de los jóvenes turcos--, trasciende este fait divers de página de sucesos en una sinfonía formal inagotable sigue apareciendo como uno de los hitos más apabullantes de la modernidad, uno, lejos de disidencias superficiales y coyunturales, que tiene que ver con la puesta en práctica del intenso y original pensamiento de cine que Hanoun fue desvelando a lo largo de su vida.
Se antoja difícil no recurrir a su admirado Bresson al enfrentarse a esta película, tan ajustado y polifónico se organiza --en igualdad de importancia-- su ejército de fragmentos (voces in y off, gestos, planos, transiciones, fundidos, luces, sombras), y muchos, como Godard en el momento de su estreno, ya advirtieron las similitudes entre ambos cineastas incluso más allá de aspectos formales, pues, como la del preso bressoniano desde la literalidad de su propio título (Un condenado a muerte se ha escapado, 1956), la representación de esta confesión de madre (la fugaz actriz Micheline Bezançon, casi tan magnética como María Casares) carecía de suspense. Al abrirse por su desenlace, por ese last minute rescue que protagoniza la determinante señora que ampara a madre e hija con la marcial firmeza de la gente buena, y narrarse en flashback, la historia de esta “condenada a vivir” (Godard) permitía atender a la vibración de sus materiales, incluso al regodeo en su potencial de implicaciones elípticas, ya que el círculo nunca se cerraba y no regresábamos en ningún punto del metraje al hogar de acogida desde el que se rememora la peripecia.
Tampoco extraña que desde el famoso deslumbramiento de Noël Burch ante su sustancia visual y sonora, el cine experimental de corte estructuralista se haya interesado en la película bajo la película, es decir, en su naturaleza de combate entre presencias y ausencias o en la delicada arquitectura musical detrás de la exangüe trama. Así en Une simple histoire la voz en off en primera persona instaura, a partir del encabalgamiento, la redundancia y la diferencia con lo que se ve y se dice dentro de los límites del universo de ficción, su contrario conceptual, una auténtica histoire compliquée donde palabra e imagen se inmiscuyen en una travesía de colaboraciones y disrupciones que, desde lo no dicho y no mostrado, van cargando de electricidad los trozos de vida que componen la película. Mientras la historia avanza y el destino de la dupla madre-hija se va estrechando, la voz se encierra en descripciones factuales, como regodeándose en la repetición. A la vez que el dinero se agota en la ficción, no resulta complicado establecer el paralelismo con aquel joven Hanoun que echaba cuentas sobre el coste del celuloide en 16mm mientras mesuraba la longitud de sus tomas.
Hanoun, uno de los pocos cineastas que han merecido el calificativo de independientes, rodó luego muchas más películas, sobrevivió y encauzó su pasión por filmar en los márgenes del sistema, convirtiéndose, a partir de Octobre à Madrid (1967), en un libérrimo ensayista fílmico. Cuando, al cruzar la barrera de los setenta años, ya instalado en una gozosa autarquía digital, publicó Cinéma cinéaste. Notes sur l’image écrite (editado entre nosotros por Shangri-la en 2014), esta recopilación de hondos textos breves parecía servir tanto para su producción última como para aquel lejano debut de apariencia severa, lo que además de ofrecer pistas sobre la unidad de inspiración de su polimorfa obra, proponía alianzas menos previstas y, desde luego, bastante alejadas de la hegemonía de la política de autores y su aplastante institucionalización.
Si estas Notas retrotraen de nuevo a Bresson y a su influyente aforística, también marcan con él diferencias, y expresan la originalidad última de Hanoun, más cercana si acaso a la del austriaco Kubelka, el autor de Unsere Afrikareise (1973), posiblemente el único film comparable, en tanto que ejercicio de agotamiento de las permutaciones entre lo visible y lo sonoro, a Une simple histoire. A Kubelka también le une la idea de que el cine antecede a su propia invención, o, formulado de otra manera, que el esfuerzo tecnológico que desembocó en él responde a una necesidad antropológica que esconde pasadizos secretos y rimas con el mundo natural. Para ambos, cada film es único, territorio de una infancia perdida, e instaura sobre la tela blanca un origen, un comienzo ritmado por la particular noche y día que en su funcionamiento ofrece el proyector como miniatura del sistema solar que obtura intermitentemente el haz de luz, dando a ver lo que la maquinaria de la cámara, emparentada a su vez con la mecánica celeste, ha registrado.
Si estas
Para Hanoun, como para Kubelka, lo único que puede pasar de verdad en una sala de cine es que la película se rompa. Justo es en ese umbral de ruptura, frente al abismo que se vislumbra en el desajuste entre palabras e imágenes, donde se desarrolla Une simple histoire, y de ese estar al borde del rompimiento, en el precario equilibrio entre el in y el off, participan sus materiales, que terminan como adornados de la pureza de un blanco y negro de corte onírico que se fijan para siempre en nuestra memoria. Y es que, “en el país de la sincronía, escribía Hanoun, todas las imágenes son grises”.
De aquí se extrae, primero, que el cine está en todos lados, encabalgado a nuestra mirada, que se desparrama a través de una ventana, advierte reflejos y sombras en una pared, o busca en el cielo atravesado por pájaros el índice de “nuestras películas perdidas”. Ejercicio, en su definición primera, que se sigue de un “estar a solas con la luz”. Luego, en su materialización fílmica, cine se llama a la fuerza que completa a la imagen con lo imaginario, su fuera de campo, “la parte sumergida del iceberg que hundió al Titanic”.
Intentamos acercarnos precisamente, desde esta alegoría vagamente teórica, a todo ese no-mostrado que hace tan irrepetible Une simple histoire, entender que al no existir siempre una relación metonímica entre una imagen (visual o sonora) y la siguiente la elipsis deja de responder al pacto tácito que autor y espectador asumen en aras de la economía expresiva, para devenir en la fuga, la fisura que invita a construir un aparte imaginario desde el que descifrar los planos. Así, por ejemplo, al no quedar representada ninguna de las secuencias de rechazo laboral que sufre la madre en su intento por salir a flote, se nos permite colorear a nuestro antojo las tonalidades de la desesperación en la aparente neutralidad de la mujer en su trágica cotidianidad descendente.
No debe entonces pasarse por alto que esta escritura de precisión alimenta la libertad interpretativa e, igualmente, redobla la importancia del azar cuando éste se cuela en el riguroso entramado. Uno tiene que dejarse sorprender por los films, argumentaba Hanoun, como la vida sorprende a la muerte, ahuyentándola, como el gato callejero se eriza, en un bello plano lumièresco, al irrumpir madre e hija en su enésima desembocadura en el caos urbano. Pero también hay que asombrar a la propia película, que se va haciendo delante de nuestros ojos, reinvertir en ella la fuerza despreocupada de sus tomas, como aquella que recoge el firme camino matutino de la auxiliadora señora hacia el eje de la cámara, una innegable aparición.
No debe entonces pasarse por alto que esta escritura de precisión alimenta la libertad interpretativa e, igualmente, redobla la importancia del azar cuando éste se cuela en el riguroso entramado. Uno tiene que dejarse sorprender por los